domingo, 27 de marzo de 2011

Al otro lado: Museo de la felicidad

Domingo, 20 de marzo
QUÉ BIEN VIVES

Parezco una persona ecuánime y tranquila, o me esfuerzo en parecerlo, pero no hay nadie de más cambiante humor: estoy tan feliz, contemplando el tranquilo transcurrir del paisaje al otro lado de la ventanilla, y de pronto, sin avisar, el tren entra en el negro túnel de la angustia. Y ahí sigue durante una eternidad, que a veces llega hasta una hora. Luego, también si avisar, me deslumbra la luz y vuelvo a estar en el mejor de los mundos.
Tengo la suerte de no haber crecido demasiado, de no ser un adulto, sino un niño disfrazado de adulto. Cualquier cosa me entretiene, encuentro asombro y maravilla donde otros ven trivialidad y rutina.
Este domingo debería estar triste, particularmente triste, y lo he estado, y lo volveré a estar, pero cuando me dirigía despacio hacia el Fontán, dejándome acariciar por el sol, cuando paseaba sin prisa entre los puestos de libros, cuando hojeaba luego los hallazgos y el periódico en el café de siempre, cuando charlaba o callaba con un buen amigo, he sido feliz. Y he sonreído al recordar aquella vez, hace poco más de un mes, en que leía sentado junto al lecho de la enferma, que llevaba largo tiempo dormida, y de pronto, al levantar un momento la vista de la absorbente página, me la encontré mirándome con sus grandes ojos benévolos: “Qué bien vives”, me dijo. Y los volvió a cerrar.
Sigo viviendo bien, no te preocupes.



Lunes, 21 de marzo
UN MARAVILLOSO DESASTRE

Como el guión de mi vida lo traza un dios benévolo, después de un tiempo sin apenas clases, a partir de esta semana se me acumula el trabajo. Por primera vez me toca poner en práctica el denostado plan Bolonia. Mi rutina diaria queda alterada. Hasta ahora daba clases en el Milán, al lado mismo de donde vivo (tardaba más en ir del despacho al aula que a casa), ahora las doy en el otro extremo de la ciudad, media hora de caminata cuesta arriba; hasta ahora tenía clases de diez o quince alumnos, los nuevos grupos pasan de los ochenta; antes las clases eran de una hora, ahora son de una hora, de hora y media o de dos; antes venía a clase el alumno que quería, ahora hay que pasar lista y no sé qué otras burocráticas pejigueras… En fin, un desastre.
Un maravilloso desastre, como una ducha fría que me espabila y me impide caer en la autocompasión. Y luego la primera clase en la que, porque me apetece y porque hoy es el día de la poesía, nos dedicamos a leer poemas de amor y yo escucho el maravilloso silencio con que acogen unos versos de Neruda (“Puedo escribir los versos más tristes estas noches”) que muchos de ellos oyen por primera vez y que a mí me emocionan como si los oyera por primera vez.
Tengo que inventar nuevas rutinas y eso me rejuvenece. Pero hay una rutina a la que sigo fiel desde pronto hará cuarenta años: cuando entro en el aula, los problemas personales los dejo siempre fuera. Dentro solo estamos los alumnos, la literatura y yo, que no siempre tengo una buena tarde, pero que todavía no he aprendido –y ojalá no aprenda nunca— a torear con desgana y por cumplir.



Martes, 22 de marzo
ANTIDEPRESIVOS

Uno de mis antidepresivos favoritos, ya lo he dicho, es dar clases. El otro, me parece que no hace falta que lo diga, es discutir. Y discutir sin guardar las formas, como en un programa basura de televisión, gritando “¡Eso es una tontería!” cada vez que escucho una tontería. Sin importarme de que quien la diga sea un buen amigo mío. En Las olas muertas, uno de esos libros en los que Javier Sánchez Menéndez lleva a la letra impresa algunos de los mejores blogs que circulan por Internet, Enrique Baltanás quiere mostrarse ingenioso a propósito de la primera ley sobre el tabaco: “Si el tabaco es verdaderamente tan malo y tan dañino como dicen –como dicen sus detractores—, en vez de la farragosa ley que nos preparan, bastaría con una que contuviera un solo artículo: Queda terminantemente prohibida en territorio nacional la producción, distribución y venta de tabaco, habiendo sido demostrado su carácter de droga nociva para la salud”. Tras una disposición adicional (“En ningún caso la Hacienda pública podrá beneficiarse de impuestos derivados de las labores del tabaco”) añade: “Lo demás son ganas de incordiar”.
Amigo Enrique, perdona, pero no te has enterado de nada. El tabaco es perjudicial para la salud, pero este estado presuntamente intervencionista contra el que tú te metes tanto no es nada intervencionista: advierte de ello y deja que cada adulto decida por su cuenta. Lo que las leyes sobre el uso del tabaco en los lugares públicos pretenden es proteger la salud de los no fumadores, que somos la mayoría.
Qué pereza repetir estas cosas. Pero todavía hoy parece haber gente que no se ha enterado. En el caso de mi admirado y machadiano Baltanás ello se debe a su conversión a la extrema derecha liberal, que en ciertos puntos le nubla la mente. Me recuerda a aquella buena señora, recién salida de la peluquería, a la que le preguntaron qué opinaba sobre la ley del tabaco, recién aprobada, y dijo: “Me parece mal. Yo creo que habría que aconsejar, pero no prohibir”. O sea que habría que eliminar el código de la circulación y el código penal. Si alguien mata a alguien, pues le decimos: “No lo hagas más, ¿eh?, no lo hagas más, que está muy feo”. Es fácil reírse de esa buena señora recién salida de la peluquería, pero Francisco Rico, Fernando Savater y otras fumadoras eminencias no han razonado de mejor manera.


Miércoles, 23 de marzo
UNA HORA EN SANT’ERASMO

Siempre que leo una novela de Donna Leon lo hago con un plano de Venecia delante por si no me resulta suficiente el que guardo en la memoria. En Testamento mortal la mujer que encuentra muerta a su vecina del piso de abajo vive en el campo de San Giacomo dell’Orio, frente a la iglesia: “si su ábside redondeado hubiera sido la proa de un barco navegando, habría apuntado a sus ventanas y no habría tardado en echársele encima”. Esta vez alterno las andanzas sin prisa de Brunetti con El sabor de Venecia, un libro con sus recetas favoritas. No soy precisamente un gastrónomo; de una comida agradable nunca recuerdo el menú, sino la compañía y el lugar. Por eso de este libro me interesan menos las recetas, sencillas y apetitosas en su mayoría, que las divagaciones que Donna Leon intercala entre ellas. Comienza por un melancólico paseo por la Strada Nuova lamentando todos los viejos comercios que han desaparecido. Venecia, viene a decir, antes era una ciudad con vida propia y ahora es poco más que un parque temático para turistas. Pero sigue siendo una ciudad con vida propia: los turistas, como la marea, tienen sus flujos y reflujos y basta conocer y esquivar sus horarios para encontrarse solo incluso en el lugar más turístico, como la Piazza de San Marcos.


De pronto, hojeando distraído el volumen, tras la sopa de lentejas con panceta y antes de los rollitos de berenjenas con jamón, me encuentro de nuevo en Sant’Erasmo: “Hasta no hace mucho, la mayor parte de la fruta y la verdura que se vendía en Venecia era transportada en barco desde la isla de Sant’Erasmo, a unos cuatro kilómetros al noreste de la isla mayor”. Explorando la laguna, una ociosa mañana, yo llegué a esa isla, en el vaporetto número 13, sin saber nada de ella. Qué sorpresa al poner el pie en el embarcadero y encontrarme en pleno campo, con casas aisladas, con cultivos de vides y praderas arboladas, con canales de regadío. Me parecía estar de pronto en las afueras de mi pueblo, cuando niño. Me puse a caminar: el canto intermitente de los pájaros, el ladrido de algún perro, solo servían para acentuar el silencio. Olía maravillosamente bien allí, lejos de todo. ¿Lejos de todo? Por encima del verdor, hacia el oeste, asomaban los campaniles y las doradas cúpulas de Venecia.
No encontré a nadie en el paseo, tampoco ningún lugar en el que pudiera tomar un café. Aquello era un paraíso, cierto, pero a mí los paraísos, especialmente los paraísos naturales, me cansan pronto. Llegué de vuelta al embarcadero cuando se alejaba el vaporetto; hasta dentro de una hora no habría otro. ¡Una hora! ¿Qué hago yo una hora en este lugar? Me sentí de pronto como Ovidio en el destierro. Se me ocurrió pensar que los vaporettos, como los autobuses, podían ponerse en huelga y que entonces yo tendría que pasar la noche en aquel descampado, sin más compañía que los desasosegantes sonidos de la naturaleza. Ahora, al contarlo, me siento ridículo. Pero yo soy así: en la ciudad nunca me siento solo; en el campo, siempre me siento solo, y amenazado. Recuerdo una irracional angustia semejante en Staten Island, tras visitar el templo tibetano, esperando un autobús en medio de ninguna parte para llegar hasta el transbordador y luego al anhelado Manhattan. Una vez cierta amiga (argentina, por cierto) quiso psicoanalizarme y me dijo que la ciudad representaba lo racional y el campo el mundo de los instintos, que yo me negaba a aceptar. Recuerdo que me regaló los tres tomos de la autobiografía de Bertrand Russell, que todavía conservo, y en uno de ellos había subrayado una frase en una de las cartas que le escribió Lady Ottoline Morrell: “Debes dejar en tu vida un lugar para lo salvaje”. A mano, mi amiga había añadido: “O al menos para lo espontáneo”.
Creo que he cambiado mucho desde entonces. Ahora podría estar perfectamente una hora en Sant’Erasmo, en pleno campo, sin sentirme angustiado ni desamparado. Ahora podría muy bien estar allí, solo y tranquilo, mucho más tiempo. Incluso hora y media (tampoco conviene abusar de los encantos de la naturaleza).



Viernes, 25 de marzo
NOCHE DE ESTRENO

Mientras trato de contener, sin conseguirlo del todo, mis ganas de bailar, pienso en lo extraña que es la vida, cualquier vida. Hace diez días, la última vez que estuve en Avilés, no podía contener las lágrimas. Creí que no sería capaz de volver en mucho tiempo. Y hoy vuelvo, rodeado de amigos, a estrenar el nuevo y prodigioso espacio del Centro Niemeyer, que fui viendo crecer aceleradamente en los meses en que tuve que venir cada día. Vuelvo y me siento como un niño la noche de Reyes. Ha comenzado a llover, pero no importa.


Hacen una extraña estampa la continua fila de figuras con paraguas que cruza el puente que zigzaguea y se detiene sobre el agua negra; los niños y los adultos que son como niños al jugar con las sombras chinescas que se proyectan sobre la cúpula; las redondeadas formas blancas. Veo la ría, con las luces del largo paseo reflejadas en ella, como no la había visto nunca. Y de pronto aparece Woody Allen en el escenario y yo me siento en Nueva York y en casa y lejos, muy lejos, de mis humillaciones y fracasos. Y me pongo a bailar. A bailar yo, que antes solo era capaz de bailar en sueños. Seguro que sonreirías, si imprevistamente abrieras los ojos como entonces, y que volverías a decirme: “Qué bien vives”.

16 comentarios:

  1. No son pocos los pasajes de esta semana que me incitan al comentario, pero me limito a dos:
    1. "los alumnos, la literatura y yo": me encanta esta formulación de lo que yo llamaría el triángulo docente.
    2. "Y los volvió a cerrar". Tú y yo tenemos, más o menos, la misma edad. Mi madre murió el pasado 1 de diciembre, a los noventa y uno.

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  2. Tenía, y hubiera tenido, razón al decirlo. En los diarios, al menos, dominas el arte de vivir. En la vida real, quién sabe (yo no, desde luego). Yo pondría un poco de sordina en algunas certezas, me plantearía alguna vez la posibilidad de que, cuando creo que alguien ha dicho una tontería, pueda ser sin embargo yo el equivocado. A veces pasa. Pero, por lo demás, y en efecto, ¡qué bien vives! Gracias por contárnoslo.

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  3. Creo que comprendí, Martín. Lo siento.
    Un abrazo,Luis

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  4. Si me permite discrepar de nuevo, el tema del tabaco podría enfocarse de una manera distinta a la suya, y sin caer por ello en pecados de la 'derecha liberal'.

    Lo de los espacios públicos tiene sentido si se trata de lugares a los que uno puede o debe ir necesariamente, como administración pública, hospitales, etc. Ahí sí que tiene sentido la prohibición, pues no tiene sentido que los no fumadores deban tragarse el humo de los que sí fuman. Ahora bien, otra cosa muy distinta sucede, por ejemplo, con los bares, pues se trata de lugares públicos pero privados, en el sentido de que nadie está obligado a entrar en ellos. Como debería ser el propietario quien decidiera si en su local se puede o no se puede fumar, no es de recibo que se le prohíba el ejercicio de esa pequeña libertad. Como mucho, el gobierno debería intentar que en cada cierto número de metros haya algún bar sin humos.

    firmado: fumador en pipa que sólo le da al vicio en casa

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  5. Amigo Horrach, como no puedo resistirme a mi manía de discutir, respondo a tu aclaración. Lo que tú propones era exactamente la ley que había antes. El resultado fue un desastre: casi todos los bares eligieron ser para fumadores y, además, como se podía fumar la gente que antes te pedía permiso para hacerlo ahora te echaba el humo a la cara porque estaba en su derecho. Y los empleados tenían que trabajar en condiciones inadecuadas (en los bares no solo importa la salud de los clientes, también la de los trabajadores).
    Yo creo que esta ley protege mejor que la anterior la salud de todos, y no perjudica a los fumadores que salen a fumar a las terrazas, ahora incluso con calefacción.
    En cualquier caso, el comentario de Enrique Baltanás no tenía ningún sentido (la ley no va contra el tabaco, como prohibir mear en la calle no va en contra de ciertas necesidades fisiológicas), y esa era lo que yo quería decir: que no todas son opiniones respetables y discutibles (como la tuya), sino que también hay errores sin más, que pueden (aunque resulte descortés) descartarse de un plumazo.

    JLGM

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  6. Que el tabaco tiene un poder de adicción mayor que la heroína se pone de manifiesto cuando vemos a personas bien razonables para casi todo, defender con entelequias los "derechos" de los fumadores.
    Que a estas alturas se cuestione el derecho (éste sí) de los no fumadores a no pagar las consecuencias de quienes han decidido atentar gravemente contra la salud propia, produce asombro.
    Lo único que se aproxima un poco a lo razonable es cuando sugieren que se creen antros (supongo que herméticos)con acceso limitado a los fumadores. Ello llevaría consigo que los parroquianos de tales lazaretos no conociesen en su vida la jeta del camarero, que habría de servirles por una trampilla semejante a la de las mazmorras de la Inquisición; ni de la un vendedor de cupones, ni a la empleada de la limpieza (los aseos iban a estar hechos un asco, si sólo se iba a poder entrar a dar un bayetazo al final de la jornada).
    Lo bueno que tiene ese modelo es que iba a crear empleo, porque habría ingenierías y estudios de diseño que habrían de emplearse a fondo para diseñar esos bunkers estancos. La actual catástrofe nuclear de Japón me sugiere que quizá fuese viable, como alternativa logística, que los hosteleros sirviesen a los clientes enfundados en inmaculados monos aislantes, con equipo de respiración autónoma (ERA). Entonces iba a tener pleno sentido aquello de trabajador autónomo.
    Porque no se olvide que la actual Ley de Prevención de Riesgos Laborales es muy estricta en eso de preservar la salud de los trabajadores. Y todos los días los inspectores empapelan a algún empresario negligente al respecto.
    No se, mirándolo de este lado quizá mereciera la pena sopesar los pros y los contras, y no cegar por apriorismos insolidarios (con el sufrido colectivo de los fumadores) un posible yacimiento de empleo (entre los proveedores de tal novedosa tecnología).
    Porque ya se sabe que para "crear empleo" hay que dejarse de melindres, de zarandajas medioambientales y de mariconadas varias; que el hecho de vivir constituye un riesgo, y que el mundo es de los audaces, y que ha de dejarse a la iniciativa privada la búsqueda de las soluciones a todos los problemas.
    Y no hay que hacer demasiado caso de los puristas pseudoprogres que cuestionan todo, como ahora pasa con la energía nuclear, sólo porque un puntual incidente ha dañado una central..., como si los que entienden de esto no tuvieran todo previsto y no fuesen capaces de reconducir la situación.
    Y además, ¿quién está seguro de que el tabaco produce cáncer? Dicen los tabaqueros (por una vez filocomunistas) que ahí está el caso de Santiago Carrillo para demostrar lo que pueda haber de falacia...
    Por lo que se ve, el tabaco afecta también a la sesera.

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  7. Qué diferencia entre el Niemeyer y el Calatrava... La que media entre un arquitecto honesto, que piensa que su pieza arquitectónica ha de emplazarse en una geografía que ha de quererlo, y un logrero talentoso, a quien preocupa y ocupa sobre todo hacer fortuna.
    La grandiosa modestia de Niemeyer frente a la agresiva petulancia (existe una castiza petulancia levantina) de Calatrava.
    Empecé a darme cuenta de qué clase de tipo era el levantino cuando, preguntado por los periodistas sobre una obviedad -el demencial emplazamiento del "calatravo" ovetense- salió por peteneras y trilerías diciendo que lo encontraba "bien" (!!!).
    Por cierto: me pareció de perlas el tratamiento que le dieron a la antigua pescadería, que queda perfectamente armonizada con lo que hay al otro lado de la ría.
    Felicidades, Avilés.

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  8. Coincido en todo, salvo en el tratamiento a la antigua pescadería. Me gusta así, partida, soportando el puente, pero yo habría preferido que no la embadurnaran la cara de blanco, como a un payaso sino que la dejaran con su sobria, y acorde con la plaza, fachada anterior.

    JLGM

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  9. Kurtz, es que la ley anterior estaba muy bien. Si muchos no fumadores se sentían perjudicados entonces podían optar por no entrar nunca más en el local de turno. Lo mismo que el camarero antes de escoger ese empleo. ¿Qué obligación hay de ir a ciertos bares que no respetaban las separaciones entre clientes? No sé en Oviedo, pero en Palma de Mallorca funcionaba mayoritariamente esa separación. Pero en España parece que determinadas costumbres se han impuesto como algo obligatorio en lo que no participa la voluntad de cada cual. Me refiero a que nadie está obligado a entrar en un bar si no le gusta lo que sucede dentro (lo mismo que a trabajar en él si molesta el humo). Lo sorprendente es que a los propietarios de los mismos se les obligue a hacer algo que no desean en beneficio de una clientela que no tiene obligación ninguna de entrar en el bar de turno (y recordemos que la obligatoriedad es algo que sí se da, o puede darse, el locales públicos como hospitales o edificios de administración pública). También que se recurra a la excusa de los camareros, cuando muchos bares son familiares y todos los miembros de la familia que allí trabaja son fumadores o toleran el tabaco. Y peor todavía: que se insulte la inteligencia de estos propietarios diciendo (palabras de Leire Pajín) que con la nueva ley no perderán beneficios, dado que los no fumadores que no iban al bar por culpa del humo ahora acudirán encantados...

    Probablemente nuestro Gobierno tenga la idea de que nadie fume en España, pero hacerlo directamente y de frente, prohibiendo el tabaco, es una tarea más complicada que se les hace cuesta arriba (de momento). Por eso optan por el subterfugio de las restricciones excesivamente invasivas.

    Un placer discutir con usted. Saludos.

    PD: hace años que no se pasa por Mallorca. Al menos para dar una conferencia.

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  10. Una vieja frase dice "Tu libertad de estirar el brazo acaba allí donde empieza mi nariz". Propongo sustituir la palabra "brazo" por la palabra "humo" y el resultado nos puede resultar útil para zanjar este asunto de la prohibición de fumar en sitios públicos.

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  11. Sigo con Horrach (a ver si algún día puedo charlar personalmente en Mallorca). Las leyes son generales, la causuística y los casos particulares son infinitos. En muchos casos (lo digo por experiencia), la ley anterior empeoró las cosas. Los locales públicos de menos de no sé cuántos metros de extensión, pudieron elegir ser para fumadores o no fumadores y todos eligieron ser para fumadores. Con la consecuencia de que antes, los fumadores educados (todavía creo que los hay) en un local cerrado y en un grupo, te pedían permiso antes de fumar y procuraban hacerlo molestando lo menos posible. Tras la anterior ley (y tras el cartel colocado en la puerta: Los fumadores son bien venidos) te echaban el humo a la cara y si te molestaba pues te ibas a la calle.
    Y en cuanto a lo de que los camareros, si no les gusta un lugar en que se puede fumar, que se vayan a trabajar a otro sitio, me parece una broma de pésimo gusto, tal como está el trabajo.
    Y en cuanto a si Leire Pajín insulta o no la inteligencia de los propietarios, yo qué quieres que te diga. No dudo de que habrá propietarios de hostelería inteligentes, pero en sus declaraciones públicas no han demostrado más que su codicia y su estulticia. Esta ley ahora denostada lleva tiempo en Italia y en otros países y ninguno hostelero se ha arruinado por ella. Tampoco parece que, por lo que se va demostrando (antes todo eran suposiciones) aquí ocurra ninguna catástrofe. Otra cosas es que los malos hosteleros tengan que cerrar, pero eso ha ocurrido siempre y se debe a la sana competencia.
    En fin, hago una apuesta fácil. Dentro de unos años nos parecerá tan absurdo que tuviéramos que tomar un café o charlar con los amigos en cafeterías llenas de humo como hoy me parece a mí que, hace no tanto tiempo, diera clases en aulas llenas de humo (y no digo nada de cuando había exámenes).

    JLGM

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  12. A mí me sorprende con qué denuedo defienden los fumadores su "derecho" a dinamitar la salud propia, situándose en plano de igualdad con quienes procuran que otros no dañen la suya.
    Este señor Horrach ve normal que los que procuran mirar por su salud se encuentren con un montón de obstáculos (que casi todos los hosteleros optasen por elegir la opción de fumadero público lo iba a ser), con tal de que el ejercicio de su vicio no tenga límites.
    A lo mejor es de esos que ve razonable que se multe a quienes no llevan puesto el cinturón de seguridad, cuando lo único que está en juego es la integridad física del conductor, y nadie debiera castigar a quien ÚNICAMENTE pone en riesgo su salud.
    Como hacen hacen los fumadores impunemente..

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  13. Está visto que no hay nada como hablar del tabaco para que se disparen los comentarios de los silenciosos lectores del blog. Personalmente (de qué otro modo si no) estoy de acuerdo con la prohibición del tabaco en los lugares públicos, incluso en los privados. Espero no morirme sin ver el día en el que mis amigos fumadores, cuando vienen a casa, ya sepan que el ESTADO les ha prohibido fumar en MI hogar (y en el de ellos también). Son muchos años de opresión. Como dice JLGM, dentro de no demasiado tiempo nos parecerá tan salvaje como imaginar que era posible tirar los contenidos de la bacinilla (líquidos y semisólidos) por el alféizar de la ventana al grito de "agua va". Tiempo ha, era normal, y seguro que hubo entonces algún Rico o Savater que se opusieron a la normativa aduciendo la más variada panoplia de argumentos en contra, siendo uno de ellos el libre albedrío.En otro desorden de cosas, señor JLGM, cuando se refiere a "mis humillaciones y fracasos", excepto si son de orden amoroso (ahí no entro ni salgo), creo que no ha lugar su afirmación. En esto se parece un poco a A.T. quejándose a menudo de sus fracasos y escasos reconocimientos. ¿Se cambiarían ustedes por Federico Moccia o Javier Sierra, por poner un par de arbitrarios ejemplos de triunfadores bestselleristas? No, ¿verdad?. Pues nosotros, sus lectores o lo que seamos, tampoco los cambiaríamos, a pesar de sus lamentos de humillados y ofendidos. Fdo: Anónimo de Oviedo que vive cerca de Madrid (tipo Segovia o así).

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  14. El último anónimo espera no morirse sin ver, entiendo, la prohibición de fumar en todos los hogares. Yo vivo solo, y fumo. No mucho, pero fumo. ¿Debería salirme a la calle para fumar un cigarrillo? ¿Y por qué debería poder hacerlo en la calle, que sí es (al contrario que mi propia casa) un espacio público? Sospecho que algunos de los que jalean la última ley (que a mí no me parece necesariamente mal, que conste), lo que de veras querrían ver es la prohibición total de fumar: en donde fuese.

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  15. La blanca Pescadería es una pata blanca que pone el blanquísimo Centro Niemeyer al otro lado de la ría. Es un nexo blanco con la villa (antes) negra: una señal de amistosa aproximación..., una mano blanca tendida.
    Necesariamente blanca.
    Creo yo.

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  16. Con tanto comentario, se me había olvidado añadir el mío. Me gusta el sentido que “Marinero” le da a la frase “Qué bien vives”. A mí tampoco me sale bien vivir. A veces siento que todos tienen la receta menos yo, y por eso tengo que buscarla en los libros. Pero es un consuelo saber que es porque no sé hacerlo mejor (sin incurrir en ilegalidades, claro). Cuando yo muera, no tendré velando junto a mí a un guapo caballero parido de mis entrañas, aunque, bien pensado, así me iré con más ganas, con emoción de cruzar al “otro lado”. Mi dios benévolo hará el resto.

    a.r., digo m.t.

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