sábado, 5 de abril de 2025

Al servicio de quien me quiera: De la guerra literaria

Martes, 1 de abril
ANTIHOMENAJE

Como soy un poco malévolo, qué se le va a hacer, esperaba con curiosidad la reacción de Susana Rivera ante la intervención mañana de Luis García Montero en la cátedra Ángel González. La leo hoy en una de sus entradas en Facebook: “Otra bofetada al poeta Ángel González para celebrar su centenario en su ciudad natal.  ¡Llevar a su máximo traidor a hablar de él!”

            A Luis García Montero se le pueden hacer muchos reproches, y no soy yo de los se los han escatimado cuando lo han creído conveniente, pero hay uno que no se le puede hacer: haber “traicionado” a Ángel González. En vida y en muerte, pocos le han tratado con tanta inteligencia, admiración y cariño.

            Alguien debería decirle a Susana Rivera que es la heredera de los derechos de autor de Ángel González, pero no la propietaria del poeta. A Ángel González se le puede homenajear, estudiar, leer, admirar sin necesidad de pedirle a ella permiso.

            Pero mejor no decirle nada. Es inútil. Mejor dejarla que siga con sus inexplicables rencores hacia quienes tanto quisieron al poeta y a los que este tanto quería. Tira piedras contra su propio tejado.

            A mí también me cuenta entre los traidores y de vez en cuando me suelta una andanada. Y eso que no sabe lo peor, que todos los años recibo una carta del grupo Planeta para comunicarme el abono de unos derechos de autor a cuenta de una obra de Ángel González.

            Hace unos años, de Seix Barral me escribieron para que reuniera en volumen los estudios de crítica literaria de Ángel González. Yo dije que mejor lo harían otras personas como Luis García Montero o Ricardo Labra. Pero de la editorial insistieron, al parecer era el propio poeta quien quería que lo preparara yo.

Se publicó así La poesía y sus circunstancias, cobré un dinero por el prólogo y la edición y cual no sería mi sorpresa cuando un año después recibí una notificación con los derechos de autor que me correspondían. Yo ni había mirado el contrato, en el que figuraba que los derechos de autor del libro se repartían entre Ángel González y yo. De haberlo sabido, habría renunciado a mi parte.

Yo –por decisión propia-- nunca cobro derechos de autor de mis libros. Considero que todo los que escribo, desde el momento en que se publica, es de dominio público, como si lo hubiera escrito Virgilio, Garcilaso o Cervantes.

No tiene mucho mérito esa generosidad mía, ya que yo no soy precisamente Pérez-Reverte ni nada que se le parezca. Pero me hace gracia –espero que no se entere Susana Rivera, me mataría-- que los únicos derechos de autor que se me notifican todos los años –y desde hace ya creo que veinte-- sean por una obra de Ángel González. Una cantidad mínima, ciertamente, pero que a mí me hace sonreír pensando en la propietaria de la finca.

Miércoles, 2 de abril
EL MEJOR

Si hubiera que dar un premio a la campaña publicitaria más inteligente, yo se lo daría a la iglesia católica. No contenta con el habitual encarte en todos los periódicos sobre la conveniencia de poner la equis en el apartado correspondiente de la declaración sobre la renta, le ha encargado a uno de los grandes nombres de la literatura contemporánea (al menos si hacemos caso a Macron, a Jordi Gracia y a los suplementos culturales) nada menos que una “novela” de tesis para convencer incluso a los ateos, como el autor mismo se declara. Tampoco está mal la campaña publicitaria para vender ese anuncio publicitario que lleva el llamativo título de El loco de Dios en el fin del mundo. Ni Coca-Cola lo habría hecho mejor.

            ---¿No será que tienes envidia, Martín? Cercas publica cualquier cosa y es noticia mundial; tú, aunque publicaras el Quijote, no serías noticia ni en La Voz de Avilés.

            ---Bueno, yo no he escrito el Quijote y Cercas es un gran escritor. Sabe contar y sabe convencer hablando de cualquier cosa, de lo malo que son los independentistas o de que tenemos que dar la pasta a la iglesia católica, aunque seamos ateos (pero ateos católicos, como buenos españoles a machamartillo), porque es la única iglesia cuyos misioneros hacen el bien sin mirar a quién y no hacen nunca proselitismo ni abandonan los territorios conflictivos cuando salen huyendo los médicos sin fronteras y los misioneros protestantes.

            ---Caricaturizas un poco.

            ---Pero solo un poco. La literatura al servicio de las buenas causas. Cualquier día escribe un libro para elogiar la labor de la farmacéutica Pfizer en la época de las mascarillas. Tiempo al tiempo.

            ---A ti lo que te fastidia es que José Tolentino Mendonça, el cardenal que es poeta y ocupa un alto cargo en el Vaticano, no te lo encargara a ti.

            ---Hombre, de no encargárselo a Cercas, se lo encargaría a Ignacio Peyró, que es amigo suyo.

            ---Pues yo estoy deseando leer el libro para averiguar qué le responde el papa a la gran pregunta por la que aceptó el encargo: ¿Se reencontrará, cuando muera, su padre con su madre? O algo así.

            ---Gran pregunta. Para ese vieje no hacen falta muchas alforjas. Lo que le va a decir el papa se lo puede decir cualquier niño que vaya al catecismo.

            ---¡Eres incorregible, Martín!

            ---Y Cercas un gran escritor. Cualquier cosa que nos cuente es creíble al menos mientras él nos la cuente. La iglesia católica ha sabido escoger al mejor a la hora de recaudar fondos. 

Jueves, 3 de abril
BUSCO Y REBUSCO

Sigo en Facebook las protestas de Susana Rivera porque Luis García Montero, “su máximo traidor”, haya inaugurado en la cátedra Ángel González los homenajes al poeta con motivo del centenario. García Montero, como todo ser humano, seguro que tiene muchos defectos (él en eso es muy humano), pero entre ellos no me parece a mí que se encuentre el de haber sido jamás infiel a la admiración, al afecto y a la amistad que sintió por Ángel González.

Busco y rebusco entre las diatribas de la viuda del poeta algún ejemplo de lo contrario. Toma de la referencia periodística del acto de ayer, que García Montero “comenzó trazando los vínculos de su historia con Ángel González remontándose a 1985, fecha en que se conocieron mientras organizaban una exposición que pretendía reivindicar, ya entonces, la poesía de contenido cívico”. Y Susana Rivera se pregunta qué versión habrá contado si la falsa o la verdadera. La falsa es que, al evocar ese primer encuentro en no sé qué entrevista, no mencionó que le acompañaba Javier Egea. Tampoco mencionó a Susana Rivera, que estaba allí, y luego se encargaría de señalar ese olvido que para Manuel Rico es un claro indicio del intento de eliminarlo del canon literario, lo mismo que el que el Ministerio de Cultura no le diera una ayuda a su edición de la poesía completa de Egea. Aceptemos eso, que ya es mucho aceptar, ¿pero qué agravio o traición hay en ello a Ángel González?

            De los muchos escritos que García Montero le ha dedicado a Ángel González, y de los incontables homenajes que ha organizado o en los que ha participado, todo el mundo es testigo. Del afecto que Ángel González le tenía, lo soy yo (aunque no solo, claro). Era más que un estudioso y un promotor de su poesía, era un amigo personal al que acudir en cualquier dificultad, incluso en la más insignificante. Recuerdo un curso en la universidad de Almería, allá por 2002, en el que participé. Íbamos caminando en grupo por la ciudad y Ángel González se acercó un momento a un cajero automático. Tuvo algún problema y García Montero, no Susana Rivera, que también nos acompañaba junto a algún otro participante, fue enseguida en su auxilio y resolvió el problema. Al volver, Ángel González me dijo: “Luis lo arregla todo”.

            Solo dos o tres veces me llamó Ángel González por teléfono –nunca fui íntimo amigo suyo, nunca salí de copas con él-- y en una de ellas, presidía el jurado del premio Emilio Alarcos, me dijo que sabia por Luis que Vicente Gallego participaba en el premio y que su libro no había sido seleccionado, que debíamos añadirlo. Yo me negué a ello. “El jurado tiene derecho a incluir libros no seleccionados”, me replicó. Luego lo repitieron insistentemente Luis y él en la reunión del jurado. “En efecto, lo tiene, pero para ello ha de hacer lo que suele hacer Gamoneda: pedir los seiscientos o setecientos libros enviados, leerlos, y rescatar los que crea de valor. Leerlos todos, o al menos hacer como que se leen, pero no pedir por su título un libro concreto porque sabemos que es de un determinado poeta”. Yo entonces era así de talibán.

Ángel González, en cuanto a su comportamiento en la vida literaria, se parecía más a Luis García Montero que a mí. Una vez le dije, yo siempre tan Pepito Grillo, que me parecía impropio de un poeta de su categoría leer sus versos en la Semana Negra junto a Joaquín Sabina, que solo buscaba aprovecharse de su prestigio. “Mira –me respondió--, si yo leo solo a lo mejor van a escucharme cien personas; si leo con Sabina, van mil. Los dos nos beneficiamos”.