Sábado, 25 de febrero
ELOGIO DE LA BASURA
Me fascinan los malos programas de televisión. Basta que un amigo me hable de un nuevo disparate o que lea alguna referencia descalificativa en los periódicos para que lo busque de inmediato. Los videntes, por ejemplo, no me defraudan nunca.
Mi último descubrimiento ha sido en la Cuatro fagocitada por la Cinco. Madres que ayudan a sus hijos, ya maduritos, a encontrar novia o novio. Seguro que a Freud le habría encantado tanto como me entusiasma a mí. Una madre pasea con su hijo por la playa. A ella no le gusta nada Christopher (creo que se llamaba así) y está entusiasmada con Mohamed, un joven marroquí. “Pues yo prefiero a Cristopher –dice el hijo— porque me da más marcha y yo necesito que me den mucha marcha; lo prefiero a Mohamed, a mí no me va el rollo ese de ir de padre”. La madre acaba recriminándoles a gritos su elección. “¡No me grites, que ya tengo treinta y dos años!”, dice el hijo gritando también. Y yo quedo seducido por este tierno esperpento, más real que la vida misma gracias a la pequeña ayuda de unos astutos guionistas.
Hace tiempo, eran otros tiempos, José Luis de Vilallonga afirmó desdeñoso que la televisión no era para verla, sino para salir en ella. Hoy, en cambio, la televisión, o buena parte de ella, es para verla y para reírse de los que salen en ella.
Siempre procuro pasar un rato con los adivinos. Tomo nota de la parafernalia, de las velas y los santos y las referencias astrales, también de su voz meliflua, de su apariencia con frecuencia andrógina. No me río de ellos. Mucho menos de la gente afligida que les llama, casi siempre mujeres de muy poca cultura. Pero lo que estos personajes ofrecen –y por menos dinero— es lo mismo que la mayor parte de los fieles buscan en cualquier religión de las consideradas serias: un poco de alivio para las heridas de la realidad. Ya sé que entre ellos puede haber dañinos estafadores, pero por mucho que lo sean ninguno lo será tanto como aquel buen amigo de Juan Pablo II, a quien consideraba maestro y guía de la juventud, que se llamó Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
Paso un rato con esta calderilla del misterio y me siento identificado con la pobre gente que llama angustiada por una enfermedad, un despido, un hijo del que hace tiempo que no saben nada.
No mucho rato. Nunca estoy más de cinco minutos revolviendo entre la basura. Pero aprendo más de mí mismo y de la sociedad en que vivo en esos cinco minutos que con páginas y páginas de serios estudios sociológicos.
Domingo, 26 de febrero
“¿Qué buscas?”, me pregunta un amigo que me ve revolviendo entre los libros de un puesto del Fontán. “No lo sé, lo sabré cuando lo encuentre”.
¿A quién busco cada día, mañana, tarde y noche? No lo sé, lo sabré cuando te encuentre.
Lunes, 27 de febrero
PERIÓDICOS VIEJOS
Titular en letras grandes: “Hambre en Extremadura”. Subtítulo: “Invaden una finca y desarman a tres guardias civiles”. La noticia entera dice así: “Badajoz, 8. Se reciben noticias en el gobierno civil de que en el pueblo de Navalvillar de Pela un numeroso grupo de individuos que se dedicaba a recoger bellotas en una finca de las cercanías fue sorprendido por tres números de la guardia civil, que les dio el alto. Los desconocidos consiguieron desarmar a la fuerza. Se limitaron a llevarse los fusiles, que después entregaron al alcalde, el cual ordenó su restitución al cuartel”.
Nada me gusta más que leer periódicos viejos. En El Imparcial del 8 de noviembre de 1932 encuentro esta noticia que habla de una España en la que aún era posible la paz. Ni un tiro ni una detención. Juego limpio. Un episodio de comedia, una astracanada. Pero las cañas se volvieron lanzas muy poco después.
Martes, 28 de febrero
UN ENCUENTRO
Me lo encontré de pronto, al dar la vuelta a una esquina, y naturalmente no le reconocí. Se quedó quieto, mirándome fijamente, y cuando yo, extrañado, ya me alejaba me llamó por mi nombre. Su voz no la había olvidado y de pronto me vino a la cabeza una historia que creía olvidada para siempre. “Vaya, qué sorpresa”, dije. “Pues por la cara que pones no parece que te alegre mucho verme”. Teníamos mucho de qué hablar, demasiado, pero yo no tenía ninguna gana de hablar de ello. “Voy con un poco de prisa, llego tarde a clase. ¿Qué te parece si tomamos mañana un café?”. “De acuerdo. ¿Te viene bien a las doce en Los Porches? Yo siempre estoy allí a esa hora”.
Le estuve esperando, pero Alberto no apareció. Yo estaba nervioso y apenas si pude entretenerme en los libros que traía conmigo: una novelita de César Aira, El congreso de literatura, y una fascinante y algo deprimente Historia del veneno, escrita por Adela Muñoz Páez. En ella leo que el matemático y filósofo Alan Turing, uno de los padres de la informática y de la inteligencia artificial, se suicidó comiéndose una manzana envenenada con cianuro. En 1952, cuando tenía cuarenta años, entraron en su casa para robarle. Denunció el caso a la policía y los policías descubrieron que el ladrón tenía un cómplice: el compañero que vivía con Alan. Y descubrieron algo más: que ambos mantenían relaciones sexuales. Alan Turing solo pudo evitar la cárcel sometiéndose a un tratamiento hormonal que modificara sus perversas inclinaciones. Las inyecciones de estrógenos le volvieron impotente y le deformaron físicamente. La mayor parte de sus colegas dejaron de tratarle. Se había convertido en un apestado. Una manzana puso fin a la historia.
A Alberto lo conocí en el Gambrinus, en Nápoles, hace diez o quince años. Yo estaba absorto con un libro que acababa de comprar –creo que era la Vita de Vittorio Alfieri– y él se acercó a saludarme. Me conocía de los tiempos en que estudiábamos Filosofía y Letras frente al viejo convento de Feijoo, aunque él iba a otro curso y entonces no tuvimos trato. Vivía con un amigo francés, que ahora estaba fuera, en el piso noble de un palazzo renacentista. Me invitó a conocerlo y yo no me hice de rogar: siempre me han fascinado los viejos caserones. El de Alberto no me defraudó. Estaba muy céntrico, en la Via S. Biagio dei Librai, y tras una fachada no muy llamativa tenía en el patio la gran escalera monumental característica de los palacios napolitanos. La planta que ocupaba mi amigo era inmensa y principesca, con suntuosos cortinajes, cuadros de valor (yo creí reconocer un Caravaggio, pero seguramente era una copia de la época) y una gran biblioteca tan decorativa, con todos los libros encuadernados en piel y los títulos en letras doradas, que parecía falsa. “Pero tu amigo ¿qué es? ¿Un príncipe?”. “Un anticuario. Ya le conocerás”.
No llegué a conocerlo, salvo por los periódicos. Alberto me invitó a dejar el hotel y a acompañarle el resto de los días que me quedaban por pasar en Nápoles. No tuvo que rogar mucho. Por las mañanas llegaba una asistenta que, antes de irse, dejaba preparado algo de comida, pero casi siempre comíamos y cenábamos fuera. En la biblioteca, que yo creo que era el mayor tesoro de aquella casa, había muchos libros en español de los siglos XVI y XVII, bastantes de ellos editados en Italia. Recuerdo una de las primeras ediciones del Quijote y otra del Lazarillo, impresa en Venecia, que me parece que no figura en ninguna de las bibliografías que conozco.
Al abrir la maleta, ya en Asturias, me encontré con una minúscula edición dieciochesca de los poemas de Garcilaso; la había tenido más de una vez entre las manos, seducido por el tacto del papel y la elegancia de la tipografía. La acompañaba una nota con una sola palabra: gracias.
Lo que ocurrió después prefiero no recordarlo. Una sórdida historia de la que hablaron ampliamente los periódicos de allí y a la que también se refirieron alguna vez los de aquí. No volví a saber de Alberto. Le creía en la cárcel. Donde también podía haber estado yo si el descubrimiento del cadáver hubiera tenido lugar unos días antes.
Me deshice inmediatamente de los poemas de Garcilaso. No quería tener nada que me relacionara con aquel palazzo de la Via S. Bagio dei Librai en el que, pocos días después de que yo lo dejara, había aparecido, escondido y troceado en el sótano, el cadáver de su dueño, un francés que amaba a Caravaggio –el San Sebastián del salón era auténtico– y a la literatura española del Siglo de Oro.
Jueves, 1 de marzo
MENTIROSAS VERDADES
Soy de esas personas que siempre quieren tener razón, lo sé. Y eso me hace insoportable para la mayor parte de la gente. “Tú sabrás mucho de literatura –me dice un amigo que prepara oposiciones a juez–, pero de leyes no sabes nada”. Hemos discutido muchas veces sobre la condena a Garzón. Me enseña una página de El País de hoy en la que no sé qué experto razona sobre el sagrado derecho a la defensa. Viene a decir que, aunque los legos no entendamos la razón de esa condena por prevaricación, los expertos saben que los siete jueces del Supremo aplicaron rigurosa y escrupulosamente la ley, aunque les doliera tener que aplicarla, y no tuvieron más remedio que condenarle.
––Pues a mí el asunto no me parece particularmente complejo –le digo a mi amigo, que se pasa ocho o diez horas al día estudiando los temas de sus oposiciones y que sonríe ante mi atrevimiento–. La ley prohíbe intervenir las comunicaciones entre los detenidos y sus abogados, salvo en ciertos supuestos. Hubo una discrepancia en la interpretación de esa norma. Un juez –Garzón– interpretó que, en el caso concreto que investigaba, se podían intervenir; recurrida esa decisión, una instancia superior decidió que no era así y que se debían anular esas escuchas. Se anularon, como ocurre con tantas decisiones judiciales, y aquí no habría pasado nada si el juez primero que autorizó esas escuchas (al juez que le sustituyó y que mantuvo esa autorización nadie le ha, no ya condenado, sino ni siquiera denunciado) no fuera Garzón. El Tribunal Supremo le ha expulsado de la carrera judicial porque unánimemente ha considerado que esa interpretación de la norma que regula las escuchas a los abogados la tomó “a sabiendas” de que era errónea. ¿Y qué pruebas puede haber de que esa decisión la tomó “a sabiendas”? Ninguna, salvo la creencia subjetiva de los magistrados de que fue así. Han condenado sin pruebas, saltándose el más sagrado de los principios: “in dubio pro reo”.
––La verdad jurídica la establecen las sentencias del Supremo, contra las que no cabe recurso posible. ¿Cuándo un juez ha prevaricado? Cuando el Tribunal Supremo afirma que ha prevaricado. El Tribunal Supremo crea jurisprudencia, si decide que lo blanco es negro, a efectos jurídicos lo blanco es negro, por mucho que los legos en la materia os empeñéis en no entenderlo.
Desconozco si tu relato de las razones que da tu amigo aspirante a jurista es fiel. Evidentemente, lo que dice (o lo que le haces decir) es absurdo. Por encima de la ley está la justicia; eso es lo que hace que las disposiciones legales inicuas de un régimen dictatorial puedan ser descalificadas; lo que hizo posible que, en Nuremberg, se condenase a gentes que habían actuado "correctamente", según la legislación nazi. Yo no soy jurista; si serlo consistiera (estoy convencido de que no es así) en poner la ley (o, como en este caso, ni siquiera la ley, sino la interpretación de ella que haga el tribunal correspondiente) por encima de la justicia, tendría que considerarlo una suerte. Se puede ser un canalla de acuerdo a la ley, y no se deja de ser un canalla por eso. Y se puede ser una víctima de la aplicación rigorista e interesada de la ley. Aparte de ser, como dices, completamente discutible que la condena a Garzón sea justa (yo creo que no), es obvio que apartarlo por algo así de la carrera judicial es una barbaridad, máxime cuando ha habido y hay jueces que han actuado en muchas cosas de un modo palmariamente negligente o dañino, y siguen siéndolo. Y si tu amigo no entiende eso, quizá sepa o llegue a saber de leyes; pero de justicia (a cuyo servicio deberían estar esas leyes), ni siquiera ha empezado a tener la más mínima idea.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, amigo gatoflauta.
ResponderEliminarJLGM
Abc, JL.
ResponderEliminarPermites uma sugestão?
Ler a sentença do TS, em linha no sítio de El País.
Dirias o mesmo, depois de ler?
Eu digo que não...
A.M.
Gracias. La volveré a leer. No me molesta cambar de opinión, si hay razones para ello. Todo lo contrario.
ResponderEliminarJLGM
Cierto; cuesta creer que exista un aspirante a juez que argumente de manera más chusca -y cínica- que el pintoresco amigo del buen Martín. Si es cierto que ha dicho que basta con que el Supremo dicte una sentencia para que los demás peladitos no tengamos derecho a decir ni mu, ni a tener reserva mental alguna, aconsejaría a Kurtz que cambiara de amigo, o por lo menos de café. Luego, algunos se extrañan de que sigan parapetadas en sus trincheras las dos Españas eternas. Es este un claro ejemplo del pensamiento reaccionario y carente de pulso humanitario. ¡Ay, la derecha, la derecha española...! (¿o se tendrá por progresista el fulano togado?)... ¿Por qué a tantos vástagos de la gente bien se les orienta hacia la carrera de Derecho? ¿Será para que se curtan en las fintas, triquiñuelas y prestidigitaciones, tan útiles a la hora de defender los intereses de papá?
ResponderEliminarLo que hace esta tropa con su insoportable prepotencia, su ostentoso desprecio de la ciudadanía, su clamorosa adscripción al bando de los pudientes, es justificar el estallido social, la revuelta de los indignados (no hablo de los Indignados, que son unos infelices), la toma de la Bastilla, el desacato a las leyes tramposas, el divorcio entre el pueblo y las clases dirigentes...
Y en esas estamos, dígalo Trillo o Rubalcaba. Que la náusea se hace insopotable: primero en los de estómago delicado, de modo creciente entre los estómagos garbanceros, que tienen su umbral de aguante, como todos.
Dígalo quien lo diga, se ha cometido una infamia en la persona de Garzón.
PD.- Un amigo mío, ante casos tan indignantes como el que nos ocupa, en lugar de mostrar contrariedad se alegra: dice que cuanto peor mejor; que es mejor que la infamia se muestre con toda su crudeza; que hay que saber que existe la enfermedad para combatirla; que es mejor percibirlos en su entera maldad a que nos puteen con caramelos.
PD.- ¿Qué pensará el buen Martín del fichaje por Endesa (al ladito de Aznar) de doña Elena Salgado, la exministra que -hasta hace cinco minutos- se desvelaba por defender los derechos del currante hispano? ¿Qué estaría pensando cuando tocaba decidir en el Consejo de Ministros en lo tocante a las hidroeléctricas? Y no era ninguna becaria zapateril, no: era ni más ni menos que toda una vicepresidenta.
Creo que ha sido un comportamiento el suyo bien psoez.
Pero los hay que seguirán desayunando con ruedas de molino, impertérritos ante la degradación de los otrora socialdemócratas medio fiables.
Salute.
Respuesta a A. M.
ResponderEliminarHe impreso la sentencia condenatoria de Garzón y me he leído los 79 folios. Un texto preparado por buenos profesionales y trabajado a conciencia. No siendo yo un profesional del Derecho quizá debería callarme, pero a mi entender, con todas esas razones, la sentencia más adecuada debía ser la absolución y no la condena, junto con un reproche por el apresuramiento y un sentar jurisprudencia sobre cómo debe entenderse el derecho a la defensa. Es un tema que podría razonar más detalladamente. Lo dejó para otra ocasión.
Gracias por su invitación a leer con más detalle (antes solo me había detenido en los puntos fundamentales). Lo fundamental es que el derecho al secreto en las comunicaciones entre abogado y cliente tiene excepciones, y que esas excepciones quedan menos ambiguas después de esta sentencia. Esperemos que todos los jueces, a partir de ahora, la tengan en cuenta, especialmente en la Audiencia Nacional y aunque se trate de independistas vascos (no todos terroristas, ni mucho menos).
JLGM
Que sólo por fundamentar mejor su opinión alguien no experto en cuestiones jurídicas se eche al coleto los ¡79! folios de la sentencia (y que encima dé las gracias por la invitación) asombra, aterra y admira. Bien por JLGM.
ResponderEliminarYo no sé si era necesario, para decir al menos que, tratándose de una cuestión opinable (lo de la legitimidad de las escuchas en este caso) y no,con toda claridad, de un comportamiento doloso, la dureza de la sentencia es una barbaridad injustificable, que hace sospechar claramente que hay motivos no precisamente jurídicos para cargar la mano de esa manera. Hablando en plata: que no han ido a por el posible delito (que en todo caso lo sería por imprudencia, no por conducta dolosa), sino a por Garzón. Eso, ya digo, me parece obvio, incluso sin haber cometido la heroicidad de leer la sentencia.
Respecto a su observación última sobre el independentismo vasco, es de puro sentido común, aunque haya quien no desee darse por enterado, o mejor quien desee no darse por idem. Hay demasiada gente en este país que ve las cosas en términos de buenos (los suyos, claro) y malos (los otros, que por necesidad tienen que ser o tontos o deshonestos, o las dos cosas, que no se excluyen). La idea de que alguien pueda pensar, con inteligencia y honestidad, de un modo distinto al propio, no cabe en ciertas (en muchas) estrechas cabecitas. Que haya gente como JLGM es, en ese sentido, un alivio y una suerte. Ojalá hubiera mucha más.
Reproducimos por su interés el artículo de Escolar de este lunes, 30 de enero en el diario Público.
ResponderEliminarLo nunca visto
Cada día, los jueces españoles ordenan grabar conversaciones de sospechosos y acusados. Algunas sirven como prueba, otras se anulan por defectos de forma, otras son irrelevantes y acaban descartadas. Sólo hay un caso en la historia de España donde el magistrado que firma unas escuchas acaba juzgado. Garzón es, sin duda, un bicho raro.
(Extractado de un artículo de "El Plural".)
Me parece que se está pasando por alto que lo que más escandalizó a la opinión (cualificada), española e internacional, es que se juzgara a Garzón por tratar de perseguir los crímenes aberrantes del franquismo.
Se olvida que el juez instructor Varela "asesoró" a un grupo fascista para que la denuncia de su parte se ajustara a derecho y no fuese declarada nula, lo que constituye un escándalo inaudito en un magistrado de una democracia que se precie; lo peor que no haya tenido contestación entre sus colegas.
La -al parecer- adscripción ultraderechista de alguno de los magistrados implicados en los casos no pasa desapercibida a la ciudadanía. Estos mismos magistrados son los que han expulsado de la Carrera al juez Garzón.
Si, simultáneamente en el tiempo, la condena de Garzón coincide con la extraña absolución de notorios mafiosos, no extrañe el enorme malestar que sentimos la mayoría. Sí, que es manifiesta la abrumadora mayoría de quienes muestran su repulsa por semejante sentencia, frente a los contados defensores de la condena a Garzón. ¿Estarán ciegos los expertos juristas que dicen no hallar parangón con este -al parecer- linchamiento legal del juez díscolo?
Cuando los juristas han de dar prolijas y enrevesadas explicaciones, porque casi nadie entiende cuál haya sido el motivo de un fallo que la inmensa mayoría de los ciudadanos tiene por injusto y descabellado, es que algo va mal en esta sociedad. Servidor tiene serias reservas de que viva en democracia.