domingo, 26 de abril de 2009

Para entregar en mano: Aprendiz de diplomático

Viernes, 17 de abril
NOMBRES FUNDAMENTALES

Qué actitud más inteligente la tuya –me dice un amigo—. Como no podías decir nada bueno de esa autora de literatura basura, de esa escribidora que no escribía, sino que mecanografiaba, preferiste callar y no contribuir al coro de hiperbólicas y piadosas majaderías.
----Me sobrevaloras. Yo también tenía mi frasecita preparada, pero a nadie se le ocurrió pedir mi opinión: “Corín Tellado, la novelista más leída después de Cervantes, y Antonio Gamoneda, el poeta más premiado después de Carlos Murciano, constituyen, sin duda alguna, las mayores aportaciones de Asturias a la literatura del siglo XX y lo que llevamos del XXI”.


Sábado 18 de abril
EN LA ESTELA DE ULISES

----Me gustó mucho seguir con el dedo en el mapa de la memoria la ruta que usted hacía el domingo en el periódico, porque yo también la hice, hace medio siglo, en el velero de un amigo, Goran Schildt, que luego escribió un libro sobre esa travesía, no sé si lo ha leído usted. Cuando nos acercábamos a Livorno una lancha se puso en marcha rápidamente hacia nosotros. Con un megáfono nos gritaron: State dirigendovi verso un campo di mine magnetiche. La guerra había terminado no hacía mucho y todavía quedaban sus huellas por todas partes. El puerto de Civitavecchia, con sus fortificaciones renacentistas, era una ruina. Yo por entonces leía mucho a Stendhal y aquella me pareció una horrenda ciudad, que seguía respondiendo a la descripción que de ella hizo el novelista: “Es una de las pocas ciudades italianas que ha logrado carecer por completo de interés a pesar de la presencia del Mediterráneo; una colección de calles desoladas anegadas por una cegadora luz, de casas macizas y feas que parecen cuarteles de carabineros”. Fascinante, en cambio, la etrusca Tarquinia, con sus casas medievales encaramadas sobre una colina.
Se había sentado a mi mesa en el Atrio, después de saludar muy ceremoniosamente. “Yo tenía menos de veinte años. Fue el viaje más hermoso de mi vida, a pesar de que entonces no me lo pareció. Pasé media travesía mareado, serví más de molestia que de ayuda, no sé cómo Goran no me dejó tirado en cualquier puerto. Recuerdo las infinitas borrascas, las foriosas tormentas, las averías del motor, las velas desgarradas y las jarcias a punto de quebrarse, los bultos que tuve que arrastrar por los mugrientos muelles. Parecía un pordiosero, y así me sentía a veces, pero ahora sé que era un príncipe. Era Ulises volviendo a casa, o huyendo de ella, Harún el Raschid paseando de noche por las calles de Bagdad. En realidad solo era un adolescente respondón que se emborrachaba y se mareaba y que en uno de aquellos puertos tuvo su primera aventura erótica. “Ya no puedo decir que no estuve con una chica”, proclamé orgulloso ante Goran, después de estar a punto de ponerle perdido con mis vomitonas. “¿Era guapa?”, me preguntó él. “No sé, la habitación estaba casi a oscuras y tenían mucha prisa los que venían detrás en la fila”.


Solo cuando leí su libro, muchos años después, viajé de verdad. Le he traído un ejemplar. A mí me basta abrirlo por cualquier página para sentirme en el mejor de los mundos posibles: “Izamos la vela de tormenta y amarramos el barril de vino debajo de la mesa del salón, pensando que el viento empezaría a soplar después de la salida del sol. Pero la enorme vela de fuego fue ascendiendo cada vez más alto, y solo soplaba una suave brisa del oeste; al cabo de un rato, viento que aquel día decididamente no se levantaría el viento del norte, nos atrevimos a izar la vela balón; hora tras hora, fuimos empujados por entre densos bancos de peces voladores. No vimos un solo barco en todo el día, pero a las dos de la tarde comenzaron a asomar los primeros picos de la isla por encima de las olas: ya nos acercábamos a Creta. Hacia las cinco apareció a babor la isla de Estandia, que señala la entrada de Heraclion o Candia, como llamaban los venecianos a esta ciudad, la mayor de Creta. Cuando amainó el viento a la puesta del sol, las luces de la ciudad parpadeaban justo enfrente y nos acercamos a la costa en media hora con el motor en marcha”.


Domingo, 19 de abril
FEIJOO Y LOS VAMPIROS


Me he acercado hasta Figarines, en Caces, para visitar a mi amiga Lena, que con poco más de diez meses ya es capaz de conseguir que el universo entero gire alrededor de su sonrisa. Con ella y con su padre paseo por el Camino de las Lagartijas y otras sendas de aquel bucólico laberinto, tan cerca de Oviedo y tan lejos para el irremediable sedentario que yo soy.


“Quería enseñarte un libro, pero no lo he encontrado. Ya viste, toda mi biblioteca está todavía en cajas. Me lo regaló mi amigo Federico. Es un tratado sobre los vampiros publicado en 1751 por Agustín Calmet, un fraile benedictino. Pero lo más curioso es que tiene anotaciones que yo creo que son de Feijoo, también benedictino. No sé si sabes que Feijoo fue el primero que escribió en España sobre los vampiros. Era muy escéptico, no se creía nada, era un poco como tú. Decía que todas esas historias no eran más que cuentos que encerraban tres imposibles: seguir vivo después de muerto, salir del sepulcro sin apartar la losa, volver a entrar de la misma manera. Yo sí creo en los vampiros, y no por lo que he leído o me han contado, sino por experiencia propia. ¿Conoces tú la historia del vampiro de Las Caldas? Azorín se refiere a ella, me parece que en Veraneo sentimental, y también Perucho. Era un vampiro muy modernista, que recitaba a Manuel Machado (“que la vida se tome la pena de matarme / ya que yo no me tomo la pena de vivir”) y desdeñaba a las orondas señoronas que frecuentaban el balneario y se volvía loco por las aldeanitas coloradotas. Lo enterraron tres veces y las tres, al poco tiempo, apareció la tumba vacía; cuando quieras, te la enseño. Pero no es ese el vampiro del que quiero hablarte, sino de otro que se me metió en casa poco antes del viaje a Braga que cuento en La confesión xeneral. Lo había conocido una noche, los dos muy borrachos, recitamos juntos a Álvaro de Campos, y luego, como no tenía donde dormir, me lo llevé a mi buhardilla. A la mañana siguiente me fui al trabajo, entonces corregía pruebas en KRK, y cuando volví seguía durmiendo. Me preocupé un poco, pero por la noche despertó muy alegre y los dos nos fuimos de juerga…”


Lena, tan tranquila hasta entonces, comienza a llorar. “Tiene hambre. Tenemos que volver a casa para darle el biberón”. Volvimos y ya no hubo tiempo para más historias. En la puerta de la quinta nos aguardaba Prúa, una gata gorda y budista que no se impacienta nunca, salvo cuando tarde en volver Lena.


Lunes, 20 de abril
LÍNEA 3

Encuentro en Valdés un libro con uno de esos títulos que hacen soñar como el mejor poema: “Viaje del comandante Byron alrededor del mundo, hecho últimamente de orden del Almirantazgo de Inglaterra, en el cual se da noticia de varios países, de las costumbres de sus habitantes, de las plantas y animales extraños que se crían en ellos, juntamente con una descripción muy circunstanciada del Estrecho de Magallanes y de cierta nación de gigantes llamados patagones, con una lámina fina que los representa, traducido del inglés e ilustrado con notas sobre muchos puntos de geografía, de física, de historia natural, de comercio, etc., y con un nuevo mapa del Estrecho, por el doctor don Casimiro de Ortega, de la Sociedad Botánica de Florencia, y de la Real Academia de Madrid, con las licencias necesarias, en Madrid, año de 1769”.
Pero a mí ese viaje alrededor del mundo no me parece más fascinante que el que ayer he hecho en autobús, desde Uría Sur hasta el Cruce de Siones, pasando por Los Pinos, Pin de la Quinta, La Casuca, La Corrapiedra, Piñera y otros lugares tan hermosos y misteriosos como sus nombres.



Martes, 21 de abril
APRENDO A CALLAR

Estoy contento porque ayer presenté a Andrés Trapiello y fui capaz de atenerme a mi papel, sin ponerme a discutir sus afirmaciones, como hago con todo el mundo según mi mala costumbre. “¿Qué te ha parecido la conferencia?”, me pregunta un amigo a la salida. Y yo, como perfecto anfitrión: “Amena, coherente, muy pensada y muy trabajada”. Y él sonríe: “Pues no era eso precisamente lo que decía tu cara”. Vaya, parece que todavía tengo que mejorar algo.


Jueves, 23 de abril
SOY BUENO

Pilar Sánchez-Vicente y Xuan Bello intervienen en una mesa redonda con motivo del día del libro y yo actúo cómo moderador. Antes de empezar, llevo a Xuan a un lado y le pido que me termine de contar la historia del vampiro de la calle Mon. “No hay mucho que contar. El final aparece, algo camuflado, en mi última novela, en realidad la primera, porque yo no soy novelista, yo soy un memorialista. Un memorialista con muy mala memoria, por eso soy escritor y no notario”. Luego vuelvo a mis andadas (¡con lo bien que me porté con Trapiello!) y no soy capaz de limitarme a presentar y moderar. Se enfada la dicharachera Pilar (¡Yo creí que venía a participar en un coloquio, no a escuchar una lección magistral!), se enfada Xuan (“Martín, las recetas de la cocina de cada escritor hay que mantenerlas en secreto”) y Carmen Alfonso no se enfada, a pesar de que la contradigo vehementemente, porque tiene una paciencia infinita. Al final se me acerca un espontáneo: “Machado decía que era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Me temo que tú eres bueno, en el mal sentido de la palabra. Bueno con mayúscula. Un poquito energúmeno. Por eso me diviertes tanto”.

1 comentario:

  1. Vivan los moderadores poco moderados! Es un placer haber descubierto este café. Saludos.

    ResponderEliminar