viernes, 10 de diciembre de 2021

Intermedio: "Soy antipático de vocación"

 

José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) no tiene pelos en la lengua ni en la pluma. Y así lo demuestra, domingo tras domingo, en su diario, publicado en las páginas de El Comercio. El escritor, crítico literario y profesor emérito de Literatura en la Universidad de Oviedo publica Sin propósito de enmienda (Renacimiento), un libro que relata la llegada del covid a nuestras vidas y lo que vino después desde su peculiar óptica.

–¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en su diario?

–Yo creo un personaje, pero sin inventar nada. Acentúo mis rasgos, mis manías... A mí lo que me gusta es callar las cosas buenas. No me parece elegante decir: «Qué bueno soy, qué generoso, qué solidario». Si soy bueno, que no se note. Me gusta ir de malo. Es mucho más divertido. Ser bueno en la vida privada y malo en público. Al contrario que tantos políticos, que van de buenos y luego son todos una especie de rey Juan Carlos en pequeño. 

–En sus páginas, ha sido muy crítico con el emérito y también con la gestión de la pandemia...

–Este libro abarca desde septiembre de 2019 hasta junio de 2020. Es decir: el tiempo anterior a todo esto y los meses más duros. Es una especie de Episodio nacional, como los de Galdós. Y, además, tiene una ventaja, que todo esto fue dicho en público en su momento, tal y como se veían las cosas terribles que ocurrieron. Sin censura. Yo vi la barbaridad como una barbaridad. Otros la ven ahora. Fernando Simón reconoció hace poco que se mataron moscas a cañonazos. Y a cañonazos no se matan las moscas: se destruyen edificios y personas, pero las moscas siguen por ahí. Los virus también siguen por ahí.

–¿A qué barbaridad se refiere?

–A la barbarie descerebrada de las autoridades político-sanitarias, que negaron lo que se sabe ahora y se sabía entonces: que lo más saludable es el aire libre, que lo peor es el encierro. Y encerraron a la gente, de tal manera que, si había un contagiado, contagiaba a toda la familia, porque tenían que estar conviviendo veinticuatro horas. Aquí pusieron al Ejército, por si no fuera bastante la policía, a perseguir a la gente que salía sola de casa, que andaba por un bosque o por un prado. Esa barbarie la denuncié entonces y la denuncio ahora.

–¿Qué hubiese hecho usted de estar al mando?

–Yo hubiese seguido un principio elemental: si no sé qué hacer, no hago nada. No doy palos de ciego, que fue lo que se hizo. Matar moscas a cañonazos y dar palos de ciego. Eso fue lo habitual.

–También queda claro que no le gustó la gestión de Barbón.

–Adrián Barbón ha tenido dos etapas. Y es curioso, porque el cambio de rumbo coincidió, exactamente, con la victoria de Díaz Ayuso. Antes, era el que lideraba las restricciones. El primero que obligó a utilizar mascarillas aunque no fuesen necesarias (y antes de que tuviese capacidad legal para hacerlo, pero esa es otra historia). El que prohibió a los de Avilés acercarse al mar porque estaba a dos pasos pero en otro municipio... A partir de la victoria de Díaz Ayuso, el halcón se volvió paloma. No nos pone el pasaporte covid, no aumenta las restricciones aunque llegue la Ómicron... Ha cambiado radicalmente. Yo creo que su asesor le ha dicho que ser duro antes daba muchos votos y ahora ya no da tantos. Que Díaz Ayuso arrasó sin ser dura y hay que seguir su ejemplo.

–¿Dónde pone los límites a la hora de sentarse frente a la hoja en blanco, si es que los hay?

–Un diario es una obra literaria: está hecho para permanecer. Lo escribo para los lectores, así que no publico nada que no crea que no les interese. De mi vida cuento solo lo que creo que puede interesar a los demás. Creo que se confunde la intimidad con la privacidad. Cuento cosas íntimas: que me enamoro, que me han desilusionado profundamente mis compatriotas, tan sumisos... Pero la privacidad es cuando uno entra en el baño o cuando unos amantes entran en una habitación y cierran la puerta. Ahí no hay nada que contar. Yo nunca oculto nada por miedo, sino por que no interesa.

–¿Sufre ante el folio?

–Escribo solo una hora al día ya sé lo que voy a decir. El problema del diario es decidir  de qué hablas. Yo, por ejemplo, siempre me hago el propósito de no hablar de las vacunas. Y siempre acabo hablando. Mis amigos están hartos.

–Pues hablemos de vacunas. ¿Se las ha puesto ya?

–No. Ni pienso. Pero a mí me parece muy bien que la gente se vacune, si eso les quita el miedo. Pero me parecen mal chantajes y amenazas. En ese asunto, como en cualquier otro, lo que hay que hacer es informar con claridad y dejar que la gente decida. Si alguien dice que no, pues es que no. Y punto. No tienes ni que insultar ni que calumniar. Allá él. Me aterra es esta afición a convertir al que, por las razones que sean, decide no vacunarse, en chivo expiatorio, como hicieron con los judíos. Me acusan de irresponsable cuando soy una persona que cuida mucho su salud, que no se deja traer y llevar por las autoridades político-sanitarias. Quien, con el pasaporte covid, se mete en una discoteca abarrotada y estás hasta las tantas bailando y bebiendo, sospecho que corre bastante más riesgo de contagiarse y contagiar que yo.

–Habrá quien le deteste por sostener esto...

–Bueno, yo soy antipático de vocación. Me gusta tocar las narices. No participo en el «me elogias, te elogio». Como crítico, lo mismo destrozo el libro de un amigo que pongo por las nubes el de alguien que no conozco de nada. Me gusta el papel de abogado del diablo. Y, luego, me he dado cuenta de que mucha gente es muy simplona. Solo sabe pensar en blanco y negro. Me acusan de estar en contra de las vacunas, porque estoy en contra del abuso de las vacunas, del ponérselas caso obligadamente a quienes no las necesitan, primando las razones económicas y políticas sobre las sanitarias. Estar en contra del abuso de los antibióticos no es estar en contra de los antibióticos. Una persona joven y sana, ¿para qué quiere una vacuna? Y de los niños, encerrados durante meses, y ahora a punto de vacunarse para que el negocio siga próspero, ya ni digo nada.

–En un mundo con tantos egos, ¿acumula muchos odios?

–Para odiar de verdad a una persona, hace falta haber estado casado antes con ella o haber tenido que repartir una herencia. Y de esos odios de exparejas, de reparto de fincas o de luchas por escalar en el escalafón, no tengo ninguno. La gente que me odia es por razones más superficiales. Porque a lo mejor dije que no era un gran poeta... 

–¿Sobre la oficialidad del asturiano se pronuncia?

–La mitad de mis amigos está a favor, la otra mitad en contra. Yo digo que no es algo que deba dividir. Debe haber una petición clara de la sociedad asturiana. Que no se convierta en media Asturias contra otra media.

–Y, para terminar, ¿qué espera de 2022?

–Qué espero, no, qué temo. Pues temo a otro perro de la misma raza. Que sigamos con las olas que van y vienen, que en cuanto la gente se relaje, vuelvan con otra variante y nos metan el miedo en el cuerpo antes de saber si es más dañina que las anteriores. La cuestión es que no nos olvidemos de que hay que vacunarse cada cierto tiempo. Yo creo que las medidas contra la pandemia han causado más daño en la salud de la gente que la propia pandemia y las empresas farmacéuticas han encontrado el negocio del siglo en los países ricos, porque no respetan ni a los niños, porque es necesaria una nueva dosis cada pocos meses... Y, pongan el precio que pongan, los políticos se lo van a pagar. El negocio es redondo. No interesa que acabe. Y no va a acabar en los próximos años, salvo que haya algún político serio, en algún país, que diga: «Se acabó. Esta es una enfermedad como cualquier otra y, a partir de ahora la trataremos como a cualquier enfermedad». Es una decisión política terminar con esta pesadilla, pero no parece que nadie la vaya a tomar. Al menos, a corto plazo. Hay muchos intereses en juego.

 

 

4 comentarios:

  1. Mira que presumir de antipático... Ese afán de dar la nota le lleva por el camino de la perdición (Covid mediante). El Señor no lo permita.

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  2. Lo de presumir no lo veo por ninguna parte.

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  3. Había una vez un lobito bueno,
    al que maltrataban todos los corderos.
    Y habia también un príncipe malo
    ...
    En este mundo al revés ya tenemos al lobito bueno y al príncipe malo.
    .Adrián Barbón, para gestionar lo ingestionable, no se le ha ocurrido otra cosa que poner medidores de CO2 en los bares. ¿Y qué? Otro chisme a pagar por los sufridos hosteleros.
    Que le cae media montaña encima a una conductora en Tineo, nada, la culpa es del cambio climático, claro.
    Sigo. Dice Berta Piñan, que la cooficialidad del bable no parece producir "alarma social". Otro eufemismo que funciona de comodín.
    Pues estaría bueno, y si pones el latín tampoco
    Lo del abandono del campo es digno de otro Jovellanos.
    Víctor Menéndez

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