Jueves, 2 de enero
MI TERROR FAVORITO
Nada me aterra más que llegar de noche a una ciudad
desconocida en la que no conozco a nadie, pero ha ocurrido con frecuencia. Solo anduve por Ciudad de México,
por Buenos Aires, por Tánger, por Nápoles, por Catania. Solo llegué por primera
vez a Palermo, a Roma, a Turín, a tantas otras ciudades. Y muchas veces de
noche. Y nunca por obligación.
No soporto
las alteraciones en la rutina. Para ser feliz necesito que los días se repitan,
mi paraíso se llama monotonía.
Y sin
embargo… Debe de ser que me gusta ponerme a prueba. Porque de vez en cuando, me
echo la mochila al hombro, me subo al tren o al avión y a ver qué pasa.
Claro que
me hago trampas. Voy a ciudades desconocidas, pero muy leídas. El primer día
estoy perdido en la jungla, me dan ganas de volverme de inmediato. Al segundo,
ya he comenzado a establecer mis rutinas: un café donde sentarme a leer, una
librería en la que aprovisionarme (en Italia muchas veces coinciden y se llaman
Feltrineli), un lugar donde comer (me gustan las franquicias que los exquisitos
detestan porque puedo encontrarlas en cualquier barrio en que me encuentre), un
lugar donde... (pero según uno va cumpliendo años necesita cada vez menos ese
donde).
En Praga
solo estuve una vez, y muy poco días, pero tras dejar las cosas en el
alojamiento, me pongo a caminar por la orilla de río en la fría noche, cruzo un
puente y de inmediato encuentro refugio: el café Slavia, frente al historiado
Teatro Nacional.
Ni siquiera
pensé a dónde iba, mis pasos pensaron por mí. Hay muchos cafés hermosos en
Praga –como en cualquier capital de Centroeuropa–, pero a mí me escogió el
Slavia, con sus ventanales sobre el Moldava y el Castillo, por un lado, y sobre
el Teatro, por otro; con su guardarropa a la entrada para dejar abrigo,
paraguas y sombrero (me imagino a aquellos caballeros de finales del XIX), con
sus varios ambientes, unos para ver, otros para ser vistos, con su servicio
eficaz. Puede parecer lleno, pero siempre hay sitio.
En el
Slavia me encuentro en casa. Si estoy en Oviedo, a las doce que me busquen en
Las Salesas; si en Praga, que me busquen en el Slavia.
Me traen mi
café con el vaso de agua y antes de probarlo, antes de ponerme a debatir con
mis amigos, Pablo Núñez y José Cereijo, como si estuviera en la tertulia, abro el
cuaderno rojo editado por la Biblioteca Jaime Gil de Biedma, de Alejandría, y
escribo: “Soy un conformista. La edad que me gustaría tener es siempre la edad
que tengo”.
Y el lugar
en el que estoy –en Oviedo o en Praga–, el lugar en el que me gustaría estar.
Viernes, 3 de enero
SI DIOS EXISTE
En la plaza de la Ciudad Vieja, el aparatoso monumento a Jan
Hus –el hereje achicharrado por los piadosos católicos– rodeado de puestos de
Navidad. A la memoria me viene un aforismo de Arthur Schitzler: “Si Dios
existe, vuestra manera de celebrarlo es blasfema”.
Y no se
trata solo de que no haya creencia religiosa que no esté manchada de sangre
inocente –el cristianismo, el islam, el hinduismo–, sino que la mayoría de sus
ritos y de las obligaciones que imponen a sus fieles resultan ridículas y a
menudo ofensivas a los ojos de un Dios que, si existiera, sería todo
inteligencia y misericordia.
Sábado, 4 de enero
CUIDADO CON LOS HÉROES
Desde lo alto de la Casa Danzante, ese edificio espectáculo
de Frank Gehry, busco la iglesia en la que se refugiaron los paracaidistas que
atentaron contra Reinhard Heydrich, el jerarca nazi “protector” de Bohemia y
Moldavia (mi hermano Florentino les dedicó una novela, Praga 1942, la verdadera historia).
Poco antes
estuve en la cripta donde pasaron agónicos días mientras los alemanes trataban
de dar con ellos y ejecutaban como represalia a cientos de personas.
¿Sirvió
para algo su heroica acción? Solo para traer más dolor y muerte.
Domingo, 5 de enero
VIENA SHOPPING
Si la primera impresión es la que vale, la que me deja Viena
este anochecer –tras la despedida de Praga con un paseo solitario por Malá
Strana– no puede ser más deprimente.
Me sentí
como en el aeropuerto de Lisboa. Luego me he ido acostumbrando, pero qué
sorpresa la mía cuando al ir hacia la salida, me encontré en un laberinto de
tiendas comerciales sin indicación ninguna de hacia dónde ir. Tuve que
preguntar, aunque, escondidos entre los carteles publicitarios (y a mucho menor
tamaño) había indicaciones de por dónde había que dar vueltas y revueltas para
lograr escapar de aquella trampa. Ahora ya casi todos los aeropuertos son así y
nadie protesta. Es el capitalismo
descerebrado que ocupa los espacios públicos tras sobornar, de una manera u
otra, a las autoridades. Descerebrado, porque no creo que sean un buen negocio
los locales de Gucci o de Prada, las joyerías de lujo en esos lugares, más
propios para cafeterías y tiendas de recuerdos.
Qué difícil
orientarse en las calles del centro de Viena, entre la catedral y los museos
palaciegos. Todas son iguales, todos los bajos están ocupados por franquicias
–Zara, Emidio Tucci, Humanic, etc, etc– que se repetían y repetían, impidiendo
orientarse. Aquello no era una ciudad, era un centro comercial al aire libre, una
versión corregida y aumentada de Las Rozas Village.
Habrá otra
Viena, me imagino –la de los cafés o la casa Hundertwasser, que parece dibujada
por un niño–, pero sospecho que la Viena que fue cabeza intelectual de Europa
hace tiempo que ha dejado de existir. Muy poca cabeza hay que tener para
convertir las calles del centro en un despersonalizado centro comercial a la
intemperie.
Lunes, 6 de enero
CON GARCILASO
“Con un manso ruido / de agua corriente y clara / cerca el
Danubio una isla que pudiera / ser lugar escogido / para que descansara / quien
como yo ahora no estuviera” .
A la
memoria me vienen los versos de Garcilaso –su Canción III– mientras paseo por
esta isla alargada y desolada, en el centro del río. No es aquella en la que
estuvo el poeta “preso y forzado y solo en tierra ajena”, pero se le parece
bastante.
Y yo,
desterrado también, como tú, como todos, me siento en un banco y escribo:
“Nunca está lejos la patria / para el que carece de ella. / Todo el mundo es
esta isla, / todo el mundo es tierra ajena”.
Martes, 7 de enero
GAUDEAMUS IGITUR
En estos días primeros de año, a la felicidad de volver a
una de las ciudades más hermosas del mundo y a la de descubrir otra que tantas
veces he paseado en letra impresa, se le añade un suspense como de película de
Hitchcock: ¿Conseguirá la Triple Alianza –el Constitucional, el Supremo, la
Junta Electoral– evitar que Pedro Sánchez sea investido Presidente? Cada
mañana, en los titulares de los periódicos, una nueva zancadilla. Esta noche
soñé que los tres guardianes de la ley se reunían de urgencia para ver si
lograban encontrar algún fallo en la inscripción de Teruel como provincia y
declaraban triunfalmente que no podía
ser considerada provincia y que por tanto su diputado dejaba de serlo.
Una
pesadilla, lo sé. Pero en la España en que la Junta Electoral Central puede
tratar de dejar sin efecto los votos de millones de ciudadanos por un lazo
amarillo colgado en un balcón –proporcionalidad se llama esa figura–, todo es
posible.
Me
encontraba en la Prunksaal de la Biblioteca Nacional de Austria, en la
biblioteca más hermosa del mundo, cuando leo en el teléfono que la conjura ha
fallado, que ya ha sido investido el presidente. Casi doy un grito de alegría
en aquel silencio majestuoso. Miré en torno mío y pensé que no podía haberse
encontrado un lugar más hermoso para la celebración.
España
todavía no es Brasil, aquí los jueces aún no quitan y ponen presidentes. Lo
seguirán intentando, ya lo sé. Pero hoy es un día para la celebración.
Miércoles, 8 de enero
SOLO UN DECORADO
Desayuno en el café Jelinek, muy cerca de dónde me alojo. Lo
he convertido en mi café vienés favorito. La ciudad me mostró su cara peor en
el momento de la llegada, pero poco a poco se fue volviendo más amable. Los
barrios de emigrantes, la zona que va desde el Prater (la noria estaba en
revisión) hasta el Danubio resulta menos deshumanizada que el centro, que a
veces da la impresión de un decorado para el turismo. En buena medida, eso es
lo que son los cafés más afamados, con largas colas a la entrada. En el Sacher,
un portero uniformado salía de vez en cuando para ofrecer una bebida caliente a
los que esperaban en la heladora intemperie.
Los cafés
famosos poco tienen que ver con aquellos de que habla Stefan Zweig, en los que
podía pasarte la mañana o la tarde leyendo todos los periódicos del mundo, charlando o
escribiendo versos. Ahora entras, consumes tu trozo de tarta y si te
entretienes conversando en seguida los camareros te miran mal.
Mejor que
esos cafés ilustres, ya solo un decorado, conservan el espíritu de los viejos
cafés los nuevos Starbucks. En uno de la larga y comercial Mariahilfer Strasse,
donde paraba a veces, siempre había alguien leyendo el periódico –allí los
periódicos estaban sobre una repisa, no sujeto a incómodas perchas de madera–,
trabajando en el ordenador, conversando en voz baja. El piso superior, amplio,
con las mesas muy separadas, tenía algo de claustral y del club Diógenes de las
historias de Sherlock.
También
algún McDonald’s puede guardar mejor el espíritu de los viejos cafés que el
Central o el Mozart. A partir de las diez, no había ningún local abierto cerca
del piso en que nos alojábamos. Pero el McDonald’s de un hermoso edificio
cercano brillaba acogedor. Allí nos quedábamos charlando hasta las once. Había
pocos clientes, pero no resultada desolador ni hopperiano. Varios eran
habituales. En una mesa redonda, un grupo jugaba a las cartas todas las noches.
Acabamos conociendo a los empleados. Uno era sordomudo y a veces venían a
visitarle otros sordomudos. Yo me entretenía observando a unos y a otros
mientras José Cereijo le contaba a Pablo Núñez, muy parsimoniosamente, pasajes
de su vida literaria, como una visita a Jaime Gil de Biedma que duró toda la
noche. Yo, que me sabía aquellas historias de memoria, miraba y fantaseaba. Si
alguien quisiera escribir una novela como La
colmena que reflejara la Viena de hoy, mejor que en el Café Central la
situaría en un McDonald’s.
Difícil tesitura. Liquidar a Heydrich era una obligación moral y política, pues era un asesino despiadado que perseguía a la Resistencia. La suposición de que liquidarlo fuese a traer más dolor y muerte no era una certeza, era una posibilidad, altamente probable. ¿Qué habría hecho yo, qué habría hecho JLGM? Es muy difícil averiguarlo y muy duro juzgarlo. La Historia fue así, aquellos hombres y mujeres tomaron su decisión. Nada que añadir y, probablemente, nada que aprender. Los acontecimientos se pueden parecer, pero nunca se repiten.
ResponderEliminarLa decisión no la tomaron ellos, sino el gobierno checo de Londres que quería demostrar que podía hacer algo. Al final parece que los paracaidistas dudaron, no estaban convencidos de la utilidad de lo que iban a hacer. Y el atentado fue una chapuza que salió bien --o sea, mal-- por casualidad. Sí, la historia es más compleja de lo que parece.
ResponderEliminarEs incoherente que un agnóstico hable de blasfemia, la cual existe con respecto a lo sagrado real. Defina primero, Don Arturo, qué entiende por blasfemia, si es que entiende algo.
ResponderEliminarQué bien que Viena ya no acabe en Anschluss… Lo burgués pone su mejor cara: Disneylandia.
EliminarNinguna incoherencia, María. "Si Dios existe", matar en su nombre es la más grave ofensa que podría hacérsele, y obligar a las mujeres a llevar velo o no comer carne ciertos días u obligar a los sacerdotes a no casarse, algo que le costaría entender.
ResponderEliminarDe acuerdo con lo primero: quien incumple un mandamiento incumple toda la ley que Dios ha revelado (como es Dios, y no criatura, se da a conocer -generosamente- como le parece). Lo demás no es obligación, son compromisos y sacrificios gozosos que solo pueden hacerse voluntariamente (la religión impuesta es terror, que decía Pascal).
Eliminar"La única disculpa posible de Dios es que no existe"
ResponderEliminarLa casa espachurrada de Praga es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura para "épater le bourgeois" que está de moda en nuestros días, y por la cual toda ciudad moderna que se precie está dispuesta a pagar dinerales y a partirse la cara para tener su seña de identidad y certificado de modernez. Les da igual perder la simetría, encarecer la construcción, dilapidar el espacio, tener habitaciones irregulares y difíciles para desenvolverse... Lo que prima es hacerla lo bastante estrafalaria y original como para que la ciudad que la goza (???) sea única e inconfundible. Y ahora... sin manos, que decían en el circo.
ResponderEliminarSe nota que entiende usted mucho de arquitectura, opina como un taxista o, mejor,como un conductor de Cabify.
EliminarQué le parece el número 2 de Rachmaninov? Seguro que prefiere algo más al alcance de su sensibilidad, pongamos la asequible La Barbacoa.Esa célebre obra la disfruta todo el mundo, así que de eso se trata, de hacer arte para el pueblo culto.
Pues yo he estado en la Casa Danzante de Praga (en la parte alta hay un bar con terraza y un restaurante) y no me parece que sea poco confortable por dentro ni que despilfarre el espacio. No se puede juzgar en general, no todos los arquitectos son Calatrava ni todos los edificios de Calatrava son costosos disparates. La arquitectura urbana es también espectáculo.
ResponderEliminarAsí es, a finales de los ochenta se hizo una encuesta en Italia para conocer las preferencias arquitectónicas de los ciudadanos y resultó que la casa ideal la entendía/n con tejado a dos aguas y fachada pintada de blanco y con jardineras. Es decir, la casa de muñecas que les exige el subconsciente. Además de triste, la respuesta iba acompañada en muchos casos de críticas soberbias.
EliminarPor cierto, Calatrava es muy valorado fuera de España, como suele ocurrir.
EliminarSe lo dice un arquitecto que reconoce sin ambages su talento y hasta su osadía,aunque no comulgue con sus planteamientos.
Lo siento, Uber Rimo, pero hay taxistas con bastante más criterio que usted. El ejemplo de la Música es muy desafortunado porque la Música es una de las Artes más autosuficientes y cerradas en sí mismas (salvo la música de ballet, llamada "incidental", y la de las películas). Ni el concierto 2 de Rachmaninof, ni la cuarta sinfonía de Bruckner, ni siquiera la Gran Puerta de Kiev deben nada a nadie y serían igual de bellos aunque no existiese Rusia, ni Viena, ni Ucrania, ni Gran Puerta alguna.
ResponderEliminarLa arquitectura, por el contrario, es un arte funcional, práctica, dedicada a hacer casas en las que se habita y edificios en los que se trabaja, o se juega, o se estudia, o se negocia, o se comercia. Esa es la gran diferencia. En este sentido, está al servicio de unos fines ajenos a la mera belleza. Lo que pasa es que hoy día mucha gente está confundiendo arquitectura con escultura-colosal-en-la-calle.
En cuanto al desaprovechamiento del espacio: si la base de la construcción tiene un área de 300 m2 y la sección en la planta 3 tiene un área de 210 m2 (reducción en aras de la modernez) pues está claro que se ha dilapidado espacio. Esto se aprecia muy bien en el interior del Gugenheim de Bilbao, por ejemplo, donde hay inmensos conos verticales, y otros espacios "huecos", completamente vacíos, mero tributo a la escultura externa que constituye el Museo. Y que conste que dentro de las obras actuales destinadas a épater le bourgeois, el Guggenheim me parece de lo más digno y de lo más logrado. Porque, como macroescultura, es una escultura motivadora e intrigante que mueve al pensamiento a dilucidar lo terriblemente intrincado y sagaz de sus volúmenes. Es un edificio inteligente que promueve la inteligencia. Una escultura maravillosa, gigantesca, pero una escultura.
Lo de Praga, pues eso, una casa de vecindad espachurrada por la mano de un gigante.
Se despacha usted a gusto pontificando sobre el arte y la arquitectura en particular. Nos ofrece definiciones aclaratorias, salva magnanimente a unos y condena a otros. Fantástico, tanto como osada es la ignorancia.
EliminarLo imagino en el salón de actos de la ETSAM dando una charla ilustrativa a los alumnos, mientras con la mano derecha va cortando solomillos, con la misma expresión del gran Ortúzar.
Pasemos ahora a la pintura, por favor, y regálenos un listado de obras a salvar de la quema, antes de que nuestros cerebros vuelvan a errar emitiendo opiniones frívolas.
Una última cuestión: Es usted arquitecto o no le hace falta esa inútil formación para saber leer un edificio?
¡Pues la de espacio que se ha dilapidado en el Empire State, estimado Anthony, si comparamos los metros cuadrados de la planta baja con los del último piso!
EliminarEso le pasa por razonar en el vacío. Debería haber estado en la Casa Danzante (o haberla visto de día) antes de decidir si se aprovecha o desaprovecha espacio. Le aseguro que las habitaciones del hotel no son precisamente incómodas, ni el bar de la torre. Ni el resto de los interiores. Y que su original forma ha sido una buena inversión. La mejor publicidad.
Querido y admirado poeta, no des por sentado que en el Empire State se dilapida espacio, salvo que el estrechamiento de los rascacielos en altura responda al mero capricho. Un edificio-prisma, sin estrechamiento alguno hacia arriba, indudablemente tiene una masa muy superior. Los rascacielos se diseñan, con su sistema de pilares y cimientos, para una determinada carga. Por lo tanto, no des por sentado que un edificio que se afila hacia lo alto lo hace por mero diseño artístico y desperdiciando espacio. Podría tratarse de requerimientos de la resistencia mecánica.
EliminarEn cuanto a la regularidad de los espacios de la casa espachurrada: si por fuera tiene trazado curvilíneo y por dentro los habitáculos son regulares a escuadra, ya me contarás qué se ha hecho con los huecos. Tiene que haber por ahí dentro mucha "despensa" perdida, de trazado retorcido, donde guardar las escobas, la sosa cáustica, los estropajos y el amoniaco.
Un abrazo.
Pero Anthony, ¿no te has dado cuenta de que hablaba irónicamente? ¿De que me burlaba de tu afirmación de que si la base de un edificio tiene tantos metros cuadrados y uno de sus pisos superiores menos metros eso significa forzosamente que se dilapida espacio?
EliminarY qué manía de seguir lanzando hipótesis sobre lo que se ignora. La casa danzante tiene en su esquina una torre circular, los espacios en ella son circulares (estuve en la terraza, ya digo). La parte más llamativa tiene una cubierta de cristal que acentúa su forma, que juega con el espectador, pero que no repercute en el interior. Y hay columnas que cumplen su función y otras, las que parecen despatarradas que son un mero adorno del porche (con una llamativa escultura). El edificio, en su conjunto, es ingenioso, funcional y admirable. Un acierto. Otros son los disparates (en Oviedo tenemos el llamado Calatrava, venga a verlo).
Vaya, hombre... Resulta que Martín llega por primera y única vez a una fonda de Malá Strana, cruza el Most Legií, descubre el café Slavia y..., resulta que ya se encuentra como en casa. Otros, venga a patear adoquín urbano y que no se hacen a aquello ni pa dios. Menos a la adustez del pueblo praguense, hostil al forastero donde los haya. Imagino (solo eso) que cuando JLGM regrese a Staré Mesto el maitre Miroslav -a quien creo identificar como guardarropero del Teatro Nacional en horario compatible- le acercará unas pantuflas a la par que un The Times algo atrasado, lo que, no obstante, parecería desmentir la mala opinión que tengo del lacayado local.
ResponderEliminarSí, don Blas o don F., así fue la primera vez que llegué a Praga, que no fue esta. Esta vez la ciudad a la que llegué por primera vez fue a Viena. Dos primeras veces en un único viaje sería demasiado para mí.
ResponderEliminarMe encanta, en el sentido de que me divierte infinito, el pijismo cultural. Por ejemplo, eso de "leer un edificio", o "leer un cuadro impresionista". Esto lo inventó un crítico de arte, no sé si Gombrich, Eco, o algún otro gurú. Y ahora hay que "leer" rascacielos para estar en la onda. Pero leer, lo que se dice leer, no se puede leer una obra de arte más que en el caso de que se trate de un libro. Pero a ver, la "posh people" no puede andar diciendo comprender, interpretar, entender, como si fuesen paletos de provincias, o de Teruel, aunque Teruel también exista. Otra cursilería bastante posh es eso de "la narrativa" para decir la versión, o la explicación dada por alguien. ¡Es que "versión" e "interpretación" están ya muy gastadas, y el producto no vende! (Porque a fin de cuentas se trata de eso, de modas, de mercado, de productos que hay que saber "colocar"). En esta última se pillan los dedos, se delatan, porque si es narrativa (o relato, también muy posh) queda claro que se trata de invención literaria, y que la relación con la realidad puede ser tangencial o inexistente. ¿Qué haríamos sin pijismo, sin gente posh y sin "postureo" -otra que se las trae- cultural? Estas cositas, al menos, no son tan cutres y zafias como aquel "sí o sí", de regusto autoritario, que hizo popular el ministro Guindos para decir algo tan castizo como "a la fuerza", "obligatorio" o "inevitable". El pijismo viene a ser una rama del humor para disfrute selectivo de provincianos.
ResponderEliminarQue lean ustedes mucho. Incluyendo Partenones, Coliseos y Notre Dames.
No comprendo que usted sugiera como más correcto interpretar que leer, ridiculizando, además, este último uso, cuando en muchas situaciones son sinónimos perfectamente válidos.
EliminarEn el caso de la arquitectura considero más adecuado y propio utilizar leer que interpretar para opinar sobre un edificio. Quien lo contempla buscando su esencia no lo interpreta, sino que lo digiere intelectualmente.
Yo, desde luego, no busco en una interesante fachada o en un volumen de impacto feliz mensajes esotéricos o intencionalidad críptica, ese esfuerzo lo dejo para Indiana Jones.
Qué cosas, Adela. El lenguaje cambia continuamente. Se crean nuevas palabras y se les dan nuevos sentidos a las ya existentes. Y existe el lenguaje figurado. Que a usted no le gustan expresiones que de pronto se ponen de moda, pues muy bien no las use, pero descalificar a los que las usan me parece -y pido disculpas por ello-- bastante ridículo, aunque sea muy frecuente. Y eso de que si es "narrativa (o relato) queda claro que es invención literaria" supone descalificar la historia, la crónica periodística y el contar la vida (o episodios concretos) que todos hacemos alguna vez. La memoria es relato.
ResponderEliminarPor Dios, José Luis, no dramatice, ¿cree usted que es descalificar hablar de "pijismo cultural"? Ni se imagina a cuánta gente le encanta ser considerada pija y estar en la onda y en la moda. Por supuesto que el lenguaje evoluciona, y a veces para peor, claro. "Leer edificios" es ensanchar artificiosamente el campo semántico de un verbo cuando en absoluto se necesita, porque hay alternativas perfectas y suficientes. La precisión es una característica encomiable de una lengua. ¿Qué tal si en el mercado empezáramos a "leer" un jamón o unas uvas, para valorar así su calidad, su variedad, su naturaleza, su origen... Pues no se ofenda, pero sería una descomunal bobada. Innecesaria y torpe, porque restaría precisión y denotación a un verbo que ya está perfecto.
EliminarPero bueno, en el fondo da igual, se trata de pasarlo bien. Si usted lo pasa bien leyendo pijismos, y a mí por otra parte me divierte verlos -a distancia- que es como empecé mi primer mensaje (perdón, "mi narrativa"), pues todos tan contentos, y que cada cual disfrute a su manera, faltaría más. Unos contemplando, interpretando, gozando y comprendiendo Notre Dame, y otros leyéndola. (Aunque en estos días, ay, van a encontrar los renglones un poco borrosos de hollín).
Adela, si no fuera una imperdonable vulgaridad y en vez de Adela se llamara usted Adelo, habría que citar oportunamente el sobado chascarrillo: Se ...... con papel de fumar. Y sería una recomendación además afortunada, pues el papel primero se lee y después se interpreta, no como los suculentos jamones, aptos nada más para ser observados con apetencia y luego devorados.
EliminarPoner algo de sensatez no es dramatizar. Las expresiones son adecuadas o no en su contexto, no se pueden calificar ni descalificar en general, si no es por ganas de perder el tiempo. Como hace "Adela" y me temo que yo también estoy haciendo ahora.
ResponderEliminarMuy buenas. Estoy preparando un reportaje sobre la intrahistoria de los nombramientos ministeriales. Tengo entendido que a usted le propusieron ser ministro de Cultura en esta última hornada, y dijo que no. Me gustaría contrastar esa información y saber, si es posible, sus motivos. Muchas gracias. Álvaro (alvaroslromero@gmail.com)
ResponderEliminarCultura o Interior, sustituyendo a Marlaska?
EliminarEsa noticia carece de cualquier fundamento, Álvaro.
ResponderEliminarPues no creo que lo hiciese mal Martín como ministro de Cultura, al menos en lo referente a extenderla. Se le atragantarían un poco las inauguraciones, los homenajes, el exhibicionismo y el relumbrón, pero con ironía podría con ello. De Interior lo veo menos porque prohibiría apalear manifestantes (incluso de Vox), y eso preocuparía mucho a las clases altas.
ResponderEliminarAunque a mí como me gustaría verlo es como fiscal general del Estado. Ahí sí que tendríamos espectáculo de luz y color. Muchísima acción.