sábado, 9 de mayo de 2009

Para entregar en mano: El arte de quedarse solo

Viernes, 1 de mayo
DIA DEL TRABAJO

Me llega el primer tomo de las obras completas de Dostoyevski y yo pienso en su más famosa frase: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Exista Dios o no, en el capitalismo salvaje todo está permitido. A los que pueden permitírselo, claro.



Sábado, 2 de mayo
GENTE RARA

En el Caffè di Roma, con Eugenio d’Ors y sus Tres lecciones en el Museo del Prado. Comienza recordando la inscripción de un reloj de sol: “Index sum. / Sine sole, nihil. / Sine indice, nulla”. Sin el sol, el reloj no podría marcar la hora; pero tampoco podría hacerlo sin el índice que proyecta sombra. Lo mismo puede decir la crítica: no existiría sin las obras de arte a las que se aplica, pero tampoco ellas serían tales sin la crítica que señala, subraya, delimita.
Absorto con sus sorprendentes intuiciones (habla de la “estructura de andrajo”, común a la pintura de Rembrandt, la prosa de Proust y la decimonónica erudición universitaria), no noto que ha cesado el acogedor murmullo. De pronto me sobresalta un grito unánime. Alzo la cabeza como quien emerge de una inmersión en aguas paradisíacas alertado de un repentino peligro, quizá la llegada de un tiburón. La cafetería se ha llenado de gente sin que yo lo advirtiera. Y se han sentado en círculo en torno mío. Todo el mundo me mira mientras siguen gritando ensordecedoramente.
Pero no, no es a mí a quien miran. Los ojos están fijos sobre mi cabeza. ¿Qué monstruo me acecha? ¿Se habrá desprendido un trozo del techo y estará a punto de aplastarme? La solución a aquel enigma es bastante más trivial. Sin darme cuenta, me había sentado contra la columna que sostiene el televisor. Era a ese aparato al que miraban, no a mí. Y se estaba transmitiendo no sé qué partido apasionante y se acababa de marcar un gol. Nunca dejará de sorprenderme la gente normal. ¡Es tan rara y a la vez tan previsible!
Recojo mis libros, mi café y mi vaso de agua y me voy a un lugar más discreto. Sonrío al recordar a todo el mundo mirando en una dirección y yo mirando en dirección contraria. Mentiría si dijera que eso me molesta.


Domingo, 3 de mayo
CERTEZAS

“Alguna vez me angustia una certeza”. Recuerdo el comienzo de “Muerte a lo lejos”, el soneto de Jorge Guillén que tantas veces he comentado en clase. Hoy esa certeza me embistió de pronto y me dejó tambaleante y maltrecho durante un tiempo.
Ha aprendido a saborear cada minuto, a no dejar perderse la magia de ningún instante. Sé todo el valor que tienen las cosas que nadie valora. Como a un niño, como a mi amigo Ernesto, cualquier nimiedad me fascina.


“¿Todavía no te aburre el cine?”, me pregunta un amigo. “Pero si no hay nada que valga la pena”. Es posible. La peripecia de The Internacional, con su denuncia de los sucios y paradójicos negocios bancarios (“si ellos ganan, ganan ellos; si ellos pierden, perdemos todos”), apenas me interesa. Pero qué fascinante la estación de Berlín, la arquitectura falsamente transparente del banco de Luxemburgo, las galerías de Milán, el Guggenheim de Nueva York donde tiene lugar el inevitable e interminable tiroteo y, sobre todo, los tejados de Estambul. Yo también quiero caminar sobre ellos, como los protagonistas de la película, con las cúpulas de la Mezquita Azul entre el laberinto de viejos tejados. Pero de momento, a la salida del cine, me conformo con un viaje en autobús, Oviedo deslizándose tras la lenta ventanilla mientras suena Haendel en el ipod.
Y de pronto, como una mala bestia encerrada que rompe las cadenas, el topetazo de la angustia, el miedo a la sádica enfermedad y a la muerte. Falsa alarma. Poco a poco recupero el ánimo. Pero alguna vez no será falsa. Lo sé y esa certeza hace que todo en mi vida, hasta lo que parecía más insignificante, doble su valor.


Lunes, 4 de mayo
FALSOS FANTASMAS VERDADEROS

Cuando estuve en Milán, el amigo que me llevó a ver Villa Necchi Campiglio, por entonces recién restaurada e inaugurada, me dijo que en ella había un fantasma, una mujer de cabello blanco que descendía la escalera, acariciaba alguna escultura, se sentaba en la mesa del salón absorta en sus pensamientos. Naturalmente, no le creí. En aquella villa racionalista de Via Mozart, construida en los años treinta para una de las grandes familias industriales, no tenían cabida fantasías románticas. Pero leyendo hoy una revista de arte me entero de que ese fantasma existe y que se llama Claudia. Estudiosa del arte, hija de un famoso galerista, a Claudia Gian Ferrari le preocupaba el destino de su colección, los cuadros y las esculturas que la habían acompañado durante toda su vida. Como no tenía herederos directos, decidió que cuando muriera, esas obras deberían formar parte de un museo. La Villa Necchi Campiglio, por entonces en restauración, parecía el lugar adecuado: ella coleccionaba arte italiano de los años veinte. Restaurado el edificio, la convencieron para que las cediera ya: era una lástima inaugurarlo vacío, aunque su escueta arquitectura minuciosa fuera ya una obra de arte.


Pero ¿cómo iba a vivir ella sin aquellas mágicas presencias? Sólo de pensarlo se llenaba de angustia. “Y entonces -cuenta Claudia- surgió lo que me pareció un compromiso maravilloso. Pusieron una habitación a mi disposición para que yo, cuando quisiera, pudiera ir a pasar un tiempo con mis cosas. Es una bonita habitación, donde en otro tiempo vivía el ama de llaves. Cuando me parece, aviso al encargado y me presento con mi bata de seda, un transistor y un libro. Me doy una vuelta por la casa, converso con La amante muerta y con mis otros amores y eso alivia mucho mi nostalgia. Recuerdo cómo me la encontré por primera vez. Formaba parte de las obras adquiridas por uno de los principales mecenas de Arturo Martini. Cuando murió, las heredó su hermana, que no se interesaba ni poco ni mucho por ellas, y durante décadas permanecieron olvidadas en un sótano que parecía una carbonera. Las descubrió un sobrino y me llamó para que fuera a verlas. No había siquiera luz eléctrica. Nos alumbrábamos con una linterna. Fue como entrar en la gruta del tesoro. Allí estaba La amante muerta. Caí de rodillas y pregunté si podía acariciarla. Durante muchos años, nada me alegraba más que regresar de un viaje y encontrarla esperándome, junto a La familia del pastor, de Mario Sironi, o El puro loco, de Adolfo Wildt. Ahora se han independizado, viven su vida, pero, como los hijos que se han ido de casa, de vez en cuando me dejan que vaya a pasar un rato con ellos”.


Martes, 5 de mayo
UN HEROE DE NUESTRO TIEMPO

Repeinado, retocado, con pinta de galán de otra época y simpática locuacidad de charlatán de feria, Silvio Berlusconi realiza uno de sus habituales ejercicios de seducción en el programa Porta a Porta de la RAI UNO. Yo le contemplo asqueado, como una pequeña parte de los italianos, y fascinado, como la mayoría de ellos. Su mujer no es más que una buena mujer manipulada por la oposición. Él es un santo varón dispuesto incluso a perdonarla si se disculpa de sus declaraciones. Saca papeles y explica el plan que tiene para, en un tiempo record, proporcionar casa a los damnificados del terremoto. “Nunca antes se había hecho algo así, todo está calculado, el 24 de septiembre, día de mi cumpleaños, entregaré personalmente miles de pisos perfectamente equipados, pisos de lujo”, y sonríe mientras el melifluo presentador casi cae de rodillas. A mí me viene a la memoria una novela de Thomas Mann, Mario y el mago, donde un hipnotizador fascina y humilla a una pequeña población italiana en los tiempos del fascismo. El final de aquella novela, escrita en los años veinte, en pleno esplendor mussoliniano, preludia Piazza Loreto. Pero este mago no tendrá un final así. Es lo que todos quisieran ser. Acabará de presidente de la República, de ancianito venerable, como Andreotti, ese taimado Berlusconi de sacristía. A la vez Leandro y Crispín, caballero y pícaro, roba y deja generosamente robar a los suyos, que son la mayoría. Y las hijas de las madres que amó tanto le besan ya como se besa a un santo. Y él las visita en su cumpleaños cargado de preciosas joyas.


Miércoles, 6 de mayo
SUERTE

¿Sigues solo?, me pregunta conmiserativamente un amigo adicto al matrimonio (va por el tercero).
Sigo solo. En las historias de amor nunca he tenido suerte, afortunadamente.


Jueves, 7 de mayo
BUENA COMPAÑÍA

“Me resulta fácil conversar conmigo mismo, y agradable. Los ojos cerrados hacia el mundo exterior, abiertos hacia todo lo que me gustaría ser, me otorgan una libertad infinita. Nunca he sido tan dichoso como cuando sueño con ser dichoso”.


Abro al azar una novela de Vintila Horia y me basta con la primera frase que encuentro para enredarme en fantasmagorías y dejar el libro. A cierta edad parece que los mundos ajenos comienzan a interesar menos que los propios.
Converso conmigo mismo. A ratos me doy la razón, con frecuencia me llevo la contraria. Como quien juega solo una complicada partida de ajedrez, me gusta defender una tesis y la opuesta. No siempre gano yo, no siempre pierdo yo. A menuda la partida se queda en tablas.
Perpetuo adolescente, nada me gusta más que llevar la contraria. Me basta oír afirmar con rotundidad una cosa, para empezar a dudar de ella.
Pero también conservo de la infancia la capacidad de ensoñación. Cuando no duermo, sueño.
Procuro ser buena compañía para mí mismo. Soy la única persona a la que tendré que aguantar toda la vida.

1 comentario:

  1. Tienes la virtud de recordarme lo esencial, que quizá sea lo que olvidamos con mayor facilidad. Gracias.

    Te sigo por aquí, aunque no deje comentarios.

    ResponderEliminar