domingo, 3 de abril de 2011
Al otro lado: El ojo de Dios
Domingo, 27 de marzo
VENTANA
Visito por primera vez el remodelado y acrecido Museo Arqueológico, vuelvo a pasear por el claustro en el que pasé más de una melancólica tarde cuando estudiaba en el edificio de enfrente. Ha perdido polvorienta penumbra y misterio; ha ganado en amplitud y en pedagógica claridad.
Si tuviera que escoger una, entre todos los minuciosos asombros que encierra me quedaría con la ventana del tercer piso. Me ocurre con casi todos los museos: nada me interesa más que los ojos con que miran el mundo.
Por encima del hombro parece mirar la gótica torre a la que se encaramó Clarín para trazar los planos de Vetusta a la más humilde y románica; con los historiados recovecos ábside dialogan las limpias geometrías que agrandan el antiguo monasterio de San Vicente… Yo me muevo y la ventana, como un visor prodigioso, me va ofreciendo aspectos inéditos de la catedral, me enseña a mirar el mundo con otros ojos. Me parece que esa es también la función del arte. Por eso en los museos la primera obra de arte son las ventanas.
Lunes, 28 de marzo
MANUAL
Cuando alguien habla de mí por escrito, cosa que ocurre con menos frecuencia de la que me gustaría, me entero puntualmente gracias a las alertas de google. Pero si hablan mal, casi siempre se adelanta algún buen amigo.
--¿Has visto la nueva historia de la literatura que publican Jordi Gracia y Domingo Ródenas?
--No, todavía no la he visto. Seguro que está muy bien, pero que ni me mencionan. Ya sabes que yo comenté negativamente la antología de Ridruejo preparada por Jordi Gracia. Se vengó diciendo en una reseña de La poesía y sus circunstancias, de Ángel González, que el prólogo, que yo firmaba, era poco brillante. Ahora tiene una ocasión mejor para vengarse, ignorándome.
--Pues no te ignora, te pone en su manual. ¡Y cómo te pone! Dice –textualmente— que “te chifla la maledicencia, la confidencia revelada o la indiscreción calculada a varias bandas”. Te llama también “sismógrafo impúdico” y destaca tu “afición delatora”. No te habrá leído, eso está claro –dice que siempre vuelves a tu “entorno más inmediato en Gijón”—, pero parece que te conoce muy bien.
Finjo sentirme muy molesto –no quiero defraudar a mi amigo, que me ha llamado precisamente para eso—, pero la verdad es que la noticia me alegra y que, en cuanto cuelgue el teléfono, voy a ir corriendo a la librería.
--¡Qué van a pensar de mí mis alumnos —exclamo haciendo un poco de teatro— al verme denigrado de esa manera en una historia de la literatura!
--No te preocupes, los alumnos no leen manuales.
De pronto parece tener una idea maliciosa, y yo me imagino su sonrisa:
--Claro que siempre puede haber algún colega tuyo que les pase casualmente una fotocopia…
La verdad es que estoy muy contento de que la vanidad herida del hiperactivo y barullento Jordi Gracia le lleve a matar moscas a cañonazos. ¡Una historia de la literatura que no se olvida de referirse a lo que a mí “me chifla”! Eso me halaga más que cualquier vacuo elogio.
Martes, 29 de marzo
DESPACHO
Mi despacho va a acabar convirtiéndose en una atracción pública. Esta mañana un alumno me dijo que si podía hacer una fotografía con su teléfono. Seguramente la enseñará en casa cuando su madre se queje del desorden de su habitación.
Asusta un poco, la verdad. De vez en cuando, como en los glaciares, un montón de libros y papeles, que se ha ido deslizando sin que me diera cuenta, se viene al suelo con estrépito. Pero no a todo el mundo le asusta. Por la tarde pasó a verme una antigua compañera, y tras admirar sonriente el caótico entorno, dijo: “Se ve que sigues siendo un hombre ordenado”, “Te burlas”, “En absoluto. En tu despacho todo se acumula en aparente desorden porque no hay sitio para tantas cosas, pero seguro que en tu cabeza sí que hay un sitio para cada cosa; de caso contrario no podrías hacer todo lo que haces. Se necesita una cabeza muy organizada para poder trabajar rápido y bien en un sitio así”.
Yo sonreí, halagado, aunque no estaba muy seguro de que se creyera lo que decía. Es agradable dejarse acariciar. Después de los sesenta años, contra lo que yo me temía, también se puede aprender; yo estoy aprendiendo a ser menos erizo, menos orgulloso, más infantilmente vanidoso.
Miércoles, 30 de marzo
MAESTRO
Suena el teléfono mientras estoy en clase. Devuelvo la llamada a la salida. Es José Manuel Feito, el párroco de Miranda, que me dice que estaba con un antiguo maestro mío y que querían saludarme. “No sé si le recuerdas, se llama José Ramón y te dio clase en Valliniello”.
¡Cómo no voy a recordarle! Gracias a él soy lo que soy. Recuerdo bien aquella escuela del Fondo de Valliniello, un barracón de madera levantado al lado mismo de los muros de Ensidesa, junto a un vertedero de productos tóxicos que nos servía de patio de recreo. Recuerdo que una vez hubo que llevar urgentemente al hospital a una niña que se había caído sobre un raro montón de cenizas. Ya no existe esa escuela ni las casas en que se amontonaban gentes venidas de todos los rincones de aquella mísera España en blanco (o en Franco) y negro. Ahora es una zona verde, un ecológico cinturón de seguridad en torno a los edificios industriales. El maestro, don José Ramón, tenía a su cargo cerca de cien niños, de todas las edades. Para poder atenderlos nos dividió en dos turnos, mañana y tarde. Uno de esos niños era yo, que entonces tenía nueve años. Fue él quien habló con mis padres, les convenció de que debía hacer el examen de ingreso para estudiar el bachillerato, solicitó para mí una beca. Y así, poco después, pasé de aquella escuela donde se amontonaban los hijos de los coreanos (ese era el nombre despectivo de los nuevos avilesinos) a la solemnidad del Instituto Carreño Miranda, con sus grandes puertas y sus inmensos pasillos (eso me parecían a mí). Recorría cada día a pie los tres o cuatro quilómetros que me separaban del instituto, entonces al final de la calle Galiana. Todavía no había amanecido cuando salía de casa en las heladas mañanas de invierno. En esos años del bachillerato elemental, cuando todavía vivíamos en Valliniello, iba a menudo a ver al maestro, a la escuela o a su casa. Me ayudaba con las matemáticas, con el latín. Recuerdo que otras veces era yo quien ayudaba en la escuela, y hacía un dictado o leía con los más pequeños. Los mayores se preparaban para entrar en la Escuela de Aprendices de Ensidesa. Recuerdo con agrado aquellos enrevesados problemas de matemáticas con ecuaciones de dos o tres incógnitas. Yo de niño ya era tan discutidor como ahora y no aceptaba nada porque sí; a don José Ramón, sabio y paciente, le divertía que le llevara a menudo la contraria, que tratara de razonarlo todo.
“¿Cómo no voy a recordar al maestro de Valliniello si fue mi mejor maestro, casi podría decir que el único maestro que he tenido?”, le digo a José Manuel Feito.
“Pues aquí sigue, en Miranda, con una salud y una cabeza envidiables a sus noventa años”, me responde.
Recuerdo los versos de Antonio Machado: “Y al cabo nada os debo, debeisme cuanto he escrito”. Yo no puedo decir lo mismo. Estoy lleno de deudas que no podré pagar, y una de las mayores es la que tengo con mi maestro de aquellos años remotos, casi medievales. Aunque ahora parecen duros, y sin duda lo fueron, en mi memoria conservan un halo de ilusión y magia: unas puertas se iban abriendo poco a poco ante mí; fuera me esperaba el mundo con todas sus maravillas, la inagotable biblioteca de Alejandría; cada día me traía un nuevo deslumbramiento.
Me lo sigue trayendo. Sigue siendo aquel niño. Gracias, maestro.
Jueves, 31 de marzo
RESISTENCIA
Escucho decir al fiscal general del Estado que si alguno de los promotores de Sortu es incluido en sus listas por un partido legal, ese partido corre el riesgo de ser inmediatamente ilegalizado. A mí no me gusta entrar en política, y nunca entro en cuestiones de política menuda, pero cuando están en juego los fundamentos mismos de la democracia, no puedo por menos de dar mi opinión. Para que conste que otros (sin duda con las mejores intenciones) pueden ser cómplices, pero yo no. Todos los ciudadanos españoles, de acuerdo con la Constitución, tienen derecho a elegir y a ser elegidos, salvo que hayan sido privados de ese derecho por decisión judicial firme. Y ningún juez se ha atrevido hasta la fecha a retirarle sus derechos a las ciudadanos vascos que decidieron un día (cuando era legal) votar o apoyar a Batasuna.
La respuesta que los partidos democráticos vascos deberían darle a las palabras del fiscal general es incluir en sus listas, de modo testimonial, cada uno a uno de los promotores de Sortu. Y que se atrevan a ilegalizarlos a todos.
Estar contra la violencia utilizada para conseguir objetivos políticos, como yo lo estoy y lo he estado siempre, no supone renunciar a la resistencia civil. A mí me enseñaron que no hay democracia si no es para todos, especialmente para los que no piensan como la mayoría bien pensante (que, sin embargo, no duda, cuando le conviene, en retorcer las leyes hasta pasárselas por debajo del puente colgante).
Viernes, 1 de abril
POSTERIDAD
“¿Pero tú todavía crees en eso de la posteridad?”, se ríe de mí un amigo. “¡Qué importancia tiene que te lean o no después de muerto!”.
Para mí no tiene ninguna y tiene mucha importancia. El éxito me gusta, pero si puedo pasar perfectamente sin él ahora, mucho mejor podré pasar dentro de cien años. Ocurre, sin embargo, que cuando escribo un poema, como el carpintero cuando hace una mesa, me esfuerzo en que esté bien hecho y sea capaz de resistir el tiempo. No es cuestión de vanidad, sino de profesionalidad. Por otra parte (y ya sé lo ridículo que resulta decirlo) la posteridad ha sustituido para mí al ojo de Dios que todo lo ve del que me hablaban cuando niño. Hace mucho tiempo que trato de vivir como si siempre me estuviera contemplando el ojo minucioso del biógrafo futuro (vamos, como si yo fuera Lorca y tuviera un Ian Gibson al acecho). Me esfuerzo por no hacer nada en privado de lo que tendría que avergonzarme si se llega a conocimiento público. Me esfuerzo, pero no siempre lo consigo.
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Está claro que estas encantado de conocerte. Lo cual no me parece para nada criticable, de hecho me parece una postura de lo mas sana en la vida. Pero ultimamente tus diarios parecen como la Salsa Rosa literaría. En cuanto a lo de escribir un poema discrepo totalmente. No conozco ningún poeta (o poetastro eso depende del gusto personal) que a su manera no sea vanidoso. Mejor el otro blog en que hablas de literatura (no todo va ser ponerme en plan crítico).
ResponderEliminarImpresionante la foto del despacho "ordenado". Pero no es el único. Conozco al director general de una prestigiosa cadena de tv que lo tiene igual. Pero en su cabeza todo está ordenado. El texto sobre su viejo maestro es emocionante, como poco; tiene un sabor a relato medieval que me ha encantado. Ah, de Jordi Gracia nadie se acordará en la futura historia de la literatura. De usted sí, aunque no lo pretenda (yo creo que sí lo pretende, y me parece muy justo). Fdo: Don Un Poco Anónimo (uno de Oviedo que vive en Madrid).
ResponderEliminarRecuerdo la vista angosta e íntima que ofrecen las ventanas de la galería Uffizi sobre la plaza (y la cola de los que aún esperan). Es verdad que lo recuerdo mejor que las obras del museo, que confundo en la memoria con otras de los museos vaticanos.
ResponderEliminarYo, en cambio, conozco a unos cuantos poetas que son muy poco o nada vanidosos. Quizá, sugiero, el que Santiago no los conozca pueda tener algo que ver, precisamente, con lo poco vanidosos que son. En cualquier caso, las generalizaciones siempre son fáciles; y fácilmente se equivocan.
ResponderEliminarPreciosa esa evocación del maestro, con la que me he sentido plenamente identificado. Yo mismo me entiendo mejor con quienes, piensen como piensen, dejan espacio a la posibilidad de que otros piensen, legítimamente.
ResponderEliminarY no he podido dejar de escudriñar el triple retrato colgado en su despacho con aquellos inolvidables canzonetistas: Quintero, León y Quiroga.
Usted tendría que estar incluido en el Catálogo General de la Sastrería. Con retales que coge de aquí y de allá confecciona un traje a medida (diarios y colaboraciones periodísticas).
ResponderEliminarEl comentario del 5 de Abril, a las 06:33, es la segunda ocasión en este blog (al menos, que yo haya visto) en que alguien me suplanta. No sé bien cómo funciona el tema de los blogs; conozco poco internet. Pero dígame por favor aquí JLGM si él tiene posibilidad de modificar un comentario antes de reproducirlo; si es así, identificaré los míos añadiéndoles algún signo que acordemos, y que él podría borrar antes de reproducirlos. Hay gente, como mi suplantador, que demuestra no tener el mínimo de ética exigible para participar en una discusión civilizada. Los comentarios con mi firma que no llevasen el signo identificador que digo, puede borrarlos sin más.
ResponderEliminarMarinero:Hay poetas como hongos. Y yo desde luego desconozco un montón de ellos/ellas. Básicamente considero que escribir tiene un componente de vanidad importante, no que en si mismo un poeta o escritor sea vanidoso.
ResponderEliminar(Yo sigo a lo mío, comentando desde el futuro. Mientras Martín lo publique entiendo que no le molesta, e incluso que le agrada.)
EliminarGracias, don Santiago, por ilustrarnos. Es una pena que ya no comente. Claro, se estará dedicando a menesteres menos vanidosos.
Al hilo de lo que cuenta Jesús Beades, recuerdo que cierta directora (sería mucho pedir que recordara el nombre) de la Gallería degli Uficci comentaba que -para ella- el mayor atractivo que tenía aquel museo florentino era la vista que se podía disfrutar desde una ventana del piso alto sobre el Arno y el Ponte vecchio. Boutade o no, es cierto que embelesa contemplar aquella perspectiva.
ResponderEliminarA Bedales le dejó impronta el patio de Vasari. Nada que objetar.
En cuanto a que se pueda juzgar el carácter de un autor por la interpretación lineal de lo que escribe..., pues que no estoy de acuerdo.
Porque hablar con otras personas, incluso reflexionar a solas, son facultades diversas del hecho creativo literario. Es como si tal función saliera de un cajón especial del bargueño que es la mente.
Y así resulta que un tímido es audaz cuando escribe; detrás del viejo funcionario que se enfunda las zapatillas al llegar temprano a casa y emborrona unos poemas secretos, puede haber un desinhibido Casanova. He conocido algún gay que dota a los personajes de sus relatos de una virilidad exacerbada.
Uno es "pensar" y otra cosa es escribir.
A veces hasta se nota.