domingo, 19 de febrero de 2012

Razón de más: Nunca digo nada

Sábado, 11 de febrero
ETCÉTERA TAMPOCO

Todo el mundo se queja de que le falta tiempo. Yo no; a mí me sobra. Debería inventarse un frigorífico en que guardar el tiempo. Podría congelar así las tres o cuatro horas que tienen de más cada día y luego, cuando las necesitara, descongelarlas cuidadosamente para poderlas disfrutar con todo su sabor y frescura.
            “Las personas inteligentes no se aburren nunca”, he oído a menudo decir. Pues yo debo de ser muy poco inteligente. Casi todas las noches tengo que inventarme actividades con las que estar entretenido al día siguiente. No vale cualquier cosa: tienen que ser atractivas, suponer un reto y no dar la impresión de que solo sirven para pasar el rato.
            Meterse en la vida de los demás entretiene mucho, pero a los demás no suele gustarles.
            “La ociosidad es la madre de todos los vicios”, se dice, o se decía. Pero a mí me aburren casi todos los vicios (y casi me atrevería a decir que sobra el casi). Recuerdo aquella historieta, que suelo contar a menudo, del soldado que se admira de la sobriedad de su jefe: “Pero usted, mi coronel, ni fuma ni bebe ni… etcétera”. “Alto ahí –le replica el coronel—. Etcétera, sí”. Pues casi me atrevería a decir que yo etcétera tampoco.


Domingo, 12 de febrero
SIETE PREVARICADORES SIETE

En la misma sala de cine en que ayer disfruté con seis horas de Wagner, hoy trato de entretenerme con el descerebrado ajetreo de El invitado. Lo paso bien finalmente imaginándome que soy el productor, un productor de los de antes, de los que tienen todo el poder, y que estoy viendo un pase previo al estreno. “Esto es facilonamente infumable”, le digo al director, Daniel Espinosa. “Tiros, persecuciones automovilísticas y demás parafernalia habitual, solo lo imprescindible. Aquí lo que importa es desarrollar la relación entre el agente desengañado de la Cía que interpreta Denzel Washington y el joven agente ambicioso y lleno de ilusiones que es Ryan Reynolds. A buscar un buen guionista que desarrolle los diálogos entre ambos. Una envoltura de cine de acción para desarrollar un tema de siempre: hasta qué punto el fin justifica los medios”.
Me entretengo en arreglar el guión mientras se estrellan coches y se suceden los tiroteos, y aún tengo tiempo para imaginar otra historia sobre el mismo tema: la conjura de siete magistrados del tribunal supremo de un país imaginario contra un juez que con su manera de buscar la Justicia con mayúscula pone en ridículo a la justicia con minúscula que practican sus colegas. También para esos siete magistrados del alto tribunal el fin justifica los medios y no tienen ningún inconveniente en prevaricar poniendo toda su sabiduría de expertos leguleyos en dar apariencias de legalidad a lo que es solo una gremialista vendetta (y quizá también algunas cosas peores).


Lunes, 13 de enero
UN SONETO

Con Gil de Biedma intercambié tres o cuatro cartas, en la época en que le dediqué un poema en Jugar con fuego. Recuerdo lo que me decía en una de ellas, que luego yo he repetido muchas veces como si se me hubiera ocurrido a mí (lo hago con frecuencia): “Un poeta joven debe aprender a escribir sonetos y, cuando sepa, no volver a escribirlos más”. Yo he vuelto a escribirlos porque todavía me parece que no he aprendido. El último dice así: “No quiero ya querer lo que más quiero / ni pasar sin pasar por esta vida, / no quiero recordar lo que se olvida / ni olvidar lo que soy y lo que espero. / Mi patria fue una vez el mundo entero / y fue mi meta el punto de partida, / la verdad era una y compartida / y Dios no era y era verdadero. / En la noche del mundo todo ardía, / no sé si ayer o siempre o todavía, /  en una luz que ciega de tan clara. / Antes de todo, antes del universo, / todo era igual y todo era diverso, / nada que en otra nada se enmascara”.


Martes, 14 de febrero
HOY QUE EL INVIERNO MI FRENTE INCLINA

Paseando por la Ciudad de las Artes y las Ciencias me encuentro con un desfile de coloristas figuras que me resultan vagamente familiares. De pronto caigo en la cuenta: son las esculturas de Cristóbal Gabarrón que animaron la explanada del Niemeyer antes de la catástrofe final. Sonrío imaginando la que armarían el bueno de Emilio Marcos Vallaure y su borroso equipo de intelectuales asturianistas si se dieran una vuelta por Valencia y las vieran. ¡Esta exposición es una vergüenza! ¡Esto no es arte! Claro que si se enteran de que la exposición más visitada estos días se dedica a Indiana Jones entonces ya, de tener algún poder, demolerían toda esta fascinante exhibición de arquitectura-espectáculo, lo mejor de Calatrava (lo peor lo tenemos en Oviedo). Pero los valencianos, por muy bajo que caigan, por muy Camps que voten, nunca caerían tan bajo como para ponerse en manos de un tosco resentido y su panda de incompetentes.


            Camino, a solas conmigo, por esta ciudad que solo visito muy de tarde en tarde. Ya he olvidado la indignación que me produjo tropezar con Gabarrón y recordar la contienda avilesina del Niemeyer (se ha perdido una batalla, no la guerra). Ahora lo que me viene a la cabeza es un remoto recuerdo de infancia. Tengo seis o siete años. En las escuelas de Aldeanueva del Camino se celebra un festival para recaudar fondos con destino a Valencia, arrasada por las inundaciones. Yo, sin miedo ninguno, me subo al improvisado escenario, y recito en público el primer poema que me he aprendido de memoria. Antes de leer mis versos, lo recitaré de nuevo esta tarde, más de medio siglo después, en el Palau de la Música. Es de Pérez Escrich y venía en la Enciclopedia Álvarez. Había estado escondido hasta ahora en algún rincón de mi cabeza, con sus ingenuas palabras vuelve el niño que fui: “Entre naranjos y limoneros, / crecen fecundos tus arrozales / y son alfombra de tus senderos / las madreselvas y los rosales. / ¡Patria adorada! Yo no te olvido, / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amante nido”.

       
Miércoles, 15 de febrero
LAS DOCE EN EL RELOJ

Nada me gusta más que contemplar una ciudad desde lo alto. Luce un sol espléndido esta mañana primaveral de febrero. En torno mío voy reconociendo las cúpulas modernistas del Mercat Mayor, la torre barroca de Santa Catalina, la Plaza Redonda, los Santos Juanes. A lo lejos, ante un fondo de grúas, los cascos futuristas de la ciudad de las Artes; más cerca, el faro de Correos con su decimonónica modernidad y, al otro lado, la puerta de Serranos y, casi al alcance de la mano, el cimborrio de la catedral. Solitario en la torre, doy vueltas en torno al Micalet, sintiendo ingrávida sobre mí la gran cúpula azul y dejándome abrazar por el revuelto caserío que se extiende en torno mío. De pronto suenan las campanas. Son las doce en punto. ¿Cómo no pensar en Guillén?  “Era yo, / centro en aquel instante / de tanto alrededor. / Quien lo veía todo / completo para un dios”.


            Me gustan las ciudades en las que no he vivido, en las que no tengo recuerdos, en las que todo parece dispuesto para que comience un espectáculo del que yo soy el protagonista. Para que comience otra vida que no tenga nada que ver con mi vida. Pero de sobra sé que “no soy de esta ciudad ni de ninguna”, que “he llegado por casualidad y me voy por la noche”.
            Luego, ya en tierra, en una plaza casi napolitana, leo a Vicente Gallego: “Una esquirla de sol sobre la mesa”. Nada más. A veces nada más hace falta, en esta ciudad en la que estoy de paso, en esta vida en la que estoy de paso, para sentirse el rey del mundo.


Jueves, 16 de febrero
OCURRENCIAS

“¡Tienes que escribir novelas!”, me dice Susana Benet en la cena que sigue a mi lectura. Mientras hablo con ella, vivaz y rubia, recuerdo sus haikus: “Riego las plantas. / Encima del jardín / crece la luna”. No sé si los recuerdo o si los invento:
“Al levantarnos / esas briznas de hierba / entre tu pelo”
 “Cierro la puerta. / Tú duermes todavía. / ¿Sueñas conmigo?”
 “Nunca sonríes. / El calor del verano / y yo con frío”
“De pie en la torre / y la ciudad tendida / para mi abrazo”
 “No te preocupes. / Cuando la luz se apaga, / se enciende el cielo”
“Una sonrisa / me ilumina al pasar. / No es para mí”.
            “¡Tienes que escribir novelas!”, me repite Susana Benet. Y la verdad es que no hago otra cosa. Soy el mayor folletinista del mundo. Me gustan las retorcidas historias de crímenes y amores imposibles y caserones con fantasmas y jardines abandonados. Escribo novelas desde que tenía trece o catorce años, pero nunca he escrito ninguna. No necesito ponerlas en papel porque tienen un único destinatario, el adolescente solitario que fui, que sigo siendo.
            Siempre estoy escribiendo cosas que no escribo. Mientras escuchaba los poemas de amor de Rafael Espejo, que leía antes que yo en el Palau, me entretenía en tantear aforismos en la pizarra de la memoria y luego borrarlos con la mano como hacía cuando era niño: “Nada nos vuelve más vulnerables que la felicidad”, “En la pareja perfecta uno de los dos está de más”, “El mejor poeta es el que deja al lenguaje que diga lo que quiera”, “Las buenas personas son tigres domados”, “Los libros que huelen bien saben mejor”, “Las malas costumbres también arropan”, “Aquel poeta buscaba la perfección  y la consiguió: era un perfecto desconocido”.
            ¿Recuerdo los aforismos que escribí en una pizarra imaginaria mientras escuchaba a Rafael Espejo o los invento? No sé. A la cabeza me viene ahora otro, quizá autobiográfico: “Era un escritor muy ocurrente. Pero solo se le ocurrían tonterías”.


Viernes, 17 de febrero
SIGUE LA FUNCIÓN

Cambia el escenario, sigue la función. Cerrada la cafetería del Rosal, la tertulia se ha trasladado un poco más arriba, a la calle de Santa Susana. Como siempre, llego antes que nadie, abro un libro, hojeo una revista, dialogo conmigo mismo: “¿Por qué hablas tanto de ti? ¿No temes quedarte sin secretos? No, porque de lo que de verdad me importa, de lo que en realidad me pasa, nunca digo nada”.


7 comentarios:

  1. Mía tú que enchiquerarse en la Plaza Redonda y no dedicar un ratico al prodigioso palmeral gótico de la Llotja de la Seda, allí, a unas yardas mismamente... Así, ¿cómo nos vamos a entender el buen Martín y servidor, si tenemos unas prioridades estéticas tan diversas?
    Pero dedicar la mañana al Jurásico de acero calatravo, sí. No niego que es mono lo de don Santiago, pero dicen -no sé si por envidia- muchos colegas suyos que es mero oropel; que la arquitectura tiene que ser funcional -a la par que bella- en toda su estructura. Y que este "modernismo" trasnochado, que se refocila en cresterías y tirantes perfectamente inútiles (citan un puente del que se desprendió un tirante de acero, sin que se resintiese lo más mínimo la estructura, lo que, a juicio de ellos, pondría en evidencia lo superfluo y meramente decorativo del soporte de acerado).
    Lo que pasa es que, conociendo el percal, sabiendo de la codicia desmedida del arquitecto valenciano, que le ha llevado -dicen- por mal camino, apetece buscarle tachas. Pero la verdad es que cuesta poner reparos a la impactante Ciutat de les Arts i de les Cìencies.

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  2. La foto que ilustra el soneto es el suelo de una de las salas de la Lonja de la Seda. No todo lo que se ve (ni todo lo que se vive)se cuenta, estimado F. (y gracias por la persistencia).

    JLGM

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  3. Excelente el soneto del lunes 13 y atinado el consejo de JGB (aunque me parece que él no se lo aplicó). El enlosado de la ilustración juega visualmente con los versos de un modo equivalente a cómo los oxímoron de casi cada verso juegan con las neuronas. Al releerlo en voz alta, a la altura del verso 8, me asalta la duda de si, por razones más de lógica enunciativa e incluso biográfica que por motivos rítmicos (aunque también), la afirmación no debe preceder a la negación: «y Dios era y no era verdadero».

    Un saludo

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  4. A mí ese verso me suena mejor tal como está, pero me parece que ambas opciones son válidas.

    JLGM

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  5. Gracias, J.L, por existir, por compartir con nosotros tanta sensibilidad.

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  6. A mí también me ha encantado el soneto. Y aunque no conociera el reto de Gil de Biedma (mi cultura sobre el anecdotario de la poética española es imperdonable), más de una vez le he dicho lo mismo a quienes se extasían con los endecasílabos rimados. Son un ejercicio para pasar el rato, hasta que cuando los aprendes bien (si es que eso sucede algún día) debes usar ese conocimiento como la argamasa de tus poemas personales.

    Muchas gracias por tus enseñanzas, teacher.

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