domingo, 6 de junio de 2010

Línea roja: El coleccionista

Sábado, 29 de mayo
BALADAS PERDIDAS

Llega como cada año, y como primer regalo de cumpleaños, la feria del libro viejo al parque de Las Meanas. Es poca cosa, cada vez menos, pero para mí esta feria avilesina tiene el encanto de esos juguetes pobres y desvencijados que nos hicieron felices cuando niños. Y ella me quiere bien y suele reservarme alguna sorpresa. Hoy son las Canciones del suburbio, de Pío Baroja, con prólogo de Azorín. Y entre sus páginas, como propina, un quebradizo recorte de periódico que habla de cómo “en las marineras galerías de Coruña remansa el ala de una luz boreal y, entonces se ofrece a los ojos deslumbrados del viajero una luz que es, al tiempo, agua, fuego, cristal y aire”. El admirador de Baroja lo era también de Cunqueiro.


Mucho antes de leer estos versos leí la feroz reseña que le dedicó Pedro Salinas. El comedido profesor perdió los nervios: aquello no solo era un mal libro, era un despropósito, un insulto a la poesía. No había tenido nunca en las manos la primera edición, que aparece imprevistamente entre mustias novelerías.
Azorín encuentra en estos versos un anhelo que no podemos definir, “anhelo que es, a la par, acíbar y dulzura, esperanza y decepción, leticia y melancolía”. Más certeras me parecen las amables palabras del amigo que los improperios del comedido poeta y profesor. Suena una música de organillo y vuelve el Madrid de fin de siglo, se escuchan luego los verlainianos violines del otoño en el jardín del Luxemburgo y comienza el desfile de tipos entrañables y grotestos. Qué importa que los versos rechinen, que abunde el ripio: todo lo salva el encanto. Cuando alguien nos cae bien, nos parece bien todo lo que hace: “La sabia naturaleza / me dio un cerebro tan malo, / que yo sospecho, en verdad, / que hizo la compra en el Rastro”. Una vez más, Baroja me salva el día.


Lunes, 31 de mayo
UN RINCÓN CERCANO

No hay más que un sol, y para todos el mismo –leo en La conquista del horizonte, de Fernández Flórez—. Pero cada país tiene su manera de lucirlo. Hay a quien le agrada crudo e hiriente, en un cielo sin adornos. Cuando Galicia vio ese sol bárbaro y primitivo colgado allá arriba, dio un grito de susto.
---Qué ordinariez. Estropearía con su luz excesiva los tiernos colores, cegaría los ojos, que no podrían recrearse en el paisaje… Es preciso atenuar ese derroche.
Y se dio prisa a elaborar la seda de sus nieblas y a bordar el cielo con nubes rojas, doradas, violetas, grises, blancas. La luz se hizo amable. Y así es Galicia para el mundo lo que para nuestra casa ese rincón cerca de la chimenea donde la lámpara de pie deja caer su luz discreta y dulce sobre nuestras cabezas, sobre nuestros sueños…



Martes, 1 de junio
FANTASMAS EN EL PAZO

Para mí Galicia antes de ser realidad fue literatura, que es quizá la manera mejor de ser realidad. Ayer volvía a Galicia de la mano de uno de esos escritores a los que vuelvo siempre, y hoy paseo solitario por los jardines y salones del Pazo de Mariñán como por una página de las Sonatas.


A la entrada me reciben gigantescos y amables guardianes: los primeros eucaliptos que de Australia llegaron a Galicia, plátanos de sombra, castaños de indias. Camino luego por la Prazoliña da Capela, entre las dos alas del palacio, hasta la historiada escalera donde me aguardan, con la llave en la mano, hechos piedra, los servidores del palacio. Solo se escucha el rumor de la fuente. Los rayos del sol se cuelan entre los árboles y hacen brillar el húmedo verdor de la hierba. Vuelvo luego sobre mis pasos y, dando la vuelta a la capilla, llego hasta el geométrico capricho del jardín francés. Recuerdo a Góngora —“donde no hay artificio todo lo corrompe la naturaleza”— y a ese tiempo de duques pastores y tiernos galanes “cuando entre sonrisas y perlas y flores / iban las casacas de los chambelanes”.
Las camelias se asoman, se esconden y se deshojan por todas partes, como damiselas en una fiesta rococó. Y ni siquiera falta la pomposa rosa Pompadour, que sedujo a Rubén Darío. A mí me gusta acercarme a los tejos centenarios, a los mirtos arborescentes, al grácil pelotón de los bambúes. Y ver brillar entre los árboles “a mariña”, la cinta plateada y verdinosa de la ría.


Luego, a la noche, en un salón del pazo, entre historiados espejos y grandes retratos de la reina Isabel y de su hijo Alfonso, se charla plácidamente como en las tertulias de antaño. Antes se hablaba de la guerra carlista o de la herética audacia de Garibaldi, ahora de la barbarie de Israel. Miguel-Anxo Murado, que ha vivido allí largos años, desgrana con ejemplar minucia todas las peculiaridades de aquella sociedad teocrática que se cree David enfrentado al Goliat árabe y que en realidad es el monstruo que ha engendrado nuestra mala conciencia y al que nadie sabe cómo contener en su insaciable necesidad de tierra santa, sangre y destrucción.
También se habla, cómo no, de fantasmas y unos pocos nos atrevemos a recorrer, iluminados solo por la luz de la luna, el ala clausurada del palacio: el salón azul y el salón verde, el comedor con su larga mesa en la que cabe medio centenar de comensales, la biblioteca, la capilla de San Roque… Unos sigilosos pasos siguen los nuestros. “Es el eco”, oigo decir. Una sombra parece escapar cuando nos asomamos a la capilla. “Si es un fantasma, nos tiene miedo”, sonrío yo. Tras la ventana, en la Prazoliña, sigue incansable el cuento susurrado de la fuente. Pero si hay un fantasma en estos encuentros literarios que organiza la fundación Carlos Casares, es un fantasma amable, el del propio escritor, al que tantas noches escuché en Verines contar costumbristas fantasmagorías y que ahora, como un regalo más en el mes de mi cumpleaños, me ha convertido en personaje de una de sus historias.


Miércoles, 2 de junio
TODA LA SABIDURÍA DEL MUNDO

Qué ingenuidad la de los hermanos García Naveira. No se contentaron, como todos los indianos enriquecidos, con construir una escuela o un lavadero. Ellos quisieron hacer algo más, y atentos al precepto horaciano de instruir deleitando imaginaron un parque que fuera a la vez una enciclopedia. Un mural representa a la entrada el árbol genealógico del capital. Por un lado se unen “entendimiento” y “voluntad” para dar origen al “trabajo”; por el otro, “carácter” y “rectitud” tienen como consecuencia a la “firmeza”. Luego el trabajo aliado a la economía da lugar al ahorro y la firmeza unida al honor desemboca en la constancia. Finalmente “constancia” y “ahorro” engendran el capital.


Juan y Jesús García Naveira caminan juntos en la plaza mayor de Betanzos, frente a la iglesia de Santo Domingo, desde la que cada año se eleva el globo más grande el mundo. Uno de los hermanos señala algo, y el otro, sordo, se lleva al oído una trompetilla. Enternecedora manera de posar para la eternidad.
Pienso en estos dos generosos hermanos mientras recorro las terrazas del parque, me adentro en sus grutas, contemplo las pirámides de Egipto, los usos horarios, los escudos de las repúblicas americanas, un inmenso león que lo vigila todo… Algo me recuerda este desconchado recinto la quinta de A Regaleira, en Cintra, pero lo que allí son símbolos masónicos, sabiduría iniciática, alegorías wagnerianas, aquí es divulgación escolar, benemérita charanga, ilustraciones de la enciclopedia Álvarez que yo tuve en mis manos de niño. Quizá por eso me resulta tan conmovedor este recinto donde dos hombres buenos quisieron compendiar, como la mejor herencia que podían dejar a sus paisanos, todo lo que habían aprendido.



Jueves, 3 de junio
TRES ENIGMAS

Colecciono amaneceres, y no tengo ninguno repetido. Qué privilegio asistir al despertar de este rincón junto al Mandeo, ver cómo el sol espanta poco a poco la niebla que se eleva sobre la ría, escuchar el gorjeo de los pájaros burlones que no entienden mi asombro ante lo que ellos ven todos los días. Un poco más tarde se unen a ellos los rítmicos tijeretazos con que los jardineros le hacen la manicura al jardín francés, un elegante petimetre que requiere una legión de servidores. Entre alfombras de coloreados pétalos, me llego hasta la puerta del embarcadero. Hay en ella una inscripción enigmática: “La nada aquí”. Sigo caminando por la orilla de la ría. De pronto, todo se ensombrece: estoy en “a fraga”, el bosque primordial, el temeroso recinto de los mitos. Camino bajo la bóveda oscura de los árboles, fuera del mapa y del calendario. Presiento que alguien va a salir a mi encuentro, me hará tres preguntas y me salvaré o condenaré para siempre.


Camino muy despacio, alerta a todo, y pronto encuentro el primer enigma: un gran bloque de mármol al que le han crecido orejas para escuchar los sonidos del bosque. Sonrío. La alegoría es transparente. Yo le susurro algo al oído: “Todo lo que fue volverá a ser”. No sé si habré acertado con la respuesta. Más allá sorprendo, bajo un tendejón, a un campesino dormido. La cabeza reposa sobre varios edificios. ¿La ciudad a la que se dirige? ¿Las casas que piensa construir cuando regrese de las Américas? Sigo caminando y llego hasta un círculo de piedra que protege un manantial. El mármol que escucha, el hombre que sueña, el borbotón de agua clara que brota de las entrañas de la tierra. Bien sé que todo es símbolo y alegoría, que el azar me ha traído hasta aquí para que aprenda una lección. No sé cuál. Quizá solo que envejecer es no tratar de explicar el mundo, sino dejar que el mundo se explique.



Viernes, 4 de junio
PATRIA MÍA

Los escritores gallegos han practicado con insistencia en Mariñán su deporte favorito: el victimismo. Yo traté de aplicar mi nueva política de oír, callar, nunca discutir. Ni siquiera dije nada cuando uno de ellos se pasó hora y media hablando parsimoniosamente de sí mismo y diciendo que él no daba biografías, no asistía a actos literarios, lo importante eran sus novelas. La letra era vanidosamente contradictoria, pero la música de la lengua dialogaba con el rumor de la fuente que se colaba por la ventana abierta.
Luego, ya en Oviedo, escuché a Fernández Flórez, jugando a charlatán de feria, hacerme el elogio del país: “Exportamos crías de fiordos a Escandinavia; verdor a Suiza; agua a Holanda; montañas floridas al Japón; las nubes más hermosas se forman aquí, y las lanzamos al aire como en otros sitios pompas de jabón. Cada mañana, sacamos brillo a los campos y cada tarde estrena el cielo una puesta de sol; la noche coloca una estrella en cada aguja y cuelga la luna de la rama más grande de los pinos”.
No hace falta que insistas, amigo Wenceslao, hablas a un convencido. También colecciono patrias, y Galicia ocupa un lugar de honor en mi colección.

6 comentarios:

  1. es cierto lo que dices: para leer la poesía de Baroja hace falta ser un barojiano - aunque no es mucho mejor la poesía de otros afamados novelistas, y al contrario que ellos, la encuentro muy coherente con el ideario barojiano

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  2. "Colecciono amaneceres, y no tengo ninguno repetido". Esta semana voy a currar a las cinco de la mañana, se los cedo gratis; ¡pa la colección!

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  3. Qué mal lo paso,Burela, si no pateo tus rúas cada martes; qué mal lo paso si los martes me reseca la piel la paramera de mis clavados pies sobre barbechos; qué mal va todo si los martes no me anega la nariz un goterón de ámbar con sabor a berberecho, a algas maceradas en las rampas de aquel puerto...
    Es el ladrido de unos perros desvelados que me erizan el bello de la nuca. Orbayo nocturno, hilillos de frescor en la holgura de la ropa. La bicicleta duerme en el patio, arrimada al bidón de gasolina. La tos de Próspero dice que no duerme. Mañana los veo a todos. Estoy en casa.

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  4. Es cierto que los "usos" horarios del amigo "miner" son un poco desafortunados..., pero hombre, no hay que ponerse así. A todos, o a casi todos, nos ha tocado levantarnos alguna vez más temprano que el sol. Pero, aun así, ver amanecer sigue siendo grato.

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  5. Pues yo, amigo miner, entro a trabajar a las 7h y me levanto a las 5h sólo por ver amanecer. Y lo hago con placer.

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  6. Hubiese sido más bello poniendo "vello".

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