Caminaba yo por la indolente avenida que une los restos del foro romano con los del estadio (réplica del de Delfos, con capacidad para treinta mil espectadores) cuando, desde una especie de palco teatral, sentí que me llamaban.
“Profesor, profesor”, gritó uno de los jóvenes que tomaban cerveza mientras disfrutaban del espectáculo callejero. Hizo un gesto para que le esperara y bajó a saludarme. Se llamaba Mois, había escuchado mi charla sobre Pedro Salinas y se ofreció a servirme de guía por la ciudad.
“En casa tengo el libro de romances que un escritor español, Agustín de Foxá, le dedicó a mi abuelo. También recortes de los artículos que publicó después de su visita”.
Agustín de Foxá encontró en Bulgaria a los judíos sefardíes y quedó fascinado con su parla antigua y su nostalgia de Toledo. Allí oyó cantar romances que parecían venir del fondo de los siglos: “El rey estaba jasino / de dolor de corazón. / Ya llaman a los dotores / cuantos por el mundo son”.
Foxá vino a Plovdiv a dar una conferencia sobre Judá-Halevi, “el héroe de los judíos españoles porque nació en Toledo, pero murió ante los muros de Jerusalén, uniendo así la nostalgia sefardita de España con el sionismo de Palestina”. Allí le mostraron la mesa sobre la que un día se había subido Teodor Herlz para gritar: “Volvamos a Jerusalén”. Después de la última guerra, casi todos le hicieron caso y ahora resulta difícil, casi imposible, escuchar ladino en Plovdiv. “Es buena para los territemblos”, le dijeron a Foxá señalándole una casa baja y maciza. Y él apuntó en su cuaderno “esa palabra maravillosa, estremecida y rajada, llena de tierra y de azogue”.
Con Mois y sus amigos visito la sinagoga, luego la mezquita, al otro lado de la plaza que muestra en sus abiertas entrañas los restos del estadio. Foxá la describe en los amarillentos recortes de periódico: “Un alminar adornado como una banderilla de lujo, recto, luminoso, que sube hacia el cielo; empotrado en la mezquita un café, turcos con fez y pereza y un líquido espeso que convierte las tazas en tinteros. Toldos de colores chillones en torno del templo, que aletean como si la mezquita quisiera volar, y puestos de frutas, de flores, bazares modestos… Estampa del Oriente, cuadro al óleo de un pintor romántico que mancha, como un borrón, ese taxi negro que espera a la sombra”.
El exterior sigue casi idéntico y la fervorosa penumbra de dentro continúa idéntica. Me descalzo, según costumbre y Mois, judío, no duda en descalzarse conmigo. Poco después, en la iglesia ortodoxa de la Santa Virgen, encendemos una vela con idéntico recogimiento. Algo de la mítica España de las tres religiones se conserva aquí.
Paseamos luego por la orilla del Maritza. Filipo de Macedonia fundó esta ciudad y “bajo su cielo riente y su vega clara y florecida galopó Alejandro adolescente, sobre Bucéfalo, potro todavía”.
Curioso personaje Agustín de Foxá. En Bulgaria se enamoró del mundo judío, pero cuando ese mundo comienza a ser minuciosamente masacrado él se dedica a cazar en los bosques rumanos con el jefe de los Guardias de Hierro, quien “vertía el champaña helado en la calavera del venado y armaba caballero de San Humberto al cazador novel que derribaba una res”.
El Foxá que paseó por Plovdiv no era todavía el ardoroso fascista al servicio del Cara al Sol ni el escéptico final: “Soy gordo, soy conde, soy embajador, ¿cómo no voy a ser de derechas?”.
Aquí vino a hablar de Judá-Haleví, autor del más sombrío madrigal que jamás se haya escrito: “Oh amada, a través de tu carne palparé tus huesos / para reconocerte en el día de la Resurrección”. Por aquí dejó, desperdigadas, un puñado de brillantes metáforas que Mois me muestra con gentileza antigua.
Hace poco me hice con una primera edición, en prensa Española, de "Un mundo sin melodía", libro que recoge esas notas de viajes de Foxá. Después de leer este texto, he ido a leer la páginas que le dedica a "Bulgaría y los sefarditas". Efectivamente, uno de los artículos se titula "Judá-Leví" y en él se recoge esa experiencia junto a Mois Fernandes: "En la época en que Mois Fernandes llevaba la gorra verde con visera del Liceo de Sofía[...] Mois fernandes me había conducido en Bulgaría por el ghetto para que hablase con la tía Joya, quien, según decían, tenía ciento y tres ños...". En fin, me gustó esta melodía para este mundo. Un saludo, Tomás.
ResponderEliminarHago una prueba: qué caro me lo fiáis, Martín.
ResponderEliminarsoltanto un dubio
ResponderEliminarCuando no podemos alejarnos mucho de casa,cualquier país -que no sea el nuestro- nos parece remoto, y estamos convencidos de que detrás del nombre de sus ciudades se esconden visiones fabulosas. Pero, como la magia no repara en distancias y surge donde le da la gana, puede ocurrir que, por ejemplo, paseando una tarde soleada y silenciosa por la judería de Hervás, una se imagine cubierta con un manto orlado de campanillas doradas que tintinean al andar: "¡Ojalá pudiera yo vivir para recoger aromas y mirra de entre tus pasos"!.
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