domingo, 14 de febrero de 2010

Línea roja: Donde tropieces y caigas

Domingo, 7 de febrero
SOY YO

Me sobresaltaron unos golpes en la puerta pasada ya la media noche, cuando estaba a punto de irme a la cama. “Abre, soy yo”, dijo una voz de mujer. “¿Y quién eres tú?”, estuve a punto de preguntar. No conocía la voz, no esperaba a nadie. Pero abrí. Y allí estaba, asustada, como huyendo de alguien, una mujer ni guapa ni fea, de unos treinta años, a la que no había visto nunca. “¿Puedo pasar?”, y antes de que tuviera tiempo de decir nada ya estaba dentro. Se sorprendió de los montones de libros que cubrían el suelo y las sillas, a veces en equilibrio bastante inestable. “Creí que vivías en una biblioteca, pero veo que vives en un almacén de libros viejos”, me dijo.
Para que pudiera sentarse quité los libros y periódicos viejos que había en una de las sillas y yo me senté en el rincón que dejaban libre en el sofá. El televisor, como es habitual, parpadeaba sin voz. “Espero que no te moleste que me quede a dormir aquí esta noche”. “¿Perdón?”. No acababa de creerme lo que había oído. Hablaba como si me conociera de toda la vida y yo estaba casi seguro de no haberla visto nunca.


“¿No me irás a decir que no te acuerdas de mí?”, se enfadó y por un momento me pareció que iba a ponerse agresiva. “¿Quién me mandará a mí meter locas en casa?”, pensaba yo.
Se puso a llorar y de inmediato me sentí conmovido. Soy incapaz de ver llorar a una mujer o a un niño. “Si es solo una noche…”, dije. Y fui a quitar los libros que ocupaban la cama del segundo dormitorio, que es el que utilizo para leer un rato después de comer. Dejó de llorar de inmediato y todo lo iluminó con su sonrisa: “Gracias”.
Me di cuenta entonces de que no llevaba con ella ningún equipaje, solo el pequeño bolso que las mujeres no abandonan nunca, ni siquiera en las situaciones más desesperadas.
“¿Quieres que te preste uno de mis pijamas?”, “No, no es necesario. Y puedes acostarte cuando quieras, ya sé que es tarde para ti. Yo me quedaré un rato, todavía no tengo sueño. “¿Qué estabas viendo? ¿National Geographic? En ese momento, en la pantalla sin voz, aparecía un paisaje que me resultaba familiar: la bahía de Nápoles, con el perfil de Capri al fondo y a un lado la silueta del Vesubio. Luego un edificio medio en ruinas, que surgía, como los palacios venecianos, de las mismas aguas, el palacio de Don’Anna. Le di la voz al televisor y escucho entonces que está lleno de espectros y que en su sótano, a media noche, se escucha todavía el canto de las sirenas que fundaron la ciudad. Yo lo escuché una noche, eso sí que lo recuerdo bien. Y me fui a la cama dispuesto a fantasear un poco antes de dormirme.
Dormí de un tirón y cuando me levanté resulta que la mujer –seguía sin recordar su nombre-- estaba en la cocina, había terminado de desayunar y había dejado el café y las tostadas listos para mí. Me dio un beso, repitió gracias y se marchó. Me asomé a la terraza. Abajo la esperaba un taxi.
Llamé a mi amiga Catarina y se lo conté todo. “¡Qué cosas te pasan! Más te vale que sea un sueño o una de esas historias tuyas de fantasmas, porque si no vas a acabar recibiendo un buen susto como sigas abriéndole a cualquiera la puerta de tu casa”.



Lunes, 8 de febrero
MILLONARIO

Cuando no sé qué leer, abro al azar uno de los tomos últimos de las obras completas de Baroja –esos que reúnen sus artículos y deshilvanados ensayos-- y vuelvo a escucharle divagar, disparatar, arremeter contra esto y aquello, y sé que no tardaré en quedar fascinado, como en las inacabables tardes de mi adolescencia. “Yo siempre he tenido tiempo de sobra”, le escucho afirmar. “Otras cosas me han faltado en la vida, sobre todo dinero y suerte, pero el tiempo me ha sobrado siempre a montones. He sido millonario de días, de horas, de cuartos de hora y de minutos”.
Yo, más que el dinero, que siempre he necesitado poco, he echado en falta el talento, pero el tiempo no. En eso he sido siempre millonario.


Martes, 9 de febrero
PANORAMA


Recuerdo perfectamente el primer paisaje que me fascinó de verdad. Era una vista del golfo de Nápoles, desde las colinas de Posillipo, con la redondeada copa de un pino en primer plano y el humeante volcán al fondo, que venía en la Enciclopedia Álvarez. Esta tarde encuentro en la librería del Campillín una colección de antiguas postales coloreadas a mano: Ricordo di Napoli. Despliego el cuadernillo sobre la mesa del café. En ese mar azul, en ese abigarramiento de cúpulas, callejuelas y palacios tenían cabida todas las aventuras. Veo la Stazione Maritima, con su elegante racionalismo de los años treinta, pero no encuentro la metálica cúpula de las Galerías. En su lugar está todavía el barrio que arrasaron tras la peste de 1884. También falta, en la plaza del Plebiscito, el edificio del café Gambrinus. Pero el café se inauguró en 1860. ¿De qué fecha es entonces esta fotografía? Parece que el panorama que despliego ante mí está formado por imágenes de distinta época, que esta ciudad, tal como yo la contemplo ahora, no ha existido nunca.
También el Nápoles por el que a mí me gusta pasear, de la mano del niño que fui, está fuera del mapa y del calendario. Cierro los ojos, escucho el sonido de la sirena, y otra vez, en el Molo Beverello, embarco para Capri o Ischia.


Miércoles, 10 de febrero
SÉ MENTIR

Me llama, desde Valladolid, un periodista de la agencia EFE para preguntarme por el libro de Emilio Alarcos, Eternidad en vilo, donde se recopilan algunos de sus dispersos estudios de poesía contemporánea. Al final, ya terminada la entrevista, me dice: “Creo que usted es extremeño”, “Sí, de Aldeanueva del Camino”, “Conozco el pueblo, está muy cerca de Hervás. Por cierto, de Aldeanueva del Camino cuenta Marañón una curiosa historia sobre el encuentro del rey Alfonso XIII, cuando visitó Las Hurdes, con un pastor que había estado en la guerra de Cuba”.
Desde el otro lado del teléfono, no nota mi sonrisa. Claro que conozco esa historia: la he inventado yo. Me divierte comprobar que circula como verdadera.
Me gusta jugar un poco con el lector distraído. En lo que escribo, casi todo lo que parece ficción, es autobiografía, pero en cambio casi todo lo autobiográfico resulta rigurosamente inventado.
Pero el lector atento no se confunde nunca. Sabe que todo es verdad, o lo que es lo mismo, literatura.


Jueves, 11 de febrero
LA SOLEDAD

Una vida enteramente razonable, ese es mi ideal. Un ideal que, afortunadamente, no alcanzaré nunca.
He recordado el nombre de la mujer que estuvo en mi casa. Pero nunca fue amiga mía. Pasó, hace algún tiempo, tres o cuatro veces por la tertulia. Eso es todo.
¿De qué huía? ¿Por qué vino a mi casa, en dónde no había estado nunca? No sé, no quiero saberlo, solo me interesa el comienzo de las historias. Me aburre llegar hasta el final, siempre decepcionante.
Me gusta decir lo que pienso con un poco de ironía para que todos piensen que pienso otra cosa.
Antes de dormirme, para no seguir dándole vueltas a la extraña visita, vuelvo a Baroja: “Yo he pasado muchas horas solo, no teniendo más entretenimiento que mirar por la ventana a la calle o a las nubes, a una carretera o a un descampado. Cuando el espectáculo es hermoso, no hace falta más para sentirse a gusto; cuando es feo, se puede inventar una pequeña fábula. Me he habituado a la soledad y ya no me pesa y a menudo me encanta, siempre que no perturbe, como cuando va unida al insomnio o al lumbago”.



Viernes, 12 de febrero
LA POSTERIDAD

“¿Recuerdas el cuento Enoch Soames, de Max Beerbohm?”, me preguntan en el Oriental, que es donde hoy me incorporo a la tertulia después de una charla en La Felguera. “Seguro que lo leíste en la Antología de la literatura fantástica, de Borges y Bioy Casares. Un escritorzuelo vanidoso, deseoso de conocer lo que dirá de él la posteridad, hace un pacto con el diablo y reaparece cien años después de su muerte para llevarse la sorpresa de que nadie lo recuerda. ¿Qué harías tú si tuvieras la certeza de que serás olvidado, olvidado por completo, después de tu muerte?”
Afortunadamente, a mí el diablo no me va a proponer ningún pacto de ese tipo, así que siempre puedo conservar alguna esperanza. Pero no conviene tener demasiada. La posteridad es un tribunal de segunda instancia que suele ratificar las sentencias de los contemporáneos, siempre que estas sean desfavorables. Hay excepciones, claro, pero son eso, excepciones. Y debidas solo a que el escritor murió joven, o inédito, y sus obras tardaron en darse a conocer. La regla general es que, si ahora te hacen poco caso, luego te harán menos.
Pero yo –ya sé que lo elegante es quejarse- no necesito que me hagan más caso que el poco que me hacen. Y en la posteridad que a mí me gusta, por suerte, no hay viudas, ni cantautores, ni fundaciones, ni políticos que busquen hacerse una foto. Solo unos pocos lectores, como ahora, que en una biblioteca o en el rincón de una librería encuentran un libro mío y lo hojean y quieren seguir leyendo. ¿Que serán pocos? ¿Y qué? A mí, después de muerto, un lector me basta para seguir vivo.



Sábado, 13 de febrero
EL ORO

“Parece que ahora solo lees relatos protagonizados por gente de sesenta años a la que le pasan cosas desagradables”, me escribe un amigo desde México. Sonrío. Precisamente acabo de comenzar la última novela de Philip Roth, que trata de un hombre de sesenta años, un actor de éxito, que de un día para otro pierde su magia y siente que el mundo está agotado.
Yo no estoy agotado y el mundo no ha perdido para mí aún su magia. Pero tengo miedo: sé que esa es la próxima estación. Mientras tanto, recuerdo un precepto antiguo: “Donde tropieces y caigas, ahí encontrarás el oro”.

4 comentarios:

  1. Preciosos: la portada del librito de Nápoles, el precepto y la frase "un lector me basta para seguir vivo". Saludos,

    ResponderEliminar
  2. Esa imagen del golfo de Nápoles de la que hablas en tu entrada del martes puedes encontrarla en un relato de Fernando Clemot, El príncipe del Vomeró, en su libro Estancos del Chiado. Es realmente bonita.

    ResponderEliminar
  3. Enhorabuena por tu blog, José Luis. Me lo ordené por fechas y me lo imprimí (sin fotos, claro) y lo estoy leyendo desde el principio como si fuera uno más de tus libros. Estoy disfrutando mucho, de verdad.
    Un abrazo desde Pamplona.
    Alfredo Rodríguez.

    ResponderEliminar
  4. José Luis García Martín23 de febrero de 2010, 10:52

    Amigo Alfredo Rodríguez,
    muchas gracias por tus palabras. Me alegra saber que además de tu pasión por José María Álvarez (patente en tus títulos) también te interesa lo que yo escribo. Recuerdo con agrado tus poemas.

    JLGM

    ResponderEliminar