---Por
razones que no vienen al caso, soy muy sensible a las historias de falso
culpable. He tenido pesadillas después de leer La fabricación de un crimen,
de Ricardo Raphael. Hasta que comencé a leerlo no había oído hablar del caso
Wallace, muy famoso en México, y no solo: la protagonista fue portada en las
más importantes revistas europeas y hasta en El País Semanal la
consideraron una de las heroínas de nuestro tiempo.
---¿Es uno de esos true crime
o historias basadas en hechos reales que ahora están tan de moda?
---Sí. No es una novela, sino una
crónica de hechos delictivos, protagonizados por gente muy respetable (jueces,
abogados, políticos) que aún continúan. Los acusados falsamente en 2005, si no
han muerto, aún siguen en la cárcel, veinte años después, con su condena
pendiente de revisión.
---Ya sabes lo que se dice de México:
si tienes un problema y llamas a la policía entonces tienes dos problemas.
---Este libro demuestra que esa
afirmación se queda corta. ¡Qué retrato nos deja del país! Parece inverosímil
ficción lo que se nos cuenta, pero un código QR nos lleva a informaciones
periodísticas sobre el caso que no dejan lugar a dudas de la verdad de los
hechos.
---¿Y qué hechos fueron esos? Parece
que practicas el suspense con nosotros.
---Por cierto, hay una noticia que
no aparece en el libro, terminado de redactar sin duda antes: en marzo de este
año murió Isabel Miranda de Wallace, la protagonista, una mujer que quiso
tomarse la justicia por su mano, o mejor, que puso a su servicio la justicia, y
fue tratando de exterminar, uno a uno, a los secuestradores de su hijo.
---Hizo bien.
---Eso pensó la buena sociedad
mexicana. Contó con el apoyo firme de Felipe Calderón, el presidente de
entonces, quien en 2010 le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos. Os
leo algunos fragmentos de su discurso: “Ante la pérdida de su hijo, por la
cobarde acción de un grupo de secuestradores, ella emprendió una verdadera
cruzada para identificar, para localizar y para llevar a la justicia a los
culpables de este terrible suceso. Doña Isabel convirtió una amarga experiencia
personal en una poderosa fuente de inspiración. No solo para evitar que la
muerte de su hijo quedara impune, sino también para contribuir a la construcción
de un México más seguro”.
---Una madre coraje.
---Solo que no hubo tal secuestro,
que fue una desaparición voluntaria, que la madre participó en ella (el hijo al
parecer estaba amenazado por los narcotraficantes con los que había colaborado),
que fue señalando uno a uno a los presuntos secuestradores, que logró que los
detuvieran a todos, que no hubo más pruebas que las confesiones obtenidas bajo
tortura, que se desdeñaron todas las evidencias en contra de esas confesiones,
que se amenazó a los familiares de los detenidos para que no se retractaran,
que la justiciera se convirtió en un personaje popular en el que incluso se
pensó para hacerla candidata a la Presidencia de la República.
---Voy a leer el libro. No creo que
sea tal como tú lo cuentas.
---Es peor. Si yo fuera mexicano, me
avergonzaría. No parece que los periodistas que jalearon a esa psicópata, ni
los jueces, fiscales, políticos que la apoyaron hayan pedido disculpas.
---Es que el ideal de mucha buena
gente, en México, en España, en Estados Unidos, es El Salvador Nayib Bukele.
Preferible equivocarse encarcelando a cien inocentes que dejar a un culpable
libre.
---Isabel Miranda de Wallace se
dedicaba al negocio de la publicidad. Tienen mucha importancia en el libro los
llamados “espectaculares”, unos gigantescos cartelones de anuncio que se
colocaban sobre un poste en las calles y plazas más frecuentadas. El libro, por
cierto, está lleno de términos mexicanos que no se han cambiado, según suele
ser habitual, en la edición española. Al secuestro, por ejemplo, se le llama
“plagio”. Creo que está bien que, de vez en cuando, se nos saque, de nuestra
zona de confort idiomático y seamos conscientes de que hay más de una manera no
solo de hablar, sino también de escribir el español.
---Podemos pasar a otra cosa, si te
parece. Veo que tienes aquí Los poemas de Juan de Leceta de Gabriel
Celaya. ¿No crees que ese heterónimo suyo tiene algo que ver con el Alberto
Caeiro pessoano?
---No se me había ocurrido. Pero
antes deja que lea la cita de Quevedo que encabeza el libro Ricardo Raphael:
“Donde hay poca justicia es peligroso tener razón”. A Celaya le vi solo una
vez, en 1968. Leía sus poemas en Avilés presentado por Ángela Figuera. Dijo una
frase que se me quedó grabada: su mérito, si alguno tenía, era haberle quitado
los coturnos a la poesía, haberle puesto los zapatos o las zapatillas que
usamos todos. Cuando García Montero habló luego de “la musa con vaqueros” me
recordó a esa frase. Uno de los tres libros que reúnen en este volumen de la
colección Colliure se titula Tranquilamente hablando. Hubo un tiempo en
que los poetas del cincuenta le tuvieron como maestro, por eso se publicó en la
colección Colliure. Luego, cuando la poesía social cayó en descrédito, le
trataron como a un apestado. Valente se burló cruelmente de él y de su mujer,
Amparo Gascón, en un poema. Ángel González fue el único que siguió
defendiéndole hasta el final. De él tomó el tono conversacional. “No quisiera
hacer versos, / quisiera solamente contar lo que me pasa”.
---No sé si a mí me interesa mucho
que alguien me cuente lo que le pasa. ¿Han resistido, por cierto, estos poemas
el paso del tiempo? ¿Los podemos leer como poesía viva y no como un episodio de
la historia de la literatura?
---Con algo de buena voluntad, desde
luego.
---Con mucha buena voluntad, Martín.
Ese libro es una de las rarezas bibliográficas que encuentras a muy bajo precio
en la librería de viejo que tienes al lado de casa, seguro. Y este otro, Diario
del zalapastrán, uno de esos que te envían los autores y que hojeas
desganado y no sueles traer a la tertulia. Bueno, ya veo por qué te ha caído en
gracia, por la dedicatoria. Te llama “estimado señor García”, con lo que el
autor, Christian Sanz Gómez, demuestra conocerte poco, pero lo que añade sin
duda te ha gustado: “más allá de triviales discrepancias de opinión, uno no
puede dejar de ponderar la fuerza de su mente y su seguridad de razonamiento”.
---Las dedicatorias son una de las
formas de la cortesía. Recuerda aquel aforismo de Antonio Porchia: “Era tan
ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”. Y sin embargo…
---¿Vale la pena este Diario del
zalapastrán’
---Vale la pena. Es el libro de un
Montaigne gallego, lleno de citas, disparates y sabiduría. Y humano dolor. Pero
te decía que yo no creo en las citas, pero una me ha salvado en estos malos
días. El corazón tiene razones que la razón no comprende, sobre todo si es tan
racional como la mía. De día, puedo contar anécdotas divertidas sobre Xuan y
alegrarme de que le hayan hecho “santo súbito”, de que en un instante pase a
convertirse en el Cervantes o la Rosalía de Castro de la literatura asturiana,
pero en las noches de insomnio me atormenta el no haber sido capaz de ayudarle
la última vez que vino a verme. Quizá hubiera bastado con darle un abrazo. Pero
yo me escondo en la armadura de sal de la ironía para que nadie se me acerque
demasiado. Temo al dolor ajeno que no soy capaz de remediar. Tengo que cerrar
los ojos a Gaza, no ver ni oír las noticias, para poder seguir viviendo. Anoche
soñé que pasaba Xuan por casa. “Tengo que contarte algo. ¿Puedo fumar?, “Por
supuesto”. Y le dejé solo en el salón mientras yo iba a la cocina a prepararle
un café. Sobre la mesa, tenía un montón de libros suyos que había recopilado
estos días. “¡Cuánto he escrito!”. “Me faltan algunos que no encuentro”. No sé
qué me contó, no recuerdo –o no quiero recordar-- esa parte del sueño, pero sí
que esta mañana, se me ocurrió hojear La vida perdida y me sorprendió la
extensa dedicatoria. Está en asturiano, os la leo en castellano: “Amigo,
Martín: en 1983 (hace una enormidad de años) fui por primera vez a la
tertulia Óliver. No recuerdo quién me llevó ni cómo llegué. Allí estaban Víctor
Botas, Carlos Espina, Luis Salas… Sin embargo, de aquella tarde que la
nostalgia hace inolvidable, solo recuerdo una voz. Yo llevaba unos poemas que
pronto circularon de mano en mano. Tú, con voz muy clara, preguntaste: ¿De
quién son estos versos? De entonces hasta ahora, creo que nunca escribí nada
sin sentir esa voz, la tuya, y creo que gracias a eso no son tan malos los
poemas que escribo. Por eso, y por tantas tardes, esta vida perdida te debe
tanto que una dedicatoria normal no podría expresar ni el agradecimiento ni la
amistad de Xuan Bello”. De sobra sé, que esa dedicatoria debió escribirse hace
años, cuando se publicó la recopilación de su poesía, aunque resulte raro que
yo no la recordara. Pero no puedo dejar de pensar que Xuan, compadecido de mis
insomnios y mi sentimiento de culpa, se tomó la molestia de dejar por un
momento el otro mundo para acercarse a este y regalarme sanadoras palabras. Sé
que solo son una generosa hipérbole, Xuan, pero cómo te las agradezco.
Se me ocurre a mi, amigo Martín, que ya podemos dejar de fumar los que seguimos haciéndolo.
ResponderEliminarAsí que salud.
Nunca deja uno de despedirse de un buen amigo. Un abrazo
ResponderEliminarNunca sabemos la siguiente vuelta del camino. Donde está Xuan todos estaremos.
ResponderEliminarPero me interesan mucho las entrevistas en la televisión regional que hizo a personajes no literarios.
No es un homenaje, y él lo sabe.