Sábado, 8 de octubre
SINCERO
Solo hay una cosa que me molesta más que las personas que siempre se están quejando: ser una de ellas. Por eso no me quejo, aunque me extrañe, de tener tan poco éxito en ciertos asuntos sentimentales de los que no resulta demasiado elegante hablar. Para no pensar en ello abro el libro que he traído conmigo (una nueva edición de Al faro, de Virginia Woolf) y me encuentro con las siguientes líneas: “Lo que decía era verdad. Siempre lo era. Incapaz de faltar a la verdad, jamás tergiversaba los hechos, ni suavizaba una palabra desagradable por la conveniencia o el gusto de ningún mortal”.
¿Soy yo así? Creo que ya no. Últimamente he aprendido a mentir bastante bien. Sé adular cuando me conviene, fingirme desvalido, disfrazarme de cordero cuando voy de lobo. Pero sigo sin conseguir lo que está al alcance de cualquiera. A mi edad, todos mis amigos se han casado ya tres veces o más veces. Y yo casi ninguna. A veces hasta me da un poco de vergüenza…
Pero soy demasiado viejo para cambiar. Nada de parejas estables. Tendré que seguir conformándome con lo que encuentre al paso, con apaños de lo más inestables.
A pesar de ello, jamás me he quejado de estar solo. Soy de esas personas que cuando están solas casi siempre están bien acompañadas. Casi siempre.
Domingo, 9 de octubre
CAMORRISTA
“¿Sabes una cosa? Tú mucha Venecia, mucha poesía y mucha bibliografía, pero nunca has dejado de ser un gamberrete de barrio, un camorrista que anda por ahí buscando pelea y al que nada le gusta más que humillar al contrario, hacer sangre, arrastrarle por el fango. Lo tuyo son los puñetazos dialécticos, las patadas en las partes más sensibles de la autoestima, la esgrima verbal. No eres más que un pequeño matón agresivo. Nadie te ha enseñado buenas maneras”.
“¿Me las vas a enseñar tú?”, respondo algo chulescamente. Luego, ya a solas, pienso que un poco de razón sí que tiene mi amigo. Pero mentiría si dijera que esa comparación con los chicos malos a los que siempre he admirado me molesta demasiado.
Lunes, 10 de octubre
ABURRIDO
Soy de esas personas que no es ya que no dejen para mañana lo que puedan hacer hoy, sino que hacen hoy el trabajo de hoy y el de mañana. La consecuencia es que luego se aburren sin nada que hacer. Tengo que controlar mis impulsos. Si me regalan una tarta, procurar no devorarla toda de una vez. Si tengo una ocupación, un entretenimiento, tratar de no agotarlo de una sentada.
“Si trabajaras más despacio, te aburrirías menos y lo harías mejor”, me dicen. No estoy yo seguro de ello. Más despacio lo hago todo peor. Cada uno tiene su tempo. Y el mío es molto accelerato. Con la consecuencia de que siempre me sobra tiempo.
“A ti lo que te pasa es que no tienes vida privada, solo tienes tu trabajo”, me dicen. Y no saben lo peor: que la mayor parte de ese trabajo es un trabajo al que nada ni nadie me obliga, un falso trabajo que me invento yo.
Pero aburrirse también resulta útil —pienso mientras paso incansable de un canal de televisión a otro sin detenerme en ninguno—; solo cuando me aburro se me ocurre algo interesante; si no me aburriera, jamás habría escrito una línea.
El aburrimiento es el humus fecundo del que brotan los versos. Y todo lo que vale la pena.
Martes, 11 de octubre
INMADURO
“El paso a la tierra de la madurez donde se desvanecen nuestras esperanzas más luminosas y nuestras frágiles barcas se hunden en la oscuridad requiere, por encima de todo, valor, sinceridad y capacidad de aguante”.
Pero a mí no me falta, o eso creo, ni valor ni sinceridad ni capacidad de aguante, y sin embargo el paso de los años no me hace más maduro, sino solo más viejo.
Jueves, 13 de octubre
AVERGONZADO
Leo Morirse de vergüenza, de Boris Cyrulnik: “El avergonzado aspira a hablar, querría decir que es prisionero de su lenguaje mudo, del relato que se cuenta en su mundo interior, pero que no os puede decir porque teme vuestra mirada. Entonces cuenta la historia de otro. Escribe una autobiografía en tercera persona. El hecho de haber dado forma verbal a su vergüenza le ha permitido liberarse de la imagen del monstruo que creía ser. Se ha convertido en un ser como los demás puesto que le habéis comprendido y tal vez amado. La escritura es una relación íntima. Incluso cuando se tienen miles de lectores. Cada lector está a solas con el autor”.
Quien más habla es quien más tiene que ocultar. Yo siempre estoy hablando de mí mismo, pero de las cosas que de verdad me importan solo me hablo a mí mismo.
Para mejor guardar mi secreto, finjo que no soy capaz de guardar ningún secreto.
Me gusta ponerle puertas al campo. Me angustia lo indefinido. Me tranquiliza pesar, medir y contar. Llevo cuenta de todo: de los pasos que doy cada día, de las personas que asisten a una conferencia (ciento siete escucharon hoy a Luis Alberto de Cuenca), de las veces que me he enamorado, de las que he tropezado con la misma piedra… Y de las veces en que no me he comportado como debía comportarse un caballero. Exactamente siete, ni una más ni una menos. Si yo fuera importante, a nada le temería más que a una biografía no autorizada que las sacara a la luz. Lo negaría todo, pero me moriría de vergüenza. Afortunadamente he tomado la precaución de no ser importante.
Viernes, 14 de octubre
MENTIROSO
Nada me gusta más que mentir, sobre todo cuando hablo de mí. Creo que la sinceridad es una descortesía, nada detesto más que los desahogos autobiográficos. Pero la mentira tiene que ser verosímil. No vale cualquier cosa. Para esconderse bien nada mejor que fabricar una máscara que parezca reproducir exactamente los propios rasgos. En un cuaderno fechado en Perugia en el verano de 1982 encuentro estos versos, sin indicación de autor: “Lavoro tutto il giorno come un monaco / e la notte in giro, come un gattaccio / in cerca d’amore… Farò proposta / alla Curia d’esser fatto santo”.
¿Así me vería yo entonces? ¿Trabajando todo el día como un monje y dando vueltas toda la noche como un gato en celo en busca del amor? La verdad es que si es así no he cambiado mucho, pero ahora trabajar como un monje no lo veo precisamente como una condena, sino todo lo contrario. Y en cuanto a lo del gato en celo, pues no diré nada. Hay cosas de las que es mejor callar. En estos casos siempre repito la frase de Somerset Maugham: “Está bien que un caballero tenga vida sexual después de los sesenta años, pero no está bien que hable de ella”.
De pronto recuerdo al autor de los versos (por entonces yo también escribía en italiano a la manera de Sandro Penna): Pier Paolo Pasolini. La curia finalmente no le hizo santo (aunque se lo merecía), pero una sangrienta madrugada le convirtieron en mártir en la playa de Ostia.
Sábado, 15 de octubre
BUEN ADMINISTRADOR
¿Te has dado cuenta –me dice un amigo— que salvo los economistas, que no se aclaran, todo el mundo parece tener muy claro quiénes son los causantes de la crisis económica y cómo salir de ella?
Sí, me he dado cuenta. Incluso yo doy lecciones al respecto, pero eso no tiene nada de extraño porque a mí nada me gusta más que dar lecciones sobre cualquier cosa, especialmente aquellas de las que ignoro casi todo.
La verdad es que me considero un buen economista. Al menos mis finanzas las llevo bastante bien. Nunca he tenido que preocuparme del dinero desde que empecé a ganar dinero. Pero de estas cosas nunca hablo en público. O casi nunca. A veces lo hago y siempre hay quien considera una ofensa oírme decir que gano lo suficiente y, aún peor, que pago con gusto mis impuestos. Exactamente, la tercera parte de lo que gano, el máximo correspondiente a mis ingresos. Y me gusta hacerlo. Sé que declarar esto resulta escandaloso, pero yo hace tiempo que he perdido la vergüenza. Cuando entro en la biblioteca del Fontán, o en cualquier otra biblioteca pública, pienso que se financia con mi dinero, y me siento orgulloso de ello. Lo mismo me ocurre cuando escucho la algarabía de los niños en el patio del colegio.
Qué antipático resulta decir esto. Pero a mí me gusta ser antipático. Otro tercio del dinero que gano lo empleo en subvencionar discretamente actividades que considero valiosas. Y con el tercio restante vivo. Como un monje, ciertamente. Pero así me gusta vivir. Me alimento parcamente, visto de cualquier manera, apenas necesito buscar libros (aunque sigo yendo a librerías) porque los libros me buscan a mí, y siempre dispongo de tiempo por la mañana y por la tarde para perder gozosamente el tiempo. Los viajes los evito, salvo que sean de trabajo. Claro que, como también soy mi propio empresario, si de pronto me apetece tomar un café en Venecia o Nueva York o en cualquier otro lugar (siempre una ciudad, la naturaleza me interesa poco), pues me hago un encargo que me obligue a ir allí. Y todo esto lo consigo con un sueldo, si no mínimo, bastante ajustado y además rebajado en un cinco por ciento. Me parece que no se puede negar que, al menos en lo que a mí se refiere, soy un buen administrador. Tampoco creo que se pueda negar que me gusta tocar las narices a mis amigos de la pseudo izquierda más o menos unida e indignada.
--¿Y no te da vergüenza restregar todo eso en la cara de los sin trabajo?
--En absoluto. Soy un egoísta que cuida mucho su buena conciencia. Más del sesenta por ciento de lo que gano lo devuelvo a la sociedad. ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo?
--Pero es que tú no tienes familia.
--Ahí me has pillado. Gracias por recordármelo. Ya me estaba yo cansando de tanto ponerme estupendo. No soy más que un solterón egoísta. Pero buen administrador, eso no me lo niegues.
Una catedral. Pongo por caso la de Siena. Además, con las estrías de color de la camisa, mejor Siena que otra. Pues eso: me recuerdas una catedral.
ResponderEliminarPero, ¿qué tendrá que ver una catedral -gótica en este caso-, que es un enhiesto surtidor pétreo, con el apaisado Martín?
Pues que las catedrales, con sus gárgolas, sus arbotantes, su filigrana de piedra, son bellos artefactos... a la mayor gloria de una mentira. No existe soberbia más irrisoria que la del teólogo. Nunca la mentira tuvo mayor túmulo que la catedral: oro, mármol, pórfido, marfíl, alabastro..., trabajados con primor (yo también prefiero la belleza que sale de las manos de un artista a la ciega obra de la Naturaleza), sustentan vacuas entelequias. Pero son coherentes y armónicas en su magnífica impostura.
Martín es coherente en su discurso pero, como las catedrales, se basa en fundamentos ideológicos errados. Es como esos prolijos mamotretos de alquimia o ciertas filosofías aberrantes: la aparente erudición oculta el error de base.
Martín suele alardear de que es sincero. Pero la sinceridad no se compadece necesariamente con la verdad.
Él suele decir -como Vriginia Woolf- que nunca se muerde la lengua para decir la "verdad", aunque moleste al interlocutor. Lo que no dicen (ni Miss Virginia ni herr Martín) es que resulta una presunción petulante afirmar que se está en posesión de la verdad siempre.
Y resulta que -como las catedrales- estos bien dotados artesanos de las letras construyen bellos edificios, pero carentes de
racionalidad (como no sea la meramente constructiva).
No se puede negar, no obstante, que es un bien impagable que existan las soberbias catedrales. Y los productos de las mentes erradas en tantas cosas, pero bellos formalmente.
Y que no nos falten.
Salute.
Esta entrega del diario me ha parecido especialmente brillante. Saludos.
ResponderEliminarP
¿Será Letizia Ortiz una republicana que -pese a las apariencias- trabaja subrepticiamente por la Causa?
ResponderEliminarVerla estos días lucir costosos modelitos (llegó a cambiar cuatro veces de estameña en un día); apreciar lo que puede conseguir un virtuoso del bisturí para tornar hierática y pelín altiva la faz de la antaño pizpireta reportera; verla desenvolverse con donosura entre una corte de aduladores y advenedizos; contemplarla genuflexa ante la jerarquía católica, ella otrora tan librepensadora que parecía...
Eso tiene que ser: una trama conspirativa -de la que ella sería una pieza fundamental- para provocar la venida de la Tercera República.
Porque ver a Letizia desenvolverse produce más republicanos que si fuesen de obligada lectura en los institutos las obras completas de Manuel Azaña.
PS.- Y Martín, ¿qué?; ¿se habrá disfrazado de pingüino para asistir a la Gran Farsa?
Qué país tan inconscientemente hipócrita: todos quieren que todo sea público pero nadie quiere pagar impuestos. Yo ya he decidido que, en mi próxima declaración, no marcaré las casillas ni de la Iglesia (¿por qué ese privilegio?) ni de fines sociales. ¡Como si las pensiones, la educación y la sanidad fueran pocos fines sociales! Y eso sin contar el casi 1/4 adicional de IVA que hay que pagar por cualquier cosa que uno haga. Un auténtica dictadura...
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