domingo, 20 de diciembre de 2009

Línea roja: Libre te quiero

Sábado, 12 de diciembre
UN PISTOLETAZO

Decía Stendhal que la política en una obra literaria es un pistoletazo en un concierto. Por eso yo procuro no hablar de política, sino contar historias. La de aquel rey español, aunque no de España (entonces aún no se había inventado España) que puso precio a la cabeza de un rival político, por ejemplo. El rey se llamaba Felipe II y era, por la gracia de Dios, “rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Nápoles, de Sicilia, de Mallorca, de Cerdeña, de las Indias y Tierra Firme del mar Océano, archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Lorena, de Bramante, de Luxemburgo y de Milán; conde de Flandes, de Artois, de Borgoña; conde palatino de Hainaut, de Holanda, de Zelanda, de Namur y de Zutphen; príncipe de Suabia; marqués del Sacro Imperio; señor de Frisia, de Salinas, de Malinas, de Utrecht, y gobernador de Asia y África”.
Su rival, el príncipe Guillermo de Orange, Guillermo el Taciturno, había sido gobernador general de los condados de Holanda y Zelanda y ahora encabezaba la revuelta de los Países Bajos contra aquel soberano dispuesto a mantener el catolicismo a sangre y fuego en todos sus territorios.
En marzo de 1580, le declara “traidor y hombre pérfido” y por ello prohíbe a todos sus súbditos “fueren del estamento que fueren, frecuentarlo, hablar o establecer contacto con él, abiertamente o en secreto, así como darle cobijo o atender a cualesquiera otra de sus necesidades”. Tras considerarlo “enemigo de la humanidad”, ofrece a quien le quite la vida “ya sea con buenas tierras o con dinero, según su voluntad, la suma de veinticinco mil coronas de oro, el perdón de cualquier delito que pudiera haber cometido y armarle caballero, si no fuera noble”.
Poco antes de las dos de la tarde del 10 de julio de 1584, Guillermo de Orange se levantó de la mesa donde había comido con sus familiares para dirigirse a las habitaciones superiores de su residencia en Delft. Se detuvo un momento para saludar a los militares que le protegían. Cuando se volvió para empezar a subir la escalera, un agente recién reclutado, Baltasar Gérard, dio un paso adelante, apuntó y le disparó las tres balas que su pistola llevaba en la recámara. El príncipe cayó herido. Trasladado a la estancia contigua, su mujer y su hermana trataron en vano de restañarle las heridas. Murió a los pocos minutos.
Gérard fue torturado y ejecutado. El rey Felipe cumplió su palabra y la familia del asesino, que vivía en el Franco Condado, recibió la recompensa prometida en buenas tierras y en dinero constante y sonante. En el siglo XVI todavía no se había inventado España, pero ya se había inventado el terrorismo suicida.
El pistoletazo de Gérard fue el primero que cambió el curso de la historia. La pistola que empuñaba era una de las principales innovaciones tecnológicas del siglo. Su mecanismo de llave de rueda –semejante al del reloj de bolsillo— hacía que no fuera necesario pararse a preparar el arma antes de utilizarla. Podía llevarse lista y escondida; sacarla, apuntar y disparar con una sola mano. Era el arma ideal para la defensa propia y para el asesinato político.
Pero de política yo no quiero hablar. ¿A qué molestar a nadie diciendo que ni ese asesinato ni las minuciosas barbaridades del duque de Alba –el 2 de diciembre de 1572 mandó matar a todos los hombres, mujeres y niños de la ciudad de Naarden— pudieron nada contra la voluntad independentista de las Provincias del Norte?


Domingo, 13 de diciembre
UN BANQUETE

Como cualquier cosa, siempre que sea fácil de preparar, pero colecciono libros de cocina. Uno de mis preferidos es El practicón, de Ángel Muro, publicado en 1894. Tomo muy en cuenta las indicaciones protocolarias de don Ángel Muro: “En la colocación de los invitados es donde se ve el tacto y la inteligencia del anfitrión. Por lo tanto, debe este saber perfectamente el flaco y el fuerte de cada uno de sus huéspedes. Hay que emparejarlos con maña y picardía. Al lado de un viejo amable y simpático se puede sentar a una jovencita alegre y decidora. Un general, por ejemplo, de la clase de militarotes no se encontrará mal teniendo por el flanco derecho a una dama instruida y por el flanco izquierdo a un escritor de chispa. A los magistrados severos y a los pedantes profesores de Universidad les conviene la sociedad de una coqueta o de un sietemesino de la clase de inútiles, y así por el estilo. Conviene evitar las discusiones políticas y religiosas. El que convida debe saber que está obligado a hacer la felicidad de sus comensales, por lo menos durante todo el tiempo que estén bajo su techo”.


Lunes, 14 de diciembre
PEROS AL OLMO

Inés Illán recuerda la canción de García Calvo: “Libre te quiero, / pero no mía”. Y yo le pongo reparos gramaticales: “Si te quiero libre, sobra ese ‘pero’, ya está claro que no te quiero mía”. Inés me replica: “Tú es que eres capaz hasta de ponerle peros al olmo”.
Yo, en cuestiones de amor, sea amor erótico o maternal, prefiero otra frase: “Si no me quieres libre, no me quieres”. Y en cuestiones de política, aunque yo nunca me meto en esas cuestiones, también.



Martes, 15 de diciembre
AÚN NO

Antes de la lectura de poemas, organizada por una incombustible Mariam Suárez, tomo un café en el bar de la Casa de Cultura. Cuántos fantasmas. Hace cincuenta que vine a vivir a Avilés, hace treinta y ocho que publiqué mi primer libro y comencé a dar clases, hace treinta que comenzó la tertulia de los viernes y los miércoles y ahora de casi todos los días… Soy un hombre rutinario, ciertamente. Así me hago la ilusión de que el tiempo no pasa. Pero pasa, y se va llevando amigos y enemigos, y a quien no se lo lleva lo convierte en caricatura de sí mismo.
Tomo un café solitario y amargo y, por un instante, siento el vértigo del tiempo. Todo sigue igual, pero quienes pasan a mi lado me miran y no me ven; quizá ya solo soy un fantasma que vuelve.
Pero no, todavía no. Todavía –no sé si afortunadamente— solo soy un aprendiz de fantasma.



Miércoles, 16 de diciembre
OTRO BANQUETE

El príncipe Félix Yussupov no hizo precisamente la felicidad de su invitado aquel día de diciembre. Sabiendo que era goloso le preparó media docena de pasteles, tres de crema y tres de chocolate. Tras retirar la parte superior, espolvoreó en ellos una dosis de cianuro capaz de matar un caballo. También vertió cianuro en las copas. Luego fue a buscarle. Grigori Yefimovich, al que muchos tenían por santo, sentía una especial debilidad por el príncipe. Le consideraba su mejor amigo. Aunque frecuentaba a los emperadores, que nada decidían sin su consejo, se alegraba especialmente de que por primera vez lo invitara a su palacio. En el comedor había un armario con múltiples cajones que llamó la atención de Grigori. Se puso, como un niño, a jugar con él. Al principio rechazó los pasteles. “No quiero, son demasiado dulces”, dijo. Pero luego cogió uno, y después otro. Pidió de beber, y el príncipe le alargó la copa que contenía el cianuro. Saboreó la bebida. Cada vez estaba más contento. A un lado de la habitación vio una guitarra. “Toca algo alegre”, dijo. “No me siento con ánimos”, respondió el príncipe, que esperaba verlo caer muerto y estaba aterrado al comprobar su resistencia. Pero cogió la guitarra y comenzó a cantar. El monje cerró los ojos. El príncipe creyó que el veneno comenzaba a hacer su efecto. Pero al terminar la canción, dijo: “Canta un poco más. ¡Pones tanto sentimiento!”. Se oyó un ruido en la parte alta de la casa. “¿Quiénes son?”, preguntó súbitamente alarmado. “Voy a subir a ver qué ocurre”. Arriba le esperaban el gran duque Dimitriv y otros cómplices, extrañados por la tardanza. “¿Ya está?”, preguntaron. “El veneno no le ha hecho nada”, “No es posible. ¡Si la dosis era enorme! ¿Lo ha tomado todo?”, “¡Todo!”. Alguno propuso que bajaran a estrangularlo entre todos. Pero el príncipe prefirió coger el revólver del gran duque y bajar solo. Grigori estaba adormilado, pero abrió los ojos y se alegró al verle. Luego se acercó al pequeño armario que le había gustado tanto y se puso otra vez, como un niño, a jugar con los cajones. “Gregori Yefimovich, sería preferible que rezase una oración”. Sacó el revólver que llevaba escondido a la espalda. El monje tenía una mirada dulce, extraña en él, que no reflejaba miedo ni sorpresa. Apretó el gatillo. Se oyó un rugido salvaje y cayó sobre la alfombra. Los cómplices acudieron corriendo. La bala había atravesado el corazón; no había duda, estaba muerto. Subieron a celebrarlo. “No me puedo creer que nos hayamos librado de él”, dijo el príncipe. Y bajó para regodearse con la contemplación del cadáver. Pero cuando lo estaba mirando, abrió los ojos, unos ojos verdes de víbora, y los clavó en él. Luego comenzó a echar espumarajos por la boca y un rugido salvaje hizo retemblar la habitación. “Se abalanzó sobre mí –contaba el príncipe—; sus dedos intentaban agarrarme el cuello, los ojos se le salían de las órbitas y de sus labios brotaba sangre. En tono de voz bajo y ronco me llamaba una y otra vez por mi nombre”. Con un empujón logró quitárselo de encima y escapar escaleras arriba. El monje arrastrándose, le seguía. De pronto descubrió una puerta secreta, cerrada con llave, que daba acceso al patio. Para gran sorpresa del príncipe, la empujó y se abrió. Echó a correr. Los conjurados le siguieron disparando una y otra vez sus armas. Por fin se tambaleó y cayó junto a un montón de nieve. Comprobaron que estaba muerto. Pero cuando fueron a recogerlo para arrojarlo al río, notaron con espanto que Rasputín aún había encontrado fuerzas para arrastrarse unos cuantos metros.



Jueves, 17 de diciembre
CUÁNTAS VECES

Cuántas veces, queriendo hacer el bien, hacemos el mal. No hay bondad sin inteligencia. Quizá la verdadera bondad sea solo la forma suprema de la inteligencia.


Viernes, 18 de diciembre
LO QUE DIJO EL PRÍNCIPE

Un amigo mío conoció en París al príncipe Yussupov, allá por los años sesenta, y le preguntó si, sabiendo todo lo que vendría después, la guerra civil, las hambrunas, las purgas de Stalin, habría cometido su crimen. Y el príncipe, ya con síntomas claros de senilidad, le dio una respuesta enigmática: “Tenía que hacerlo; era el demonio, y el demonio se había enamorado de mí”.

8 comentarios:

  1. Amigo, Martín: si, como tú dices, aún no se había inventado España en los tiempos de Felipe II ¿cómo podían hablar entonces de "España", o de "la nación española", el propio Felipe II o su general Alejandro Farnesio? ¿Y antes Carlos V o Cristóbal Colón, por no citar a todos los marinos de la Península que, desde el siglo XV -fuera cual fuese su origen-, siempre hablaban de retornar a España? Incluso siglos antes de Felipe II los países extranjeros hablaban ya de "Espagne" y de los "espagnols", de "Spain" y de los "spanish"... Por favor, no manipulemos más a la gente, que así nos va luego.

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  2. José Luis Garcia Martin22 de diciembre de 2009, 11:22

    Amigo anónimo,
    no confundamos España (o Hispania) como territorio geográfico con el concepto político del Estado español (o de la nación como estado). En Os Lusiadas, Camoens habla del enfrentamiento entre castellanos y portugueses "porque españoles somos todos". Relee el poema. En esos tiempos Portugal era España, aunque fuera un reino independiente. Y en el sentido en que empleaban "España" Alejandro Farnesio o Carlos V, Cataluña seguiría siendo España aunque fuera una república independiente. Pero es difícil razonar cuando se trata de mitos. Que la península Ibérica forme un solo Estado o que forme varios depende de la historia y de la decisión de sus habitantes, no de los designios inmutables de un ser divino.

    JLGM

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  3. Creía que no contestabas comentarios...
    Bueno, en referencia a la primera parte, "Un pistoletazo", Jon Juaristi ha narrado con mucha amenidad (tú también) el mismo episodio en el primer capítulo de su libro "Sacra Némesis". A continuación hace una más que interesante reflexión sobre el asesinato político y la manera en que los instigadores manipulan al ejecutor, relacionándolo con la historia de ETA y el PNV. Muy recomendable.
    Un abrazo:
    JLP

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  4. Amigo Martín, insisto con lo de "la nación española", expresión abundantísima en la documentación histórica de España a partir de los Reyes Católicos, muy clara en términos políticos y, por tanto, nada geográfica en su acepción.
    Enhorabuena por tu blog, pese a las discrepancias.

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  5. Leo con interés la polémica surgida en torno al concepto de "España". La afirmación de García Martín de la que parte dice literalmente: "La de aquel rey español, aunque no de España (entonces aún no se había inventado España)". La "Primera Crónica General", también conocida como "Historia de España", de Alfonso X el Sabio, no conoce otro nombre para el territorio que, justamente, el de "Espanna" (aún no existía la eñe). Parece difícil que alguien hable, un suponer, del teléfono en la Edad Media; es decir, que hable de algo que "aún no se había inventado". Lo que "aún no se había inventado" es el concepto de nación moderna; pero ese hecho, en mi opinión, no justifica las pretensiones independentistas de (algunos) catalanes más de lo que podría justificar las del Friuli, Venecia o Sicilia, territorios todos con lengua propia además del italiano y de existencia (muy) previa a la de la propia Italia moderna. El deseo de independencia de los catalanes, si alguna vez llegase a ser mayoritario (lo que, según todos los indicios, está por el momento muy lejos de ocurrir; el propio Artur Mas, que se declara independentista, reconocía a EL PAÍS en una entrevista reciente que su partido dispone de datos según los cuales en una consulta sobre el tema ganaría claramente el NO), podrá articularse de una u otra manera; pero no, o no debiera, manipulando la Historia. Y la afirmación discutida es, a la letra, FALSA -en mi opinión-: España SÍ se "había inventado" en tiempos de Felipe II, y en realidad mucho antes: la "Crónica" alfonsí que citaba es, en su versión más tardía, de 1289. Ciertamente, "que la península Ibérica forme un solo Estado o que forme varios depende de la historia y de la decisión de sus habitantes, no de los designios inmutables de un ser divino"; pero que "España" existiese mucho antes de lo que dice García Martín nada tiene que ver con divinidades, aunque fuesen catalanas, sino con hechos históricos fácilmente comprobables. No era "España" lo mismo que ahora, como la China de los T'ang tampoco era la misma que la actual; pero le llamamos China, como los propios chinos lo hacen, y sería falso afirmar que entonces (siglo VIII), "aún no se había inventado" la China.

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  6. José Luis García Martín26 de diciembre de 2009, 11:12

    Existía el nombre de España, pero no se refería a lo que hoy entendemos por España. Era una unidad geográfica y, en parte, cultural. ¿Portugal es España? Lo fue. ¿Vivimos en una España mutilada? Legalmente, también el Sahara exespañol fue una provincia española (con procuradores en cortes) no hace muchos años. La historia no solo la manipulan los independentistas. En realidad, en la historia hay argumentos para todo y para todos. Mi tesis: desdramatizar, desmitificar el concepto de "unidad". Si una pareja quiere vivir junta porque se aman, perfecto; si quieren separarse porque han dejado de amarse, igualmente perfecto. Lo único que importa es que ambas cosas se hagan de común acuerdo. Tan libre se puede ser formando parte del actual Estado español (de lo que hoy llamamos España), como no formando parte de él. Pero, en cualquier caso, esos cambios no son de un día para otro. Hay que tomárselo con calma.

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  7. Suscribo al 100% la respuesta (que sólo hoy he leído) de JLGM a mi nota del 24 de Diciembre. Desdramatización, común acuerdo y calma son, desde luego, recetas excelentes, y que habrían hecho mucha falta (y mucho bien) en más de un momento de la (a veces) bronca historia de este país. Claro que, para aplicarlas, hace falta una grandeza de visión, y de ánimo, que se dejan ver poco en ciertos ámbitos públicos (y no sólo), por lo que el excelente propósito de JLGM corre el riesgo de quedarse en mero wishful thinking... En cualquier caso, no dudo de que sumarse a él es estar del buen lado. Todo mi apoyo, pues.

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  8. Veo que la intervención de primeros de Enero en la que yo contestaba a la última de JLGM ha desaparecido. Como era perfectamente inocua, supongo que dicha desaparición tendrá que ver con los insondables misterios de la informática. En cualquier caso, me mostraba en ella de acuerdo con lo de "desdramatización, común acuerdo y calma", deseos que me parecían excelentes, aunque vista la actitud de algunos de nuestros representantes políticos, quizá corran el riesgo de quedarse en mero wishful thinking. Eso decía entonces, y eso sigo pensando.

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