viernes, 8 de agosto de 2025

Café con libros: Un falso secuestro y un fantasma verdadero

 

---Por razones que no vienen al caso, soy muy sensible a las historias de falso culpable. He tenido pesadillas después de leer La fabricación de un crimen, de Ricardo Raphael. Hasta que comencé a leerlo no había oído hablar del caso Wallace, muy famoso en México, y no solo: la protagonista fue portada en las más importantes revistas europeas y hasta en El País Semanal la consideraron una de las heroínas de nuestro tiempo.

            ---¿Es uno de esos true crime o historias basadas en hechos reales que ahora están tan de moda?

            ---Sí. No es una novela, sino una crónica de hechos delictivos, protagonizados por gente muy respetable (jueces, abogados, políticos) que aún continúan. Los acusados falsamente en 2005, si no han muerto, aún siguen en la cárcel, veinte años después, con su condena pendiente de revisión.

            ---Ya sabes lo que se dice de México: si tienes un problema y llamas a la policía entonces tienes dos problemas.

            ---Este libro demuestra que esa afirmación se queda corta. ¡Qué retrato nos deja del país! Parece inverosímil ficción lo que se nos cuenta, pero un código QR nos lleva a informaciones periodísticas sobre el caso que no dejan lugar a dudas de la verdad de los hechos.

            ---¿Y qué hechos fueron esos? Parece que practicas el suspense con nosotros.

            ---Por cierto, hay una noticia que no aparece en el libro, terminado de redactar sin duda antes: en marzo de este año murió Isabel Miranda de Wallace, la protagonista, una mujer que quiso tomarse la justicia por su mano, o mejor, que puso a su servicio la justicia, y fue tratando de exterminar, uno a uno, a los secuestradores de su hijo.

            ---Hizo bien.

            ---Eso pensó la buena sociedad mexicana. Contó con el apoyo firme de Felipe Calderón, el presidente de entonces, quien en 2010 le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos. Os leo algunos fragmentos de su discurso: “Ante la pérdida de su hijo, por la cobarde acción de un grupo de secuestradores, ella emprendió una verdadera cruzada para identificar, para localizar y para llevar a la justicia a los culpables de este terrible suceso. Doña Isabel convirtió una amarga experiencia personal en una poderosa fuente de inspiración. No solo para evitar que la muerte de su hijo quedara impune, sino también para contribuir a la construcción de un México más seguro”.

            ---Una madre coraje.

            ---Solo que no hubo tal secuestro, que fue una desaparición voluntaria, que la madre participó en ella (el hijo al parecer estaba amenazado por los narcotraficantes con los que había colaborado), que fue señalando uno a uno a los presuntos secuestradores, que logró que los detuvieran a todos, que no hubo más pruebas que las confesiones obtenidas bajo tortura, que se desdeñaron todas las evidencias en contra de esas confesiones, que se amenazó a los familiares de los detenidos para que no se retractaran, que la justiciera se convirtió en un personaje popular en el que incluso se pensó para hacerla candidata a la Presidencia de la República.

            ---Voy a leer el libro. No creo que sea tal como tú lo cuentas.

            ---Es peor. Si yo fuera mexicano, me avergonzaría. No parece que los periodistas que jalearon a esa psicópata, ni los jueces, fiscales, políticos que la apoyaron hayan pedido disculpas.

            ---Es que el ideal de mucha buena gente, en México, en España, en Estados Unidos, es El Salvador Nayib Bukele. Preferible equivocarse encarcelando a cien inocentes que dejar a un culpable libre.

            ---Isabel Miranda de Wallace se dedicaba al negocio de la publicidad. Tienen mucha importancia en el libro los llamados “espectaculares”, unos gigantescos cartelones de anuncio que se colocaban sobre un poste en las calles y plazas más frecuentadas. El libro, por cierto, está lleno de términos mexicanos que no se han cambiado, según suele ser habitual, en la edición española. Al secuestro, por ejemplo, se le llama “plagio”. Creo que está bien que, de vez en cuando, se nos saque, de nuestra zona de confort idiomático y seamos conscientes de que hay más de una manera no solo de hablar, sino también de escribir el español.

            ---Podemos pasar a otra cosa, si te parece. Veo que tienes aquí Los poemas de Juan de Leceta de Gabriel Celaya. ¿No crees que ese heterónimo suyo tiene algo que ver con el Alberto Caeiro pessoano?

            ---No se me había ocurrido. Pero antes deja que lea la cita de Quevedo que encabeza el libro Ricardo Raphael: “Donde hay poca justicia es peligroso tener razón”. A Celaya le vi solo una vez, en 1968. Leía sus poemas en Avilés presentado por Ángela Figuera. Dijo una frase que se me quedó grabada: su mérito, si alguno tenía, era haberle quitado los coturnos a la poesía, haberle puesto los zapatos o las zapatillas que usamos todos. Cuando García Montero habló luego de “la musa con vaqueros” me recordó a esa frase. Uno de los tres libros que reúnen en este volumen de la colección Colliure se titula Tranquilamente hablando. Hubo un tiempo en que los poetas del cincuenta le tuvieron como maestro, por eso se publicó en la colección Colliure. Luego, cuando la poesía social cayó en descrédito, le trataron como a un apestado. Valente se burló cruelmente de él y de su mujer, Amparo Gascón, en un poema. Ángel González fue el único que siguió defendiéndole hasta el final. De él tomó el tono conversacional. “No quisiera hacer versos, / quisiera solamente contar lo que me pasa”.

            ---No sé si a mí me interesa mucho que alguien me cuente lo que le pasa. ¿Han resistido, por cierto, estos poemas el paso del tiempo? ¿Los podemos leer como poesía viva y no como un episodio de la historia de la literatura?

            ---Con algo de buena voluntad, desde luego.

            ---Con mucha buena voluntad, Martín. Ese libro es una de las rarezas bibliográficas que encuentras a muy bajo precio en la librería de viejo que tienes al lado de casa, seguro. Y este otro, Diario del zalapastrán, uno de esos que te envían los autores y que hojeas desganado y no sueles traer a la tertulia. Bueno, ya veo por qué te ha caído en gracia, por la dedicatoria. Te llama “estimado señor García”, con lo que el autor, Christian Sanz Gómez, demuestra conocerte poco, pero lo que añade sin duda te ha gustado: “más allá de triviales discrepancias de opinión, uno no puede dejar de ponderar la fuerza de su mente y su seguridad de razonamiento”.

            ---Las dedicatorias son una de las formas de la cortesía. Recuerda aquel aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”. Y sin embargo…

            ---¿Vale la pena este Diario del zalapastrán

            ---Vale la pena. Es el libro de un Montaigne gallego, lleno de citas, disparates y sabiduría. Y humano dolor. Pero te decía que yo no creo en las citas, pero una me ha salvado en estos malos días. El corazón tiene razones que la razón no comprende, sobre todo si es tan racional como la mía. De día, puedo contar anécdotas divertidas sobre Xuan y alegrarme de que le hayan hecho “santo súbito”, de que en un instante pase a convertirse en el Cervantes o la Rosalía de Castro de la literatura asturiana, pero en las noches de insomnio me atormenta el no haber sido capaz de ayudarle la última vez que vino a verme. Quizá hubiera bastado con darle un abrazo. Pero yo me escondo en la armadura de sal de la ironía para que nadie se me acerque demasiado. Temo al dolor ajeno que no soy capaz de remediar. Tengo que cerrar los ojos a Gaza, no ver ni oír las noticias, para poder seguir viviendo. Anoche soñé que pasaba Xuan por casa. “Tengo que contarte algo. ¿Puedo fumar?, “Por supuesto”. Y le dejé solo en el salón mientras yo iba a la cocina a prepararle un café. Sobre la mesa, tenía un montón de libros suyos que había recopilado estos días. “¡Cuánto he escrito!”. “Me faltan algunos que no encuentro”. No sé qué me contó, no recuerdo –o no quiero recordar-- esa parte del sueño, pero sí que esta mañana, se me ocurrió hojear La vida perdida y me sorprendió la extensa dedicatoria. Está en asturiano, os la leo en castellano: “Amigo, Martín: en 1983 (hace una enormidad de años) fui por primera vez a la tertulia Óliver. No recuerdo quién me llevó ni cómo llegué. Allí estaban Víctor Botas, Carlos Espina, Luis Salas… Sin embargo, de aquella tarde que la nostalgia hace inolvidable, solo recuerdo una voz. Yo llevaba unos poemas que pronto circularon de mano en mano. Tú, con voz muy clara, preguntaste: ¿De quién son estos versos? De entonces hasta ahora, creo que nunca escribí nada sin sentir esa voz, la tuya, y creo que gracias a eso no son tan malos los poemas que escribo. Por eso, y por tantas tardes, esta vida perdida te debe tanto que una dedicatoria normal no podría expresar ni el agradecimiento ni la amistad de Xuan Bello”. De sobra sé, que esa dedicatoria debió escribirse hace años, cuando se publicó la recopilación de su poesía, aunque resulte raro que yo no la recordara. Pero no puedo dejar de pensar que Xuan, compadecido de mis insomnios y mi sentimiento de culpa, se tomó la molestia de dejar por un momento el otro mundo para acercarse a este y regalarme sanadoras palabras. Sé que solo son una generosa hipérbole, Xuan, pero cómo te las agradezco.


3 comentarios:

  1. Se me ocurre a mi, amigo Martín, que ya podemos dejar de fumar los que seguimos haciéndolo.
    Así que salud.

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  2. Nunca deja uno de despedirse de un buen amigo. Un abrazo

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  3. Nunca sabemos la siguiente vuelta del camino. Donde está Xuan todos estaremos.
    Pero me interesan mucho las entrevistas en la televisión regional que hizo a personajes no literarios.
    No es un homenaje, y él lo sabe.

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