domingo, 21 de abril de 2019

Revelación de secretos: Andar y ver



Sábado, 13 de abril
EN UN CUARTO DE HOTEL

Antes que El oficio de vivir, antes que “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, leí un poema de Juan Luis Panero: “A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno”. Está incluido en Los trucos de la muerte, un libro de 1975 (la fecha del colofón es de dos días después de la muerte de Franco).
            Nunca he olvidado ese poema: “Solo bajó del tren, / atravesó solo la ciudad desierta, / solo entró en el hotel vacío, / abrió su solitaria habitación / y escuchó con asombro el silencio”.
            Cesare Pavese no bajó del tren aquella tarde de agosto para dirigirse al Albergo Roma, en la plaza de Carlo Felice, bajo los pórticos, al lado mismo de la estación. Vivía en Turín, con la familia de su hermana, que se había ido de vacaciones. En su piso tenía toda la soledad que deseaba, pero no quería dejarlo marcado con tan malos recuerdos. Prefirió una impersonal habitación de hotel, que se limpiara al día siguiente y que siguiera recibiendo huéspedes anónimos que no tendrían constancia de lo que había ocurrido allí.
            El veterano Albergo Roma –se fundó en 1854– es hoy el Hotel Roma e Rocca Cavour. No pasa inadvertido. Un neón, muy años sesenta, anuncia su nombre a quienes discurren bajo los soportales y se detienen ante los puestos de libros.
            La habitación 346, en la que se suicidó Pavese, no parece haber cambiado mucho desde entonces. El teléfono es de otro modelo, pero la cama estrecha, con su cabecero de madera, parece la misma y el viajero solitario cuelga su ropa en el hueco de la pared que se cubre con una cortina.
            ¿Y no es esta la misma mesita de noche sobre la que depositó el ejemplar de Dialoghi con Leucó en cuya página de cortesía había escrito: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismorreéis demasiado”?
            El poema de Panero está dedicado a Calvert Casey, un escritor cubano que también se suicidó con una sobredosis de somníferos a una edad similar a la de Pavese. Seguramente pensaba en él, más que en el escritor italiano, al escribir su poema.
            Le había conocido; su madre, Felicidad Blanc, se había sentido un poco enamorada de él, como antes de Cernuda (era una mujer herida por la realidad y que se consolaba con amores soñados e imposibles).
            En 1969, poco antes de suicidarse, publicó Albert Casey Notas de un simulador, que incluye un relato que podría ser su nota de despedida: “Adiós, y gracias por todo”. Es probable que Panero escribiera su poema recordando el comienzo de ese relato: “Como estoy tan solo, a veces me duelen la cara y los hombros y me doy cuenta de que es la soledad que me tiene encogido de vergüenza”.
            Cierro los ojos, en esta habitación tan llena de fantasmas, y me repito lentamente un poema que me sé de memoria desde que lo leí por primera vez, hace más de cuarenta años, cuando preparaba el primer número de Jugar con fuego: “No había nadie a quien llamar, / nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo. / Bebió el vaso, las pequeñas pastillas, / y esperó la llegada del sueño. / Con cierto miedo a su valor /sintió el peso de sus párpados caer / y se anunció a sí mismo, tercamente, / la única certidumbre que al fín había adquirido: / jamás volvería a dormir solo / en un cuarto de hotel”.


Domingo, 14 de abril
FELICIDAD 

Nada me gusta más que la primera mañana en una nueva ciudad, desaparecidos con los primeros rayos del sol el cansancio del viaje y las telarañas de la noche.
            Una larga calle y cuatro plazas enlazan la estación de Porta Nova con el Palazzo Reale. La estación, majestuosa, se proyectó cuando Turín era la capital de Italia, pero, al inaugurarse, ya la capital se había ido a otra parte. No se pudieron llevar, sin embargo, su solemne prestancia. Bajo los soportales de la plaza Carlo Felice, frente a ella, se venden libros viejos y en su arbolado jardín central, en cuanto se hace de noche, hay oscuros trapicheos.
            Todavía no se ha despertado del todo la Via Roma, que tan bien conjunta dos estilos: la elegancia geométrica de los años treinta y el barroco saboyano. Émulo en esto de Napoleón (que le dio el último toque a Venecia), no le fue mal en el urbanismo a Mussolini. Aquí queda para siempre lo que pudo salvarse de su herencia.
            Desayuno en el Caffè Torino, entre ancianos que leen Il Corriere della Sera y sudorosos corredores domingueros.
            “El no hacer nada es para ti ocupación bastante”, escribió Cernuda y yo tengo la costumbre de repetirlo en ocasiones como esta, con todo un día por delante sin otra obligación que andar y ver.
            Dos ciudades hay en Torino, como en toda ciudad del mundo, una para los que viven en ella y otra para los que pasan por ella.
            Nietzsche vivió aquí sus últimos días de felicidad. Aquí encontró “una claridad maravillosa” y aquí fue donde entró para siempre en las tinieblas.
            En la Gallería Subalpina, que le gustaba frecuentar (une Piazza Castello con Piazza Carlos Alberto, donde él vivía), sigue abierto el Teatro Romano, ahora cine, en el que se entretenía escuchando operetas francesas; también el Caffè Baratti & Milano, donde escribió buena parte de su Ecce Homo.
            Hojeo ese libro en este domingo que parece fuera del tiempo mientras, frente a las vidrieras del café, se forma una pequeña cola para entrar al cine. Sonrío ante alguno de sus pasajes: “¿Por qué sé más que los otros? ¿Por qué soy tan inteligente? Porque nunca me he planteado nada que no fuera un auténtico problema, porque nunca he gastado mis energías en vano”.
            Umn día sin nada que hacer da para mucho. Lo termino paseando por el Parco Valentino y la orilla del Po. Cerca de la gran fuente con estatuas y del Borgo Medievale, me encuentro con el homenaje que sus amigos le han hecho al joven Andrea: una foto suya, coloreada y triste, rodeada de ramas y flores. ¿Otro suicida?
            Caminamos sobre el abismo, en cualquier momento podemos caer en él, y a pesar de eso somos capaces de cerrar los ojos y saborear los momentos de gratuita, imprevista, inmerecida felicidad.


Lunes, 15 de abril
EN AVIGLIANA

Asciendo por las estrechas calles del Borgo Vecchio de Avigliana y de pronto me sorprende un cartel con el orden del día del próximo consejo municipal; en él se invita a intervenir a todos los ciudadanos que lo deseen. Antes de subir al tren que me trajo hasta aquí vi cómo dos policías y otros tantos soldados acorralaban a un hombre de aspecto latino que sudoroso les mostraba arrugados papeles. La Italia que uno ama y la Italia de Salvini.
            Hace una hora ni siquiera sabía el nombre de esta localidad, pero me la encuentro camino de la Sacra de San Michele, la abadía donde transcurre El nombre de la rosa,  y que se encuentra en la mitad del itinerario medieval que llevaba, en línea recta, y siempre bajo la protección del arcángel, desde Irlanda hasta Jerusalén.
            Por Avigliana tenían que pasar quienes iban de Roma a Avignon. Los Alpes se atravesaba dificultosamente en lentas carretas, a caballo o a pie hasta que en 1871 se inauguró en Traforo de Frejus, el túnel más largo del mundo, con más de trece kilómetros de extensión. Fue posible la hazaña gracias a la invención de la dinamita (en Aviglana está la fábrica Nobel) y a la ayuda, según cuenta la leyenda, del diablo. Por eso, como agradecimiento, su imagen corona el monumento dedicado a esta hazaña en la Piaza Statuto, en Turín. No es el diablo medieval con cuernos y rabo, sino el hermoso Luzbel, el eterno tentador, con una estrella en la frente y que parece sostenerse ingrávido en el aire.
            La plaza del Conte Rosso, centro de la antigua Avigliana, es solo un decorado de las viejas mansiones con borrosos frescos en las fachadas, sin el bullicio de otro tiempo. Camino por la calle principal hasta la puerta de Santa María y contemplo la nevada cumbre de los Alpes resplandecientes al sol. Cierro los ojos y me parece escuchar el rumor de la historia: pasos de peregrinos, fragor de ejércitos, explosiones que horadan la montaña.
            Con su Lago Grande y su Lago Piccolo, con las caries de su castillo y el campanario de Santa María dominando el caserío, con la Sacra de San Michele allá lejos, diminuta y vigilante en lo alto, con su consejo municipal abierto a todos, Avigliana me parece un lugar donde la vida transcurre apacible y calma. Una ilusión, sin duda. En todas partes se está a la misma distancia del cielo. Y del infierno.
            Pero leo la Repubblica en el Caffê della Stazione y por un instante me olvido de que estoy solo de paso, en Avigliana y en la vida, a la espera de que lleguen el tren y la barca de Caronte.


Martes, 16 de abril
LA REINA Y LAS LAVANDERAS

En la basílica de Superga, que domina la ciudad, están enterrados los Saboya, en un helado y dorado laberinto vigilado por un sensual Arcángel dieciochesco; detrás, al aire libre, un monumento recuerda a los jugadores del Torino que aquí perdieron la vida en un accidente de aviación hace setenta años.
            En el panteón real, me sorprende una lápida, escrita en español: “En prueba de respetuoso cariño / a la memoria / de doña María Victoria / las lavanderas de Madrid / Barcelona, Valencia, Alicante, Tarragona / a tan virtuosa señora”.
            Enterrada aquí, me imagino que sería la esposa de Amadeo de Saboya, el rey de España elegido por el parlamento. Nada más sé de ella, pero en cuanto salgo del opresivo sótano y tengo cobertura me entero de todo lo que me interesa saber. Tenía poco más de veinte años cuando llegó como reina de España, hablaba perfectamente el español (al contrario que su marido), creó la primera guardería para que las lavanderas pudieran dejar a sus hijos mientras realizaban su trabajo. Murió muy joven, antes de cumplir los treinta años. Tras la abdicación de 1873, siguió ayudando a los que habían sido sus súbditos, discretamente, por intermedio de Concepción Arenal. Mientras ella se dedicaba a sus hijos y a sus obras de caridad, Amadeo de Saboya, un gentiluomo, se distraía de los sinsabores de su reinado con diversas amantes, una de ellas, Adela, hija de Mariano José de Larra, la niña que con solo seis años descubrió su cadáver.


Miércoles, 17 de abril
NADIE A QUIEN LLAMAR

Me sigo repitiendo el poema de Juan Luis Panero: “No había nadie a quien llamar, / nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo”.
            ¿Quién no ha sentido eso alguna vez? Yo también lo siento esta noche, al encender la luz de la solitaria habitación en que Pavese, con un gesto sin vuelta atrás, se despidió para siempre de la escritura, aunque esté acostumbrado a dormir solo. Quizá necesito poco a los demás, pero ese poco lo necesito mucho.



4 comentarios:

  1. Es usted, sin la menor duda, el mejor escritor español, vivo. ¡Y que sea por muchísimos años! ;-)

    (P.D "Muchísimos años" en cuanto a su quehacer. Si apareciera, entre tanto, otro mejor, pues... bienvenido sea)

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  2. ¿Qué pasa aquí? Exhibo, en público, mi reconocimiento al autor del blog y a todos los habituales contertulios que tanto se complacen en "galguear" y "podenquear" con cualquier chorrada(la mayoría de las veces para "tirarse el moco") esta vez no se los ocurre decir ni mú. ¿Qué pasa aquí? ;-)

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  3. Miguel el Entrerriano25 de abril de 2019, 8:12

    Muy pocos tienen el privilegio de ser arquitectos libres y concienzudos de sus propias vidas. Demasiados imprevistos, demasiados imponderables, condicionamientos, influencias oscuras. Pero hay, sí, una minoría que eligió y decidió al menos el momento de echar el cierre y poner el punto final, en una actitud que, si es biológicamente destructiva, es creativa en cuanto a conformar la biografía propia como obra. Larra, Cesare Pavese, Virginia Woolf, Malcolm Lowry, Florbela Espanca, Lugones, Sá-Carneiro,.. Desesperados (Larra), desolados (Pavese, Woolf), serenos (Lorry, Maiakovski), apresurados o reiterativos (Florbela, Dora Carrington), todos eligieron fecha para su último día, sin esperar, como las reses, a que simplemente sobreviniera. A esta culminación de la vida/obra se ha dado en llamar suicidio.

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    1. Caro Miguel, acabo de leer en El País que la situación albiseleste se complica gravemente. Parece mentira, con lo listos que son ustedes, que lleven treinta años disfrutando del fondo del pozo. Pero tenemos a Mercadona.

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