sábado, 15 de noviembre de 2014

Al otro lado: Un diálogo con Eduardo San José


Llevas un cuarto de siglo publicando tus diarios, desde Días de 1989, y más de una docena de volúmenes lo constatan. ¿Lo que abunda no termina por cansar?

––Todo lo que se prodiga cansa, dice un sabio dicho popular. Pero una cosa es que yo lleve un cuarto de siglo escribiendo y publicando mi diario y otra que los lectores se pasen la vida leyéndome. Los lectores van y vienen, descansan un tiempo, pueden ser sustituidos por otros nuevos. Y por otra parte hay cosas que nunca cansan por mucho que se repitan, como la puesta de sol o el florecimiento de los cerezos. Ya me gustaría a mí ser una de esas cosas.

Te confesaré que hace años (pero no tantos como 25) que abro tu página dominical pensando que es más de lo mismo y que no me va a interesar. Siempre termino de leer la página entera, para certificar que, en efecto, no me interesaba… Claro que entonces me estoy engañando… Nunca espero antes del riguroso final para ese dictamen, que declaro aquí falso.

––No acabo de entender lo que dices. No sé si hay en ellas falta de lógica o simple masoquismo. No hace falta tomarse el plato se sopa entero para descubrir que está salada; basta con una cucharada.

Más bien quería decir que me imagino que no me va a interesar (¡esta García Martín otra vez a vuelta con lo mismo!) y siempre acaba interesándome.

––Eso me gusta más.

Entre nosotros, ahora que no nos oyen: a lo peor se te está gastando el colmillo. ¿No te estás ablandando? Tus reseñas (que no son lo que nos ocupa ahora) se detienen cada vez más en el elogio: que no digo gratuito…. Y en los diarios has llegado no sé si a disculparte con Gamoneda, pero al menos sí a comprender su enfado hacia ti, tu traición de una vieja amistad con tu burla a sus jeremiadas… Recuerdo aquel comentario tuyo al primer tomo de sus memorias, por otra parte extraordinarias.

––Si me estoy ablandando, no me había dado cuenta. Yo, como crítico, siempre procuro estar en su punto: ni poco hecho ni demasiado duro. Mi juicios siempre han sido matizados. En el caso de Gamoneda siempre he distinguido entre sus versos (no enteramente desdeñables, sobre todo cuando no están demasiado corregidos para ocultar el sustrato biográfico) y sus declaraciones, a menudo simplemente ridículas. El caso más llamativo fue cuando despotricó, una vez más contra la poesía realista porque era el lenguaje del poder mientras recibía la felicitación del presidente del gobierno y le abrazaba y besaba el ministro de Cultura porque ese mismo día acababa de recibir los dos más importantes premios oficiales, el Cervantes y el Reina Sofía.

Volviendo al interés que pueda tener este libro. ¿Qué sentido tiene publicar en un libro lo ya aparecido en un periódico, y aún más, en un blog?

––¿Qué sentido tiene que se publiquen en libro las novelas de Dickens o de Dumas si ya había aparecido previamente en el periódico? ¿Qué sentido tienen que se publiquen en libro los cuentos de Clarin si ya se habían publicado previamente en el periódico? Por otra parte, los cien libros de Azorín quedarían reducidos a media docena si no hubiera publicado los que reúnen textos publicados anteriormente en los periódicos. 

Te jactas de no corregir ni “afeitar” tus textos periodísticos, de editarlos apenas y darlos tal cual se escribieron. Bien. Pero esa pureza también ofende: ¿no hay desidia ahí?, ¿no se desaprovechan muchas posibilidades del texto?

––Vayamos por partes. Todos mis  textos son corregidos cuidadosamente antes de aparecer en libro y procuro que lo haga un profesional. Nada debería publicarse sin esa revisión. Una buena editorial se diferencia de una mala en la importancia que da a los correctores. Lo que no hago es cambiar el contenido de acuerdo con los acontecimientos posteriores. El deslumbramiento de un encuentro amoroso queda tal cual, aunque poco después viniera la decepción. Los textos que publico en el periódico no son textos periodísticos en el sentido habitual de la palabra. No están escritos apresuradamente. Son ya textos literarios (que no quiere decir retóricos ni redichos) con su acabado final.

Metiéndonos ya en el libro que presentamos, y hablando en parte de lo anterior, como lector me ha faltado un texto de presentación, un balance, una explicación de conjunto que reduzca el caos ilegible de los días de dos años casi completos. No digo tanto como una moraleja, pero creo que el libro merecía no comenzar ex abrupto: además, este volumen de tus diarios no puede ser igual que otros; incluso diría que debe de ser especial y significativo para ti. Hay una fecha que supongo que no tendrá comparación con ninguna otra de estos años, y es un 14 de marzo de 2011, omitida pudorosamente en el curso del diario, una ausencia evidente, sólida, testimonial...

––Eres muy generoso a la hora de contar. El libro abarca desde septiembre de 2010 hasta junio (no completo) de 2011. Conviertes nueves meses en casi dos años. No quedo en muy buen lugar: eso quiere decir que se te ha hecho eterno. Pero tienes toda la razón cuando afirmas que este diario no puede ser igual a otros. Ninguno mío lo es. A mí me gustaría que se leyeran como volúmenes independientes, no formando parte de una serie. Y en cuanto a la falta de prólogo yo creo que la cita inicial lo dice todo: “Es una obra íntima, para lectores de intimidad, que no aspira ni desea el gran público, que debería, en rigor, aparecer manuscrita. En estas páginas, ideas, teorías y comentarios se presentan con el carácter de peripecias y aventuras personales del autor”.

Las entradas de los días y semanas que siguen a la fecha que cité antes son de lo más emocionante que te he leído; y de lo más sabio literariamente, por el respeto en la contención de los hechos y por la depuración de sentimientos al lector.   

––Gracias.


Hablamos del género del diario íntimo, de su particular “sinceridad”: no me negarás a veces te desnudas para que no se te vean las vergüenzas; juegas al impudor para ocultarte. Dicho de otra forma: ¿diferencias entre lo íntimo (la confesión) y lo privado (ahí donde ya no dejas entrar a nadie)? Ese núcleo en el que late la condición y la carencia más personales; la pérdida de la madre; ciertos días de 1974 en la séptima galería de la cárcel de Carabanchel…

––Lo no dicho es tan importante como lo dicho, en mis diarios y en cualquier obra literaria. Y en cuanto a mis experiencias carcelarias, son demasiado tremebundas y novelescas para resultar verosímiles. No sería capaz de contarlas sin que parecieran un cuento… de terror.

Tirando del mismo hilo, y sin invadir la confidencia: en los últimos años quizás estás liberando más la memoria pública de todo aquel episodio.

––Ahora ya lo veo como algo que ocurrió a otro. Es un capítulo que no acaba de encajar en mi biografía. Cosas de la historia de España.

También, y no creo que sea mera impresión mía, sueltas rienda a lo que podríamos calificar como imprudencia política: estos últimos han sido años muy crispados y quizá lo reclamaban (la cuestión palpitante del País Vasco y Cataluña, de la ilegalización del Gara y de Bildu, cuyos derechos defiendes aquí, del Estatut y el soberanismo recrecido, la crisis económica…). En todo ello te muestras a menudo contra el común sentir, para reclamar el sentido común… Pero no quería que hablásemos de política, sino en clave literaria: me interesan los resortes por los que traes la política a tus textos sin arrogarte la condición del intelectual (zolesco, sartreano). Tu diarista es siempre un individuo más, que habla a pie de foro, sin tribuna ni megáfono (aunque eso tenga algo de impostado). Creo que lo haces con la distribución muy intencionada de las entradas: a una de tema político sigue otra confidencial e íntima, o poética y atemporal…

––Me crié en una dictadura, vivo en una democracia (llena de imperfecciones, eso es cierto), tenemos libertad de expresión. Yo la aprovecho todo lo que puedo. Recuerdo ahora aquella frase de Artigas que citó Hugo Chávez en su respuesta al exabrupto (¿por qué no te callas?) del anterior jefe del Estado español: “Con la verdad ni ofendo ni temo”.

¿Has tenido algún problema editorial por esa propensión reciente a tratar de la política real en tus diarios?

––No, ninguno. Al menos de momento. Las editoriales se enfadan por mis reseñas, sobre todo cuando señalo el carácter de estafa al público que tienen algunos libros que se lanzan a bombo y platillo (Vida, de Juan Ramón Jiménez, Las ciudades y los escritores, de Fernando Savater).

Hablando ahora de cuestiones genéricas y teóricas sobre el diario íntimo: ¿te planteas una poética o esta solo se aclara a posteriori? Quizá pueda rastrearse una evolución desde los primeros de tus libros de diarios; han ido impregnándose de más adherencias de otros géneros: la crónica, las memorias, la crítica, el cuento fantástico (¡gótico!), la autoficción, el diálogo filosófico, la enciclopedia, el ensayo, el aforismo, la poesía, por supuesto.

–-La poética, desde Aristóteles, es siempre a posteriori. No sé quién dijo que la novela es un género en el que cabe todo; lo mismo puede decirse del diario. Lo único que no cabe en un diario, como a mí me gusta repetir, es el aburrimiento.

Creo que tus diarios encuentran su lugar propio en la literatura española contemporánea, por ejemplo entre los de Umbral, Trapiello, Benítez Reyes, a través de otro no sé si “sub-” o “infra-” género: el chisme. El chisme sublimado a categoría de Historia. Que es lo que para su literatura reclama por ejemplo Jorge Edwards, y que quizá no sea otra cosa que lo que con mejor nombre los franceses de la escuela de Annales denominaron la “historia privada”.

––No sé lo que tú entiendes por chisme. Pero entiendas lo que entiendas no me parece a mí que los diarios de Trapiello o los de Umbral estén faltos de ellos. Ni siquiera los ponderados artículos de Antonio Muñoz Molina. Por el que apareció esta sábado en Babelia nos enteramos que “una noche, en Cambridge, después de tomar varias cervezas, Borges no pudo contenerse y se puso a orinar en la escalera del edificio, junto a la puerta del ascensor” y que otra vez, en Buenos Aires, yendo a la Biblioteca Nacional, no pudo llegar a tiempo a los servicios de un bar “y se orinó en el camino, mojándose ampliamente los pantalones y los zapatos, si bien no consideró necesario volver a casa a cambiarse”. Estas anécdotas, que le habrían encantado al Víctor Botas de Aguas mayores y menores, las toma Muñoz Molina de un libro de Norman Thomas di Giovanni recién aparecido en inglés. Le reprocha al autor, que fue secretario de Borges, el contarlas, pero él no tiene inconveniente en reproducirlas en el diario de mayor circulación para que todos se enteren y no queden perdidas en las páginas de un libro que nadie aquí va a leer. Hipocresía se llama esa figura.   

En este volumen criticas a Trapiello por extenderse en teorizar sobre la condición novelística o no de sus diarios; pero la contracubierta de tu libro lo define como “novela de no ficción”.

––La contracubierta es cosa del editor. Parece que los libreros y los directores de suplementos literarios prestan más atención a las novelas. Pero no sé yo si la artimaña funcionará.

Te defines también en estas páginas (148) como un novelista frustrado. Creo que al menos aquí hay, más que la novela de un literato (Cansinos), la cabal novela de un novelista (Palacio Valdés); y su principal logro es la construcción de un personaje, que se llama como tú, con algunas de tus rutinas, manías... Juegas mucho con esa idea quijotesca y borgiana: “yo sé quién soy”/ “no sé quién soy” (p. 192); Martín, “el otro, el mismo”: ¿hasta qué punto la imagen de este personaje creado es un espejo fiel de la persona, y hasta qué punto la persona acaba imitando a ese Golem?

––Todos tenemos que crearnos un personaje, escribamos o no. Día a día vamos escribiendo el guión de nuestra propia vida.

Tengo que confesarte que me encantan los paratextos de tus libros. Te felicito con admiración y envidia: porque no pretenderás que creamos que el autor es otro. No te veo dejando suelto un cabo tan importante, en manos de los editores. Es un género difícil, y creo que tú logras no solo divertir o incitar, sino resumir y completar el libro, ciñéndolo en lo más importante y desbordándolo en sus límites. Por ejemplo, la contracubierta de Lecturas buenas y malas: un panfleto publicitario, un virtuoso juego paródico.

––Hombre, muchas gracias. Porque, ciertamente, pero esto no se lo digas a nadie, siempre que el editor me lo permite la nota de contraportada de mis libros la escribo enteramente yo. Quizá por eso son tan poco convencionalmente elogiosas.

Una última reflexión sobre la publicación de un diario en un diario-periódico, y sobre las colaboraciones en prensa en general: ¿es la mejor forma de disponer de una soledad acompañada?, ¿podemos asimilarlo a tu gusto por leer en los centros comerciales y las cafeterías atestadas?

––A mí la gente no me molesta, siempre que se mantenga a cierta distancia. Me gusta estar solo entre la gente. No me deprime, todo lo contrario. Y me gusta estar con amigos. Y me gusta estar solo simplemente. Cada cosa a su tiempo. Solo o con otros, procuro estar siempre en buena compañía.

Te vas a quedar sin material para unas memorias. O quizá no: quizá sigue intacto ese núcleo de lo íntimo-privado, y que solo lo publiques “cuando ya no importe”…  ¿Qué contendrían unas memorias tuyas?

––Tengo muy mala memoria, por eso escribo diarios. Hay digo todo lo que quiero decir. Ya se sabe que el secreto de aburrir es contarlo todo.




2 comentarios:

  1. Interesante entrevista. Muy buenas las preguntas y también las respuestas. En efecto, no aburre. Me quedo con esta frase "Día a día vamos escribiendo el guión de nuestra propia vida". (Por cierto, "guión" con acento en la o, como debe ser.)

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  2. Si alguien ha estampado unos versos de Cavafis en el platillo de una taza de café la humanidad tiene esperanza.

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