Domingo, 27 de junio
FANTASMAS EN EL CAMPILLÍN
¿Pueden los fantasmas morir?, se pregunta John Donne. Y Ángel González, irónico, responde: “Lo malo que tienen los muertos / es que no hay forma de matarlos”. Pero yo estoy más cerca de la opinión de Unamuno: “Hasta los muertos morirán un día”.
Esta mañana, al llegar al Campillín, ese desastrado suburbio del mercadillo del Fontán, una bandada de fantasmas anónimos se ha abalanzado contra mí, me ha inundado de negra melancolía. En el suelo, toda una historia familiar: boda, primera comunión, gozosas instantáneas de una vida como tantas. Alguien, minuciosamente, se ha entretenido en coleccionar instantes de felicidad en un gran marco ovalado: el padre toma el sol en la playa, juegan los niños, una mujer sonríe, algarabía en torno a un pastel de cumpleaños. Y lo tan amorosamente reunido está ahora ahí, expuesto sin piedad a la curiosidad o a la burla de los transeúntes.
Hieren esos anónimos recuerdos. Dentro de unos años habrán caducado, serán solo historia, testimonio de un tiempo. Ahora siento que me ponen la zancadilla, se me lanzan al cuello, me amargan el día.
Si yo fuera pariente de estas sombras ultrajadas no podría dormir tranquilo. Seguro que el responsable de que rueden por el suelo recibe cada noche angustiosas visitas.
Lunes, 28 de junio
ISLAS
Soy de las personas que menos necesitan para ser felices. Después del ajetreo de estos días, con todas mis costumbres patas arriba, me siento en una de las terrazas de la Cámara. Es un hermoso atardecer de verano. Miro la gente que pasa, acaricio un libro, tomo mi café. El tiempo se detiene y se sienta conmigo. No pienso en nada, simplemente me dejo querer. Abro al azar el epistolario de D. H. Lawrence y me encuentro con una carta escrita el 4 de enero de 1920: “Llegamos a Nápoles y tomamos el barco para Capri a las tres. El mar comenzaba a ponerse bravo cuando partimos de la bahía. A eso de las siete y treinta llegamos al puerto de Capri, que no tiene calado, y las olas se alzaban tanto que ninguna embarcación podía salir a recogernos. De manera que tuvimos que retornar, y pasar la noche rodando a bordo, en el refugio de Sorrento”.
En la placidez de esta tarde avilesina me gusta imaginarme la airada bahía de Nápoles, y luego acompañar a Lawrence, por una estrecha escalera, hasta la cima del edificio en que se aloja y salir con él a la terraza: “Toda la vida de la isla pasa por debajo nuestro, y además frente a nosotros, a través del mar, se alza en la lejanía Ischia, y la bahía de Nápoles, y a la izquierda la amplitud vastísima del Mediterráneo”.
Se está bien aquí, en esta imprevista isla de felicidad. No hay rincón, por apartado que parezca, desde el que no se pueda contemplar, si se sabe mirar, la amplitud vastísima del Universo.
Martes, 29 de junio
HASTA LOS SANTOS DEL CIELO
Al pasear bajo los soportales de Rivero me sorprende de pronto la imagen de San Pedro fuera de su capilla, junto a la fuente dieciochesca que alegró con su rumor tantos días de infancia, rodeado de un fervoroso grupo que escucha decir misa. Caigo en la cuenta de que hoy es su día. Luego, en casa, escucho un redoble de tambores. Me asomo a la ventana. Es la procesión del santo que recorre la calle. Sigo con mi lectura: La vuelta al día en ochenta mundos, de Julio Cortázar, que acabo de encontrar en edición de bolsillo en que lo leí por primera vez, allá por 1970. Siempre he soñado con escribir un libro así: ilustrado, misceláneo, un chispazo de humor y de inteligencia en cada página.
De pronto se aceleran los tambores. Vuelvo a asomarme. La procesión ha perdido cualquier atisbo de solemnidad, más parece una desbandada que otra cosa. Todo el mundo marcha a la carrera. Incluso el santo salta y se agita de un modo nada acorde con su dignidad. “¿Qué pasa? ¿Es que hay fuego?”, pregunto. “Es que va a empezar el partido de la selección española”, me responden.
Sonrío y vuelvo a mi vuelta al día en ochenta mundos.
Miércoles, 30 de junio
DESMEMORIAS
Si yo alguna vez escribiera mis memorias, las comenzaría con una cita que leí no sé dónde (o quizá acabo de inventar): “La memoria del hombre no aspira a competir con el historiador, sino con el artista. No pretende reproducir todo lo que ha sucedido, conserva imágenes o las descarta según le parece. Convierte lo grande en pequeño y lo pequeño en grande; no tiene reparos en relegar a un segundo plano lo que nos pareció tan importante, y al revés”.
Pero yo nunca escribiré mis memorias. Serían demasiado aburridas. Tengo muy buena memoria: solo recuerdo las horas felices. Y la felicidad no tiene historia.
Jueves, 1 de julio
HAZ LA GUERRA Y NO EL AMOR
“¿De verdad prefiere hacer la guerra antes que hacer el amor fuera del matrimonio?”, le pregunta el incrédulo periodista al poeta que acaba de publicar un nuevo libro. Y el poeta, sin dudarlo un momento, responde: “Pues claro. Como católico creo que, en ciertas condiciones, una guerra puede ser justa, mientras que los actos sexuales –porque a eso se refiere actualmente la expresión ‘hacer el amor’— fuera del matrimonio son injustos siempre”.
Uno se frota los ojos y vuelve a leer: preferibles los cientos y cientos de muertes injustas que ocurren inevitablemente en la guerra más justa, preferible la destrucción, el caos, el hambre, las infancias destrozadas a que un hombre y una mujer (y no digamos nada si se trata de hombre y hombre o mujer y mujer) se acaricien, se besen, disfruten el uno con el otro fuera del legítimo matrimonio.
Qué paradójico el ser humano. Se puede ordenar la muerte de millones de judíos y enternecerse con la sonrisa de un niño, acariciar a un perro, amar a Mozart. Se puede ser uno de los grandes poetas de este tiempo, y una persona sensible y culta, como mi amigo Miguel d’Ors, y preferir una guerra, que puede ser santa, a un fisiológico desahogo fuera del matrimonio, que nunca lo es. Como todos los fanáticos de cualquier religión sirve a un Dios que, si existiera y fuera como él cree que es, se parecería mucho al mismísimo demonio.
Viernes, 2 de julio
LORCA O BELÉN ESTEBAN
Qué complicada la relación de los escritores con la inteligencia. De los escritores o de los seres humanos en general. Eso de que el hombre es un animal racional, no pasa de una declaración de buenas intenciones. Pero me parece a mí que los escritores abusan especialmente del desdén por el razonamiento. Julio José Ordovás (buen amigo mío, pero yo soy especialista en maltratar a los amigos) escribe: “El mundo se ha ido desliteraturizando a medida que avanzaba la ciencia. Severo Ochoa acabó con toda la literatura amorosa de un soplido, cuando dictaminó que el amor no es sino una combinación de física y química. Llegará un día en que podrá probarse la existencia o la inexistencia de Dios, y ese día la literatura se evaporará de la faz de la tierra, porque dejará de tener sentido: la literatura es lo que envuelve el misterio, lo que da nombre a lo innombrable, y sin misterio no hay literatura que valga. Los escritores deberíamos acabar cuanto antes con los científicos, o serán ellos los que acaben con nosotros”.
Qué poco sabe de ciencia mi buen amigo Ordovás. Cada nuevo descubrimiento – la mecánica cuántica, la teoría de las supercuerdas, los agujeros negros— abre inéditos misterios. Pero si de ciencia sabe poco, de literatura parece no saber nada. ¿Severo Ochoa acabó con toda la literatura amorosa? ¿Es posible que alguien afirme una tontería semejante?
Leo En medio de todo y pienso que hay un poco de confusión en lo que a los diarios se refiere, y no sé si yo, que tanto uso y abuso del género, no tendré alguna culpa en ello. Un diario puede ser cualquier cosa, incluso “el cubo sin fondo en el que uno va acumulando toda su ropa sucia”, tal como Ordovás define al suyo. Pero solo se debe publicar si es algo más que un personal desahogo. Los diarios llenos de minucias desagradables, y el de Ordovás parece tener un escupitajo en cada página, deberían dejarse inéditos, y que la posteridad decida. A un diario íntimo no le basta con ser íntimo para tener interés. Nada más desagradable que las intimidades ajenas. Salvo, claro, que uno sea Lorca o Belén Esteban: entonces todo es morbo, audiencia y oro.
Sábado, 3 de julio
FINAL DEL CUENTO
Me gustan los ritos, y el de volver cada verano a Valdediós es uno de ellos. El cuaderno que se ha editado este año con motivo de la lectura en el monasterio, tiene una imagen en la cubierta que me resulta particularmente grata: es la puerta de una biblioteca. Recuerdo bien, niño sin libros, la primera vez que crucé la puerta de una biblioteca pública: el mundo cambió súbitamente para mí. Tengo la impresión de que he vuelto a cruzar esa puerta, pero en sentido contrario. La biblioteca que ahora más me interesa está fuera de cualquier biblioteca. O está tan dentro de mí que no puedo salir de ella.
Me levanto, esta lluviosa mañana de sábado, más cansado que cuando me acosté. Y con voz envejecida me acerco al borde del escenario y recito: “Mañana, otro mañana, otro mañana resbala así despacio hasta la última sílaba que el tiempo escribe en su libro. ¡Apágate, apágate, leve antorcha! La vida solo es una sombra errante, un pobre comediante que se envanece y se lamenta durante una hora en el teatro y que después enmudece para siempre. Es un cuento, recitado por un idiota, plagado de ruido y de furia y que no significa nada”.
Ya lo sé, amigo Shakespeare, no es necesario que me lo repitas una vez más. Lo sé de sobra: he cruzado una línea roja y no hay vuelta atrás. Pero algunas veces, algunos prodigiosos instantes, basta pasear por las calles de costumbre, abrir un libro, charlar con los amigos, para que nos acaricie de nuevo el fresco murmullo de la vida, siempre recién creada, y el mundo vuelva a estar bien hecho.
...La vida humana se parece a la cera que se escurre de los cirios, cuando la cera se consume, la luz se extingue.
ResponderEliminarLi Po
Tiene razón Ondevas Ordovás
Mel Gibson a su ex novia:
Física: "Si te viola un grupo de negratas será culpa tuya"
Química: "Pareces una cerda en celo"
Todo por culpa de la Física Cuántica