domingo, 5 de julio de 2009

Lecturas y lugares: Siempre de paso

Me gustaría vivir en el mar, estar siempre de paso. Tocar puerto al amanecer, partir a la puesta del sol. Que la mayor parte de mis días transcurran lejos de todo, en medio del océano, a merced del viento, los caprichos del motor, el temporal imprevisto.


Ha sonado insistente la sirena del Sovereing, pero pocos han subido a cubierta. La mayoría del pasaje, que se ha acostado tarde, prefiere seguir durmiendo. No viajan, se desplazan en la ciudad flotante con sus rutinas de perpetuo fin de semana. En cubierta estamos solos el Vesubio y yo.
A la memoria me viene la “odorata ginestra”, la olorosa remata que cantó Leopardi. En una villa de la ladera del volcán pasó los últimos días. Por esos desolados lugares que viste de oscuro “la dura y ondulante lava” le gustaba pasear a solas y, de noche, asomado a la ventana, contemplar el resplandor de las estrellas y su reflejo en el mar lejano.
Cuando ya estaba muy enfermo, su amigo Antonio Ranieri fue a Recanati a hablar con la familia. A la puerta del palacio se encontró con el conde Monaldo, el padre del poeta: “Señor conde, soy un amigo de su hijo Giacomo…”, “Lo siento, pero tengo que ir a misa a San Agustín”. La gente de bien, y sus familiares lo eran, no quería saber nada con el réprobo que había dado en la funesta manía de pensar y poner en cuestión las verdades sagradas.


Amanece en la más hermosa bahía del mundo. Los primeros rayos del sol, que aún se esconde tras el monte, iluminan el agua, las mesas solitarias de la cafetería, las grúas del puerto. “Un paraíso habitado por diablos”, afirma un viejo dicho sobre Nápoles. Cuando Leopardi, el hombre más sabio de su tiempo y el más desgraciado, vino aquí a morir, una epidemia de cólera –no era la primera, no sería la última— devastaba la ciudad. Quiso vivir de acuerdo con la filosofía y al final desengañado escribió: “Pretender que la vida sea sabia y filosófica es muestra de escasa filosofía y sabiduría”.
Ya no echa humo la doble cima del volcán, ya no amenaza las rientes villas de sus laderas. Es un venerable gigante dormido, no sabemos hasta cuándo.
Llego a una ciudad, entro en la biblioteca de mi memoria. El canto de las sirenas y los marineros se entremezcla con las desengañadas estrofas de Leopardi, la sangre y el fango de la Gomorra camorrista con las erudiciones de Benedetto Croce, los versos de Garcilaso a una belleza esquiva con el proverbio popular que habla de “uochie” que son “peggio d’scuppettate”, de miradas que matan.
Me gustaría vivir en el mar, estar siempre de paso. Pero de sobra sé que no hace falta vivir en el mar para estar siempre de paso.

2 comentarios:

  1. Como siempre, es un placer leer su prosada poesía. Siento no haber podido acudir a Valdediós el pasado día 3, pero, al menos, tengo conmigo el librito "A pesar de todo", cuyas "Notas de un cuaderno chino" me han cautivado. Un cordial saludo.

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  2. He llegado a usted por un artículo del ABC literario titulado "Erudición sin crítica", acerca del libro recientemente publicado por Cátedra sobre la obra de Menéndez Pelayo.

    Como el artículo es sumamente pequeño para conocer exactamente cuál es su postura acerca del "menendezpelayismo" quisiera preguntarle ahora por ella.

    Como verá, puede encontrarme en mi blog, le daría una dirección pero dado que esto es público, no lo veo oportuno.

    Muchas gracias.

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