EN EL CAFFÈ DI ROMA
Me gustan las historias que se enredan unas en otras, que abren cien puertas y no cierran ninguna, que entremezclan lo vivido y lo fantaseado, que son mentira cuando parecen verdad y verdad cuando parecen mentira.
La casa estaba en lo alto de la colina, se veía desde el apeadero del tren y era la única visible desde allí. El resto eran grandes extensiones verdes con alguna mancha más oscura de arbolado. Aquel verano, como todos los veranos, yo tenía poco que hacer y me aburría en las noches breves y en los días interminables. Fui un niño sin amigos, un adolescente sin amores, un adulto sin ambiciones y con un trabajo rutinario.
Como cada sábado me entretenía con unos cuantos libros en el Caffè di Roma, resguardado de la intemperie por el murmullo familiar de las conversaciones, cuando aquel desconocido sonriente se acercó a mi mesa junto a la gran cristalera y dijo: “¿Le importa que me siente un momento? Le conozco del periódico”.
No, no me importaba, nunca me importa, sigo siendo el adolescente solitario que nada agradece más que un rato de conversación.
Yo tenía por entonces poco más de veinte años, acababa de terminar en la Universidad , carecía de perspectivas laborales inmediatas. Por medio del amigo de un amigo me ofrecieron dar clases a los hijos de unos ricos indianos que habían regresado recientemente de América. Me aceptaron sin conocerme, salvo por referencias de algunos de mis profesores, y yo acepté el trabajo, pagaban bien, sin haberlos visto personalmente.
La casa estaba en lo alto de la colina. Fui el único viajero que descendió del tren y con mi maleta en la mano, pesaba más bien poco, inicié el camino de ascenso, un camino de tierra, bordeado a trechos por escuálidos árboles que parecían haber sido plantados recientemente.
Engañaba la perspectiva y tuve que caminar bastante. Cuando llegué ante la puerta principal, comenzaba a anochecer. Llamé al timbre y no oí ningún ruido, golpeé ligeramente con la mano y en seguida oí el ladrido de unos perros. Luego se hizo de nuevo el silencio. Era una casona grande, casi palaciega, con un pórtico de columnas clásicas, un torreón almenado y ventanales vagamente góticos. El típico pastiche historicista de finales del XIX. A aquella hora, y en aquella soledad, daba un poco de miedo.
Pensará que le estoy contando un cuento, dijo el desconocido mientras yo miraba con alguna impaciencia el libro cuya lectura me había hecho interrumpir, una nueva traducción de las Rimas de Michelangelo Buonarroti. Y es un cuento y no es un cuento. Ya había emprendido el camino de regreso cuando alguien me llamó desde una ventana. Era una mujer y parecía asustada. Bajó a abrirme la puerta. “Discúlpeme. Estoy sola”. Era una mujer mayor, o eso me parecía a mí, aunque no debía tener más de cuarenta años. Muy frágil, muy pálida, uno se sentía inmediatamente con ganas de ayudarla. Me hizo pasar y sentarme en el salón. Los muebles estaban desvencijados y había polvo por todas partes, como si la casa llevara tiempo abandonada. “Mi marido está con los niños, bajará en seguida”. Aquello acentuó aún más mi extrañeza: hacía un momento me había dicho que se encontraba sola. Entonces oí ruidos, gritos, llanto en el piso de arriba. La mujer parecía no inmutarse, me miraba sonriente. “¿Así que es usted alumno del profesor Martínez Cachero? A mí también me dio clase de literatura hace algunos años. Cuando me casé, abandoné los estudios”. Los gritos eran cada vez más agudos y angustiosos. La mujer, de pronto, pareció oírlos y se abrazó a mí. Yo traté de consolarla y acabamos pasando la noche juntos, en una cama con dosel que parecía sacada del atrezzo de una mala película de fantasmas.
Me desperté solo, con la maleta abierta y su contenido esparcido por el suelo, como si hubieran estado buscando algo. Lo recogí todo, busqué a la mujer para despedirme, no encontré a nadie, y volví al apeadero. No sabía cuando pasaría el próximo tren, pero llegó enseguida. Volví a Oviedo y llamé al amigo que me había recomendado el trabajo. Me había equivocado con la dirección, no debía bajarme en ese apeadero sino en otro que estaba dos estaciones más allá.
Los dos niños eran un poco inquietos y yo no tenía ninguna experiencia, así que estuve bastante entretenido aquel verano con las clases. Nunca me atreví a volver a aquel apeadero en que me había bajado por equivocación. Pero disculpe usted, aquí viene mi mujer, cuando hace las compras prefiero dejarla sola. Ha sido un placer hablar con usted. Le leo todas las semanas.
Domingo, 29 de abril
Hay tres palabras que me he resistido siempre a pronunciar. Hoy no he tenido más remedio que emplearlas. Y me siento deprimido, hundido, como si hubiera perdido toda la fe en mí mismo.
El cuestionario, para un diario extremeño, era muy sencillo. Solo constaba de dos preguntas. La primera: “¿Cree usted que el presidente del gobierno está tomando las medidas adecuadas para salir de la crisis?”. La respuesta no tuve que pensarla mucho: “No”. La segunda: “¿Qué medidas cree usted que serían las más adecuadas en la situación actual?”
Me he pasado la mañana tratando de responder a esa pregunta. En lo que a la economía doméstica se refiere siempre he actuado con sentido común y nunca he tenido problemas. Claro que no hay en ello mucho mérito: mis ingresos son fijos, mis gastos también; del remanente, una pequeña parte queda para imprevistos y con el resto lo dedico a financiar actividades no lucrativas de interés social o cultural. Las deudas que he tenido, y tengo, son siempre afectivas, nunca económicas. Echo de menos muchas cosas en mi vida, pero ninguna que se pueda comprar con dinero.
Pero por eso mismo soy el peor economista del mundo. No entiendo la codicia ajena. No entiendo que quienes te prestan dinero al dos por ciento, en cuanto empiezan a tener dudas de que puedas devolver el préstamo te exijan un interés del seis por ciento (con lo que es casi seguro que no podrás devolverlo). La economía tiene al parecer razones que la razón no comprende.
Soy de esas personas que se creen más listas que nadie, que siempre encuentran respuestas para todo. Pero hoy no he sido capaz y cuando me preguntan qué medidas habría que tomar para salir de la crisis actual me he visto obligado a responder: “No lo sé”.
Yo creo que es la primera vez que utilizo esas palabras. Y me siento hundido, humillado, derrotado. No me queda más remedio que reconocer que no soy tan listo como me creo. No lo soy, no (sonrío: acabo de encontrar la forma de darle la vuelta a la derrota), pero he aprendido a decir “no lo sé” y eso quizá me hace un poco más sabio.
Martes, 1 de mayo
ALGUNOS CONSEJOS
Completamente sincero no lo seas nunca con nadie, salvo con ese desconocido al que estás seguro de que no vas a volver a ver.
Créate fama de mentiroso, así podrás luego decir la verdad sin riesgos.
Sé agradecido: es más rentable que no serlo.
Miércoles, 2 de mayo
ESPEJO DE NARCISO
Como todo el mundo, yo también estoy en Facebook. Solo llevo una semana y ya he aprendido lo mucho, lo demasiado que se parece ese mundo virtual al real. “Si me lees, te leo”, se decía antes, y se sigue diciendo ahora, entre los escritores. “Si me sigues, te sigo” es la norma en Facebook. Lo malo es que a la mayoría nos gusta que nos sigan cuantos más mejor, pero seguir a otros nos aburre pronto. Afortunadamente, fingir es fácil: basta con apretar una tecla. A los que se olvidan de hacerlo, Hilario Barrero les acaba de advertir: “A partir de ahora voy a comenzar a borrar de mi lista de amigos a los que solo esperan y piden elogios y nunca aprietan el botón de Me gusta”.
Yo soy de los que solo esperan y piden elogios, amigo Hilario, pero ya he aprendido que los elogios hay que ganárselos elogiando previamente. Y que todavía menos sinceros que los que uno da suelen ser los que recibe. Pero ya dijo Machado que “si dos mentirosos hablan, / es la mentira inocente: / se mienten y no se engañan”.
Me apunté a Facebook solo por ir preparando entretenimiento para cuando me jubile (todavía me quedan ocho años y ya estoy obsesionado con lo mucho que me voy a aburrir), pero no tardé en encontrarle utilidad. ¿Qué mejor lugar para ir mostrando mi archivo fotográfico? O sea, para aparecer yo cada día en una foto distinta y rodeado de amigos. Como casi todos son escritores, finjo que estoy ofreciendo material para una minuciosa historia ilustrada de la literatura. Y unos pocos curiosos fingen que se lo creen mientras sonríen ante mis veleidades de Narciso.
Así funciona el mundo. Facebook no es más que un barullento y divertido mundo en miniatura en el que cada uno aparece como es, por mucho que intente disimularlo. Y yo lo intento poco, para qué nos vamos a engañar.
Jueves, 3 de mayo
CONFIDENCIAS
Últimamente incurro con excesiva frecuencia en uno de esos lujos que no puedo permitirme: el lujo de no ser inteligente.
Estábamos hechos el uno para el otro, no había ninguna duda: nos enamoramos nada más vernos y dejamos de querernos al mismo tiempo, una semana después.
No me interesan las intimidades ajenas, pero me gusta estar enterado de todo.
De lo que más me cuesta prescindir es de algunas cosas que no sirven para nada.
Lo que no me atrevo a contar a nadie cara a cara, se lo cuento a todos en letra impresa.
Viernes, 4 de mayo
UNA GRAN FARSA
En un país imaginario (todo parecido con cualquier otro país, incluida España, es pura coincidencia), unos pícaros le hicieron al rey un prodigioso uniforme de Gran Estadista. Con aquel traje, los pícaros y el rey y parte de su familia hicieron grandes negocios. Todos los políticos fingían ver el traje mientras el país iba viento en popa y cada uno robaba lo que podía. La gente de la calle sí que lo veía, pero era un traje virtual que le añadían en los estudios de televisión y en las redacciones de los periódicos.
Cuando las cosas de la economía empezaron a ir mal y dejó de haber dinero para contentar a todos, comenzó a correrse la voz de que el rey estaba desnudo y que andaba por el mundo mostrando a todo el mundo sus vergüenzas. Y entonces los habitantes de aquel país imaginario miraron para otro lado y siguieron fingiendo que veían el traje porque no se atrevían a reconocer que habían sido timados, que la historia reciente de su país estaba basada en una gran farsa.
Siempre ha sido lo mismo: llantos, penas,
ResponderEliminarcogerse a cualquier cosa, y luego risas;
la vida tiraniza a sus guardianes.
Y las almas pasan sin hacer un ruido.
Y ahí estamos nosotros, no sabiendo
de qué huimos ni a qué nos agarramos.
Tenemos en el alma habitaciones
y en ellas habitamos sin encender la luz.
Y nada más. En eso estamos: recipientes
somos que hay que llenar; de qué, no lo sabemos.
Y a veces la oscuridad se apropia de nosotros
como si no tuviera otras cosas que pudiera hacer suyas.
Rilke
http://www.youtube.com/watch?v=6hGlYkpekR0
ResponderEliminarla belleza es una trampa en la que todo hombre de sentido estaría feliz de caer.
ResponderEliminaroscar wilde
Me gusto lo del Martes. Desde luego cuando escribe en pocas líneas es cuando más gana. Supongo que me explique.
ResponderEliminarFdo: Hortera y Casette
Muy bueno el poema de Rilke anonimo te lo robo para mi narciso que crece en el facebook jajajaja
ResponderEliminarMuy bueno este nuevo "razón de más "pero no se preocupe que no soy escritor ni estoy en facebok- eso sí tengo el privilegio de estar escuchando en este momento gracias a spotify canciones de liciosas del disco ,Plata, de Pablo Guerrero- y no necesito nada a cambio de la alabanza.Leo en estos días un ensayo de Soledad Puértolas en el que a propósito de los aduladores dice lo siguiente"quieren que perdamos el sentido de las proporciones, los puntos de referencia , todo lo que hemos obtenido a base de errores y limitaciones"
ResponderEliminarJLGM debe ser de los pocos que no sabe qué medidas son mas apropiadas para salir de la crisis.
El que esto escribe tampoco, pero lo que está claro es que hasta ahora nuestros diversos dirigentes no habían actuado con la diligencia con la que JLGM lleva su economía.
Javier
Muchas gracias por esas palabras. Yo a los aduladores nunca los creo, pero mentiría si dijera que me molesta escucharlos (o leerlos).
ResponderEliminarJLGM
Se me olvidaba decir, amigo Javier, que yo, para ser un buen economista, lo he tenido mejor que los políticos. No tenía que dar cuenta a nadie de cómo administraba mi dinero. Y ellos tenían que tener en cuenta los deseos y los caprichos de los electores. Yo (en contra de la opinión común) creo que los polìticos despilfarraban (aeropuertos, aves, universidades en cada provincia) porque en cuanto dejaban de hacerlo los electores votaban a otro. En fin, que yo no tengo ningún mérito y las culpas de la situación actual andan muy repartidas, aunque prefiramos mirar solo hacia la banca y los políticos.
ResponderEliminarJLGM
Me parece muy posible, aunque creo que con evidentes excepciones, eso de que "los políticos despilfarraban... porque en cuanto dejaban de hacerlo los electores votaban a otro". Pero eso no les justifica, a mi modo de ver. Sería como decir que un escritor, o en general un artista, que se vende al mercado tiene razón para hacerlo, ya que si no lo hace no le compran, o le compran mucho menos. Es cosa que puede humanamente entenderse; pero los resultados se juzgan por ellos mismos, y nadie está obligado (ni lo hará) a creer grande un libro porque su autor lo escribiera para pagarse los recibos... o las vacaciones en las Bermudas. Y tampoco me vale que la culpa la tiene el público. Un artista, si lo es de veras, tiene unas obligaciones para con su arte, de las que no puede desentenderse para echar la culpa a otros. Digo lo mismo de un político, si es de veras lo que tiene que ser, un servidor público. Claro que eso, bien lo sé, es rarísima avis, más rarísima (me temo) cuanto más alto el puesto.
ResponderEliminarUn poco sofístico el razonamiento, amigo gatoflauta. Yo puedo escribir los libros que quiero escribir, se vendan mucho o poco. Un político solo puede gobernar si tiene los votos suficientes. Por eso tiene que tener siempre presentes a los electores: en cuanto no lo hace, se marcha a casa. Un político es un servidor público, eso es lo bueno y lo malo. Porque el público (los votantes) quiere lo que quiere, que no siempre es lo que más le conviene.
ResponderEliminarJLGM
Es cierto que tenemos una larga tradición despilfarradora, aunque no siempre ha sido así en una sociedad hasta hace dos días casi de campesinos austeros.
ResponderEliminarUn buen ejemplo, fuera de la política , la tenemos con los equipos de fútbol , donde ya, creo recordar que en los años 80, hubo que regalarles 16.000 millones de pesetas y ahora están en bancarrota casi todos los equipos y nos volverá a costar algo seguramente.
Pero claro, en la gestión de los fondos públicos algo deberíamos haber avanzado, porque aquí no se trata simplemente de jugar con las ilusiones de la gente a cualquier precio como hacen los presedentes de los equipos de fútbol.
Yo creo que la sociedad lo que asiste es perpleja al derroche que señala JLGM : aves, universidades, televisiones autónomicas, hospitales que después de construidos no se pueden mantener,....
No ha sido la sociedad civil la que ha exigido estas inversiones y gastos y en todo caso como ciudadano lo que puedo suponer es que si se decide hacer una inversión luego va a haber fondos para mantenerla en servicio.
El Gobierno tiene a su servicio Economistas del Estado-con buena formación acdémica- ,Direciones generales de planificación, de Política Económica,Banco de España con un cuerpo de inspectores de bancos y cajas, es decir, medios suficientes para hacer previsiones de ingresos y gastos en un período plurianual y amortiguar los efectos de las crisis y, por supuesto, para no hacer inversiones ruinosas y haber previsto el suicidio colectivo del ladrillo, que enajenados cual quijotes confundimos con "Silicom Valley" y en esto si que que creo con JLGM que las responsabilidades están repartidas, poque conocemos a muchos conciudadanos que decían ,en estos últimos años, comprar pisos como inversión y por supuesto qué decir de la insolidaridad y responsabilidad de los que no pagan impuestos.
Pero es que, amigo José Luis, aunque fuese cierto que los políticos tienen que gastar para ser reelegidos , algo habrá que cambiar porque el modelo es insostenible ya que el ahorro interno es insuficiente para financiarlo y fuera nos prestan muy caro y además los préstamos hay que devolverlos.
Bueno, hay una solución : decir que toda la culpa es de los mercados financieros, del neoliberalismo y del capitalismo y proclamar gallardamente ¡pues ahora no pagamos nuestras deudas!
Javier
La única solución, amigo Javier, me parece que es hacer examen de conciencia y asumir cada uno sus responsabilidades. Y no creer a políticos o banqueros que nos venden duros a cuatro pesetas (el codicioso timado también tiene alguna responsabilidad en el timo, aunque el que deber ir a la cárcel sea el timador).
ResponderEliminarJLGM
No, no "se marcha a casa" el político que no tiene los votos suficientes, o no necesariamente: se marcha también a la oposición, que es otra manera (y necesaria) de hacer política. Lo sofístico, a mi parecer, es eso, creer que un político sólo puede triunfar, o no tiene nada que hacer. Falso. Gobierne o no, un político honesto y capaz puede hacer muchas cosas.
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