viernes, 24 de junio de 2016

El arte de quedarse solo: Cumpleaños lejos de casa


Viernes, 17 de junio
MADRUGAR Y CUMPLIR AÑOS

Al contrario que a la mayoría de la gente, a mí madrugar y cumplir años son cosas que me ponen de buen humor. Y los viajes cortos en avión que me dejan en otro país, también. Aprovecho las dos horas de vuelo para hacer listas, una de mis ocupaciones favoritas. La primera, gente a la que quiero, con nombre y apellidos. Y no vale salirse por la tangente –que es lo que haría si esta lista fuera a hacerse pública– y citar a Cervantes y a Horacio entre mis mejores amigos. Dejo de lado a los muertos, que no es día de tristezas.
            A la media docena llego de un tirón, pero luego me cuesta más y más encontrar algún nombre. Qué vergüenza, me digo. Para no deprimirme, cambio “gente a la que quiero” por “gente que me cae bien”, que viene a ser lo mismo, aunque no sea lo mismo, y llego hasta cuarenta y tres, lo que no está del todo mal, pero que no me deja como una persona demasiado sociable.
            La otra lista es la de gente que me quiere: seguros, encuentro dieciocho; dudosos, siete. Si no he sido demasiado optimista, no puedo quejarme.
            Paso luego a la lista de amigos que he perdido durante el último año y resulta que solo son dos y medio. Uno se enfadó mucho porque le llamé en broma “facha”; el otro, porque consideré una buena idea, pero mal realizada, su versión moderna del Quijote; de la otra, prefiero no hablar… En cambio, recuperé alguna vieja amistad, como la de Juan Manuel de Prada, a quien conocí como niño prodigio y por quien siempre he tenido una cierta debilidad, a pesar de que en todos los asuntos importantes pienso exactamente lo contrario que él.
            Me gusta llegar al hotel de siempre como si llegara a casa, dejar las maletas y comenzar el paseo de costumbre. El hotel es un antiguo convento, una isla de silencio en medio del continúo ajetreo que hay en torno a la estación. Se encuentra en una calle estrecha, que casi pasa inadvertida, frente al puente, al comienzo mismo de Lista de Spagna. Las habitaciones dan a una especie de claustro ajardinado al que se asoma el campanile de Santa Maria dei Scalzi. Me gusta que me despierten sus campanadas y el canto de las aves, como en la oda de Fray Luis.
            Comienzo el pasero, pero en lugar de tirar hacia la derecha, hacia el campo de San Geremia y el Ponte delle Guglie, como hago siempre, voy hacia la izquierda, hoy me siento aventurero. Me encuentro con otra ciudad, nada espectacular: casas de barriada, canales sin glamour, nada de góndolas ni de pintoresquismos, lo que no suele verse. Salgo al canal del Canaregio, cerca del Ponte dei Trei Archi, y ya me encuentro en la querida postal de siempre.
            Siempre he dicho que mi ocupación favorita es ser peatón en Venecia, caminar sin prisa y sin rumbo, dejarse sorprender por un reflejo, un sottoportego, el brocal historiado de un pozo en medio de un campo minúsculo, la ventana gótica de un caserón en ruinas tras las que se vislumbra un techo con frescos mitológicos… Hay sitios a los que vuelvo siempre, como Madonna del Orto, donde me esperan mis Tintorettos preferidos, y la iglesia dei Frari, con su rojo manchón de Tiziano en el centro, iluminándolo todo, y otros a los que llego por primera vez. Hoy descubro el Palazzo Fontana, que siempre he admirado desde el vaporetto, y en el que entro por azar. Caminando por la Strada Nova, veo que anuncian uno de esos eventos paralelos, Divided Waters, que nos sorprenden en cualquier esquina. Entro en un callejón, tuerzo a un lado y de pronto el deslumbramiento, entro en el palacio por la entrada de tierra, la entrada del servicio; al fondo, la puerta del agua, sobre el canal. Subo hasta el piano nobile. La exposición, obras de arte hechas con palabras árabes, judías y latinas, conmemora los quinientos años del gueto, el primero del mundo. Un libro de artista que ilustra los textos cabalísticos de Borges, algunos ingeniosos artilugios… Pero a mí, como en tantas exposiciones venecianas, me interesa más el continente que el contenido. Me asomo a la gran balconada, frente al Mercado de Rialto, y voy poco a poco reconociendo palacios y campaniles. Me asomo luego a una de las ventanas laterales, que da sobre un jardín, uno de esos mágicos y secretos jardines venecianos. Está muy cuidado, pero solo pasean por él –me dice la encargada de la exposición– un anciano y un perro, todos los días a la misma hora. Y yo en seguida me imagino, a la manera de Henry James, la historia de ese anciano, un viejo escritor olvidado, y del joven poeta ambicioso que un día le visita con la aparente intención de escribir una tesis sobre él y de la relación complicada, vencido el inicial rechazo, que se va estableciendo entre ellos.


Sábado, 18 de junio
ART  NIGHT

Mi cumpleaños fue ayer, pero es esta noche cuando Venecia me ha preparado su regalo más especial.  Abre para mí todos sus tesoros, los más famosos y los más recónditos.
            Para mí, claro, y para todo el mundo, pero a mí no me importa nada no ser el único destinatario. Dejo que el azar me guíe en esta Art Night que organiza un año más la Universitá Ca’Foscari y al volver al hotel, bastante más tarde que de costumbre, hago recuento de mis regalos favoritos.
            De la exposición sobre Aldo Manuzio, que hizo del libro la más útil de las joyas, me quedo con el “Ritratto de donna”, de Bartolomeo Veneto, que le sirve de emblema y nos mira insinuante desde todos los rincones de la ciudad; me traído también, para mi colección particular, la “Rosa Bruciata”, de Michelangelo Pistoletto, que encontré en el museo de Peggy Guggenhein; añado la vista nocturna de la ciudad desde el campanile de San Giorgio y los cipreses de la isla recortados frente a las estrellas, protagonistas luego de la muestra del Maggazino del Sale, astronomía y magia, que es una inagotable enciclopedia y que yo apenas si tengo tiempo de saborear.
            En la Ponta della Dogana, admiro la sucesión de ventanas –a un lado el canal de la Giudecca, al otro el de San Marcos– y escucho a varios grupos de rock adolescente –Hund, Impero Arrugginito, Tequila for Kids– entre los inmensos grafismos negros de Sol Lewitt que llenan las paredes.
            ¿Demasiado para un sola noche? En realidad, me bastaría como regalo la gran luna que acompaña durante todo el zigzagueante viaje nocturno por el Gran Canal: Salute, S. M. del Giglio, Accademia, Ca’Rezzonico, S. Tomá, S. Angelo, S. Silvestro, Rialto, Ca’ d’Oro, S. Stae, S. Marcuola, Riva de Biasio, Ferrovia.


Domingo, 19 de junio
BIENNALE

Tomo un café en el Campo de santa Margherita con mi amigo el poeta Ángel Pernía, que trabaja en la Biennale. Me pregunta si ya la he visitado y qué me ha parecido. Estuve el viernes en Giardini y el sábado en Arsenale. Yo dividiría a los pabellones en tres grupos –le digo–, en primer lugar están los serios y aburridos, los que son para profesionales, los que nos ofrecen maquetas, planos, todo lo necesario para entender determinados proyectos, de construcción de viviendas sociales, de reconversión de viejos edificios en ruinas en centros culturales; en este sentido el pabellón de España es ejemplar y el de Venezuela, el más sobrio de todos, un reflejo país (me recordó unos versos de Machado: “con esa humildad que cede / solo a la ley de la vida / que es vivir como se puede”). Luego están los que confunden la Bienal con un parque de atracciones (abundan más cuando es de arte). Un ejemplo, el de Suiza con una especie de montículo hueco en el que se puede entrar para encaramarse por las paredes. O el de Australia, con una piscina. De los que son una simple tontería, se lleva la palma el de Uruguay, aunque el de Serbia le hacía competencia: fingía ser la quilla de una barca (“El diluvio está en marcha. / De la barca, cueva de rebelión, rescata la esperanza”); dentro había cargadores para el teléfono, y eso era lo que detenía más de un minuto a algunos visitantes. Al pabellón de Uruguay, “Dos lecciones de arquitectura”, lo dividía una cortina: a un lado, un hueco en el suelo y un montón de escombros; al otro, pintados en la pared, unos guerrilleros en un zulo y un texto: “Nadie sabe lo que es la arquitectura hasta que no le va la vida en ello”.
            Mi pabellón favorito es el de Rusia, una reivindicación sin complejos de la Unión Soviética con el pretexto de la reconstrucción del recinto de una especie de feria de muestras (“Exposición de los logros de la economía nacional”) creada en 1938. Sorprendente el bajorrelieve inicial, con la marcha de los parias de la tierra capitaneados por Lenin, espectaculares las imágenes panorámicas en torno a la gran escalera, el cambiante calidoscopio sobre el ópalo del techo y esas estatuas en que una juvenil pareja alza sus brazos con la hoz y el martillo mientras avanzan jubilosos hacia el porvenir. Arte kitsch, de luego, pero que a mí siempre me ha fascinado (no la ideología que hay detrás).


Lunes, 20 de junio
SABOREAR EL DÍA

Salgo a la laguna por el canal del Canaregio y veo la otra Venecia, su cara oculta, la que no suele aparecer en las postales y sin embargo está siempre a un paso, de la otra. Pensaba ir hasta San Michele, la isla de los muertos, pero me detengo en Fondamente Nove. Hoy el día está gris, llovizneante, y predispone a dejarse atropellar por la melancolía.        
            “¿Qué cambiarías de tu vida si tuvieras la oportunidad de hacerlo?”, me pregunto como en uno de esos malos libros de autoayuda que tanto me gustan.
            “No sé, la verdad es que hubo muchos errores, pero al parecer ninguno demasiado grave porque al final lo que soy se parece bastante a lo que quise ser. ¿Me gustaría haber tenido más éxito? ¿Haber ganado más dinero? Sí y no. Ando siempre presumiendo de vanidoso, uno siempre presume de lo que carece. La verdad es que nunca he necesitado demasiado los elogios (aunque no me molesten) ni tampoco el dinero, más allá de lo imprescindible. Pero me gusta el poder, me gusta mandar y nunca he mandado sobre nada ni sobre nadie. Esa es una de mis frustraciones. ¡Tanto como me gusta mandar y solo he conseguido mandar sobre mí mismo! Claro que esa no es una pequeña hazaña, ya que soy la persona a la que menos le gusta obedecer del mundo.
            Entro en el batiburrillo de la librería Alta Acqua, salen a recibirme sus dos gatos y de inmediato me cambia el humor.
            Cumpleaños lejos de casa, pero en casa. Soy de los que se conforman con poco y de los que han tenido la suerte de tener ese poco –un libro nuevo cada día, un café en el que charlar con los amigos, un periódico en el que escribir cotidianamente– y además, como propina, Venecia y Nueva York. No me puedo quejar.
            Y para que no me aburra y caiga en la tentación de minusvalorar lo que tengo, la constante conciencia de que cada día puede ser el último. Por eso procuro saborearlos como al mejor helado, como el que compro en Grom, Campo de San Barnaba.


4 comentarios:

  1. Eso de hacer listas, siempre me ha parecido de lo más peligroso y no sé si es por culpa de ese afán clasificatorio de donde nace la leyenda negra española. Y espero que no la del que se recrea en sus madrugones y cumpleaños. Siempre me hizo gracia saber quiénes encabezaban las listas que encontraron entre los papeles de don Carlos, el primogénito de Felipe II; la de enemigos, su padre, y la de amigos, su madrastra, Isabel de Valois. Espero que pueda seguir haciendo listas y comiendo helados como si se tratara del último. Al fin y al cabo, tiene razón. Se conforma con bien poco. Un placer leerle, como siempre. Un abrazo.

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  2. No es este el lugar para que cada uno vuelque sus obsesiones políticas, que suelen ser inmunes al razonamiento. Que me disculpen J.K., F. y otros habituales. Hay otros foros para eso. Solo si matizan o discrepan del texto principal tendrían aquí su sitio.

    JLGM

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    1. De acuerdo, Jose Luis, aunque J.K. no es tan "buen" como dice F., tampoco padece complejo de inferioridad, y sigue pensando que tender la mano es una actitud civilizada. Rara avis es en estos tiempos de plomo. Un saludo sincero.

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  3. F..("Entre canales" o "Hay que acomodarse al nuevo reglamento".1 de julio de 2016, 19:19

    Me apeé del bus en el Piazzale Roma, al tiempo que soltaba amarras un paquebote gigantesco en el Canale della Giucecca. Ambrosio Hortelano no tardó en arrimar la motora al pantalán y, navegando por los canalettos poco frecuentados, saltamos a tierra frente al café Da Marco, en el espolón del Arsenal.
    En Il Messaggero Veneto (Il Corriere della Sera lo tenía atrapado un barbudo adormilado), leí los resultados en los comicios de España. Con un regusto amargo y para aventar los malos sentires, pedí al camarero (un nubio de uno noventa con aire estupefacto), que me acercara recado de escribir. Y resultó que le envié esta misiva a JLGM (él la guardará en un cajón de su despacho, pero quiero que el mundo la conozca):

    "Estamos en crisis..., tú lo has dicho, hermano. Y te aseguro que de esa crisis espigará una joven patria, mejor y más fraterna. Y que las desunidas huestes de la hispana progresía (Díos, que buenos caballos si aurigas mejor hobiesen...) habrán de fruncir el ceño porque la luz de la razón les hiera la pupila. Será tan áspera la coyuntura, tan prieto el dogal, de tal brutalidad las cuitas y sevicias que van a soportar..., que hasta los más sectarios, los mas tibios, los mas renuentes a la confluencia de los justos, habrán de tentarse los gregüescos heredados, hurgar en la faltriquera, por si hallaran unas migas, unos polvos, de buen sentido de sus ancestros mejor acomodados de la mente. Porque no son sino víctimas de destilados alucinógenos que le brotan al siniestro becerro que se yergue sobre un plinto, amasado de sangre y de cadenas (esta figura salió buena, ¿verdad don Martín de Aldeanueva?).
    Hombre de poca fe, buen vate de lápiz afilado, pues supones que está escrito en las esferas que estamos condenados a tamayazos, siendo patente -al menos a los que podemos anticiparlo- que las gabelas de hoy mañana han de ser retribuciones, y que si uno no quiere no riñen dos. Y que la mano tendida del Coletas era franca y no fingida, y que los polvos mal echados de ayer parieron estos lodos. Quiero decir que don Pedro tiene una cara de cemento de Portland cuando dice ante las cámaras que no hubo gobierno de progreso porque Iglesias se lo hizo imposible..., cuando el fundador (de esta Iglesia) se extenuó tendiéndole la mano. Pero eso sí: dejando en la vereda al avieso Naranjito, bajo cuya influencia garicana nada bueno era esperable. Así de claro, buen Martín: no hubo gobierno de don Pedro porque sus mentores (o extorsionadores, que no sé) se lo impidieron: el Coletas, un santo."

    PS.- Sè non e vero, è ben trovato.

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