Sábado,
20 de diciembre
PROFECÍA FALLIDA
Un amigo, Saúl Fernández, que durante años fue
habitual en la tertulia, y luego se ha dedicado profesionalmente al periodismo
y a la crítica teatral, me hace hoy un sorprendente regalo, Marineros
perdidos en los puertos, mi primer libro de poemas, aparecido en 1972, y
del que yo había perdido la pista hace no sé cuántos años.
Pronto me
desentendí de él y nunca lo incluí en mis recopilaciones poéticas, pero me hace
ilusión encontrarlo. No lleva dedicatoria.
---¿Quién
es Antonio L. Bouza? ¿Te has fijado en lo que dice en el prólogo?
---Es
un militar que fue compañero de promoción del rey Juan Carlos. Dirigía la
revista, Artesa, que organizaba el premio de poesía que ganó mi libro.
Ha publicado mucha poesía y crítica de arte. Como poeta, se dedicó a la poesía
experimental, que a mí me interesa poco. Ahora debe de tener unos noventa años.
Es también autor de un libro sobre su amigo el rey, que yo no he leído.
---¿Qué
pensará ahora de lo que escribió al final del prólogo? Te lo leo: “Me siento
fatalmente importante al poner estas letras, porque anunciar a un poeta
predestinado a grandes ocasiones de fama, responsabiliza y conmueve”. Te
confundía con Fernando Pessoa.
---Es
la retórica amable puesta al frente de un primer libro escrito por un poeta de
veinte años.
---De
algunos más.
---El
libro tardó en publicarse. Le dieron el premio en el 71, pero lo escribí en
1970, el año en que se publicaron los Nueve novísimos y es extraño que
yo, viviendo en Avilés, y sin conocer a nadie relacionado con la literatura, ya
coincidiera con las nuevas tendencias poéticas. Por cierto, algunos de los
poemas se escribieron muy cerca de aquí, en la biblioteca Bances Candamo.
---¿Te
considerabas “predestinado a grandes ocasiones de fama”? ¿No te sientes un poco
frustrado? Cualquier poeta de Internet tiene más fama que tú.
---¡Qué
malo eres! No, no me siento frustrado por no ser muy famoso, como tampoco me
sentiré frustrado si dentro de dos días no me toca la lotería. Para que te
toque es condición necesaria, aunque no suficiente, tener algún billete.
También la fama es para el que la trabaja. No seré famoso, pero –y esto no se
lo digas a nadie, ya sabes que me gusta ir de modesto por la vida-- tengo la
impresión de que he escrito algún poema que tardará en llegar a su meta, el
olvido.
---Yo
más bien creo que ya ha llegado.
Lunes,
22 de diciembre
NO ME ACOSTUMBRO
Hacía tiempo que no visitaba a mi psicoanalista
particular. Ahora, cuando se tienen dudas, lo más cómodo es consultar a la
Inteligencia Artificial. Yo sigo prefiriendo la Inteligencia Natural.
Los dos –yo
tendido en el freudiano sofá, el sentado en un sillón de espaldas a la
ventana-- callamos durante un rato. Siempre me deja hablar a mí el primero. Si
yo no empiezo, podemos pasarnos la hora en silencio.
---Noto
que me voy volviendo viejo.
---Bueno,
es natural. Le pasa a todos los que nacieron en 1950 e incluso a muchos que
nacieron algunos años después.
---No
es que me preocupe demasiado. A fin de cuentas, viejo o no, llevo la misma vida
que llevaba hace veinte, treinta o cuarenta años. Escribo, leo, colaboro en la
prensa y publico algún libro (siempre al margen del mercado, sin preocuparme de
que se venda mucho o poco), charlo o discuto con los amigos, por lo general de
temas literarios, rara vez políticos…
---¿Entonces?
---Entonces,
dos cosas. Por un lado, los amigos de mi edad, e incluso más jóvenes, están
adquiriendo la costumbre, que antes no tenían, de morirse. Por otro, comienzo a
tener la impresión de que escribo en el agua, de que no pasaré a la historia de
la literatura. No me importa que no me lean mucho ahora, pero que no me lean
dentro de cien años me deprime.
---¡Qué
tontería! Perdón, ha sido una exclamación poco profesional.
---Tontería
o no, yo lo siento así. Pero, en fin, ya me voy acostumbrando. Si la meta es el
olvido, yo voy a llegar antes de lo que pensaba. Tampoco importa mucho. Pero
todavía no pierdo la esperanza de que esté más vivo después de muerto.
Cervantes lo está, Antonio Machado lo está. ¿Por qué no iba a estarlo yo?
---¿Lo
está tu amigo Xuan Bello?
---Ese
es un tema del que prefiero no hablar. Aún sangro por la herida. Pero sí,
literariamente está más vivo que nunca. Este domingo, como echaba de menos su
artículo que se publicaba junto al mío, abrí al azar La nieve y otros
complementos circunstanciales y allí estaba, con la magia de siempre,
recién acabado de escribir. El escritor de verdad no muere nunca. Borges no ha
muerto. Xuan tampoco. Pero muere el hijo, el hermano, el padre, el amigo. Muere
la persona particular, no el artista. Todavía no soy capaz de hacerme a la
ridícula idea de no volver a verle, para decirlo con el título de Rosa Montero.
---“Morir
es una costumbre / que suele tener la gente” escribió Borges.
---Pues
yo no termino de acostumbrarme a ella. La muerte, que antes era un accidente,
ahora parece haberse convertido en algo habitual.
Jueves,
25 de diciembre
AGRIDULCE SABOR
Siempre fui de los odiadores de la Navidad, pero con
los años voy comenzando a encontrarle el gusto. Son fiestas con un sabor
agridulce, como todo en la vida, pero mientras tenga uno niños en torno,
predomina el buen sabor.
Y me
gusta la polémica de todos los años con el amigo que se queja de que las
navidades están perdiendo sus valores cristianos y con el otro amigo, muy ateo
él, que las odia porque son la apoteosis del capitalismo.
Pero solo
son una fiesta cristiana por apropiación (como el maravilloso Panteón romano,
que sigue celebrando a todos los dioses, ahora camuflados en el santoral) y estos
días contribuyen, quizá más que cualquier otra época del año, a que el dinero
cambie de manos. Si todo el mundo fuera tan austero como yo, qué mal lo iban a
pasar comercios y restaurantes, cuánta gente se quedaría en el paro.
Por
otra parte, a mí la festividad cristiana de la Navidad, y el folklore a ella
asociado, no me molesta. Contra la Semana Santa, sí tengo ciertos reparos. No
me gusta la glorificación del dolor y esa resurrección que solo dura unos pocos
días me parece algo sospechosa. Para tan poco tiempo, para ser solo visto y no
visto por unos pocos discípulos no valía la pena. Debería haber resucitado para
siempre y tener un rincón en los palacios vaticanos desde los que echar una
mano a León XIV para que arreglara su exitosa empresa, que buena falta le hace,
y el mundo.
Pero
no es momento de ponerse irreverente. Mejor la celebración, pagana y cristiana
del solsticio de invierno, del momento en que las noches comienzan a menguar y
a crecer los días. Y qué mejor manera de simbolizarlo que el nacimiento de un
niño, para mí siempre milagroso. Todo niño que nace –niño o niña-- es Dios
reencarnado.
Viernes
26 de diciembre
PERDER PARA GANAR
Va terminando el año, es hora de hacer recuento. Yo
sigo en modo aprender, y eso me gusta. He aprendido a cortar por lo sano en el
caso de amistades poco recomendables. Debería haber aprendido hace tiempo, pero
nunca es tarde.
Me he
librado, por fin, después de varios intentos, de la enfermera de Misery,
la película basada en la novela de Stephen King. Ya saben, esa admiradora que
en realidad quiere convertirse en tu secuestradora, tenerte bien sujeto y para
ella sola. Por cierto, mis amigos están avisados de si les digo, senil como
Alberti, que voy a casarme, me sometan de inmediato a un examen psiquiátrico
que me incapacite y lo impida.
La
segunda ruptura creía que iba ser más difícil, pero no, quizá porque aguanté
todo lo humanamente posible. Siempre, desde que le conocí, tuvo tendencias
autodestructivas, pero con los años se fueron convirtiendo en destructivas a
secas. Trató de hacer todo el daño posible a la gente de su entorno y
finalmente arremetió contra mí, que era una de sus más constantes apoyos. Corté
con él, dejé de ayudarle y él dejó de molestarme, desapareció por completo.
Misterios de la mente humana.
La
tercera es la más doloroso e inexplicable. Le conocí cuando era muy joven y le
ayudé un poco a salir adelante. No demasiado: en seguida supo arreglárselas
solo para ir ascendiendo literaria y profesionalmente. Pero nunca parece acabar
de perdonarme aquella ayuda y eso explica quizás ciertas rarezas de su
comportamiento. La última, por tener que ver con un querido amigo que se nos
fue sin avisar, muy hiriente. Aún me duele. Por si yo había entendido mal la
situación, le pedí disculpas. Me dijo que no las aceptaba. Y yo me sentí
liberado, me quitaba un peso de encima. Una preocupación menos. Un desconocido
más.




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