domingo, 20 de noviembre de 2011

Razón de más: En aire, en humo, en nada

Domingo, 13 de noviembre
ANÓNIMO

Los anónimos ya no son lo que eran. Hasta yo, que no disimulo mi desprecio por quienes se esconden para dar su opinión en Internet, generalmente desinformada y desagradable, he acabado aceptándolos e incluso he entrado en debate con alguno de ellos. Cosas del aburrimiento y de mi pasión por la polémica (para mí discutir es como para otros jugar a la pelota o a las cartas). Pero hoy me he encontrado con un anónimo de los de antes. Y he sentido un poco de miedo. En el buzón había un sobre con mi nombre y sin dirección; dentro, algunos juicios sobre lo que escribo no precisamente elogiosos. Los juicios negativos no me molestan especialmente. No soy nada susceptible. Todavía recuerdo, y lo repito con frecuencia, lo que se dijo hace años, cuando publiqué mi Poesía reunida, en un suplemento andaluz: “Las opiniones sobre García Martín como poeta están divididas: unos piensas que es un mal poeta; otros, la mayoría, que no es un poeta”. Siempre creí que lo había escrito Juan Bonilla, pero él me asegura que no. A mí me hizo gracia. Nunca me ha molestado demasiado que los demás no me crean tan genial como yo me creo (en realidad, ni yo mismo me creo tan genial como me creo). Y como todos tendemos a pensar que los demás son como nosotros, pues nunca he tenido inconveniente en decir públicamente lo que me parece menos acertado de cualquier obra literaria, sin importarme si la firma o no un amigo. Pero lo de hoy es distinto. Esta mañana –ayer no estaba— alguien que no me quiere bien se ha tomado la  molestia de llegar hasta mi casa, de hacer que le abran el portal, de dejarme un escrito pretendidamente ofensivo y vagamente amenazante en el buzón.
            Tengo que tener más cuidado, pienso. Cualquier día un poetastro pierde la paciencia y contrata a unos matones para que me den un escarmiento. Pero si en cuarenta años que llevo haciendo lo mismo no han perdido la paciencia, no creo que vayan a hacerlo ahora. Y en el fondo debo de estarle agradecido: pasan en mi vida tan pocas cosas que gracias a ese anónimo tengo algo que contar este domingo en el que, si no fuera por él, no pasaría nada, salvo el tiempo.

           
Lunes, 14 de noviembre
UN PERSONAJE DE LA BRUYÈRE

Mi autoestima debería de estar por los suelos. Ayer un anónimo de alguien que no me quiere bien. Hoy, un amigo que me quiere bien, después de discutir largo rato, me dice: “Eres imposible. A ti no se te puede hacer cambiar de opinión, por buenas razones que se te den. Eres como aquel personaje de La Bruyère, Arrias creo que se llamaba, que siempre presume de haberlo leído todo, que moriría antes de aceptar que ignora algo. Una vez se hablaba en la mesa de la situación en no sé qué remoto país. Él en seguida le quita la palabra a un recién llegado de allí y se pone a hablar de aquella región lejana como si fuera originaria de ella; discurre de las costumbres de aquella corte, de las mujeres del país, de sus leyes y de sus usos; recita historias que allí le han sucedido, las encuentra graciosas y él es el primero que se ríe hasta reventar. Alguien trata de probarle que algunas de la cosas que dice no son ciertas. No se turba, todo lo contrario, se enfrenta a su interlocutor: ‘Yo no cuento nada que no haya vivido o no sepa de buena tinta; lo que digo se lo he oído a Sethon, el embajador de Francia en aquella corte, a quien conozco bien, y que ha vuelto a París hace algunos días. Hemos hablado hace poco’. Y trata de seguir perorando sobre esto y aquello.  Entonces quien había tratado de replicarle dice: “Perdone usted, señor, pero es que yo soy precisamente Sethon, el embajador del que usted habla”.


Miércoles, 16 de noviembre
EN LA LIBRERÍA

Llega uno a una edad en que entrar en una librería de viejo ya no es lo que era. Al pasar por Gulliver, digo a los amigos que me acompañan. “Un momento, que voy a buscar provisiones para esta noche”. Nunca viajo con libros. Me gusta encontrarlos sobre el terreno. Pero repaso las estanterías y todo lo que me interesa, o me apetecería leer, ya lo he leído. Hay alguna primera edición de autores que admiro, pero yo no soy coleccionista. Acabo quedándome con un libro de Manuel Cardenal de Iracheta, alguien de quien ni siquiera he oído hablar, porque al abrirlo al azar me encuentro con que fue amigo de un viejo amigo: “Con qué infantil alegría le vi una tarde montar en su vagón de tercera, en la estación de Segovia, camino de Palencia, durante unas vacaciones. ïbamos con él Adellac, el matemático, y yo. Don Antonio se apoyaba, como de costumbre, en su bastón-cayado. Cuello de pajarita, puños almidonados, ancho sombrero negro, dibujaban su figura de caballero de veinte años atrás. Traqueteaba el tren y el maletín de don Antonio amenazó salirse de la red. Me levanté y lo cogí para colocarlo mejor y evitar su caída; ¡oh sorpresa!, no pesaba nada. Lo agité y sin poderme dominar lo abrí: solo contenía un cepillo de ropa. Las camisas se le habían olvidado al buen don Antonio como otrora al buen manchego. En Palencia, Adellac le equipó como a un escolar a quien su madre lleva al internado”.
            No encontré nada más que estos Comentarios y recuerdos de quien parece, sobre todo, un hombre bueno. Claro que solo estuve diez minutos ojeando los repletos plúteos; no suelo estar más tiempo. Recuerdo que una vez acompañé a Francisco Brines a uno de los pisos en que guarda sus libros José Manuel Valdés. Llegamos a las cuatro de la tarde; me aburrí con él hasta las cinco; volví a buscarle a las nueve, y aún seguía explorando minuciosamente una de las esquinas. “Lástima que no pueda volver mañana, porque marcho temprano”, dijo. No sé si llegó a comprar algo. Seguro que es de esas personas, a las que yo envidio tanto, que nunca se aburren.


Jueves, 17 de noviembre
EPISODIOS NACIONALES

Mis amigos bibliófilos desdeñan la Cuesta de Moyano. “Hace tiempo que no hay en ella más que novedades y morralla”, me dicen. Pero para Cristian David López, que ha venido a leer sus versos al Centro Hispano Paraguayo, es toda una novedad y para mí es una rutina madrileña de la que no me gusta prescindir. Y siempre acaba recompensándome. Hemos estado en el Prado, Cristian y su novia por primera vez, y a mí, aparte de las maravillas habituales (y las inagotables sorpresas del Hermitage), me han conmovido sobre todo Torrijos y sus compañeros aguardando la muerte en las playas de Málaga. Aquí el tamaño sí que importa. Me siento frente al inmenso cuadro y escucho el llanto, los rezos, las olas del mar de Málaga. Y también una voz que canta: “Oh qué día tan triste en Granada, / que a las piedras hacía llorar, / al ver que Mariana Pineda / en cadalso se muere por no declarar”. El bravo general se junta en mi memoria con la viudita granadina. Y luego la Cuesta de Moyano, que deslumbró mi adolescencia, me agradece la fidelidad con un tomo de los Decretos del Rey Nuestro Señor don Fernando VII, “y reales órdenes, resoluciones y reglamentos generales expedidos por las secretaría del despacho universal y consejos de S. M. desde el 1º de enero hasta fin de diciembre de 1827”. Está impreso en la imprenta real el año 1828. Una máquina para viajar a la época que padecieron Torrijos y Mariana Pineda. Cuántos pequeños detalles exactos en estos decretos en que se regulan pensiones de viudedad, exenciones de quintas, nombramientos de arquitectos o maestros mayores, a la vez que se arremete de continuo contra “el ominoso orden constitucional”. A mí me interesa especialmente la real cédula que ordena “guardar y cumplir la Bula íntegra de nuestro Santísimo Padre León XII, en que prohíbe y condena de nuevo toda Secta o Sociedad clandestina, cualquiera que sea su denominación”.


Viernes, 18 de noviembre
CUÁNTO, CUÁNTO NOVIEMBRE

En el viaje en tren, mientras desfilaba sigilosamente el paisaje al otro lado de la ventanilla, me acordé de que el encargo que teníamos esta semana para la tertulia era escribir un romance y en el cuaderno garabateé unos versos que luego me cuesta leer (yo los poemas, los poemas de verdad, los escribo siempre directamente en el ordenador; a mano solo puedo escribir ejercicios y tonterías). En el Oriental, tras las discusiones habituales, leo el poemilla del tren: “Cuánta melancolía, / cuánto, cuánto noviembre / en estos días lentos / que nunca se detienen / y hacia la noche avanzan / entre la niebla siempre. / Pero llegas de pronto, / no sé de dónde vienes. / Me sonríes tranquila / y una fruta me ofreces / y una flor y una copa / de un licor transparente. / ¿Quién eres?, te pregunto. / No temas. Soy la muerte”.
            “No está mal”, dice Felipe Prieto. El resto de los contertulios se muestran menos benévolos. Como yo no soy nada complaciente, me pagan con la misma moneda. La verdad es que a mí me gusta pinchar, irritar; especialmente a los más listos. Aunque sean más inteligentes que yo, como soy más viejo y me las sé todas, siempre acabo ganando en las discusiones. O eso creo. Me gusta pensar que soy un buen entrenador. De sobra sé que acabarán superándome, pero yo no se lo pienso poner fácil.
            Asusta un poco pensar en la edad de las más recientes incorporaciones a la tertulia. Hago cálculos (yo siempre estoy contando, sumando, multiplicando, como un niño aplicado que se aburre) y resulta que el más joven tendrá mi edad en el 2054. Vamos que soy para él como Azorín, de la generación del 98. Me divierte imaginar lo que dirá entonces de mí, si es que dice algo: “La primera tertulia a la que fui la coordinaba un escritor, ¿cómo se llamaba?, que creo que había publicado algunos libros. Él se creía un genio y se metía mucho con todo el mundo. Era divertido. Ahora no recuerdo su nombre, pero seguro que si rebusco en el desván encuentro algún libro suyo”.


Sábado, 19 de noviembre
PALINODIA

Hoy, cuando salía de casa para ir a Avilés, casi tropecé con un tipo que me miró un poco atravesado. Le veo a veces escribiendo, o haciendo que escribe, en alguna cafetería. Si al volver me encuentro con otro anónimo, no tendré muchas dudas de quién es su autor: un pobre hombre, como me imaginaba. ¿Seré yo así cuando tenga su edad? La verdad es que me veo perfectamente escribiendo panfletos contra este y aquel, como Ruiz Contreras arremetía contra los escritores a los que ayudó de jóvenes –Baroja, Valle, Azorín— y que luego triunfaron mientras él era olvidado. Puedo imaginarme perfectamente viejo, fracasado y resentido, pero lo que no me veo –si he de ser sincero— es escribiendo anónimos. Yo arremeteré contra todo y contra todos con nombre y apellidos.
Para congraciarme con la tertulia, intento otro romance en el que juego a mi deporte favorito, la falsa modestia: “Soy de esos ignorantes / que creen saberlo todo / y se equivocan siempre / en lo que importa un poco.  / Cuando estoy con amigos, / preferiría estar solo / y me gusta el verano / pero solo en otoño. / En asuntos banales / llego siempre hasta el fondo; / en las grandes cuestiones / me gana cualquier topo. / Porque me quieran muero, / que me amen no soporto. / En aire, en humo, en nada / convierto lo que toco.”


2 comentarios:

  1. Está muy bien el primer romance, don García. El segundo, tan redicho, parece de Almuzara...

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  2. F. que llora la debacle21 de noviembre de 2011, 0:22

    Dios mío, Martín: todo está consumado.
    Acabo de desconectar la tele porque se me ha hecho insoportable ver cómo es de estulto y desagradecido este rebaño de borregos que hemos venido a ser el pueblo español. No es para espíritus delicado -como es el mío- plato de gusto constatar de qué manera el electorado da un formidable portazo en las narices de quienes debiera guardar gratitud eterna; de quienes se han venido desvelando porque este reseco país fuese un oasis dentro de la sabana europea, hoy coto de caza -mejor piscina de tiburones- de los voraces escualos financieros.
    Y para una vez que habíamos tenido un equipo de gobierno que no se dejaba amedrentar por los malditos Mercados, sino más bien que defendía, metro a metro, los magros bastiones de decencia que habíamos consolidado (?) con tanto sufrimiento; que ponía firmes a los potentados y que era causa de frufrúes desasosegados entre la implacable sotanería aborigen; que había sabido no hacerles los coros a quienes -los muy ruines- acababan de cometer un abominable acto de piratería en Libia, censurándoles incluso los obscenos telegramas de parabién que habían enviado a la Casa Blanca (¡cuánta miseria moral!)...Pues bien: a esos hombres y mujeres que tanto bien y tanta decencia han querido (sin lograrlo algunas veces, que ya se sabe que la cosa internacional está muy malamente) derramar sobre este apaleado, estafado y escarnecido pueblo..., pues resulta que les han dado esquinazo y, o se han quedado en casa o han dispersado el voto temerario entre formaciones políticas poco serias, inexpertas, criptoestalinistas (algunas, que la Rosa no llega a tanto), que se creen que esto de gobernar es cosa de aficionados, que no se apean de la burra de sus idealismos trasnochados. Y de la seriedad, ni zorra idea.
    Hoy es una noche para meditar. A lo que no logro encontrar respuesta es al porqué de tamaña ingratitud.

    PS.- Martín, tú erre que erre con tus inaguantables solos de trombón: ¿cómo eres tan falsillo, buen dómine? ¿Qué tienes tú que perder debatiendo -pongamos un ejemplo de gente con talento- conmigo? ¿Qué tengo yo que ganar si te trato? La respuesta es nada, en los dos casos.
    Por mucho que hagas afectados comentarios sobre tu presunta calidad intelectual -con la manida estratagema de fingir que ni siquiera estás seguro tú mismo de que exista-, aburres a las ovejas. Pero no te faltaría razón si estuvieses sinceramente preocupado por la probable levedad de aquella esencia... Sin ir más lejos, un servidor se considera mejor pergeñador de mixturas literarias -según la ocasión, of course- que vuesamerced. Tampoco iba a dejar de ser -que lo soy- un mediocre.

    Salud.

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