sábado, 24 de agosto de 2013

Historias de hotel: Una invitación



Siempre hablo de cosas de las que no debería hablar. Aún no sé cómo no he acabado metiéndome en un buen lío. Ver, oír y callar es un principio de antigua sabiduría. Pero lo mío es ver, oír y contarlo.
            Por supuesto, trato de no contarlo todo, pero lo que no cuento lo doy a entender y eso no sé si no será peor. La invitación para ir a Génova me llegó de manera imprevista y anónima: los billetes de avión, la reserva del hotel. Dudé antes de aceptarla, pero no demasiado. Hago colección de las ciudades que me fascinaron cuando niño, el dedo sobre el mapa en las interminables tardes de verano, y Génova faltaba en mi colección.
            El avión se retrasó más de lo habitual y desembarcamos pasada la medianoche. El aeropuerto estaba ya casi cerrado. Los pocos taxis que aguardaban en la parada desaparecieron en un instante, y al resto de los pasajeros habían ido a buscarles en coche. Antes de que tuviera casi tiempo de darme cuenta, me quedé solo en la parada vacía, con el aeropuerto cerrado.
            Un coche negro, no un taxi, apareció de pronto, cuando ya había comenzado a asustarme. El conductor se bajó, dijo mi nombre y me abrió una de las puertas. No añadió una palabra más hasta que llegamos al hotel. Y allí se limitó a desearme una buena estancia en la ciudad.
            Apenas pude dormir aquella noche. Soy una persona precavida, no me gusta meterme en líos. Pero a veces hago cosas absurdas, como aceptar la invitación de no sé quién para no sé qué.
            Intuía, sin embargo, alguna cosa. Hay en mi vida una etapa –de la que no quiero hablar, pero de la que siempre acabo hablando– en la que, obligado por las circunstancia, establecí relaciones, bastante cordiales y casi podríamos decir que íntimas, con personas que se dedican a actividades poco recomendables.
            Dormí mal, si es que dormí, pero mi humor cambió de inmediato en cuanto subí a la terraza, donde servían el desayuno y vi, recortándose en el azul del cielo sobre los tejados de la ciudad y las grúas del puerto, la Lanterna, el faro de la ciudad, cuya luz sirvió de guía a tantos aventureros.


            Desayuné tranquilamente, pedí un plano en la recepción y salí a la calle. El Hotel Savoia se levanta sobre una colina, la colina de Santa Brigida creo que se llama, y a sus pies tiene la estación del Príncipe y la Piazza Aquaverde con su gran estatua de Cristóbal Colón.
            Pasé la mañana entrando y saliendo de los palacios de la via Balbi, recorriendo el puerto, atravesado por una autopista elevada, perdiéndome en los callejones de la ciudad antigua, los célebres carruggi, de fama un tanto siniestra, pero que a mí no me daban miedo ninguno, todo lo contrario, me producían una cierta sensación de euforia, como si a la vuelta de un estrecho callejón fuera a descubrir el portón de entrada a un patio tras el que se traslucía el jardín que he estado buscando desde siempre.
            En la via Garibaldi visité los jardines del Palazzo Bianco y subí al tejado del Palazzo Rosso. Desde allí se divisaba una vista fascinante de toda la ciudad, la que se apretuja a la orilla del puerto, la que se pone de puntillas sobre las colinas para ver mejor el ancho mar.
            Ningún espectáculo me ha seducido nunca tanto como el apiñado caserío de una vieja ciudad visto desde lo alto, pero desde muy cerca, pudiendo adivinar la vida en las terrazas, tras las ventanas, bajo los tejados.
            Me había olvidado del motivo por el que estaba allí cuando sonó el teléfono, sin duda para recordármelo. Efectivamente, a las siete de la tarde pasarían a recogerme por el hotel para ir a cenar.
            Colgaron antes de que yo pudiera preguntar quién me invitaba a aquella cena, quién me había invitado a aquel viaje. Pero no me hacía falta preguntarlo. Yo también, como Cervantes, y por motivos que ahora no vienen al caso, estuve un tiempo en uno de esos lugares “donde toda incomodidad tiene su asiento”. Allí uno no puede permitirse el lujo de no ser astuto si quiere sobrevivir. Tuve ocasión de hacerle algunos pequeños favores, pero en el momento adecuado, a un empresario o banquero, nunca tuve muy claras cuáles eran sus actividades, cuya extradición había sigo solicitada por el gobierno italiano.
            No le volví a ver, pero mantuvimos algún contacto. Era un tipo curioso, que se me acercó cuando yo estaba en el patio con La divina comedia en las manos y, por todo saludo, me recitó unos versos que yo también me sé de memoria: “Noi leggiavamo un giorno per dilecto / di Lancialotto como amor lo strinse: / soli eravamo e sanza alcun sopetto”.
            Desde entonces charlamos con frecuencia, de libros y de Italia, sobre todo de Leopardi y de Nápoles, nunca, por supuesto, de los negocios que le habían llevado allí. Era un tipo muy respetado. Su amistad me trajo algunos beneficios: dejaron de acosarme los matones, no tuve que volver a limpiar las letrinas ni ducharme con agua helada. Cuando salí, antes que él, me encargó hacer dos o tres gestiones, una de ellas con un juez, que cumplí sin ningún temor (yo entonces era algo irresponsable, y me temo que lo sigo siendo). Luego, de vez en cuando, y en fechas señaladas, me ha llegado algún libro italiano, bien seleccionado y tuve noticias, por los periódicos, de su amistad con el ya fallecido Andreotti, de sus negocios con Berlusconi y de su presunta relación, nunca probada, con algún sonado escándalo financiero.
            Los billetes para Génova, la reserva en el Grand Hotel Savoia tenían que ser cosa suya, y me alegraba la ocasión del volver a verle. Por eso acepté la extraña invitación sin dudarlo un momento.
            Tenía todavía unas horas antes de que pasaran a recogerme. No me decidí a visitar el aparatoso cementerio, no me apetecía emborracharme de melancolía, y preferí llegarme hasta la Lanterna. Un taxi me dejó a la entrada del paseo peatonal que lleva hasta ella ascendiendo sobre el febril laberinto portuario.


            Subí las fatigosas escaleras y cuando me disponía a admirar el espectáculo del mar y la ciudad una voz sonó a mis espaldas: “He acertado al suponer que vendrías aquí”. Le reconocí de inmediato. No había cambiado mucho en todos aquellos años, aunque ahora tuviera el pelo blanco y vistiera con una elegancia como de caballero inglés de otro tiempo. “Cenaremos más tarde y charlaremos de Italia y de España, y de Paolo y Francesca, pero las cenas no son buenas para los negocios. Ya sabes, hay demasiados oídos atentos y más ahora con el nuevo Papa, que nadie sabe por dónde va a salir. Andan los monseñores muy alterados. Prefiero hablarte aquí, pedirte un pequeño favor. No es importante, pero necesito a alguien libre de toda sospecha, a quien no puedan relacionar conmigo. ¿Te ha gustado la ciudad? ¿Y el hotel? Lo escogí yo. Sabía que era un hotel que te gustaría, de vez en cuando leo tu Café Arcadia”.
            Hablaba en un perfecto español, sin acento ninguno. No voy a contar aquí el pequeño favor que me pidió, nada grave, nada importante por supuesto, aunque debía serlo, a juzgar por su interés, pero yo preferí no indagar demasiado. Hice aquellas tres o cuatro gestiones en cuanto volví a España.
            Se disculpó por dejarme solo en el faro, por no explicarme el panorama que se veía desde allí, por no ponerle nombre a las colinas, a los torreones y a las cúpulas. Pero tenía prisa. Nos veríamos a la hora de la cena.
            Disfruté, sí, del hermoso espectáculo del caserío y de la apacible puesta de sol sobre el mar. Cuando regresaba por la senda peatonal, disfruté de otro espectáculo: el registro de un carguero, todo el muelle lleno de estridentes coches policías.


            Pero no hubo cena. A las siete en punto, me llegaron las disculpas. Y la indicación de que tenía una mesa reservada, para dos personas, en Il Peschereccio, un viejo pesquero atracado en el puerto, frente al Acuario.
            Cené solo. Pero como estoy acostumbrado no me resultó deprimente. Y no es del todo cierto que estuviera solo. Tenía a toda la ciudad en torno mío, las luces cabrilleando en el agua. Y también, cuando alzaba la copa, me acompañaba, como a Li Po, la luna, una inmensa luna llena. 


37 comentarios:

  1. "La amistad silenciosa de la luna / (cito mal a Virgilio) te acompaña...". Coñe, es que hasta para citar mal hay que tener talento. Condenado oficio éste.

    ResponderEliminar
  2. La verdad es que estas entregas de hoteles, ciudades y fantasmas se hacen ya un tanto cansinas y repeti-ti-ti-ti-vas. Espero que la saga acabe pronto. Por la demás, con la ingente cantidad de libros que Vd devora, sería extraordinario que hiciera un compendio periódico de los mejores pasajes. Estoy convencida de que Vd. subraya líneas, fragmentos, versos... ¡Sus lectores (vale, hablo por mí) lo agradeceríamos tanto!

    ResponderEliminar
  3. ¿Y con tantas cosas interesantes como hay para leer (nos falta tiempo para todo)cómo es que se insiste en estas entregas tan repeti-ti-ti-ti-vas? Masoquismo se llama esa figura, emilia, aitor y cia.

    JLGM

    ResponderEliminar
  4. No somos masocas ni tampoco sados. Es que otras veces sí hemos hallado gemas interesantes en sus escritos. Visitamos muchas webs para hacer nuestro blog, ésta entre ellas. Pese al bajo nivel de las últimas entradas, de momento le concedemos un voto de confianza.

    ResponderEliminar
  5. No puedo guardar más tiempo el secreto. Lo siento, pero de verdad es que no puedo. "Zumo de poesía" es un grupo cómico, feroces contrabandistas del humor. Lo del "bajo nivel" es buenísimo. Y lo del "voto de confianza", simplemente genial. Ahora espero que no descubran donde vivo. Sé que los delatores lo pagan caro.

    ResponderEliminar
  6. Donde dice "un grupo cómico, feroces contrabandistas del humor", debe leerse "un grupo cómico-terrorista, feroces practicantes del humor más violento". Ya puestos, digámoslo todo; aunque sé perfectamente el riesgo que corro al descubrirlos. Pienso en mi hijita de seis años, y me estremezco de horror.

    ResponderEliminar
  7. Jopelines, cuánta caña y qué palabras tan fuertes: contrabandistas, terroristas... Menos mal que añade el adjetivo "cómico". Recuerda al Bombero Torero: espectáculo "cómico-taurino-musical". Pero la realidad es mucho más simple y aburrida: Diariamente visitamos muchas webs y blogs para elegir el poema del día. No es fácil encontrar poemas publicables, entre tanta mediocridad. C´est tout. A veces dejamos comentario u opinión, siempre respetuosos. Pero claro, se ve que los críticos tienen derecho a criticar pero en cambio a ellos no puede criticarles nadie. Pues no señor. En democracia (y gracias a Internet esto empieza a parecerse a una democracia) los vigilantes deben ser vigilados, los jueces deben ser juzgados, y los críticos literarios deben ser criticados.

    ResponderEliminar
  8. ¿Y no creen emilia, aitor y compañía que están perdiendo el tiempo al entrar en "Café Arcadia" o en "Crisis de papel" para elegir el poema del día? Aquí, salvo raras excepciones, no se publican poemas.
    ¿Y no creen que, además de webs y blogs, deberían visitar alguna librería para escoger ese poema? En la sección de poesía, si la librería es buena, nunca faltan los libros excelentes.

    JLGM

    ResponderEliminar
  9. Si prefiere que dejemos de seguirle, lo haremos, pero sepa que sus blogs han sido muy útiles para conocer novedades literarias y estar al día de poetas emergentes. Recuerdo lo interesantes que resultaron sus traducciones de poemas de Norma Jane Baker, más conocida por Marilyn Monroe, que hemos publicado en zUmO. A eso me refería cuando señalaba que entregas pretéritas de su Café fueron más redondas. Lo de hoteles y fantasmas tuvo gracia la primera vez, pero ahora raya en el "déjà vu" (y lo que es peor: en el "déjà lu").

    Dos codas:

    1ª- Si el García Martín critica (y mucho), también debe ser criticado. Es lo justo. Aquí nadie es Ricardo Senabre que busca como sabueso fallos de sintaxis en libros ajenos, cuando él mismo los comete en sus artículos de El Cultural (yo tengo varios subrayados, y algún día los publicaré).

    2ª- Sí leemos libros de papel. No sólo de Internet vive el hombre.

    ResponderEliminar
  10. Bueno, zumeros, es lo que le vengo recriminando a Martín desde hace tiempo: repite de manera chocante (él, que se cree tan perspicaz, ¿por qué no habrá caído en la cuenta?) la misma trama narrativa, la misma mecánica, con un toque de misterio que -a fuer de repetitivo- deja de tener efecto sobre el lector. Si hubiera una pizca de veracidad en lo que cuenta, mejor no salía de su casa o -como mucho- se refugiaba en su estancia aldeanovense, antes de soportar el acoso y los abordajes (algunas veces siniestros) de que es víctima apenas posa la valija en la moqueta del hotel (mil hoteles). Quiero bien a JLGM y por eso -aunque bien pudiera ser por otras causas, que ocasión me viene dando- le hago de Pepito Grillo, no tanto aguijoneando su conciencia -que supongo inmaculada- como su aparente suficiencia. Tengo algunos rasgos psicológicos en común con él y entiendo de esas huidas hacia adelante que tanto prodiga...
    En lo que tiene bastante razón es en lo de por qué los que le azuzamos, le incordiamos, le invadimos, le embromamos, le importunamos..., haciéndole llegar nuestra disconformidad con lo que escribe, no damos carpetazo a su blog y nos abstenemos de tomar siquiera sea un pocillo de café en el Arcadia.
    Creo no tomamos semejante iniciativa porque estimamos positivamente buena parte de cuanto escribe el buen vate aldeanovense; porque lo consideramos un literato bien dotado y -aunque ello pueda ser lo de menos en un creador- es un buen tipo.
    Así lo veo yo, aunque sea de momento.

    ResponderEliminar
  11. No me gusta dar lecciones ni adoctrinar a nadie, pero voy a hacer una excepción. Picotear acá y allá no es leer ni sirve para nada, amigos de zumo, sino para hacer más pretenciosa la incultura. Cada verano se interrumpe el diario que publico semanalmente en la prensa y las nueve semanas de julio y agosto se dedican a otra cosa distinta: a veces, a una personal antología de la poesía universal (como la publicada luego en el libro "Jardines de bolsillo"), otra a una serie de estampas viajeras relacionadas con algún escritor (publicadas en el libro "Lecturas y lugares") o a relatos que transcurren en jardines que he paseado ("Nueve enigmas con jardín") o en hoteles en los que me he alojado, la serie actual y que termina el domingo. A quien no le guste cualquiera de esas series debe dejar de frecuentarla. Hay maneras más agradables de perder el tiempo. Por ejemplo esta mía, tratando de explicar algo al quienes tienen la costumbre de leer por encima, no enterarse de nada

    ResponderEliminar
  12. No enterarse de nada y luego pontificar.

    JLGM

    ResponderEliminar
  13. Dicen, zumamente convencidos, los amigos/as en cuestión que "los críticos tienen derecho a criticar pero en cambio a ellos no puede criticarles nadie. Pues no señor". Debe ser que ellos mismos/as no se consideran tales, visto lo poco que les gusta que les critiquen. A mí, en cambio, pueden criticarme todo lo que quieran; su involuntario sentido del humor me hace verdadera gracia. A mi hija de seis años (un verdadero ángel, que sólo tiene el defecto de no existir) todavía no, pero todo llegará, si perseveran. Háganlo, please.

    ResponderEliminar
  14. Ni está bien hablar por hablar, ni escribir por escribir, ni criticar por criticar. Nosotros no criticamos porque sí. Al Sr. García Martín le debemos mucho en zUmO y hoy mismo publicamos un poema por él traducido, extraído de este mismo blog. Pero cuando se pone plasta y reiterativo (como con la hostelería y los espectros), pues también hay que decírselo y darle un toque de atención. Y seguro que él, como honesto intelectual que es, lo encaja y nos lo agradece.

    ResponderEliminar
  15. Y también tenemos publicados poemas del propio García Martín, como el hermoso texto que puede leerse en este enlace:

    http://zumo-de-poesia.blogspot.com.es/2011/03/llegar-una-ciudad-por-jose-luis-garcia.html

    (No volveremos, de momento, a dar la lata.)

    ResponderEliminar
  16. Pues muchas gracias. Y a decir lo que se quiera. Y a aguantar que nos digan que cuando comenzamos a leer una serie sobre un tema, si el tema no nos gusta, hay que dejarla a un lado y leer otra cosa, no pedir al autor que cambie de tema (sobre todo, si no somos el director del periódico en que se publica semanalmente ni siquiera uno de los compradores del diario). De eso se trata, y no de que se pueda criticar o no. Es como si un lector de mi diario (llevo publicándolo un cuarto de siglo), se cansa y me dice que deje de escribirlo. ¿No es más fácil que él deje de leerme? Yo creo que estas razones, hasta la gente de zUmO puede entenderlas. Por lo demás, están en su derecho de considerar aburrido todo lo que les resulte aburrido. ¡Faltaría más!

    JLGM

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "La luna, sobre mi lecho sus luces proyecta.
      Me parece escarcha sobre la tierra.
      Contemplo la luna al levantar la cabeza,
      y, al bajarla, añoro mi aldea natal". LI PO

      Eliminar
  17. En su día, defendí un poco a las (y los) del Zumo de poesía. Hoy, ya no los soporto. El mero hecho de ver su Nick me irrita. Sin embargo y paradójicamente, me recreo leyendo sus sabiondos comentarios, descubriendo así en mí un lado oscuro, algo sin duda morboso, este placer absurdo que encuentro en el asco que me dan sus caracteres (me refiero a sus personalidades). Y me pregunto: ¿qué sujeto escribe: Aitor, Emilia o toda la compañía junto al ordenata? Soy una persona que ni es violenta ni se quiere tal, pero mi sangre caliente, ante personas así de impertinentes, me lleva a sentir impulsos de agarrarles por la pechera, darles un meneo y mandarles callar. Con los años, en cambio, parece que estoy dando con la utilidad más alta de saber contar. Me sumo a las críticas, en resumen, criticando de paso mi propio regocijarme en ella.

    ResponderEliminar
  18. Sigo: además, te sueltan lo de que te han publicado algún poema como si por ello tuvieras que acatar lo que dicen sin derecho a poner un punto de cordura al debate. Y más detalles que me irritan: el mismo blog que administran; no sé si a alguien más le pasa, pero al entrar en él me sale la pantalla a colorines y enseguida salgo de allí, gruñendo felizmente, por lo incomodísimo que resulta a la vista. Detesto los poemas transcritos en blogs con letras de colores. Y lo que más me irrita es que se creen que saben de poesía. ¡Ah, ese blog, más que a zumo, me sabe a aguardiente! Sí; es como que me pone la sangre a tono. No es dependencia lo mío para con ellos, ya que sólo les visito algunas veces a través de este otro espacio. Pero hablo en serio; sólo con ver lo de "un zumito de poesía, muy nutritivo" (o lo que sea que pone en la cabecera) me excito en el mejor sentido de la palabra, de energía y ganas de pelear (de pelear también en el mejor sentido). En fin. Debo también matizar un detalle de mi anterior comentario: este lado oscuro no lo descubro ahora, lo redescubro.

    ResponderEliminar
  19. Por otro lado, sin defender yo a García Martín, que sabe defenderse solito, quisiera llamar a las cosas por su nombre: García Martín es escritor, no crítico literario. No habrá escrito Mortal y Rosa, ni Cien años de soledad, ni Guerra y Paz, pero ha escrito obras de todos los demás géneros, siendo más que aceptable en todos ellos, incluido en el apartado de crítica literaria. Sin embargo, los únicos que son lectores críticos, o los únicos que se muestran como tal, pésimamente, eso sí, son los del aguardiente. Por tanto, criticando al crítico, las críticas van hacia toda la compañía, o hacia quien firme los comentarios. Me gustaría leer algo creativo -relato, poema, aforismo, lo que sea- de alguno de sus miembros. Si tiene su valor, será justamente elogiado. Pero hay que atreverse. Como decía un poeta (y yo sí que cito mal -y sin falsa modestia-, al menos en esta ocasión): Los críticos literarios son como los viejos. /Saben todo del amor / pero no pueden hacerlo.

    ResponderEliminar
  20. Entre los viejos, como entre los jóvenes, amigo anónimo, hay de todo. Igual que entre los críticos literarios. No nos descartes de un plumazo (yo soy un viejo crítico, además de otras cosas).

    JLGM

    ResponderEliminar
  21. Ciertamente; en general, los críticos de poesía que a mí me interesan más son también poetas, y no pocas veces excelentes. No veo ninguna incompatibilidad entre una cosa y otra. Y respecto a los viejos, habría mucho que hablar, aunque por discreción no lo haré.

    ResponderEliminar
  22. Bueno, Anónimo "del 27 de agosto", tampoco hay que pasarse en la crítica de los críticos hipercríticos... Ese agarrar por la pechuga metafórico y esos hervores de la sangre metabólicos creo que están de más. Lo están porque se ha perdido de vista cuánto de lúdico y provocador hay en los mandados de estos zumeros con huerto en el Albaicín. Los conozco de antiguo y doy fe de que son gente guay y comme il faut, decentes docentes en su mayor parte, según confesión de idem.
    Porque no hay que perder de vista que nuestro estimado (en lo que vale) polígrafo don JLGM, se ha hecho merecedor con creces de que le salga respondona la concurrencia, a la vista de que él -entreverados entre sus numerosas cualidades- peca de dos vicios nefandos: la obstinación no siempre fundamentada y la suficiencia displicente para con quienes le contradicen. Ambos pecados jodidos de aguantar, máxime si quienes los sufren son gente que se precia y que encima tiene sus repentes.
    José Luis García Martín es un buen escritor, un hombre culto, pero tiene considerables lagunas de conocimiento en materias importantes, como son la política (más que de la política del análisis que hay que hacer de su praxis); del mundo de las artes plásticas, etc. Y, a veces, se obstina en discutir melonadas (cosa feísima en personas razonables) y -por poner un ejemplo- sus rifirrafes con su colega J.L. Piquero, en lo que respecta a cómo percibían el hacer del gobierno "socialista", no le han dejado en el estrado de los polemistas sensatos.
    Es él, JLGM, quien suele emplear un tono con su adversario que llega a ser molesto y que frisa en lo ofensivo no pocas veces. Y no se crea que discutiendo de la disciplina en que ejerce su magisterio, sino que porfía, polemiza y hace desplantes en otras cosas para las que carece de cualificación especial. Porque, conste, nuestro hombre no es una lumbrera ni un personaje extraordinario. El pudiera creer que sí lo es y en ello anidaría el germen de su "perdición".
    Podrá objetar, a la defensiva, que él también tira de la ironía y que discute por simple divertimento..., pero se le nota que esos rasgos que le afeo los lleva inscritos en el genoma.
    Lo dicho: Kurtz, con sus maneras, provoca que se le ataque. Eso sí: sin agarrarle por la pechuga ni enseñándole la dentadura, ni siquiera metafóricamente.

    ResponderEliminar
  23. ¿No soy una lumbrera ni un personaje extraordinario, al contrario de lo que me creo? Hoy voy a estar deprimido todo el día.

    JLGM

    ResponderEliminar
  24. Tampoco es para eso: vales lo que vales, que no es poco.
    ¡Bah, anímate, hombre!

    ResponderEliminar
  25. No sé si eso servirá de consuelo, pero yo creo todo lo contrario: JLGM es una lumbrera, y un personaje extraordinario. Lo que no quiere decir que haya que estar de acuerdo con él en todo y para todo (no es mi caso, y creo que tampoco el suyo). Pero lo es, y por eso le leo siempre que puedo, y procuro aprender. Una actitud que recomiendo, por lo demás, aunque sin imposiciones: cada uno, naturalmente, hará lo que quiera.

    ResponderEliminar
  26. Eso es dar ánimos, amigo anónimo, y no decir "Bah, anímate, hombre", como el bueno de F. Muchas gracias.
    (En cualquier caso, voy a hacer una confesión: tengo problemas, como todo el mundo, pero no son problemas de autoestima.)

    JLGM

    ResponderEliminar
  27. "Es mejor recibir un comentario crítico pobre que no recibir ninguno en absoluto, ¿no es verdad?” (CHEJOV).

    [La autora de este comentario es Sandra Suárez (o Aldonza Lorenzo).]

    Saludos a todos/as desde Granada.

    ResponderEliminar
  28. F., meditaciones intrascendentes29 de agosto de 2013, 11:22

    Bueno, uno se resiste en su modestia a que le tengan por hombre extraordinario pero, ya que algún arrebatado admirador (yo suelo tener arrebatadas admiradoras) insiste..., pues que uno no es un trozo de mármol olímpico ni tiene corazón de mastodonte fosilizado y se deja querer; que no se diga que uno es un desagradecido y tal y tal... Y eso: condesciende a regañadientes con que le coloquen los laureles en la noble frente cristalina; que son los otros los que dicen que soy una lumbrera, que no yo, modesto en mi grandeza como soy. Pero he de reconocer que no está mal que sean los demás quienes hagan de trompeteros de mis gracias. Aunque, en este mundo cibernético del demonio, hay quien se autofesteja en andanadas anónimas..., como aquel ginecólogo (mil ginecólogos) que se hacía reclamar por megafonía en mitad de un partido de futbol, con la cancha abarrotada de público. Pero no, que para eso hay que ser muy poca cosa y uno vale, que me lo tiene dicho gente de fiar; digo que no me adula ni me lanza ditirambos gratuitos sino que dosifica las alabanzas, que así resultan más creíbles.
    Pero no tengo claro CUÁNTO valgo. ¿Hago caso al que me pone en un podio de alabastro o acepto la opinión de quienes dicen que lo mío es mono pero que hay gente por ahí que hace virguerías?
    ¿Cuánto valgo en realidad?
    Confieso que pocas cosas me ocupan tanto la mente cuando el sueño se demora.

    ResponderEliminar
  29. François Villon, cambiando de tercio, resume su corta vida en esta cuarteta:

    "Yo soy François, lo que me pesa,
    nací en París, junto a Pontesa,
    y de la cuerda de una toesa
    sabrá mi cuello lo que mi culo pesa".

    ***

    [YO FRANÇOIS VILLON]..., Leopoldo María Panero reconociéndose en el francés maldito, ¿maldito?

    "Yo François Villon, a los cincuenta y un años
    gordo y corpulento, de labios color ceniza
    y mejillas que el vino amoratara,
    a una cuerda ahorcado
    lo sé todo acerca del pecado.
    Yo, François Villon,
    a una cuerda pendido me balanceo lento, habiendo sido
    peor que Judas, quien también murió ahorcado.
    Las viejas se estremecen al oír mis hazañas
    pues no tuve respeto para la vida humana. Que el viento me mueva, ya oigo cerca las voces
    de aquellos que mandé a freír monas.
    Me esperan en el infierno
    y alargan las manos
    porque se ha corrido allí, del Leteo al Cocyto
    ¡que al fin Villon había muerto ahorcado!
    Ya la luna aparece, e ilumina la horca
    dando a mi rostro el color de la sangre
    yo, que hice mal sabedor de que lo hacía
    hasta que por fin he muerto ahorcado.
    Ya los lobos ladran en torno al patíbulo
    y los niños gritan, parecidos a ratas:
    ¡Villon ha muerto ahorcado!
    Viejas que me insultabais en la carretera oscura:
    ¡sabed que el semen moja mis caderas
    y es fresco y sabroso el semen del ahorcado!
    Que mis dientes sirvan
    de jugo en tu caldera
    bruja de los límites, tú a quien admiro
    sabedora de embrujos, de filtros y de hechizos
    más poderosos que la fe y que los apóstoles
    de quienes se burló el Mago, más apta que ellos
    para conocer el dolor
    ¡de este que un sepulcro merece!
    Y que el viento diga, al amanecer, mañana
    vanamente a ranas y a gusanos
    Villon se ha hecho al fin célebre
    pues al fin una horca dibuja su figura
    ¡Villon ha muerto ahorcado!
    Y que de mi mano ajada caiga la rosa
    que mis dientes estrujaron
    pues ella supo mis crímenes
    y fue mi confidente
    y dígalo ella al mundo, cayendo sobre el suelo
    ¡Villon ha muerto ahorcado!
    Pronto vendrá la canalla
    a hozar en mi tumba
    y orinarán encima, y los amantes
    harán seguro el amor sobre mis huesos
    y será la nada mi más escueto premio para que ella lo diga, no sé si nada o rosa:
    ¡Villon ha muerto ahorcado!
    Sabrán de mí los niños
    de edades venideras
    como de un gran pecador
    y asustados correrán a esconderse
    bajo las sábanas cuando sus madres
    les digan: «Cuidado ahí viene».
    Y esa será la fama de Villon, el Ahorcado. Y será tal mi fama que prefiero el olvido
    porque un día, mañana
    de ese futuro que el hedor hace
    parecerse al recuerdo, una mano
    dejará caer, al oír mi nombre
    el fruto del culo, el excremento
    y mi vida, y mi carne, y todos mis escritos
    ¡promesa serán sólo para las moscas!"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "UN POETA MENOR

      La meta es el olvido.
      Yo he llegado antes."


      Mucho más corto y fino, Borges viene a decir más o menos lo mismo.

      Eliminar
    2. "Pero los días son una red de triviales miserias,
      ¿y habrá suerte mejor que ser la ceniza,
      de que está hecho el olvido?"


      JLB también.

      Eliminar
  30. "(...) Hay un verso que está siempre en mi memoria. Es aquel del primer canto del Purgatorio que se refiere a esa mañana, esa mañana increíble en la montaña del Purgatorio, en el Polo Sur. Dante, que ha salido de la suciedad, de la tristeza y el horror del Infierno, dice "dolce color d’ oriental zaffiro". El verso impone esa lentitud a la voz. Hay que decir oriental:

    dolce color d’oriëntal zafiro

    che s’accoglieva nel sereno aspetto

    del mezzo puro infino al primo giro".

    J.L.BORGES.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De la "Divina Comedia" que hace medio siglo olvidé devolver a su dueño (Manuel Sánchez Mariscal, de Arcos de la Frontera: perdón), la traducción en prosa de M. Aranda Sanjuán (Editorial Iberia, Barcelona 1965):

      "Un suave color de zafiro oriental (728), contenido en el sereno aspecto del aire puro hasta el primer Cielo (729)

      (728) Es decir, de un vago color azulino.
      (729) Hasta el Cielo de la Luna."

      ---

      De la "Divina Comedia traducida al castellano en igual clase y número de versos por el capitán general Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, de la Real Academia Española" (Editorial Ramón Sopena, Barcelona 1965):

      "Plácida tinta de oriental zafiro
      que en el éter sereno se extendía
      hasta el alma región del primer giro (4)

      (4) Esto es, hasta el primer cielo gigante, que es el de las estrellas fijas; quiere decir, hasta el último horizonte."

      Que Dante, Virgilio, Beatrice o Bea,
      en los laberintos de esas alturas
      se sirvan acogernos cuando sea.

      Eliminar
  31. ¿Qué fué de tu dolce riso, Beatrice?

    ResponderEliminar
  32. Il mio riso cortose nel momento
    que laborando presa na cucina
    dimentiqué poner il condimento.
    E vino'l mio marito d'improviso
    con fame de leone de Tarento
    ma librome d'un colpo un bon choriso.

    ResponderEliminar