Martes, 1 de abril
ANTIHOMENAJE
Como soy un poco malévolo,
qué se le va a hacer, esperaba con curiosidad la reacción de Susana Rivera ante
la intervención mañana de Luis García Montero en la cátedra Ángel González. La
leo hoy en una de sus entradas en Facebook: “Otra bofetada al poeta Ángel
González para celebrar su centenario en su ciudad natal. ¡Llevar a su máximo traidor a hablar de él!”
A Luis García Montero se le pueden hacer muchos
reproches, y no soy yo de los se los han escatimado cuando lo han creído
conveniente, pero hay uno que no se le puede hacer: haber “traicionado” a Ángel
González. En vida y en muerte, pocos le han tratado con tanta inteligencia,
admiración y cariño.
Alguien debería decirle a Susana Rivera que es la
heredera de los derechos de autor de Ángel González, pero no la propietaria del
poeta. A Ángel González se le puede homenajear, estudiar, leer, admirar sin
necesidad de pedirle a ella permiso.
Pero mejor no decirle nada. Es inútil. Mejor dejarla que
siga con sus inexplicables rencores hacia quienes tanto quisieron al poeta y a
los que este tanto quería. Tira piedras contra su propio tejado.
A mí también me cuenta entre los traidores y de vez en
cuando me suelta una andanada. Y eso que no sabe lo peor, que todos los años
recibo una carta del grupo Planeta para comunicarme el abono de unos
derechos de autor a cuenta de una obra de Ángel González.
Hace unos años, de Seix Barral me escribieron para que
reuniera en volumen los estudios de crítica literaria de Ángel González. Yo
dije que mejor lo harían otras personas como Luis García Montero o Ricardo
Labra. Pero de la editorial insistieron, al parecer era el propio poeta quien quería
que lo preparara yo.
Se
publicó así La poesía y sus circunstancias, cobré un dinero por el
prólogo y la edición y cual no sería mi sorpresa cuando un año después recibí
una notificación con los derechos de autor que me correspondían. Yo ni había
mirado el contrato, en el que figuraba que los derechos de autor del libro se
repartían entre Ángel González y yo. De haberlo sabido, habría renunciado a mi
parte.
Yo
–por decisión propia-- nunca cobro derechos de autor de mis libros. Considero
que todo los que escribo, desde el momento en que se publica, es de dominio
público, como si lo hubiera escrito Virgilio, Garcilaso o Cervantes.
No
tiene mucho mérito esa generosidad mía, ya que yo no soy precisamente
Pérez-Reverte ni nada que se le parezca. Pero me hace gracia –espero que no se
entere Susana Rivera, me mataría-- que los únicos derechos de autor que se me
notifican todos los años –y desde hace ya creo que veinte-- sean por una obra
de Ángel González. Una cantidad mínima, ciertamente, pero que a mí me hace
sonreír pensando en la propietaria de la finca.
Miércoles, 2 de abril
EL MEJOR
Si hubiera que dar un premio
a la campaña publicitaria más inteligente, yo se lo daría a la iglesia
católica. No contenta con el habitual encarte en todos los periódicos sobre la
conveniencia de poner la equis en el apartado correspondiente de la declaración
sobre la renta, le ha encargado a uno de los grandes nombres de la literatura
contemporánea (al menos si hacemos caso a Macron, a Jordi Gracia y a los
suplementos culturales) nada menos que una “novela” de tesis para convencer
incluso a los ateos, como el autor mismo se declara. Tampoco está mal la
campaña publicitaria para vender ese anuncio publicitario que lleva el
llamativo título de El loco de Dios en el fin del mundo. Ni Coca-Cola lo
habría hecho mejor.
---¿No será que tienes envidia, Martín? Cercas publica
cualquier cosa y es noticia mundial; tú, aunque publicaras el Quijote, no
serías noticia ni en La Voz de Avilés.
---Bueno, yo no he escrito el Quijote y Cercas es un gran escritor. Sabe contar y sabe convencer hablando de cualquier cosa, de lo malo que son los independentistas o de que tenemos que dar la pasta a la iglesia católica, aunque seamos ateos (pero ateos católicos, como buenos españoles a machamartillo), porque es la única iglesia cuyos misioneros hacen el bien sin mirar a quién y no hacen nunca proselitismo ni abandonan los territorios conflictivos cuando salen huyendo los médicos sin fronteras y los misioneros protestantes.
---Caricaturizas un poco.
---Pero solo un poco. La literatura al servicio de las
buenas causas. Cualquier día escribe un libro para elogiar la labor de la
farmacéutica Pfizer en la época de las mascarillas. Tiempo al tiempo.
---A ti lo que te fastidia es que José Tolentino Mendonça,
el cardenal que es poeta y ocupa un alto cargo en el Vaticano, no te lo
encargara a ti.
---Hombre, de no encargárselo a Cercas, se lo encargaría
a Ignacio Peyró, que es amigo suyo.
---Pues yo estoy deseando leer el libro para averiguar
qué le responde el papa a la gran pregunta por la que aceptó el encargo: ¿Se
reencontrará, cuando muera, su padre con su madre? O algo así.
---Gran pregunta. Para ese vieje no hacen falta muchas
alforjas. Lo que le va a decir el papa se lo puede decir cualquier niño que
vaya al catecismo.
---¡Eres incorregible, Martín!
---Y Cercas un gran escritor. Cualquier cosa que nos
cuente es creíble al menos mientras él nos la cuente. La iglesia católica ha
sabido escoger al mejor a la hora de recaudar fondos.
Jueves, 3 de abril
BUSCO Y REBUSCO
Sigo en Facebook las
protestas de Susana Rivera porque Luis García Montero, “su máximo traidor”,
haya inaugurado en la cátedra Ángel González los homenajes al poeta con motivo
del centenario. García Montero, como todo ser humano, seguro que tiene muchos
defectos (él en eso es muy humano), pero entre ellos no me parece a mí que se
encuentre el de haber sido jamás infiel a la admiración, al afecto y a la
amistad que sintió por Ángel González.
Busco
y rebusco entre las diatribas de la viuda del poeta algún ejemplo de lo
contrario. Toma de la referencia periodística del acto de ayer, que García
Montero “comenzó trazando los vínculos de su historia con Ángel González
remontándose a 1985, fecha en que se conocieron mientras organizaban una
exposición que pretendía reivindicar, ya entonces, la poesía de contenido
cívico”. Y Susana Rivera se pregunta qué versión habrá contado si la falsa o la
verdadera. La falsa es que, al evocar ese primer encuentro en no sé qué
entrevista, no mencionó que le acompañaba Javier Egea. Tampoco mencionó a
Susana Rivera, que estaba allí, y luego se encargaría de señalar ese olvido que
para Manuel Rico es un claro indicio del intento de eliminarlo del canon
literario, lo mismo que el que el Ministerio de Cultura no le diera una ayuda a
su edición de la poesía completa de Egea. Aceptemos eso, que ya es mucho aceptar,
¿pero qué agravio o traición hay en ello a Ángel González?
De los muchos escritos que García Montero le ha dedicado
a Ángel González, y de los incontables homenajes que ha organizado o en los que
ha participado, todo el mundo es testigo. Del afecto que Ángel González le
tenía, lo soy yo (aunque no solo, claro). Era más que un estudioso y un
promotor de su poesía, era un amigo personal al que acudir en cualquier
dificultad, incluso en la más insignificante. Recuerdo un curso en la
universidad de Almería, allá por 2002, en el que participé. Íbamos caminando en
grupo por la ciudad y Ángel González se acercó un momento a un cajero automático.
Tuvo algún problema y García Montero, no Susana Rivera, que también nos
acompañaba junto a algún otro participante, fue enseguida en su auxilio y
resolvió el problema. Al volver, Ángel González me dijo: “Luis lo arregla
todo”.
Solo dos o tres veces me llamó Ángel González por
teléfono –nunca fui íntimo amigo suyo, nunca salí de copas con él-- y en una de
ellas, presidía el jurado del premio Emilio Alarcos, me dijo que sabia por Luis
que Vicente Gallego participaba en el premio y que su libro no había sido
seleccionado, que debíamos añadirlo. Yo me negué a ello. “El jurado tiene
derecho a incluir libros no seleccionados”, me replicó. Luego lo repitieron
insistentemente Luis y él en la reunión del jurado. “En efecto, lo tiene, pero
para ello ha de hacer lo que suele hacer Gamoneda: pedir los seiscientos o
setecientos libros enviados, leerlos, y rescatar los que crea de valor. Leerlos
todos, o al menos hacer como que se leen, pero no pedir por su título un libro
concreto porque sabemos que es de un determinado poeta”. Yo entonces era así de
talibán.
Ángel
González, en cuanto a su comportamiento en la vida literaria, se parecía más a
Luis García Montero que a mí. Una vez le dije, yo siempre tan Pepito Grillo,
que me parecía impropio de un poeta de su categoría leer sus versos en la
Semana Negra junto a Joaquín Sabina, que solo buscaba aprovecharse de su
prestigio. “Mira –me respondió--, si yo leo solo a lo mejor van a escucharme
cien personas; si leo con Sabina, van mil. Los dos nos beneficiamos”.