Sábado, 14 de febrero
UNA APARICIÓN
Se hablaba de milagros y
de falsos milagros y entonces aquel desconocido, que se había pesentado en la
tertulia matinal de los sábados por primera vez, dijo: “A mí, hace algún
tiempo, me ocurrió una historia singular. Me acababa de separar de mi primera
mujer y vivía solo en un pequeño apartamento en uno de los nuevos barrios
madrileños, lo más lejos posible del piso que habíamos compartido y en el que
se quedó ella, con nuestra hija. De sobra está decir que mi estado de ánimo no
era el mejor de los posibles. No había sido una separación amistosa ni de mutuo
acuerdo. Un día me encontré con las maletas en la puerta, sin más explicación.
Pero no es de eso de lo que queria hablar ahora, perdonad, sino del milagro, o
lo que sea, del que fui protagonista. Yo estaba de baja, tomaba bastantes
pastillas y las mezclaba con más alcohol del habitual. Me había quedado además
sin amigos. Todos los amigos comunes se pusieron de parte de mi mujer, que era
la que tenía el trabajo más vistoso –periodista, había comenzado a colaborar en
El País—y la más sociable. Una tarde
fui a la presentación de un poemario en la librería Alberti. De los asistentes,
media docena, solo conocía a José Cereijo, con el que había coincidido en
alguna tertulia. Él fue quien me dijo, cuando supo que me destinaban a Avilés,
que pasara a verte, que estabas en el Atrio todos los sábados. Al volver a casa,
bastante tarde, después de estar con Cereijo, que me comentó su último libro de
poemas, y luego dando tumbos por garitos de mala muerte, me di cuenta de que
había olvidado la llave del portal. Llamé a varios vecinos, pero no me abrían.
No conocía a nadie en el edificio. Algunos amenazaron con llamar a la policía
si no los dejaba en paz. No tuve más remedio que esperar a que entrara o
saliera alguien. Tuve suerte, no era una noche desapacible. Me quedé dormido.
Entre sueños oí una voz que me llamaba por mi nombre y al abrir los ojos allí
estaba ella. Sonreía, vestía un túnica blanca, me pareció que sus pies no
tocaban la tierra. Se me pasó la borrachera de golpe, me puse en pie de un
salto, aunque de lo que tenía ganas era de ponerme de rodillas. “Señora”, dije.
Y ella seguía sonriendo mientras que su figura se iba volviendo transparente.
Me alargó la flor que llevaba en la mano y se desvaneció. Entonces abrió el
portal un vecino madrugador. Aproveché para entrar. Afortunadamente, no había
olvidado la llave del apartamento. Puse la flor en una jarra de agua. Ahí
sigue, sin marchitarse. Y yo descubrí de pronto que no estaba enamorado de mi
exmujer, que hacía tiempo que había dejado de quererla, que separarnos era lo
mejor que me podía haber ocurrido. En lugar de medicarme, comencé a correr por
las mañanas. Volví a escribir poemas, Cereijo me animó mucho. Todavía no he publicado nada, pero quedé
finalista en varios concursos. ¿Fue un milagro lo que me ocurrió? Lo más
probable es que se tratara solo de una alucinación. Pero lo fuera o no, los
efectos para mí fueron los mismos”. Nos enseñó la flor que no se marchitaba en
el móvil. Se trataba de una rosa blanca. “Al fundador del Opus también se le
apareció la Virgen y le entregó una rosa, es la que aparece como emblema en los
libros de la editorial Rialp”, dije yo. Mi tono era burlón, como siempre que
oigo hablar de vírgenes y milagros. El desconocido –nos había dicho su nombre
al llegar, pero lo recuerdo--, quizá algo molesto por mi tono, pidió disculpas
por haber hablado tanto, se quedó en silencio el resto de la tertulia.
Domingo, 15 de febrero
EL DIVINO DEMENTE
“¿Es el universo obra de
un demente?”, se pregunta Ignacio Darnaude en su último libro. “Fallos del
diseño planetario que imposibilitan una convivencia civilizada” titula uno de
los capítulos.
Resulta curioso que hasta ahora ha nadie se le hubiera
ocurrido poner en cuestión la estabilidad mental de Dios. Quizá solo a Woody
Allen.
Lunes, 16 de febrero
EL ARTE DE LA TERTULIA
En Vidas contadas (Renacimiento), la nueva selección de las
espléndidas entrevistas literarias que Marino Gómez-Santos publicó en los años
cincuenta y sesenta, me encuentro con unas palabras de Eugenio Montes: “La
tertulia es una reunión a la que puede acercarse todo el que quiera y al mismo
tiempo es un círculo cerrado. El arte de dirigir una tertulia es muy difícil,
más que el de presidir un salón. A un salón van solamente los convidados, y uno
ya sabe a quién convida; pero a la tertulia no se puede impedir que vayan
advenedizos. Es delicado dirigir una tertulia. El cortar una discusión que se
puede poner violenta, el orientar la charla de modo que el que está deseando
contar una anécdota graciosa tenga ocasión de ello... Es como tocar un
instrumento musical”. Pone como ejemplo a Pedro Mourlane Michelena: “No conocí a
nadie que tuviera tal arte para dirigir una tertulia como él. Era el Rubenstein
de las tertulias”.
Si me hubiera conocido a mí, Eugenio Montes me pondría
como ejemplo de todo lo contrario. En una discusión que se puede poner violenta,
lo único que sé es echar más leña al fuego. Yo el arte tocar un instrumento
musical o de templar gaitas lo domino poco. Lo único que sé hacer bien es tocar
son las narices.
Martes, 17 de febrero
SEMANAS ENTERAS
La edad nos alcanza a
todos. Me temo que estoy dejando de ser un adolescente. Cada vez necesito más
tiempo para recuperarme entre un amor y otro. A veces incluso paso semanas
enteras sin encontrar a nadie que me
haga perder la cabeza.
Miércoles, 18 de febrero
VOY A IR AL INFIERNO
“Eso se llama morir con las botas puestas”, me dice mi amigo
Ángel ¡ mientras me alarga el último número de El cultural con la reseña que Ricardo Senabre escribió poco antes
de morir inesperadamente.
----No es una
mala manera de acabar la vida, leyendo y escribiendo hasta el último minuto.
Aunque no sé yo si sus lecturas eran las mejores. Se nota que este último
novelón de Gustavo Martín Garzo no le gustó demasiado. Inverosímil, lleno de
detalles innecesarios, de misterios gratuitamente complicados y de frases “poéticas”
en el peor sentido de la palabra: “Estaba muy guapo, con esa belleza que tienen
las cosas cuando nadie las mira”. Triste oficio leerse cada semana un libraco y
luego redactar sobre él un desganado folio.
----Exactamente
lo que llevas haciendo tú todas las semanas desde hace no sé cuántos años, por
lo menos treinta.
----Pero yo no
reseño novelas.
----Reseñas
tochos peores, mamotretos académicos de esos que nadie lee. Pero a veces da la
impresión de que, cuanto peor sea el libro, mejor te lo pasas. Tienes un punto
sádico. Te gusta hacer sangre. Y eres vengativo. Como no te pusieron en el
comité editorial o científico de esa revista de la Universidad de Oviedo
dedicada al estudio de la poesía contemporánea, Prosemas, te vengas haciendo lo que nadie hace, ni siquiera sus
directores, leer atentamente las colaboraciones para luego cachondearte
inmisericordemente de los disparates de un benemérito hispanista.
----No tengo
perdón de Dios. Voy a ir derechito al infierno.
----Al infierno
no sé, pero de lo que estoy seguro es que, cuando te jubiles, tus colegas no te
van a dedicar ninguno de esos tomos de homenaje a los que son tan aficionados.
Más bien respirarán con alivio.
----Me
sobrevaloras. A veces tengo la impresión de que la única persona que me lee es
Susana Rivera para contrarrestar cualquier mención mía a Ángel González y la
nonata Fundación con una andanada de enlaces a todo lo que yo dije o dejé de
decir sobre el poeta en las últimas décadas.
----Nonata ¿por
culpa de quién?
Jueves, 19 de febrero
TRISTE OFICIO
Unos trescientos mil
argentinos se manifiestan en Buenos Aires para que se respete la investigación
de la muerte de Alberto Nisman, que cada vez “se aleja más de la hipótesis
inicial del suicidio”. Parece que una joven que entró como testigo junto con el
operativo policial en el apartamento del fiscal relató al diario Clarín –a cuál si no-- los nuevos datos
que llevan a pensar en el homicidio: “los agentes repasaron la documentación
esparcida sobre la mesa de Nisman, tocaron su teléfono y usaron los baños y la
cafetera”.
La razón por la que esa falta de pulcritud de los agentes
y la urgencia urinaria de alguno pueda hacer descartar la hipótesis del
suicidio y sustituirla por la de asesinato es algo que yo no acabo de comprender.
Nadie desmiente que el fiscal apareció muerto de un disparo en el interior de
su cuarto de baño, apoyado contra la puerta, con la pistola a un lado (pistola
que le había prestado el día anterior un amigo), en un piso con la puerta
cerrada con la llave puesta por dentro en la cerradura. ¿Había o no ventana en
ese cuarto de baño? ¿Cabía o no por ella un hombre? Dado que el apartamento
estaba en un piso 13, ¿existía una escalera de incendios que permitiera llegar
a ella desde el exterior? ¿Y cómo es que el asesino ni siquiera llevaba un arma
consigo y tuvo que rebuscar en los cajones para encontrar la que le habían
prestado al fiscal?
Estas cuestiones elementales no se las plantean los
periodistas de Clarín o de El País. ¿No se las plantean o no dejan
sus jefes que se las planteen? Triste oficio el vuestro, Leila Guerriero,
Martín Caparrós.
Viernes, 20 de febrero
NO ME CONFORMO
Me paso la vida
quejándome, en eso es casi en lo único que soy como todo el mundo, y sin
embargo si me dieran a escoger un lugar para vivir, una época, escogería
exactamente el lugar en que vivo –el planeta Tierra-- y este siglo XXI, y si me
preguntaran por la edad que me gustaría tener respondería sin dudarlo: la que ahora
tengo. Pero si me hablan de amores... Ese punto es el único en el que no me
conformo con lo que tengo. Y eso lo fastidia todo.
No se le apareció la Virgen y le dio uma rosa, sino que encontró una rosa de madera, que vio como señal http://www.es.josemariaescriva.info/articulo/relato-fundador-opus-dei-22-de-noviembre-de-1937-la-rosa-de-rialp-paso-pirineos
ResponderEliminarMuchas gracias por la información.
EliminarJLGM
Una suerte poder estar en una tertulia con JLGM. Deben ser muy entretenidas.
ResponderEliminarMil gracias por la mención. Y por la historia.
ResponderEliminarJosé Cereijo