sábado, 27 de diciembre de 2025

La rueda de la fortuna: Nunca es tarde

 

Sábado, 20 de diciembre
PROFECÍA FALLIDA

Un amigo, Saúl Fernández, que durante años fue habitual en la tertulia, y luego se ha dedicado profesionalmente al periodismo y a la crítica teatral, me hace hoy un sorprendente regalo, Marineros perdidos en los puertos, mi primer libro de poemas, aparecido en 1972, y del que yo había perdido la pista hace no sé cuántos años.

Pronto me desentendí de él y nunca lo incluí en mis recopilaciones poéticas, pero me hace ilusión encontrarlo. No lleva dedicatoria.

            ---¿Quién es Antonio L. Bouza? ¿Te has fijado en lo que dice en el prólogo?

            ---Es un militar que fue compañero de promoción del rey Juan Carlos. Dirigía la revista, Artesa, que organizaba el premio de poesía que ganó mi libro. Ha publicado mucha poesía y crítica de arte. Como poeta, se dedicó a la poesía experimental, que a mí me interesa poco. Ahora debe de tener unos noventa años. Es también autor de un libro sobre su amigo el rey, que yo no he leído.

            ---¿Qué pensará ahora de lo que escribió al final del prólogo? Te lo leo: “Me siento fatalmente importante al poner estas letras, porque anunciar a un poeta predestinado a grandes ocasiones de fama, responsabiliza y conmueve”. Te confundía con Fernando Pessoa.

            ---Es la retórica amable puesta al frente de un primer libro escrito por un poeta de veinte años.

            ---De algunos más.

            ---El libro tardó en publicarse. Le dieron el premio en el 71, pero lo escribí en 1970, el año en que se publicaron los Nueve novísimos y es extraño que yo, viviendo en Avilés, y sin conocer a nadie relacionado con la literatura, ya coincidiera con las nuevas tendencias poéticas. Por cierto, algunos de los poemas se escribieron muy cerca de aquí, en la biblioteca Bances Candamo.

            ---¿Te considerabas “predestinado a grandes ocasiones de fama”? ¿No te sientes un poco frustrado? Cualquier poeta de Internet tiene más fama que tú.

            ---¡Qué malo eres! No, no me siento frustrado por no ser muy famoso, como tampoco me sentiré frustrado si dentro de dos días no me toca la lotería. Para que te toque es condición necesaria, aunque no suficiente, tener algún billete. También la fama es para el que la trabaja. No seré famoso, pero –y esto no se lo digas a nadie, ya sabes que me gusta ir de modesto por la vida-- tengo la impresión de que he escrito algún poema que tardará en llegar a su meta, el olvido.

            ---Yo más bien creo que ya ha llegado.

Lunes, 22 de diciembre
NO ME ACOSTUMBRO

Hacía tiempo que no visitaba a mi psicoanalista particular. Ahora, cuando se tienen dudas, lo más cómodo es consultar a la Inteligencia Artificial. Yo sigo prefiriendo la Inteligencia Natural.

Los dos –yo tendido en el freudiano sofá, el sentado en un sillón de espaldas a la ventana-- callamos durante un rato. Siempre me deja hablar a mí el primero. Si yo no empiezo, podemos pasarnos la hora en silencio.

            ---Noto que me voy volviendo viejo.

            ---Bueno, es natural. Le pasa a todos los que nacieron en 1950 e incluso a muchos que nacieron algunos años después.

            ---No es que me preocupe demasiado. A fin de cuentas, viejo o no, llevo la misma vida que llevaba hace veinte, treinta o cuarenta años. Escribo, leo, colaboro en la prensa y publico algún libro (siempre al margen del mercado, sin preocuparme de que se venda mucho o poco), charlo o discuto con los amigos, por lo general de temas literarios, rara vez políticos…

            ---¿Entonces?

            ---Entonces, dos cosas. Por un lado, los amigos de mi edad, e incluso más jóvenes, están adquiriendo la costumbre, que antes no tenían, de morirse. Por otro, comienzo a tener la impresión de que escribo en el agua, de que no pasaré a la historia de la literatura. No me importa que no me lean mucho ahora, pero que no me lean dentro de cien años me deprime.

            ---¡Qué tontería! Perdón, ha sido una exclamación poco profesional.

            ---Tontería o no, yo lo siento así. Pero, en fin, ya me voy acostumbrando. Si la meta es el olvido, yo voy a llegar antes de lo que pensaba. Tampoco importa mucho. Pero todavía no pierdo la esperanza de que esté más vivo después de muerto. Cervantes lo está, Antonio Machado lo está. ¿Por qué no iba a estarlo yo?

            ---¿Lo está tu amigo Xuan Bello?

            ---Ese es un tema del que prefiero no hablar. Aún sangro por la herida. Pero sí, literariamente está más vivo que nunca. Este domingo, como echaba de menos su artículo que se publicaba junto al mío, abrí al azar La nieve y otros complementos circunstanciales y allí estaba, con la magia de siempre, recién acabado de escribir. El escritor de verdad no muere nunca. Borges no ha muerto. Xuan tampoco. Pero muere el hijo, el hermano, el padre, el amigo. Muere la persona particular, no el artista. Todavía no soy capaz de hacerme a la ridícula idea de no volver a verle, para decirlo con el título de Rosa Montero.

            ---“Morir es una costumbre / que suele tener la gente” escribió Borges.

            ---Pues yo no termino de acostumbrarme a ella. La muerte, que antes era un accidente, ahora parece haberse convertido en algo habitual.

Jueves, 25 de diciembre
AGRIDULCE SABOR

Siempre fui de los odiadores de la Navidad, pero con los años voy comenzando a encontrarle el gusto. Son fiestas con un sabor agridulce, como todo en la vida, pero mientras tenga uno niños en torno, predomina el buen sabor.

Y me gusta la polémica de todos los años con el amigo que se queja de que las navidades están perdiendo sus valores cristianos y con el otro amigo, muy ateo él, que las odia porque son la apoteosis del capitalismo.

Pero solo son una fiesta cristiana por apropiación (como el maravilloso Panteón romano, que sigue celebrando a todos los dioses, ahora camuflados en el santoral) y estos días contribuyen, quizá más que cualquier otra época del año, a que el dinero cambie de manos. Si todo el mundo fuera tan austero como yo, qué mal lo iban a pasar comercios y restaurantes, cuánta gente se quedaría en el paro.

            Por otra parte, a mí la festividad cristiana de la Navidad, y el folklore a ella asociado, no me molesta. Contra la Semana Santa, sí tengo ciertos reparos. No me gusta la glorificación del dolor y esa resurrección que solo dura unos pocos días me parece algo sospechosa. Para tan poco tiempo, para ser solo visto y no visto por unos pocos discípulos no valía la pena. Debería haber resucitado para siempre y tener un rincón en los palacios vaticanos desde los que echar una mano a León XIV para que arreglara su exitosa empresa, que buena falta le hace, y el mundo.

            Pero no es momento de ponerse irreverente. Mejor la celebración, pagana y cristiana del solsticio de invierno, del momento en que las noches comienzan a menguar y a crecer los días. Y qué mejor manera de simbolizarlo que el nacimiento de un niño, para mí siempre milagroso. Todo niño que nace –niño o niña-- es Dios reencarnado.

Viernes 26 de diciembre
PERDER PARA GANAR

Va terminando el año, es hora de hacer recuento. Yo sigo en modo aprender, y eso me gusta. He aprendido a cortar por lo sano en el caso de amistades poco recomendables. Debería haber aprendido hace tiempo, pero nunca es tarde.

Me he librado, por fin, después de varios intentos, de la enfermera de Misery, la película basada en la novela de Stephen King. Ya saben, esa admiradora que en realidad quiere convertirse en tu secuestradora, tenerte bien sujeto y para ella sola. Por cierto, mis amigos están avisados de si les digo, senil como Alberti, que voy a casarme, me sometan de inmediato a un examen psiquiátrico que me incapacite y lo impida.

            La segunda ruptura creía que iba ser más difícil, pero no, quizá porque aguanté todo lo humanamente posible. Siempre, desde que le conocí, tuvo tendencias autodestructivas, pero con los años se fueron convirtiendo en destructivas a secas. Trató de hacer todo el daño posible a la gente de su entorno y finalmente arremetió contra mí, que era una de sus más constantes apoyos. Corté con él, dejé de ayudarle y él dejó de molestarme, desapareció por completo. Misterios de la mente humana.

            La tercera es la más doloroso e inexplicable. Le conocí cuando era muy joven y le ayudé un poco a salir adelante. No demasiado: en seguida supo arreglárselas solo para ir ascendiendo literaria y profesionalmente. Pero nunca parece acabar de perdonarme aquella ayuda y eso explica quizás ciertas rarezas de su comportamiento. La última, por tener que ver con un querido amigo que se nos fue sin avisar, muy hiriente. Aún me duele. Por si yo había entendido mal la situación, le pedí disculpas. Me dijo que no las aceptaba. Y yo me sentí liberado, me quitaba un peso de encima. Una preocupación menos. Un desconocido más.



 

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