Sábado, 26 de febrero
CON LEZAMA
“Su imaginación le organizaba viajes suntuosos”. Antón Arrufat cuenta que visitaba a Lezama Lima, todos los martes, a las cinco en punto de la tarde. “Me recibía sentado en su sillón, una especie de poltrona que podía acoger su enorme cuerpo. Por esa época había engordado mucho, caminaba con dificultad y apenas se levantaba de aquel sillón de grandes orejeras y amplios brazos. Llegar al Paseo del Prado, a pocos pasos de su casa, le costaba un gran esfuerzo. Con solo cerrar los ojos –me dijo un día— puedo estar en la catedral de Zamora para oír la misa de domingo junto a Cristóbal Colón en vísperas de su viaje a América, ver a Catalina la Grande paseando por los márgenes del Volga congelado o asistir en el Polo Norte al parto de una esquimal que después se comerá su placenta. No necesito salir de mi casa para estar en el lugar que quiera cuando yo quiera”.
Lo que cuenta Antón Arrufat en Cuadernos Hispanoamericanos ya se lo escuché contar a él delante de la casa de Lezama, en la calle Trocadero, muy cerca de la elegancia decimonónica y desastrada del Paseo del Prado. Nos acercamos a mirar por la ventana, junto al doble portal vagamente manuelino, y me señaló el lugar en que se sentaba Lezama. “En la pared había una gran fotografía sepia de su padre difunto, un hombre apuesto, vestido con uniforme militar”.
A través de las palabras de Arrufat, esta solitaria tarde de domingo me llega algo de la magia de Lezama, aquel asmático ballenato al que la Revolución dejó embarrancado en un rincón penumbroso de la Habana vocinglera. Abro un libro y vuelvo a escuchar su voz, que no he escuchado nunca: “En el banquete literario, el americano viene a cumplir la función del que realiza la prueba mayor. Después de las bandejas que traen el horneado, las frutas sonrientes y el costillar auroral del crustáceo, viene la perilla postrera. El occidental, amaestrado en la gota alquitarada, añade el refino de la esencia del café, que trae el deleite de algunas overturas a la turca de Mozart”.
Me he pasado la vida buscando el interlocutor adecuado. Esta tarde sin nadie sueño con la conversación habanera de Lezama en una habitación llena de humo y de fantasmas.
Domingo, 27 de febrero
DIOS Y YO
“¿Cómo no vas a creer en Dios —me dice Cristian— si siempre estás hablando de él?”.
“Claro que creo en Dios –le respondo—, lo que no creo es que exista”.
Lunes, 28 de febrero
EMPIEZO A PREOCUPARME
Larga conversación telefónica con un viejo amigo sevillano, al que cada día se le nota más lo facha que quizá siempre fue. Todavía no identifica la verdadera realidad, la que se esconde detrás de las mentiras de los políticos, con lo que cuenta La Gaceta de los Negocios, pero poco le falta. Yo, como siempre, no trato de rebatir sus creencias, sino de poner un poco de rigor en los razonamientos. Empeño inútil, por supuesto. Tras una hora de charla, nos despedimos amablemente, convencido él de que yo soy un dogmático y yo de que, una vez más, soy el único que se muestra razonable y el único que no confunde hechos con opiniones.
Cuelgo el teléfono, y comienzo a preocuparme. A ver si voy a ser como aquel automovilista que oye en la radio que hay un vehículo que circula en dirección contraria; mira por la ventanilla y exclama asombrado: “¿Uno? ¡Todos, todos!”.
Martes, 1 de marzo
TIEMPOS Y LUGARES
La mitad de mi vida transcurre con los ojos cerrados, en otra dimensión de la vida. Me basta cerrar un momento los ojos, como Lezama, el viajero inmóvil de la calle Trocadero, para sentir en torno mío el novelero ajetreo de este café de la calle Peligros, esquina Alcalá. Aquí llegó, a finales de 1891, un joven guatemalteco acompañado de Alice, su novia francesa. Se le ocurrió darle un beso cariñoso, como era habitual en París, y ambos estuvieron a punto de ser linchados. En el café Fornos, los madrileños de la época, no consentían semejantes inmoralidades, salvo discretamente en los reservados del primer piso.
Ahora el antiguo Fornos es uno de los innumerables Starbucks que han invadido Madrid; a mí me trae el recuerdo de Nueva York y de aquel café de la librería Barnes & Noble que se asoma sobre los árboles y el mercado perfumado y colorista de Union Square.
Se superponen tiempos y lugares, como en un poema de Juan Ramón Jiménez, en esta esquina de Madrid en la que dejo pasar el tiempo junto a un amigo que sabe que callar juntos es a veces la mejor manera de conversar.
La vida es una cosa que sin duda sucede en el pasado, como la lluvia en el soneto de Borges. Pero en un pasado que no acaba de pasar nunca y que alarga la mano hasta este presente fuera del tiempo, anticipo de la eternidad.
Miércoles, 2 de marzo
ACERCA DE LA POSTERIDAD
Asciendo por una desangelada Cuesta de Moyano. En los apáticos puestos de libros, nada que me llame la atención. Recuerdo melancólico los días en que estos paseos eran una fiesta. De pronto, uno de los aburridos libreros me reconoce. “De poesía tengo poco”, dice. “Ahora me interesan más otras cosas —le respondo—. Ya he perdido demasiado tiempo leyendo a poetas que ni siquiera eran malos, solo mediocres, o ni siquiera poetas, solo jóvenes”.
Le compro un libro de Jorge Wagensberg que habla de ciencia y de literatura y me regala una novela de Adelaida Las Santas, Poetas de café. “No es una gran novela, ni siquiera es una novela, pero resulta curiosa”. Luego, cuando ya me he alejado, se acerca corriendo para regalarme otro libro, Versos con faldas, historia y antología de una tertulia fundada por mujeres allá por 1951.
Ambos títulos valen poco, hablan de poetas que ya no significan nada, si es que alguna vez significaron algo, de tiempo desperdiciado en un amor no correspondido por la literatura. La grisura de la fría tarde madrileña y de estas páginas me llena el alma. Entreveo mi futuro literario: ceniza y nada en el revuelto montón de los libros que a nadie interesan.
Pero el desánimo no tarda en desaparecer. Por un lado (aunque ya sé que estas cosas no se deben decir en público) estoy bastante seguro de que no va a ser así y, por otro, si me equivoco, no me voy a enterar.
“¡Siempre tan vanidoso!”, me dice mi interlocutor favorito. Vanidoso, sí, pero del género menos molesto: como los elogios que prefiero son los de la posteridad, nunca andaré por ahí mendigando homenajes, premios, nunca seré un resentido, como casi todos los poetas de mi edad.
Jueves, 3 de marzo
ÉRASE UNA VEZ
Qué buen comienzo para una historia: “A la gente no le parece posible que una muchacha de catorce años abandone su casa en pleno invierno para vengar la muerte de su padre, pero entonces no pareció tan extraño, aunque he de admitir que no era una de esas cosas que ocurren a diario. Yo tenía catorce años recién cumplidos cuando un cobarde que utilizaba el nombre de Tom Chaney disparó contra mi padre en Fort Smith, Arkansas, quitándole la vida, el caballo y ciento cincuenta dólares en efectivo, aparte de dos piezas de oro californiano que llevaba en el cinturón”.
La novela de Charles Portis, Valor de ley, nos la vuelven a contar los hermanos Cohen y la sala de cine tiene de nuevo ese chisporreteo hipnótico que tanto me fascinaba en la adolescencia.
No sé cuál es el secreto de una buena historia, pero sé reconocerla de inmediato. Sé que aunque parezca hablar de otra cosa habla siempre de mí, de los fantasmas y terrores que me quitan el sueño, de las vidas que me habría gustado vivir. Y que vivo de veras en cuanto oigo el mágico “érase una vez”.
Viernes, 4 de marzo
LA VERDAD
“Quien confunda la sinceridad con la espontaneidad –afirma García Montero— está condenado a opinar sobre él mismo y sobre el mundo desde una posición muy ingenua. La buena gente de la calle habla mucho, opina, dice casi siempre lo primero que se les ocurre y repiten como loros aquello que otros han puesto en el ambiente como sentido común, como opinión dominante. Creen ser sinceros y son bandadas de loros. La verdad es un punto de llegada, al que quizá nunca llegamos del todo, pero podemos ir acercándonos cada vez más. La verdad es un ejercicio de descubrimiento de nuestras relaciones con el mundo y de nuestra propia intimidad”.
No debería decirlo, pero cada vez me interesa menos la simple opinión de la gente, amigo Cereijo. No estoy muy lejos de pensar como Antonio Machado: “¿Tu verdad? No. La verdad. / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Sábado, 5 de marzo
PLACER Y TRABAJO
En el libro de Wagensberg, que compré el otro día en la cuesta de Moyano, encuentro un elogio de la conversación: “Los momentos y lugares más creativos de la historia de la humanidad han ocurrido sencillamente cuando mejores han sido las condiciones para conversar”.
Yo me creo un buen conversador, pero mis amigos no piensan lo mismo. Y probablemente tenga razón: carezco de paciencia para las tonterías ajenas, las opiniones desinformadas. Conversar es algo más que decir lo primero que a uno se le viene a la cabeza.
Mi interlocutor ideal es más joven que yo, sabe menos, pero es más listo. Aunque presumo de inteligente (y me esfuerzo por serlo), no me resulta difícil encontrar quien me supere: la agilidad mental (como la agilidad física) es cosa de juventud. A partir de cierta edad, hay que hacer diariamente ejercicio para no tener barriga y para que las neuronas no se oxiden. A mí no me importa tener barriga, pero me esfuerzo todo lo que puedo por tener siempre en forma mi principal herramienta de placer y trabajo.
Por alusiones: de acuerdo al 100% con la cita de Machado. Y añado por mi cuenta que, en esa búsqueda de la verdad, la compañía de José Luis (o Kurtz, o como prefiera llamarse) es un privilegio. A veces, quizá, un privilegio un poco incómodo; pero sospecho que todos los verdaderos privilegios lo son.
ResponderEliminarJosé Cereijo
Lectores de La Gaceta, ABC, El Mundo o La Razón: votantes del PP.
ResponderEliminarLectores de El País o Público: votantes del PSOE.
¡Qué triste que, según el periódico que uno lleve bajo el sobaco, se sepa el partido al que vota!
¡Qué triste que hasta los chistes tengan ideología: Mingote de derechas, Forges de izquierdas, etc!
¡Qué triste que los periódicos de derechas pongan sordina a las corrupciones de esa etiqueta (Gürtel...) y los periódicos de izquierdas pongan sordina a los corruptos de esa marca (EREs de Andalucía...)!
Los ciudadanos deberíamos, directamente, dejar de comprar periódicos. Yo, por mi parte, ya lo he hecho.
Perdona, amiga Emilia, pero no entiendo tu manera de razonar. ¿Qué tiene de malo que cada lector compre el periódico al que se sienta más afín ideológicamente? Y no es cierto que todos los lectores de El País voten al PSOE. ¡Qué más quisiera el PSOE! Y entre los lectores de Público los hay de Izquierda Unida y otros que no votan porque todos los partidos les parecen muy de derechas. En fin que yo sigo comprando periódicos (uno local y otro nacional) y leyendo los suplementos literarios de los periódicos que no compro habitualmente. Leer periódicos, en papel o en internet: qué placer, a pesar de los muchos disgustos que nos dan la mayoría de las noticias. Yo no estoy de acuerdo con algunas de las opcioness ideológicas del periódico que leo desde su creación (en 1976), pero lo sigo leyendo porque me parece que está hecho con rigor. En fin que no leer periódicos es una opción, pero a mi entender una mala opción y a mí, qué quieres que te diga (no sé mentir)no me parecen de mucho interés las opiniones sobre política o sobre cualquier otro asunto de quien no se preocupa por estar bien informado.
ResponderEliminarJLGM
Bueno, realmente leo periódicos en Internet. Así, por lo menos, no doy dinero a quienes pretenden engañarme y manipularme.
ResponderEliminarNo voy a pagarles por tergiversar la información, por enfatizar los casos de corrupción que afectan al otro partido y, en cambio, acallar y poner sordina a los de los políticos afines.
No voy a pagarles por los titulares tendenciosos y mendaces, que no se dirigen a mi intelecto sino a mis vísceras, o que directamente me toman por tonta. Algunos ejemplos:
-Recuerdo el ABC de la época de Ansón. Resulta que un concejal del PSOE pretendía instalar un borde para separar el carril-bus de la calle Serrano de Madrid. Como a Ansón no le gustaba la idea, siempre se refería a “El borde de Medel” (o sea, utilizando el juego de palabras para insultarle impunemente).
-En otra ocasión, un político se querelló contra el periódico y, como el Juzgado no admitió la querella, el diario tituló que el político “ha perdido el juicio” (otro insulto enmascarado).
-En otra ocasión Felipe González fue a visitar a Barrionuevo a prisión, y El Mundo tituló en portada “Felipe González, en la cárcel”.
En fin, ¿para qué seguir?
Por supuesto, no voy a pagar dinero a unos señores que (en contra de lo que es su obligación profesional como informadores) no me informan, sino que me engañan y me manipulan.
Amiga Emilia, unos engañan y manipulan y otros no. También depende de uno mismo saber leer inteligentemente y no dejarse engañar o manipular. Yo distingo muy claramente información de opinión y me gustan los periódicos que procuran distinguirlas. Y si un periodista me disgusta, dejo de leer sus artículos, no los de los demás.
ResponderEliminarY, al contrario que a ti, a mí no me molesta dar dinero a quien realiza un trabajo para mí, que es lo que hacen los fontaneros y los periodistas. Si realizan chapuzas, cambio de profesional o de periódico. Pero me gusta pagar por los servicios que recibo y no que pague no sé quién a cambio de no sé qué (porque todo tiene un coste: hasta la basura más basura de internet, donde por cierto se intoxica tanto o más que en el papel).
En fin, que si queremos exigir un buen producto (periodístico o de otro tipo: cine, ópera, fútbol) lo primero que tenemos que hacer es estar dispuesto a contribuir con la parte que nos corresponde de los costes.
JLGM
Y la tele, amigo Kurtz. ¿Le parece bien que con dinero público se financien televisiones como las autonómicas, que son antros de sectarismo y focos de manipulación? No sé si ha visto los informativos (es un decir) de Telemadrid, Canal Sur, Canal Nou (donde la trama Gürtel es como si no existiera, a pesar de estar residenciada especialmente en esa Comunidad Valenciana). Es verdad que la televisión estatal (TVE-1 y la 2) es actualmente bastante plural y objetiva (nada que ver con los tiempos de Calviño, primero, y Urdaci, después), pero las televisiones autonómicas son una gran vergüenza. ¿También le parece bien pagarlas, y además con dinero público?
ResponderEliminarA mí me parecen unas cosas mal y otras bien, como a todo el mundo, pero no es cuestión de enumerarlas.
ResponderEliminarEn cualquier caso, a mí, para tener en cuenta la opinión de una persona, no me importa nada si ve o no las televisiones autonómicas; ahora, si me dice que no lee la prensa, ya comienzo a sospechar... Dudo que se pueda estar al tanto de lo que pasa en el mundo sin leer la prensa. Esa es la cuestión de la que hablábamos.
JLGM