sábado, 7 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Honoris causa

 

Sábado, 30 de noviembre 
DEUDAS

“Cuando se murió, era tan pobre que ni siquiera tenía deudas”, leo en un libro de Chesterton.

            Me temo que de mí no se podrá decir lo mismo: estoy lleno de deudas que no podré pagar jamás, aunque ninguna tiene que ver con el dinero. 

Domingo, 1 de diciembre
DENUESTO Y ELEGÍA

Como mi amigo Abelardo Linares, tengo algo de Quijote de la crítica literaria. A él le ha dado por defender a autores desvalidos, como José Luis Parra, y por arremeter contra molinos de viento como un tal Raúl Zurita, al parecer muy valorado en las universidades del mundo y candidato al Nobel, o Araceli Iravedra, aplicada entomóloga de tendencias poéticas. A mí me gusta rescatar a autores menospreciados por su ideología, como Joaquín de Entrambasaguas, el malo de la película en la erudición de posguerra. Dámaso Alonso le odió siempre porque, según dicen (aunque parece que no es verdad) le birló la cátedra de Literatura, y Entrambasaguas sintió siempre celos del prestigio poético que tenía su rival. A Hijos de la ira, recibido con tanto bombo por los enemigos del régimen, quiso contraponer su libro Voz de este mundo, del que nadie hizo el menor caso y que ha desaparecido en los sumideros del olvido.

Tenía yo ganas de leerlo y hoy, en mi rastreo habitual de los domingos, me lo encuentro en el puesto de Iván. Es un libro amplio, con extensos  poemas escritos en versículos, parece una obra ambiciosa. Pero lo primero que me llama la atención es la dedicatoria: “Para el fino poeta José María Martínez Cachero, con el afecto de su admirador”.

            ¿” Fino poeta” Martínez Cachero? Fue mi profesor de literatura, dirigió mi tesis doctoral, fuimos luego compañeros en la Universidad y, durante algunos años, en el jurado de los premios Príncipe de Asturias. Siempre me pareció un minucioso erudito a la manera decimonónica sin demasiada sensibilidad literaria. “Martínez Fichero” le llamaban algunos maliciosamente.

En 1946 –cuando apareció Voz de este mundo-- tenía veintidós años, había publicado algunos versos en la revista Espadaña y en otros lugares. Luego la lucha feroz por hacerse un sitio en el escalafón universitario ahogó al poeta. ¿Seguiría escribiendo versos como su colega Emilio Alarcos? ¿Estarán esos versos en alguna parte? Quizá me los encuentre un día en el mercadillo del Fontán, como sus libros y sus fichas.

            De sobra sé que los libros que uno tiene en su biblioteca están solo de paso, que cuando uno ya no pueda hacer uso de ellos echarán a volar e irán a parar a las manos de quien los quiera bien. Pero conviene, si son de un nombre conocido, que no vuelen demasiado pronto o que busquen resguardo en una biblioteca pública. Lo contrario indica poco amor por parte de los herederos.

            Quizá soy algo injusto: libros dedicados a mí, y no en pequeña cantidad, andan rodando por las librerías de viejo. Se fueron en montón porque no cabían en casa y son de autores que literariamente aprecio poco. Ya sé que debería arrancar la dedicatoria para evitar odios mortales. O hacer daño a algún buen amigo no demasiado dotado para el verso.

Martínez Cachero conservó toda su vida este libro de su colega Entrambasaguas que le recordaba el tiempo en que él aspiraba a ser poeta. Y tuvo una hija, también profesora de literatura, que heredó su despacho en la universidad y su inmensa biblioteca. Pero no, por lo que parece, su aprecio por los libros. Es mi amiga, así que no diré más.

            Qué diferencia con el caso de Emilio Alarcos, todos los días en candelero gracias a la inagotable energía de Josefina Martínez. En 2022 fue su centenario y en su inacabable celebración participó muy activamente la hija de Martínez Cachero. Este 2024 es su centenario y no parece que nadie se haya acordado de él.

            ¿Se acordará alguien de mí en el 2050? ¿Encontrará alguno de los jóvenes que ahora pasan por la tertulia, y que entonces tendrán mi edad, un libro dedicado a mí y se llenarán, como yo hoy, de melancolía?

            La meta es el olvido, ya lo sabemos, Borges, no hace falta que nos lo repitas, pero a nadie le hace gracia llegar demasiado pronto.

Lunes, 2 de diciembre
GUERRA Y PAZ

Ya antes de que el esclavo Hanno revelara su verdadera identidad ante los emperadores Geta y Caracalla recitando a Virgilio, supe yo que no era quien parecía ser, un bárbaro norteafricano. A poco de comenzar la película, le escucho citar a Tácito (ubi solitudinem faciunt pacem apellant), y poco después a Epicuro, al alentar a sus partidarios para que no teman la muerte: “cuando nosotros estamos, ella no está; cuando ella está, nosotros no estamos”.

            Disfruto con este nuevo Gladiator como con las películas de romanos que veía cuando era niño. Y a la vez recuerdo aquellos tiempos en que trabajosamente traducía en clase el canto VI de la Eneida, el de la visita a la Sibila y el descenso a los infiernos (del que solo recuerdo un verso famoso: ibant oscuri sola sub nocte per umbram), y en que la profesora de latín, mi querida Inés Illán, nos dijo, antes de comenzar una de las interminables huelgas de entonces (primeros años setenta, los amenes del franquismo) que aprovecháramos para leer a Marx y a Freud que eran más importantes que Horacio y que Virgilio.

Le di muchas vueltas a la frase de Tácito (que ahora parece ser el lema de Netanyahu), no era capaz de traducirla adecuadamente. “A la destrucción la llaman paz”, dice Hanno o Lucio Vero en la película.

Hay –entonces y ahora-- quienes no conciben la paz sin el exterminio total del contrario: el mejor palestino es el palestino muerto o exiliado bien lejos de nuestras fronteras.

Si criticar crímenes de guerra o un hipócrita genocidio es ser antisemita, pronto esa palabra, hasta ahora execrable, se convertirá en un timbre de honor.

Martes, 3 de diciembre
COSAS DEL PLANETA

Leo el primer tomo de las memorias de Rafael Borrás, lleno de nombres y de anécdotas no siempre memorables. Una semana antes de que le den el Planeta, visita a Jorge Semprún en París. Autobiografía de Federico Sánchez, que no tiene nada de novela, aunque ganara un premio de novela, lleva la siguiente dedicatoria: “a Rafael Borrás, que inventó este libro, nivola o engendro, y que (tal vez) lo haya escrito por medios hipnóticos”. En la obra se habla de la manifestación del once de septiembre de 1977. “Esas páginas –aclara Borrás--  debió de escribirlas al corregir galeradas, pues el plazo de admisión había finalizado en junio”.

Más preciso sería decir que el libro –quizá un encargo para la colección Espejo de España-- se terminó de escribir después del plazo y hasta es posible que después de la concesión del premio.

¿Un engaño menor? No sería el único. Para hacer dinero, mucho dinero, editando libros hace falta no tener demasiados escrúpulos. Este Rafael Borrás fue el mismo que “estafó” a Andrés Trapiello prometiendo un premio para Las armas y las letras que luego le dieron a otro por cambios en la dirección editorial. Lo cuenta con todo detalle en sus diarios y es un supuesto latrocinio que tardó en perdonarle.

Jueves, 5 de diciembre
EL MEJOR PREMIO

Paso las mañanas estos días haciendo de abuelo. “¿Es Yara, la hermana de Martín?”, me pregunta un amigo que nos encuentra en el parque. “No, es Sofía, su prima, unos meses menor. No tiene plaza en la guardería y yo me ocupo a veces de ella mientras su madre está ocupada”. “Pues vaya trabajo que te ha caído encima”.  “¿Trabajo? Lo considero un premio, el mejor que podría recibir. Es una niña listísima. Aprendo mucho con ella. Una hora a su lado vale más que una semana en cualquier máster”.

Si me dan a escoger entre ser doctor honoris causa, aunque sea por Harvard (¿qué se me habrá perdido a mí en Harvard?), y ser abuelo honoris causa, prefiero con mucho lo segundo.

Pocos trabajos tan gratificantes como acompañar a un niño pequeño en su descubrimiento del mundo. Es como regresar al Paraíso, cuando todo estaba recién creado y había que ir dándole nombre a las cosas.

Tiene también sus inconvenientes, pero esos corren a cargo de los padres. Parecía que para ser abuelo era inevitable pasar por el trabajoso trance de ser padre, pero yo he conseguido evitar ese trámite, ¿cómo no voy a sentirme feliz?  Esa fue siempre mi única ambición.

La fama, la Academia y la mucha venta para quien se las trabaje. No digo, que si por ventura llegasen, me fastidiarían. En absoluto. Si me toca la lotería, pues qué bien, invito a los amigos. Pero molestarme en comprar un billete, va a ser que no. A tanto no llega mi interés.

--Cuidado, Sofía, no corras tanto, no te vayas a caer.




 

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6 comentarios:

  1. Emocionante: un niño abrazando un libro. Promete.

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  2. Erratas:

    "estoy lleno de deudas que no podré pagar jamás, aunque tiene que ver con el dinero." ¿aunque poco tengan que ver con el dinero?

    --Cuidado, Sofía, no corras tanto, no te vayaS a caer.

    *
    Joaquín de Entrambasaguas pasará a la historia de la literatura indirectamente:

    "En abril de 1939, terminado de imprimir en Valencia "El hombre acecha" de Miguel Hernández, y aún sin encuadernar, una comisión depuradora franquista presidida por Joaquín de Entrambasaguas ordena la destrucción de los 50.000 ejemplares tirados; pero dos ejemplares salvados permitirán reeditar el libro en 1981."
    (Wikipedia)

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  3. Lista, Sofía, se ve, a la par que elegante y en perfecto estado de revista... No tiene pinta de caerse mucho... Más luego el detalle de los zapatitos alados, ¿son mariposas? Así cualquiera, Sofía... Atento, José Luis...

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  4. Entrambasaguas (cuyo apellido se modificaba por uno escatológico similar) siempre será recordado en mi Facultad porque se pasaba el curso hablando de Lope de Vega. O más bien de las presuntas amantes de Lope. Y cada vez que citaba a una de ellas, una risita entre nerviosa y conejil

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  5. Sí, contra él no solo había el prejuicio político de estar entre los que habían ganado la guerra, también fue una víctima de la homofobia feroz de aquel tiempo sombrío.

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  6. Precioso el texto El mejor premio. ¡Cuánta razón!

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