sábado, 26 de septiembre de 2020

Después y todavía: Por qué soy tan insoportable

 

Sábado, 19  de septiembre. FELICIDADES

 Soy muy celoso de mi privacidad, pero comparto gustoso mi intimidad. La distinción entre ambas –en el lenguaje común suelen considerarse sinónimos-- la tomo de Castilla del Pino. Lo privado puede hacerse público sin nuestro consentimiento: fotos robadas, audios de Villarejo, una exnovia o exnovio que cuenta nuestro comportamiento en la cama; pero en la intimidad, en el secreto de la conciencia, no entra nadie. De mis sueños solo se sabe lo que yo quiero contar, de las secretas fantasías eróticas lo que no nos avergüenza referir (son los “malos pensamientos” que el catecismo obligaba a confesar). De mi vida privada como padre, hijo, amante o amigo, participan otras personas; de mi vida íntima, solo yo: nadie puede desmentir lo que cuento –los fantasmas de mi cerebro-- ni saber más de lo que yo le cuento. Pero las reglas están para incumplirlas y, con los años, uno se siente cada vez más tentado a mostrar parte de su intimidad, a hablar de algo más que de desastres públicos e ilusiones perdidas.

“Cuéntame un cuento, padrino”, me dice Martín cuando se cansa de corretear en bici, jugar con los colegas del colegio o a solas con el agua de la fuente, de buscar caracoles o saltamontes, coger moras o arrancar ramitas de hierbabuena que crecen cerca de las ortigas. “¿De dragones o de dinosaurios?”, le pregunto. “¡De la rata vieja!”, suele responder. La rata vieja es un personaje que él ha inventado, que asoma la nariz por las alcantarillas y que le fascina desde que era pequeñito. “Ya soy grande”, proclama esta mañana orgulloso mientras desenvuelve impaciente los regalos que encuentra en mi casa: un microscopio y un telescopio. “Para ver los bichitos que andan dentro de una gota de agua y los dragones de la luna”, me dice. Hoy Martín cumple cuatro años. Y ya sé que estas cosas no deberían decirse en público, pero yo soy feliz viéndole cada día más listo. También la abuelidad se inventa, que diría Antonio Machado.

Domingo, 20 de septiembre. SOFÍA Y TÚNEZ

 Poco antes de entrar en el cine a ver Un diván en Túnez, de Manèle Labidi, termino de leer (en mi recuperado rincón del McDonald’s de Los Prados), Una calle sin nombre, de Kapka Kassabova. La película se ve con una sonrisa, los recuerdos búlgaros de Kassabova con un creciente desasosiego. Ambas autoras hablan de su país de origen con algún menosprecio y como quien se avergüenza de él. El tono de Manèle Labidi es más amable porque el imposible Túnez es el país de sus padres, no el suyo: ella nació en Francia, al contrario que el personaje que protagoniza su película. Por eso puede mirarlo todo con una condescendiente superioridad, por eso se burla sin rencor ninguno. Kappa Kassabova nació y creció en Sofía. Cuando el régimen comunista se derrumbó, tenía dieciséis años. Vivió luego en Nueva Zelanda y en otros países hasta recalar en Escocia. “Infancia y otras desventuras búlgaras” se subtitula su libro. Pocas veces una infancia ha sido recreada con más verdad y menos concesiones a la nostalgia. No recarga las tintas, no es necesario, para que esta precisa recreación de una época nos duela como un puñetazo. Vuelve luego la autora, ya adulta, a recorrer un país que es y no es el suyo. Al comunismo le ha sucedido la más despiadada versión del capitalismo. El libro de memorias se convierte en un libro de viajes, en el que hay lugar para el encuentro con personajes inolvidables y para recrear los mitos nacionales de un país que desde su tardía independencia a finales del XIX ha ido de desastre en desastre.

            Qué distinta la dolorosa Bulgaria de Kapka Kasabova, que ella odia y ama (ama a su pesar) de la que yo he entrevisto en mis estancias allí. La primera en 2005, con Luis Alberto de Cuenca y Paulina Cervero, para hablar de Cervantes y de Víctor Botas. Desde ese viaje inicial me enamoré de Plovdiv (iba a decir en Plovdiv, pero esa es otra historia) y ahora el Maritsa es uno de mis ríos y las empinadas callejuelas de la ciudad antigua uno de mis escenarios favoritos para estar solo o en buena compañía. Qué distinto un país, para los que lo llevan dentro como una herida que no acaba de cicatrizar y para los que no tienen allí raíces, están siempre de paso y lo convierten en inagotable escenario de sus mejores sueños.

Martes, 22 de septiembre. TAMPOCO ES PARA TANTO

 ¿Soy una mala persona? Muchos así lo creen y yo estoy comenzando a pensarlo. Paso por la librería Cervantes y en la mesa de novedades me encuentro con un libro de atrayente título: Para un teoría del aforismo. Cuando me fijo en el nombre del autor, Javier Sánchez Menéndez, sé que no debería ni siquiera hojearlo. Y no porque tenga alguna animadversión al poeta y editor Sánchez Menéndez. Todo lo contrario: ha editado tres o cuatro libros míos, me ha invitado a Sevilla a presentar alguno, he charlado cordialmente con él más de una vez. El problema es que he tenido la debilidad de leerle y que es el rey del sinsentido y del pretencioso disparate. Me imagino cómo serán sus elucubraciones sobre el aforismo, género del que es cultivador asiduo y uno de los más prolíficos editores. Mejor no hojear siquiera el volumen, que luego acabaré comentándolo y para qué quiero un enemigo más. Pero lo compro y me entretiene durante el café en la terraza de la sidrería Mieres que, cerrado Los Porches de siempre, se ha convertido en el rincón favorito de mi biblioteca al aire libre. No me defrauda el bueno de Sánchez Menéndez. Los disparates comienzan en el primer párrafo y siguen in crescendo hasta el final. Hasta cita mal el célebre apotegma de Gracián. “Lo breve, si bueno, dos veces bueno”, escribe. ¿Y si malo? Entonces será también bueno, aunque solo una vez. ¡Cuántas maravillas para una antología del humor involuntario! “El futuro del aforismo” titula una de las partes del prólogo. Comienza así: “El verdadero aforista siempre ha sido un ángel, un ángel que desprende lucidez, inteligencia y logos, y que realiza su transmisión con la destreza de la brevedad. El aforista debe ser un ángel con la habilidad suficiente para transmitir el conocimiento”.

            ¿Soy una mala persona? Probablemente sí, pero cuando alguien hace el ridículo en público no soy capaz de reírme solo en privado. Paso revista a mis malas acciones, esas que han hecho que me odie tanta buena gente: lamenté en unas líneas de mi diario la separación de un poeta que había hecho del canto a la esposa y a la vida familiar uno de sus temas principales; dije “no seas facha”, en una charla que yo creía amical, a un librero cuando hablábamos no sé ya si de Cataluña o de la emigración; en la reseña a una antología de los aforismos de Juan Ramón Jiménez señalé errores de principiante; discrepé de algunos puntos, muy razonadamente por supuesto, cuando se publicó una tesis doctoral sobre Ángel González, a la que un apreciado amigo había dedicado muchos años… Busco y rebusco y todas las maldades que encuentro son del mismo tipo: haber herido los sentimientos de alguien, sin ser consciente de ello (a veces, siéndolo), o no haber admirado lo suficiente a algún colega escritor que decía admirarme (y no era verdad: solo un préstamo que debía ser devuelto con intereses).

            ¿Soy una mala persona? Es posible. Quien lo dude que pida informes sobre mí a Miguel d’Ors, José Manuel Valdés, José Luis Morante, Ricardo Labra y tantos otros damnificados. Pero seguro que hay peores personas que yo. El mundo sería bastante mejor si no fuera así.

Miércoles, 23 de septiembre. SE ME OCURRE PENSAR 

Paso de una cadena de televisión a otra, para desconectar antes de ir a la cama, y siempre acabo deteniéndome en algún programa sobre platillos volantes y extraterrestres. Mi favorito es Ancient Aliens. Me gusta cómo salta de un lugar arqueológico a otro, siempre con seductoras imágenes, y me fascinan los “expertos” que aparecen, capaces de defender sin sonrojo los mayores disparates. Mi favorito es Giorgio Tsoukalos. ¿Habrá gente que se crea que los dioses griegos eran en realidad alienígenas, que la virgen de Fátima no era la virgen María, sino un alienígena? Claro que, bien mirado, tan absurdo como creer que era un alienígena es creer que era una buena mujer que vivió hace muchos siglos en Galilea y que, como en el cielo no tiene cosa mejor que hacer, de tarde en tarde se aparece a algún pastorcillo para convertir un lugar cualquiera en un concurrido lugar turístico.

            Nos reímos de los que creen en platillos volantes y no nos reímos –por la cuenta que nos tiene-- de quienes creen en resurrecciones y dioses extraterrestres, cada uno de ellos el único Dios verdadero. ¿Qué tienen en común el archimandrita de Jerusalén, el papa Francisco y el infatigable perseguido de alienígenas ancestrales Giorgio Tsoukalos? Que todos ellos viven, y en algún caso muy bien, de la credulidad ajena. Baja la audiencia, desciende el número de creyentes, y comienza a peligrar el negocio.

 

Jueves, 24 de septiembre. EN EL SUEÑO

 No podía dormir y salí a dar una vuelta por el parque de San Julián, al lado mismo de mi casa. Lo hago con cierta frecuencia. Unas cuantas vueltas a buen paso y luego duermo como un bebé. No suelo encontrarme con nadie a esas horas y tengo todo el parque para mí solo. Ayer ocurrió algo extraño. Había estado viendo unos minutos mi programa sobre ovnis favorito y elucubraba sobre que la creencia en esos fenómenos no es sino otra forma, la más divertida y menos dañina, del pensamiento religioso, cuando de pronto se apagaron las luces y las estrellas brillaron en todo su esplendor. “Si esto fuera una película, ahora es el momento en que se me aparezca una nave y yo sea abducido”, pensé burlón. Pero no era una película y no se me apareció ningún platillo volante y  las farolas se volvieron a encender tras lo que había sido una eternidad y solo unos minutos de reloj. Volví a casa asustado y con extraños temblores. “A ver si ahora me voy a poner enfermo”, pensé. Había sentido junto a mí, durante esa fugaz eternidad, una presencia, no sé si humana o divina. “Tonterías”, me dije. Pero tardé en dormirme y cuando me dormí soñé con ella y en el sueño tenía rostro y me había querido mucho.

 

Viernes, 25 de septiembre. LA ZORRA Y LAS UVAS

 Cuanto tengo algo, pienso en las ventajas de tenerlo; cuando no lo tengo, en las ventajas de no tenerlo. Estar enamorado, me pone alas, como Red Bull; no estarlo, me quita una losa de encima.

            En eso me comporto como si fuera tan inteligente como me gusta creer que soy. En eso y en pocas cosas más.


18 comentarios:

  1. Javier Sánchez Menéndez es el Vicente Luis Mora del aforismo.

    "El verdadero aforista siempre ha sido un ángel [...] que desprende [...] logos". El aforismo como desprendimiento de logos podría ser una buena idea para una tesis.

    Cuando habla de él mismo, Sánchez Menéndez es aún más cómico que cuando habla del aforismo:

    "Javier Sánchez Menéndez (1964) es un poeta, ensayista y editor español. Tanto su poesía como su prosa, íntegramente versificadas, constituyen una reflexión constante sobre la vida y sobre su más alta forma de expresión y de dignificación: la poesía. Por lo cual toda su obra está considerada como esencialmente poética."
    (Wikipedia)

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  2. "Javier Sánchez Menéndez es, en sus propias palabras, un poeta de la existencia,4​ cuyo estilo podría calificarse de postexpresionista.

    Fábula. Un conjunto de diez libros en poesía sobre la poesía.

    Con apariencia, con mera apariencia, de prosa, el proyecto Fábula es la gran obra poética de Javier Sánchez Menéndez, la obra de toda una vida. Es una obra en progreso, un conjunto de diez libros (escritos en versos de métrica diversa), en torno a la poesía y en torno a su materia: el arte y la vida misma. Ya han visto la luz los cinco primeros volúmenes:

    1. Libro primero: La vida alrededor (2010).
    2. Libro segundo: Teoría de las inclinaciones (2012).
    3. Libro tercero: Libre de la tormenta (2013).
    4. Libro cuarto: Mediodía en Kensington Park (2015).
    5. Libro quinto: Confuso laberinto (2016).
    6. Libro sexto: De cuna y sepultura. (2018).

    Los restantes títulos de la serie, según se anuncia en los libros publicados, se titularán:

    7. Libro séptimo: Sobre la naturaleza.
    8. Libro octavo: Nicanorias.
    9. Libro noveno: Laberinto.
    10. Libro décimo: Fábula. Incluye el apéndice El Libro Fábula."
    (Wikipedia)

    Dos genios mano a mano:

    La temperatura de las palabras - Javier Sánchez Menéndez
    https://www.youtube.com/watch?v=r5nLN7M2Lqc

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  3. JLGM, seguramente caritativo y generoso con el indigente en alimentos y con el menesteroso en ropa y vestimentas, por lo visto no ejerce la caridad con el indigente mental o intelectual, que no deja de sufrir otra forma de carencia o indigencia. Y tiene su lógica, porque las carencias de los primeros se quedan en ellos mismos y no trascienden, mientras que el indigente mental divulga, comunica y hace partícipes y sufridores a los destinatarios de sus paridas.
    Y aún así, no está claro que JLGM sea tan mala persona como dice. Por ejemplo, es transigente y anda sobrado de benevolencia y de indulgencia con algunos comentaristas del blog, en concreto con aquellos en que el daño mental es muy manifiesto. Podría ensañarse con mucha facilidad, pero no lo hace. El abuso fácil, con los débiles (mentales), no es lo suyo. Para auténtica mala persona, tendría mucho que aprender. Puede ir tomando lecciones en lo que llaman "hemiciclo".

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  4. El problema de JLGM no es que sea mala persona, que no lo es ni queriendo. Es que es mal escritor.
    No está este hombre para ensañarse con débiles mentales.
    Parece ser que aquí se mira la paja en el ojo ajeno, Malatesta.
    Mala persona soy yo, y abuso e insulto.
    Y me importa un bledo.

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    1. Cuidado con las pajas y la leche, un chuleta debe evitarlas.

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  5. ¿Por qué siempre acaban degenerando estos comentarios? ¿La gente no tiene cosa mejor que hacer que ponerse un pseudónimo y escribir la primera tontería que se le ocurre?

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  6. El 3 de Agosto de 2018 se publicó en "Crisis de papel" una reseña, muy favorable, del libro de Teodor Ceric (no consigo poner la tilde sobre la "c" final) titulado "Jardines en tiempos de guerra". Se contaba allí que el autor
    "tenía veinte años cuando comenzó la guerra de Bosnia. No quiso participar en ella y pasó los años del conflicto vagando por Europa, malviviendo con trabajos ocasionales. Regresó a su ciudad natal, Sarajevo, cuando su país era ya independiente. Tras alcanzar cierto renombre en la crítica literaria y en la poesía, se dedicó, como el Candide de Voltaire, a cultivar su jardín".
    En un artículo, "Heterónimos en el jardín", que Enrique Vila-Matas publica hoy en El País (aquí: https://elpais.com/cultura/2020-09-29/heteronimos-en-el-jardin.html), se lee esto:
    “Marco Martella (Roma, 1962) [editor del libro de Ceric, nota mía] dirige la revista Jardins desde 2010 y bajo los heterónimos de Jorn de Précy y Teodor Cerić, ha publicado El jardín perdido (2018) y Jardines en tiempo de guerra (2018), respectivamente”.
    Sería interesante, pienso, hablar de si afecta, y cómo afecta, a nuestro modo de leer el libro el hecho de que esa historia de Sarajevo y etcétera sea falsa; guardando todas las distancias, se parece al caso de las "Cartas de la monja portuguesa", que Rilke por ejemplo tradujo y comentó sin saber, como hoy sabemos, que esa autoría era falsa, y que la "monja portuguesa" en cuestión no es sino un personaje de ficción inventado, o al menos recreado (podría tener una base real; no lo sabemos), por el verdadero autor de las cartas, Gabriel Joseph de Lavergne, conde de Guilleragues (1628-1685).

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  7. No creo que afecte mucho. Peto no deja de ser interesante saber que no se trata de fragmentos autobiográficos, sino de capítulos de una novela protagonizada por el presunto autor, que se parece bastante en su amor por los jardines al verdadero autor.

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  8. Para sostener con sentido y con alguna credibilidad que determinada persona es un "mal escritor" sería necesario:

    1.- Que se aportase algún texto, obra de dicha persona, que manifiestamente estuviese escrito con torpeza, o que adoleciera de fallos patentes a ojos de expertos reconocidos.

    2.- Pero no sólo. Puesto que algunos escritores son muy desiguales, sería necesario demostrar también que no existe, o que es imposible presentar, ningún texto de dicha persona al que se le puedan atribuir méritos o valores literarios por parte de jueces igualmente expertos.

    Si falla uno de los dos requisitos, o los dos, la afirmación acerca de la deficiente calidad del escritor seguramemente sea obra de alguno de esos sujetos para los que la lengua castellana reserva el expresivo calificativo de CANTAMAÑANAS.

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  9. No estoy yo tan seguro, de eso de que no afecte. Rilke, por ejemplo, a quien citaba antes, y a quien interesó mucho el tema de las jóvenes enamoradas y abandonadas (baste recordar las referencias,por ejemplo, a Gaspara Stampa, en la primera de las Elegías de Duino), pienso que difícilmente se hubiera interesado por las "Cartas de la monja portuguesa", al menos hasta el punto en que lo hizo, de haber sabido que eran una ficción.
    Pienso que aquí está implicado el llamado "pacto de veracidad", del que alguna vez se ha hablado aquí mismo a propósito, por ejemplo, de los Diarios. A una ficción que sabemos tal no le pedimos correspondencia con la realidad, aunque ocasionalmente pueda haberla: se trata de otra cosa. Pero cuando, por ejemplo, Umbral, en su Diccionario de Literatura Española, cuenta una visita que según él habría hecho a Cernuda en Londres hacia 1960 (que sabemos imposible, puesto que Cernuda abandonó Europa en 1947, para no volver), está engañando al lector.
    ¿De veras no modifica y desvía la lectura el creer que lo que Ceric cuenta es producto, indirecto pero real, de su experiencia de guerra y exilio, no cambia nada el saber que no hay tal experiencia, y que Ceric mismo es una invención?
    Yo creo que sí.

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    1. No cambia mucho porque Ceric es un pretexto para hablar de diversos jardines y las peripecias de su vida tenían un toque de autoficción. Sí despierta el interés por el escritor italiano. En el caso de las cartas portuguesas, la cosa cambia. Y lo de Umbral también es otra cosa: su diccionario busca ser personal y sin rigor ninguno.

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  10. ENTONCES

    Cuando yo era pequeño y las mañanas
    no eran tan antiguas, camino de las clases
    —con mi abuela, en el taxi, la lluvia y mis hermanos—,
    bicheábamos revistas, 'Más Allá', 'Año Cero',
    pensando que el enigma de la vida
    era el misterio de nuestra felicidad.

    Así el oasis de Siwa, el Templo del Oráculo de Amón;
    las estatuas de piedra monolítica
    en la Isla de Pascua —el ombligo del mundo—;
    Ollantaytambo o la ciudad viviente de los incas;
    aquel gran dios marciano en el Tassili n’Ajjer,
    el obelisco inacabado de Asuán; los jeroglíficos de Nazca…

    Con certeza absoluta —como su nombre indica—,
    la vida entonces era creer para ver y todo
    el porvenir estaba por llegar.

    Pero se fue —se fue, se fue— como si nada,
    como la abuela. (Os juro
    que se fue).
    _____________Cuándo.
    ______________________Adónde.
    _______________________________No hubo manera
    de retener la dicha,
    _____________________aquella dicha
    con la que no contábamos ni cuento
    camino de las clases, una vez más.

    Pongamos, por ejemplo, que hoy no es lunes,
    que la lluvia podría dejarse de cumplidos
    mientras bicheo las revistas del taxista.

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  11. "...las farolas se volvieron a encender tras lo que había sido una eternidad y solo unos minutos de reloj. Volví a casa asustado y con extraños temblores. “A ver si ahora me voy a poner enfermo”, pensé"

    El miedo irracional a/en la oscuridad es atávico y seguramente tiene raíces genéticas en las amenazas, reales o imaginarias, que ya los precursores de Homo sapiens experimentaban durante la noche, expuestos a la vista y al olfato (mucho más agudos que los suyos) de fieras, enemigos y depredadores diversos. Había que inventar poderosos seres protectores y justicieros cuando no se daban en la realidad, y de ahí proceden en buena medida las religiones.
    Para no ser cobarde durante las ominosas y dilatadas horas nocturnas, había que ser creyente, lo cual es mucho más vergonzante que ser cobarde (y una variedad de la cobardía) a ojos de muchos observadores.

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  12. Los extraterrestres y alienígenas, los platillos volantes y demás morralla ikerjiménica pueden ser bastante risibles y aburridos, pero fueron excusa para que se escribiese uno de los más brillantes arranques de novela que se conocen:

    "Nadie hubiera creído, en los últimos años del siglo XIX, que los asuntos humanos fueran vigilados de forma tan atenta y detallada por inteligencias superiores a la del hombre y, sin embargo, tan mortales como la suya; que mientras los hombres se atareaban en sus intereses, eran escrutados y estudiados casi tan profundamente como un hombre analiza al microscopio las transitorias criaturas que pululan y se multiplican en una gota de agua."
    H.G.WELLS, La Guerra de los Mundos.

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  13. Muy sesgado tu comentario sobre Javier Sánchez Menéndez. De cualquier escritor se puede espigar y sacar de contexto cosas, de ti, de mí...

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  14. Muy mal informado tu comentario, amigo Piquero. Yo no me refiero a la obra toda de Sánchez Menéndez, tu buen editor, no espigo frases de acá y de allá. Comento un estudio preliminar a una antología, estudio que encadena un disparate tras otro. Léelo y luego habla si es que no te quedas mudo de asombro.

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  15. Hebron, no solo H.G.Wells. Yo sigo leyendo con gusto a Julio Verne.
    En los años 70, con poca tv, se pusieron de moda los "subgeneros", los "bestsellers",etc. Despectivamente llamada "literatura de quiosko"
    Pues tengo que reconocer que algunos "subgeneros" eran buena literatura.
    Por ejemplo, ciencia ficción. El primer relato o novela corta era de este género. No recuerdo ni el autor ni el título, pero si el argumento. Se trataba de proyectiles inteligentes que perseguían al objetivo. Lo leí de un tirón, en una noche.
    También recuerdo "El padrino", de Mario Puzzo, bueno, me llevo más de una noche...
    Debemos mucho a esa literatura.

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