sábado, 25 de marzo de 2023

En la retaguardia: Poesía y alrededores

 

 

Domingo,  19 de marzo
ELOGIO DE LOS VASCOS

Aprovecho la mañana, tras el habitual revolver entre los puestos de libros del Fontán, para darme una vuelta por la exposición sobre la revista Clarín en la biblioteca. Como al día siguiente de la inauguración marchaba de viaje, no tuve tiempo de verla con algún detenimiento. En las cartas de los colaboradores, que no seleccioné yo, sino Juan Miguel, el director, encuentro algunas sorpresas. Unas gratas, otras menos. Entre las primeras, el elogio que Andrés Trapiello le dedica a Jon Juaristi allá por 1987, cuando yo preparaba La generación de los 80: “Me enteran de que vas a incluir a Jon Juaristi en la antología. Esa es una buena noticia. Juaristi, que sale de Unamuno y Blas de Otero, tiene como todos los vascos una dureza agradable y un humor lleno de bondad, nunca cínico ni amargo. Es buena compañía y te alabo tu selección y gusto”.  Entre las segundas, la sarcástica diatriba de Felipe Benítez Reyes, a quien siempre he admirado (con leves reparos, según costumbre), pero que parece guarda resquemores contra mí desde antiguo. Me gusta especialmente ese elogio a los vascos que encuentro en las palabras de Trapiello. No sé si ahora, con su deriva centralista, las suscribiría. 



Lunes, 20 de marzo

NO ME GUSTA LEER

No me gusta leer en voz alta mis poemas ni que me lean los suyos otros poetas, pero me temo que esta semana va a ocurrir reiteradamente una cosa y otra. Vengo del mester de clerecía, no del de juglaría. Los poemas los fui descubriendo, deslumbrado, en los libros de la biblioteca pública o en los pocos que iba comprando hasta que comencé a trabajar y tuve algún dinero. Aquellos primeros poemas me los aprendía de memoria y todavía los recuerdo. Una vez me salvaron la vida. Pero es una historia de viejos tiempos que no me gusta contar. Me los iba recitando aquellas noches de aislamiento malherido en las que era imposible dormir. En voz alta me ha gustado leerlos, o recordarlos, en las clases. Más de una vez he dictado de memoria el poema del que íbamos a tratar y que había olvidado traer entre mis papeles (ahora lo buscaría en el teléfono). Pero no me gusta leer mis poemas ante un auditorio. Si tengo que hacerlo, por compromiso, lo hago apresuradamente y como para salir del paso. No me agrada convertirme en actor de mi intimidad, aunque la poesía sea, o pretenda ser, ficción. Hay cosas que uno le susurra a cada lector a solas, pero que no diría en voz alta y en público. Escribo para que me lean, pero no para leerle yo lo que escribo a nadie. Y me gusta leer —o recordar— los poemas que admiro en el momento en que los necesito, no a hora fija y en una voz que no es la mía, aunque sea la del autor. Manías, ya lo sé. Unamuno, al que tanto admiro, tenía la costumbre de leer sus escritos al primero que encontrara. A Baroja le hizo escuchar de un tirón unos cuantos cientos de versos de El Cristo de Velázquez y no se lo perdonó nunca; yo tampoco se lo perdonaría. Pero que te lean versos es menos grave que tener tú que leerlos. Cuando me los leen, al segundo poema, o a veces antes: a los pocos versos, me pongo a pensar en otra cosa.

Martes, 21 de marzo
BUENA GENTE

Paso la tarde en Coya, un hermoso lugar del concejo de Piloña, con su ermita del siglo XVIII que se disputan la virgen de Guadalupe y la del Carmen, su colorista chigre del siglo XIX, sus casonas de indianos y su verdor intemporal. Mientras en la ermita se leen y se cantan versos, yo paseo por los alrededores: “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo…”

Me gusta estar con la gente, con la buena gente, pero no me gusta menos estar conmigo, que también soy buena gente, aunque no siempre lo parezca.

Miércoles, 22 de marzo
RAZONES DE UNA INVITACIÓN

En la cafetería Noor, hojeo la correspondencia entre Victoriano Crémer y José García Nieto, que Xelo Candel Vila acaba de publicar con muy precisas anotaciones, y sonrío al encontrarme con lo que el primero le dice al segundo a propósito de la invitación de Ana Mariscal a una reunión literaria con motivo de las fiestas leonesas de San Juan: “si como poeta vale poco, como mujer está muy buena”.

Algo hemos avanzado. Esas cosas, hoy en día, a nadie se le ocurriría escribirlas, aunque pudiera pensarlas.

Jueves, 23 de marzo
OVNIS EN ZAMORA

¿Pero no vas a decir nada de la moción de censura de Tamames?, me pregunta un amigo.

Pues no, no voy a decir nada. ¿Qué podría decir yo que no haya sido dicho? Pero sí puedo contar una historia verdadera de cuando estuvimos los dos a punto de ser abducidos por extraterrestres. Ocurrió muy a principios de siglo, cuando el centenario de Clarín. Interveníamos en un homenaje al escritor al que nacieron en Zamora organizado por el Ayuntamiento de esa ciudad. Al día siguiente, tenía yo una presentación en Madrid y Tamames se ofreció a llevarme en su coche. Tamames habló de una especie de continuación de La Regenta que había publicado por entonces. José Luis Piquero dice que es la peor novela que se haya escrito nunca. Yo le respondo que no hay que exagerar, que solo es una de las peores. Tras las charlas, con abundante público, el alcalde nos ofreció algo que picar y mucho que beber acompañados de los notables de la localidad. Yo me aburría, deseoso de marchar, mientras Tamames charlaba con unos y con otros y trasegaba muy cortés todos los afamados vinos que le ofrecían. Yo le miraba cada vez con más susto, pero uno de los asistentes, al que no me habían presentado, se me acercó y dijo señalando el vaso de agua que tenía en la mano: “Conduzco yo”. Era un poeta —luego me mandaría uno de sus libros—, del que no recuerdo ahora el nombre, que hacía un poco de secretario del ilustre profesor. “Nos queda poca gasolina, pararemos en una gasolinera que está aquí a la salida”, dijo cuando por fin subimos al coche. Pero era Semana Santa y esa gasolinera estaba cerrada. Y también otra a la que fuimos a continuación. El caso es que acabamos quedándonos sin gasolina en una carretera desierta una deslumbrante noche de luna llena. Yo pensé: “Es en momentos así cuando, al menos en las películas, suele aparecer un ovni”. Pero por allí cerca no había campos de maíz. Yo miré hacia el cielo y de pronto me pareció que un objeto volante no identificado tapaba el disco de la luna. Pero quizá solo fuera un ave nocturna. Quienes aparecieron fueron los policías de un pueblo cercano. Bajaron del coche y, apenas intercambiados los primeros saludos, tras una breve llamada de teléfono, dejaron en el suelo la lata de gasolina que uno de ellos traía, volvieron disparados hacia su vehículo y partieron a toda velocidad. ¿Qué habrá pasado?, nos preguntamos. Y yo pensé que quizá los alienígenas habían comenzado en algún remoto poblachón de Zamora su invasión del planeta. El caso es que aquella lata nos permitió llegar hasta una gasolinera próxima y continuar sin incidentes hasta Madrid. Por entonces ya Tamames, que debía tener menos años de los que yo tengo ahora, me parecía una figura de otro tiempo, de cuando Alberti cantaba aquello de “Amnistía, amnistía / y Tamames a la alcaldía”, o algo semejante. El secretario, siento no recordar su nombre, me dijo que sus libros sobre economía se seguían vendiendo bien y que tenían mucho éxito en China. También me habló de las fiestas que daba en su ático madrileño por las que pasaba todo el que era alguien en Madrid, incluida la infanta Elena.

Viernes, 24 de marzo
PARA SIEMPRE

Termino esta fatigosa semana —podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas, como creo que dijo Bécquer— leyendo unos poemas de Víctor Botas en el mismo lugar de Avilés, la cafetería La Serrana, en el que tomamos café tantas tardes y en el que me fue enseñando sus versos a medida que los escribía. Han pasado cuarenta años desde entonces —pronto hará treinta que murió— y ahí siguen los poemas sin una arruga. Supo convertir las triviales miserias de su vida, de cualquier vida, en “una música, un rumor y un símbolo”, como su maestro Borges; hizo de su tristeza “un lento, solemne buque solitario” y lo puso a navegar “por la noche imposible de los tiempos”.

            Se me acercan también otras sombras que frecuentaron este lugar: Ana de Valle, José Manuel Feito, Marian Suárez, Eugenio Bueno. Eran los días de Jueves Literarios. El tiempo pasa, pero no todo pasa. Quedan un puñado de poemas y los buenos amigos que lo siguen siendo para siempre.


4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Víctor, Víctor, José Manuel Feito tiene la edad de la eternidad. Pronto pondrán un busto ante su casa en Miranda de Avilés. Deberías leerme --si me lees-- con un poco más de atención.

    ResponderEliminar
  3. Mil disculpas. Me di cuenta después pero no sé borrar los comentarios. Cierto, a nadie importa la edad de Feito. Una indiscreción. Tampoco lo de Somiedo.
    Un perdón y un saludo, extensible a J. M. Fritos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Que no te enteras, Víctor. Que José Manuel Feito murió hace dos años, aunque siga vivo en la memoria de todos. No hay indiscreción, sino despiste y desatención.

      Eliminar