sábado, 24 de febrero de 2024

Coraje y alegría: Fruta del tiempo

 

Sábado, 17 de febrero
RECTIFICO

No todos los libros se leen de la misma manera, aunque la mayor parte de la gente tenga una sola manera de leer. Los libros requieren su entorno y su momento, especialmente los libros de poesía. Claro que, en mi caso, la mayor parte se quedan en el estante de la librería tras un ligero hojeo o van al montón de los desechables si me han llegado espontáneamente.

A veces me equivoco, y es lo que ocurrió con el último cuaderno –la mayor parte de los libros de poesía no suelen ser otra cosa-- de Gabriel Insausti. Tuve la mala puntería de abrir por un soneto poco afortunado: "Todavía lo veo con el ceño / fruncido sobre un libro –Benavente, / Maeztu, la Revista de Occidente-- / en aquel frío caserón porteño". ¿Y por qué leía con el ceño fruncido?, me pregunto yo. ¿No le gustaba nada de lo que leía? ¿Y es la Revista de Occidente un libro? ¿No leería más bien Acción ¿Española si era lector de Maeztu? Así de puntilloso soy yo. Más adelante tropiezo de nuevo: "Vivió siempre en lo eterno. Supo un día / que el tiempo es un error...". ¿En qué quedamos? ¿Vivió siempre en lo eterno o desde el día en que descubrió que el tiempo es un error?

           A Unamuno le irritaban los lectores como yo, que en realidad son muy escasos entre los lectores de poesía que suelen ser de razonamiento vagamente algodonoso y para los que todo vale. Parece que está pensando en mí cuando, en nota a uno de los poemas de Teresa, a propósito de los versos "y yo temblé porque un dedo invisible / vi que al morir el sol te acariciaba", señala que es posible que alguien exclame: "Si era invisible el dedo, ¿cómo lo pudo ver?". Su respuesta no puede ser más desdeñosa: "A la cerrazón crítica que supondría tal comentario, no hay sino oír y pasar de largo. Eso se le podrá ocurrir a un literato, un letrado, pero no a un poeta".

Pues cosas así se me ocurren a mí continuamente, don Miguel. Pero en esos versos suyos, o de su heterónimo, la contradicción es solo aparente: ese dedo invisible, el dedo de Dios, el dedo del destino, por un instante se hizo, o pareció hacerse, visible.

            Javier Almuzara me comentó ayer en la tertulia que el libro de Insausti Si es en tus ojos podía tener mejorables borradores (él le sugirió una variante a un haiku), pero que abundaba en aciertos memorables. Lo saqué del montón desdeñado, lo leí demoradamente en el primer café de la mañana, y puedo confirmarlo. Me gusta rectificar.

Domingo, 18 de febrero
NO LO CREO

Curiosa pesadilla la de esta noche. Resulta que el otro día, hojeando un libro, Letras de médicos, me llamó la atención una frase a propósito de Somerset Maugham: "Sus biógrafos relatan que llegó a ser muy cruel, incluso con las personas que lo querían, lo que explica la soledad en que vivió su ancianidad".

En mi pesadilla, estaba en la librería Cervantes, abría un grueso libro y leía esa frase. Pero no era la biografía del escritor inglés sino de un tal José Luis García Martín. Sonreí al despertar. "Hasta en sueños eres vanidoso", me dije. "¿Tú crees que alguien va a escribir tu biografía?"

            No, no lo creo. Algo bueno había de tener ser un escritor sin éxito. Nadie va a excavar en la "red de triviales miserias", como dijo Borges, que es mi vida, cualquier vida.

Lunes, 19 de febrero
METO LA PATA

La noticia de la muerte de Fernando Delgado, a quien me presentó Villena allá por el año 79, cuando yo preparaba la antología Las voces y los ecos, me trae a la memoria una de esas meteduras de pata en las que suelo incurrir con cierta frecuencia.

Fue en una comida con motivo de los premios Príncipe de Asturias, un año en que los dos participábamos como jurado. Alguien defendía la candidatura de Juan Marsé y como argumento adicional indicaba que no tenía premios. "Tiene el Planeta", dijo alguien. Y yo, de inmediato, solté mi ocurrencia: "Pero eso, más que un galardón, es un baldón".

El comensal de mi derecha y el de mi izquierda me miraron con cara de pocos amigos. Eran Fernando Sánchez Dragó y Fernando Delgado. Tardé en comprender las razones de su enfado: los dos eran premios Planeta (yo ni siquiera recordaba que fueran novelistas). También es mala suerte la mía: contar el chistecito sobre el Planeta la única vez en mi vida que he comido con un Planeta a cada lado.

Martes, 20 de febrero
TAMBIÉN YO

---¡Cada vez se habla más de política en todas partes y tú cada vez hablas menos! Está visto que lo tuyo es llevar la contraria. Claro, no te apetece comentar el batacazo que os habéis llevado en Galicia.

           ---No, no me apetece. También yo, si fuera gallego, habría votado a Ana Pontón.

Miércoles, 21 de febrero
RARO

Algunos de los mejores sonetos de Borges, los del cuaderno Cinco poemas, publicado en Mendoza en 1986, el año de su muerte, no sabemos quién los escribió, solo sabemos que no fue Borges, a pesar de Héctor Abad Faciolince llega a la opinión contraria en su apasionante quest "Un poema en el bolsillo", incluida en el libro Traiciones de la memoria.

            Los vamos analizando hoy en la tertulia virtual, de la que Jon Juaristi se fue entre amenazas ("¡Se te va a caer el pelo!") y a la que anda repitiendo por ahí que no piensa volver. Suerte la mía. A lo mejor así, el pelo no se me cae del todo.

El mejor de los poemas de Borges que no hijo de Borges, sin duda, uno de los grandes sonetos de la literatura española es el que el doctor Héctor Abad, el padre del escritor, llevaba en el bolsillo cuando lo asesinaron: "Ya somos el olvido que seremos". Pero todos nos parecen espléndidos. Hay uno dedicado a la biblioteca de la que fue director: "Nadie en La vasta casa. Ni siquiera / el eco de una luz en los cristales, / ni desde la penumbra los casuales / pasos de vaga gente por la acera".

             Es raro que el autor de esas maravillas no reivindicara su autoría. Solo por esos versos merecería pasar a la pequeña historia de la literatura.

Jueves, 22 de febrero
TODO SE SABE

---Me gustaría contarte lo que me han contado, pero no sabes guardar un secreto.

---Los míos los guardo bastante bien. Y los de los demás, cuando no interesan a nadie, que es en la mayoría de los casos. Cuenta, cuenta.

---Yo no soy como tú. Te quedarás sin saber lo que me dijeron de ti el otro día en una cena.

---Nada bueno, me imagino.

---Que tus poemas no los escribías tú, sino los poetas jóvenes que van a tu tertulia, de los que te aprovechas miserablemente, que tu mejor libro, Principios y finales, lo escribieron a medias Javier Almuzara y Martín López-Vega. Y las Fábulas que acabas de publicar, José Luis Piquero.

Viernes, 23 de febrero
ASÍ ES LA VIDA

No me pierdo la ocasión de asistir a la representación en el Campoamor de Adiós a la bohemia, de Baroja y Sorozábal, pero antes tengo que escuchar una Gran Vía trufada de alusiones a la actualidad, que si una amnistía a medida, que si los políticos catalanes, que si la coalición de los partidos de izquierda es un callejón sin salida, que si "me gusta la fruta" repetido una y otra vez por una ciclista que cruza el escenario. Pero la obra conserva parte de su encanto antiguo (parece que Nietzsche se escandalizó con sus burlas a la autoridad) y ayuda a soportar el chaparrón.

Llega luego Baroja y estamos en otro mundo. Despedida de dos amantes. "No se apure usted, don Ramón", le dice el camarero al hombre que se ha quedado solo. "Cuando una mujer se va, otra viene". Y la respuesta: "Es que no es una mujer la que se va, Antonio. Es la juventud, y esa no vuelve". "Así es la vida, y hay que tener paciencia... porque todo pasa, y bien pronto, no crea usted".

El protagonista, que tiene treinta años cuando se despide de la juventud, abandona el café y se va a dar un paseo "largo, muy largo". Yo también doy un paseo, antes de regresar casa, y con música de Sorozábal voy canturreando los versos de despedida que escribió Baroja a mi edad: "Si tenía alguna suerte, / la tiré por la ventana; / si tenía algún talento, / se lo ha llevado la trampa, / que ya nada me preocupa, / ni el dinero ni la fama, / y solo aspiro a dar fin / con decencia a la jornada".


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