jueves, 23 de julio de 2009

Lecturas y lugares: Fuera del mundo

En las horas de tedio, Baudelaire soñaba con partir hacia cualquier lugar, siempre que estuviera fuera del mundo. Yo cuando quiero estar fuera del mundo, pero en el centro del mundo, me voy a Roma, y en Roma busco un recinto murado más allá de la Porta San Paolo, junto a la pirámide de Cestio: el Cementerio Acatólico.
“Puede uno identificarse en amor con la muerte si descansa en paraje tan bello”, escribió Shelley cuando enterraron aquí a Keats, no imaginándose entonces que tardaría poco en acompañarle.


Pero no son los versos de los poetas románticos los que me vienen en primer lugar a la memoria cada vez que paso por este lugar lleno de gatos sigilosos y en el que no falta nunca un solitario lector o una joven soñadora que de vez en cuando escribe algo en un cuaderno.
Yo recuerdo a un autor que tuvo su día, el médico sueco Axel Munthe, y que hoy es pasto de las librerías de viejo después de que varias generaciones devoraran con pasmo su Historia de San Michele. “Un hombre puede vivir sin esperanza –escribió-, sin amigos, sin libros, hasta sin música, mientras pueda escuchar sus propios pensamientos y oír el canto de un pájaro y la voz lejana del mar”.
El consultorio romano de Axel Munthe estaba en la misma casa de Piazza de Spagna, junto a las escalinatas de Trinità dei Monti, en que había pasado sus últimos días John Keats. Entre sus clientes abundaban las millonarias histéricas. Él prefería recoger y cuidar animales maltratados, como el mono Billy, gran aficionado al whisky, y Minerva, una lechucita que encontró en Campagna con un ala rota, medio muerta de hambre. Curada, varias veces trató de dejarla en libertad, pero ella volvía siempre a posarse en su hombro. Desde entonces permanecía en la alcándara, en un rincón del comedor, mirándole con sus grandes ojos dorados. Una de las enfermas se volvió tan celosa de la lechuza que un día quiso asesinarla con un ratón muerto lleno de arsénico. Pero la sabia Minerva, después de arrancarle la cabeza de un picotazo, se negó a comerlo.


Axel Munthe amó, sobre todo, dos lugares en el mundo: aquel risco de Anacrapi con su derruida capilla de San Michele, convertida poco a poco en la casa de sus sueños, y este rincón romano, que más tenía para él de jardín que de cementerio: “Lucen las camelias su triste pompa entre laureles y madreselvas, florece el mirto, y los rosales trenzan sus guirnaldas por los troncos de los cipreses. Lirios y narcisos sobresalen entre la alta hierba, y por encima canta el mirlo un melancólico adiós al día”.
También a Baudelaire, que no lo conoció, le habría gustado este herético oasis con sus gatos amigos que se acercan y nos guían por un laberinto de muertos ilustres y anónimas desdichas que hace tiempo han dejado de sangrar. ¿Quiénes fueron Temistocle Miliadis y Angelica Miliadis, uno nacido en Nápoles, la otra en Tesalónica?
No lo sé, quizá sea preferible no saberlo. La vida es una red de triviales miserias, y por eso resulta preferible la ceniza que está hecha de olvido. Quizá por eso mismo yo prefiero, a cualquier lugar del mundo, este lugar fuera del mundo.

1 comentario:

  1. Estimado Jose Luis,

    Desde hace unas semanas sigo su Blog y, por supuesto, espero impaciente cada día una nueva entrada de su fantástico y literario viaje. Me encanta como escribe, reciba, por tanto, mis más sinceras felicitaciones.

    Atentamente,
    Juan Pablo López
    (Blog Café con Libros)

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