jueves, 7 de mayo de 2009

Al margen de Natalia Ginzburg

La doméstica felicidad genera todavía más angustia y espanto que la soledad porque puede desaparecer en un instante.

Si un día hubiese una revolución, preferiría ser asesinada a hacer daño a alguien. Esta es una de las poquísimas ideas políticas que mi mente es capaz de formular.

Me interesan los escritores que tratan de llevar a la luz del día los indicios robados al corazón de una noche impenetrable.


Yo no tenía solo la sospecha, sino la certeza constante de que el universo no era claro y simple sino oscuro y tortuoso, que los secretos anidaban en todas partes, que las calles y las gentes ocultaban el dolor y el mal, que la melancolía no desaparecería nunca, que no había fuerza capaz de vencerla.

El sentido de cada ser permanece incomprensible, perdido en el desorden del mundo.

Deseo una época en la que haya un amplio espacio para los que no tienen ganas de hacer nada.

Querría un partido que consiguiera gobernar sin perder nunca el bien supremo de la incertidumbre y la fragilidad.

Sobre la muerte no sabemos ni sabremos nunca nada, y eso es lo que hace que la vida tenga algún sentido.

A la serenidad y la sabiduría, prefiero la sed y la fiebre, las búsquedas inquietas y los errores.

El horror es la otra cara del esplendor.

Hay que encontrar palabras nuevas y verdaderas para las cosas que amamos.

Fiel a su ilimitada desesperación sin palabras, fiel para siempre a su ilimitada libertad de no pronunciar jamás una palabra.

He aprendido a esconder mi desolación en una sonrisa.

Inventar es como jugar con una camada de gatos recién nacidos; contar la verdad, como moverse en medio de una manada de tigres.

Tal vez Dios sea pequeño como una mota de polvo y solo podamos verlo en el microscopio.

Contra la estupidez no vale la ironía, no hay más arma que la soledad.

Las relaciones que mantenemos con nosotros mismos son siempre tortuosas y complicadas.


Hay escritores que pertenecen a la especie de los profesores o los curas; solo están a gusto en medio de sus escolares o de sus feligreses.

Su inteligencia era como un cuchillo sin mango: no podía utilizarla sin hacerse sangre.

Aire, silencio, espacio y descanso. Esos son los únicos lujos de los que sentiría prescindir.

De nada nos cuesta tanto prescindir como de ciertas cosas inútiles.

Vivir es decirle adiós al mundo mientras lo observamos desde una nave que se aleja.


No me interesa un partido político en el que no sea posible construir castillos en el aire.

Tras la muerte nos gustaría conservar algo de nosotros mismos, aunque fuera un poco de tedio, de miedo y de angustia.

La vida de cualquier persona, incluso la que mejor creemos conocer, se compone de culpas, remordimientos, sacrificios y acciones generosas que permanecerán siempre ignoradas por todos.

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