sábado, 1 de noviembre de 2025

La rueda de la fortuna: Ese perro

 

Viernes, 24 de octubre
EN LA BIBLIOTECA DEL FONTÁN

Debería ser un motivo de celebración. Se inaugura en la Biblioteca del Fontán una exposición sobre medio siglo de revistas de poesía en Asturias y la primera de ellas, Jugar con fuego, la dirigía, editaba y escribía, al menos en su parte crítica, enteramente yo. Y luego, de una manera o de otra, he estado enredado en buena parte de las revistas que han aparecido en estos cincuenta años. De hecho, mi nombre es el que más se repite en el catálogo y en la exposición. Debería estar feliz y considerar esta exposición como un tácito homenaje. Y sin embargo…

Tengo cierta manía a los funcionarios. Poco después de terminar mi etapa de profesor, me piden llevar un certificado de no sé qué a las oficinas de Muface. Lo llevo. Detrás del mostrador hay varias funcionarias, cada una a lo suyo (una hojeando el periódico). Saludo, carraspeo y al fin una de ellas se digna dirigirme la palabra: “¿Tiene usted cita?”, “No”, “Pues entonces solicítela por Internet y vuelva cuando se le indique”. Sufro mal la estupidez así que me salió el carpetovetónico que llevo dentro: “¿Cómo es eso? ¿Me dice usted que no me recoge el certificado que vengo a entregarles porque no he pedido cita previa para ello? ¿Pero no sabe usted que lo de la cita previa es para evitar aglomeraciones y esperas indeseadas? ¿No se ha dado cuenta de que no hay nadie más que yo? ¿Podría decirme su nombre y el de su superior inmediato, ya que me imagino que cumple órdenes? Este comportamiento tiene que hacerse público”. Una de las funcionarias, no la que me había hablado, se levantó presurosa, me recogió el papel y dijo: “Bueno, por una vez…”

            En el catálogo de la exposición, viene la ficha de las revistas. En la de Anáfora, se lee: “coordinación, Esther Flórez… (et al.)”. Se les repitió a los organizadores que en la creación de la revista participó un grupo de estudiantes, cuyos nombres figuran en el primer número, pero que se desentendieron enseguida de ella, y partir del segundo aparecen solo dos: Pablo Núñez, que continúa, y Cristian David López, luego sustituido por Candela de las Heras. Abro el catálogo y veo que no han hecho ningún cambio. Se lo reprocho al director de la Biblioteca de Asturias, al entrar en la exposición. “Según las normas bibliográficas tiene que figurar así, no se puede poner más que el primer nombre”. Me recordó a aquel personaje de El médico a palos de Molière, que decía muy campanudo: “Es preferible morirse con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas”. También los coordinadores de la exposición, como buenos funcionarios, prefieren equivocarse con arreglo a las normas de la biblioteconomía que acertar con menosprecio de ellas.  

            “Te tomas demasiado en serio tonterías, Martín”, me dice un amigo al salir.

            “Si yo fuera ministro de Administraciones públicas, o como se llame el cargo correspondiente, esto lo arreglaba de un plumazo: un cursillo obligatorio para enseñarles que solo en el ejército hay que cumplir las normas al pie de la letra y dejarse el cerebro en la taquilla”.

            “Sospecho que tú no te conformarías con ser ministro, a ti lo que te gustaría ser es un Pedro el Grande o un Ataturk. O quizá la reina de Alicia en el país de las maravillas y gritar, cuando algo te contraría: ¡Que les corten la cabeza!”

Miércoles, 29 de octubre
EN LA TERTULIA

Mientras estamos en la tertulia virtual de los miércoles me llega un WhatsApp de Pablo Núñez: “¿Has visto lo que ha escrito Ricardo Labra de la exposición? ¡Vaya desagradecido?”. Lo hojeo por encima mientras hablo con unos y con otros y le respondo: “Pues no lo veo tan mal. Estoy bastante de acuerdo con lo que dice”. Luego aparece por la tertulia y hablamos más del tema.

---No lo has leído bien. Se mete contigo, Dice que está hecha a mayor gloria de Trifón Cármenes, que eres tú.

---¿Y quién ese ese Trifón Cármenes? Voy a buscarlo en la Wikipedia. Vaya resulta que es un personaje de La Regenta, el eterno vencedor de las justas incruentas de la gaya ciencia. ¡Ya me gustaría a mí ser el eterno vencedor de algo! Yo estoy de acuerdo con Labra cuando dice que en la exposición todo está amontonado sin atractivo alguno. Si las cartas que se incluyen caen en una zona en que no pueden leerse pues ahí se quedan. Lo de que todo está hecho a la mayor gloria de un tal Trifón, si alude a mí, se deberá a que mi nombre es el que más aparece, pero por la trivial razón de que parte del material viene del fondo que legué a la biblioteca. La carta más interesante que aparece es una de Ángel González, escrita en 1978. Responde en ella a una extensa reseña de su entonces último libro que Bernardo Delgado publicó en Jugar con fuego. Todavía figura en las bibliografías del poeta con ese nombre. Releída ahora, me parece que está muy bien vista la crisis de la poesía social y el enfrentamiento con los novísimos. Así parece reconocerlo el poeta, aunque añade algunas precisiones: “Pero ese desacuerdo no tiene ninguna importancia. Confieso, en cambio, que me dolió un poco la mala interpretación que (en mi opinión) haces de las palabras que pronuncié en Oviedo acerca de Ory. En primer lugar, yo no pretendo en mis clases desprestigiar a nadie; si emito juicios de valor, sean negativos o positivos, es a título explícitamente personal. Tú también haces lo mismo cuando dices que J.A.G. “nos parece un poeta inevitablemente menor” –juicio que, por supuesto”. Y aquí acaba lo que se nos permite ver de la carta. ¿Habrán querido mantenernos en suspenso? No, simplemente no parecen haberla leído.

            ---Eres injusto con los coordinadores. Me consta que trabajaron mucho y bien.

            ---No me cabe la menor duda. Y se lo agradezco, pero ignoran que una exposición necesita alguien que se encargue de organizar el material de manera atractiva. Me temo que tal como está solo la verán los que salen en alguna foto. Yo creo que habría que repetirla en Gijón, donde el espacio es mayor. Y nombrar allí un responsable del montaje. El nombre mejor que se me ocurre es el de Helios Pandiella, un poeta de la línea, un maestro de la ilustración conceptual, muy ligado a las revistas literarias. Se podría añadir material, como la serie de portadas que Pelayo Ortega preparó para Reloj de Arena (se conservan los originales) o el maravilloso grabado en color de Álvarez Cabrero (uno de los 25 ejemplares se conserva en el Museo de Bellas Artes), además de reproducciones a mayor tamaño de las mejores cubiertas o de algunas páginas especialmente ilustradas o con material de autores importantes e inédito en libro. Y las cartas interesantes colocadas de forma que se pudieran leer. La de Ángel González, que no recordaba, y que me ha emocionado, he tenido que fotografiarla e imprimirla para poder hacerlo. No creo que nadie más haga lo mismo, podría hacer maravillas. Eso tiene un coste, por supuesto. Pero el director de la biblioteca de Gijón no tiene por qué preocuparse. Correría a cargo de la fundación virtual y unipersonal que dirijo. Para mí sería un honor colaborar.

            ---Se lo plantearé, pero no creo que me hagan caso. 

Jueves, 30 de octubre
CUÁNTA VIDA

Se me ocurre volver a pasar, ya anochecido, por la exposición, sin nadie a estas horas, la recorro lentamente y mi impresión es otra. Creo que he sido un poco injusto. A todos nos gustaría ver nuestra labor destacada, en primer plano, estrellas de la función, a ti y a mí, infatigable Ricardo Labra. Pero somos uno más entre mucha gente. Imposible que en la memoria pública haya sitio, y menos en primera fila, para todos.

Yo soy especialmente afortunado. Ahí están algunos de esos cuadernillos que mecanografiaba, fotocopiaba y repartía entre amigos, algunas de las cartas que recibí. No han acabado en la basura ni en un polvoriento rastrillo. Alguien los ha cuidado, mimado, fichado, guardado para la eternidad. Ahí estarán, en esta casa en la que yo he pasado tantos ratos felices, protegidos por esos ángeles guardianes, los funcionarios, de los que suelo hablar tan mal solo porque alguna rara vez, o no tan rara, he tropezado con alguno.

            Pero la ingratitud es marca de la casa en los seres humanos. He de aprender a encogerme de hombros cuando me toque padecerla.

Fui observando en silencio, como en lugar sagrado, todo el material expuesto. Pocos nombres me eran desconocidos. Cada uno me evocaba una historia, y no en todas quedaba yo en buen lugar.

Cuánta vida y cuánto amor por la vida en estos viejos papeles, en estas fotografías sobre las que el tiempo se va poniendo amarillo.

Viernes, 31 de octubre
A VER SI HAY SUERTE

La noticia del fallecimiento de Clarín se la dio Emilia Pardo Bazán a un amigo con estas palabras: “¡Ya se murió ese perro! ¡Cuánto daño nos hizo con sus dentelladas!”.

Luego, tras un punto y aparte reflexivo, añadía: “Pero hemos de reconocer que, gracias a él, somos un poco mejores”.

Me temo que más de uno dirá de mí esa primera frase. A ver si hay suerte y no falta tampoco alguien que diga, y no por cumplir, la segunda.