domingo, 15 de mayo de 2016

El arte de quedarse solo: De este mundo y del otro


Sábado, 7 de mayo
CRISTALES ROTOS

“Hace tiempo que no cuentas historias de fantasmas”, me dice un amigo. “¿Has dejado de creer en ellos? ¿Han dejado de visitarte?”. Sonrío porque quien me lo dice lleva muerto ya más de veinte años.
            “¿También en el otro mundo hay quioscos? ¿También allí se leen periódicos?”, le pregunto. “Los leemos por Internet, hay wifi gratis. A mí me gustaba más tu diario cuando hablabas menos de política y más de casas abandonadas con jardines llenos de maleza y mujeres que se asomaban un momento a una ventana con los cristales rotos”.


Domingo, 8 de mayo
A VECES

Una habitación puede ser tan espaciosa como el universo y el mundo entero tan estrecho como una cárcel.
            Una pasión correspondida nunca es verdadera.
            No me quieras si quieres que te siga queriendo.
            A veces me duermo en un mundo y me despierto en otro.


Lunes, 9 de mayo
LA VISITA QUE NO TOCÓ EL TIMBRE

Cuando volví a casa, el televisor estaba encendido y en el Canal Historia emitían uno de esos disparatados documentales sobre alienígenas antiguos que a mí, no sé bien por qué, me fascinan tanto.
            Me extrañó un poco, porque no suelo olvidarme de apagarlo, y también me preocupó como señal de que comienzan los despistes propios de la vejez. La preocupación cambió de signo cuando vi esparcidas por el suelo varias de las cartas que estaba revisando para donar a la biblioteca y un desorden en los libros que estaban sobre el sofá y la mesa que no era el habitual.
            Alguien extraño había estado allí, quizá estaba todavía. Miré bien en todas las habitaciones, incluso debajo de la cama, y cuando ya estaba más tranquilo sonó el teléfono fijo. Casi nunca le hago caso; ya todos mis amigos me llaman al móvil y siempre es para alguna oferta o una encuesta o, pero aún, se trata de mi paciente acosadora, una poeta que lleva más de veinte años enviándome cartas manuscritas y por correo postal, a la antigua usanza, que siempre rompo sin siquiera abrir.
            Esta vez, tras dudar un rato, cogí el teléfono. Una voz que me sonaba familiar, aunque no acerté a reconocer, me dijo que me estuvo esperando más de una hora, que qué me había ocurrido, que por qué no había llamado para avisar o disculparme. "Perdone, pero creo que se equivoca usted, yo no recuerdo ninguna cita". Hubo un silencio y una especie de sollozo, o eso me pareció a mí, antes de colgar.
            Preparé una cena ligera, como es habitual --una rebanada de pan integral, queso y miel, algo de fruta-- y me senté ante el televisor donde varios expertos explicaban que los ángeles de los que hablaba la Biblia eran en realidad alienigenas que había venido a la tierra para mezclar su ADN con el nuestro, o eso creí entender. Y de pronto recordé aquella a la que no me había presentado, aquella cita con la persona a la que más he querido en la vida (si es que yo alguna vez he querido de verdad a alguien, que tento mis dudas).
            Decidí no acudir deliberadamente, no sé si por miedo o por estupidez o por ambas cosas. Vi dos caminos ante mí, escogí el que me ha llevado hasta quien soy ahora. ¿El camino equivocado? Quizá. Pero ya es tarde para arrepentirse, demasiado tarde para presentarse de pronto, sin llamar a la puerta, a pedir explicaciones. Dentro de unos días hará exactamente cuarenta años.


Martes, 10 de mayo
EL SOBORNO

––Tu obsesión por ser justo te lleva a cometer las mayores injusticias –me dice mi amigo y editor Abelardo Linares–. En los escritores que no te caen bien, incluso en los que arremeten contra ti, como Eduardo Moga (deberías leer su blog), te esfuerzas por encontrar algo bueno; en cambio, de los escritores que admiras, si son amigos tuyos, te fijas solo en los errores. Eres capaz de ponerle más reparos a un libro de poemas de Juan Bonilla o a una novela de Felipe Benítez Reyes que a cualquier indigesto bodrio más o menos metafísico o a un ladrillo pintado de purpurina.
            ––Yo creo que simplemente exijo más a quien valoro más. Pero puede ser como tú dices. Recuerda aquella historia que cuenta Borges, creo que en El libro de arena. El aspirante a un puesto de profesor no elogia el último libro publicado por quien ha de juzgarle, sino que arremete contra él. Sabía que así, para que no pensaran que actuaba por venganza, no tendría más remedio que votar a su favor. Era un puritano obsesionado con la injusticia y la imparcialidad.
            ––Ese relato creo que se titula “El soborno”. El puesto de profesor depende de la opinión de un viejo catedrático. Uno de los aspirantes es amigo suyo; el otro, es el que redacta una recensión negativa contra su última publicación.
            ––Y finalmente “cede a la vanidad de no ser vengativo”, como dice Borges. Yo también cedo a esa vanidad.
            ––No es tu única vanidad, me temo. Aunque ya sé que a ti nada te gusta más que presumir de defectos que no tienes para ocultar mejor los que sí tienes.


Miércoles, 11 de mayo
ATEOLOGÍA Y ESCATOLOGÍA

Dios es incoloro, inodoro e insípido, como la nada y la felicidad.
            Lo que más le gusta a Dios es no hacer nada.
            Los dioses lloran cuando alguien se ríe de ellos.
            El infierno, visto desde fuera, es más entretenido que el paraíso.
            Si los muertos no resucitan, es porque no quieren.
            A pocos les gusta morir, pero nadie se lamenta de estar muerto.
            A los fantasmas también les asustan los fantasmas por eso prefieren estar entre los vivos.
            Hay quien nos sigue odiando hasta después de muerto.
            Hay muertos de poca conversación y otros que no se callan nunca.
            Creo en el otro mundo, pero no en este.


Jueves, 12 de mayo
ALGO SABEMOS

“Sabemos muy poco sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos, casi tan poco como sobre el valor de nuestra propia obra”.
            No estoy yo muy de acuerdo con esa afirmación de Eliot, salvo que tenga un valor general: sabemos muy poco sobre cualquier cosa. El valor de una obra lo deciden, en lo fundamental, los contemporáneos. Los que vienen después se limitan a matizar. Y también intuimos el valor de nuestra propia obra, aunque si esté es escaso –que suele ser lo habitual– tratemos de engañarnos.
            A nadie le gusta reconocer que es un autor de segunda o de tercera fila, lo que tampoco es tan fácil como parece. Autores de primera final hay media docena en cada siglo, aunque si se trata del siglo XX nos parezca, por la cercanía, que hay algunos más.
            Los escritores de segunda final no suelen tener capítulo propio en las historias de la literatura, pero sí algunos párrafos; de los de tercera se recuerdan los nombres, aunque sea a pie de página. Y luego están los otros, cientos y cientos, de los que ni huella queda, aunque alguno de sus libros pueda aparecer en los saldos de las librerías de viejo.
            Yo creo saber en qué división juego, pero ese es un secreto que me guardo para mí. A fin de cuentas, por poco que valga uno, siempre queda el consuelo de que son legión los que valen menos. Y algunos de mucho renombre.  Esos son los que más me divierten. Porque yo no envidio el éxito, no lo necesito (aunque tampoco lo rechazaría, para qué nos vamos a engañar), sino el talento.
            Entre los nombres que promocionan semana tras semana los suplementos, junto a muchos cantamañanas, no escasean los que tienen más talento que yo. Y eso es lo que me fastidia un poco, para qué nos vamos a engañar, aunque lo disimule todo lo que puedo porque la envidia es siempre una pasión vergonzante.
            Diga lo que diga Eliot, algo sí sabemos sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos y sobre la de uno mismo, aunque a veces lo disimulemos. Resulta poco elegante, salvo que se trate de un ejercicio de falsa modestia, reconocer la propia mediocridad.


Viernes, 13 de mayo
SI BIEN SE MIRA

Estaba enamorado de sí mismo, pero de vez en cuando se era infiel con alguna mujer bonita.
            La tierra no es más que un circo ambulante que anda dando tumbos por el universo.
            Cada dos años habría que cambiar de pareja, cada cinco de trabajo y cada diez de nombre.
            En el vacío no hay agujeros.
            Un dolor de muelas pesa más que un piano.
            Las mujeres nunca defraudan a quienes no gustan de las mujeres.
            Se encerró con siete llaves y luego se las fue tragando una a una.
            La luna no se acaba de creer que las estrellas sean más grandes que ella.
            Los papeles en blanco odian al escritor.
            El ser humano en cuanto tiene uso de razón se dedica a abusar de ella.
            A los espejos les gusta Narciso.
            Apareció el ser humano y el mundo se convirtió en inhumano.
            Los animales no tienen vergüenza.
            El alcohol es la anestesia de los juerguistas.
            Las cosas serias solo son de verdad serias si se toman un poco a broma.
            Era tan exquisito que lo que le molestaba de un vulgar asesino era la vulgaridad.
            Narciso y yo no somos dos.
           


20 comentarios:

  1. Muy buenos los afotismos, ¡felicidades!

    ResponderEliminar
  2. Se me acaba de ocurrir uno a mí: El arte es cruel, te jubila cuando quiere.

    ResponderEliminar
  3. Casi todas de gatos, muy pocas fotos merecen llamarse “afotismos”.

    ResponderEliminar
  4. "A los espejos les gusta Narciso" Touché.

    ¿Le importaría decir aquí los nombres de cinco escritores españoles vivos a los que juzgue con más talento que usted?

    Pura curiosidad. Me encantaría descubrir a un escritor español contemporáneo, preferentemente un novelista, que sea realmente bueno. Y... ¡qué le voy a hacer! me fío de su juicio. Tal vez... porque de alguien hay que fiarse en esta vida si no quiere acabar uno como un García Martín. ;-)

    (P.D Los consagrados (MM, JM, EM, JM) también valen, que no termino de verles yo del todo los atributos sacros).

    ResponderEliminar
  5. Para la novela, todos tienen más talento que yo, que nunca he incurrido ni incurriré en el género.

    JLGM

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Jozú, mi arma! Menuda manera de salirse por la tangente. Inténtemoslo de esta otra forma, ya que, lejos de querer tocar las narices, lo único que pretendo es descubrir unos libros que sean buenos. Nada de autores, entonces, basta con cinco novelas escritas en nuestro país, a partir de los 80's que le parecería bien recomendar. Si'l vous plait... ;-)

      Eliminar
  6. Muy flojos esos aforismos. Te los he visto bastante mejores.

    ResponderEliminar
  7. ¡Qué teorías más extrarñas te sacas a veces de las mangas, JL!

    Dices que "el valor de una obra lo deciden, en lo fundamental, los contemporáneos. Los que vienen después se limitan a matizar", cuando es evidente que el valor de una obra casii nunca lo deciden los contemporáneos, los cuales se confunden casi siempre sobre el valor de las grandes obras y el talento de los grandes autores. Hay cientos, si no miles, de casos de grandes autores y grandes obras despreciados en su época y reconocidos mucho más tarde.

    Eliot tiene razón: "Sabemos muy poco sobre el valor de la obra de nuestros contemporáneos". Basta leer los Diarios íntimos o las Correspondencias dr una época para ver la cantidad de "genios" que había en ella hoy desaparecidos completamente del mapa. O leer los libros de artículos de "grandes" críticos o las Historias de la literatura de hace 100 o 150 años.

    Hasta muchas veces los escritores más lúcidos de una época se confunden elogiando sinceramente a colegas muy mediocres o incluso nulos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lope fue siempre Lope, Galdós fue siempre Galdós, Lorca fue siempre Lorca. Hasta Pessoa era Pessoa para los pocos que le había leído. Solo si uno muere demasiado joven y sin publicar su obra (caso de Bécquer) su gloria es póstuma, aunque también se debe a sus contemporáneos. Siempre hay excepciones, pero la regla es exactamente lo contrario de lo que piensa el vulgo. si a los 60 años, después de llevar toda la vida publicando, no eres nadie, nunca serás nadie. Que se le va a hacer. Yo creo que podré soportarlo (a fin de cuentas los muertos lo soportan todo).

      JLGM

      Eliminar
    2. Esa regla no funciona en absoluto: muy pocos de los autores que una época considera como grandes autores, siguen siéndolo 50 o 100 años después. Y la mayoría de los autores que hoy admiramos y que más han influenciado la literatura fueron casi desconocidos en su época. Los ejemplos abundan. Por no citar más que de memoria: Montaigne, Pascal, Gracián, Diderot, Holderlin, Lichtenberg, Stendhal, Leopardi, Kierkegaard, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Lautréamont, Flaubert, Schopenhauer, Emily Dickinson, Nietzsche, Kafka, Marina Tsvetaieva, César Vallejo, Wittgenstein, Joyce, Proust, Musil...

      Eliminar
    3. La posteridad rebaja mucho, pero ensalza poco. claro que los contemporáneos no son adivinos y si un autor pública póstumamente lo fundamental de su obra se le aprecia entonces. Rimbaud ya era célebre y mítico en París cuando andaba traficando por Etiopía. Y Proust tuvo tiempo de saborear su éxito y su mito, lo mismo que Joyce. Y no digamos Shopenhauer, una celebridad europea. No sigo: pocos habría dejado de ser célebres y admirados (la mayoría lo fueron, aunque no por el público mayoritario, eso en el caso de los poetas viene después) si hubieran llegado a mi edad. Queda Emily Dickinson: lo fue en cuanto comenzaron a publicar sus poemas.

      JLGM

      Eliminar
    4. La posteridad elimina al 90 % de los escritores célebres en su época. Y a los que no elimina los pone en su lugar. Si le hubieran dicho a Victor Hugo que un tal Baudelaire iba a ser considerado en el siglo XX como un poeta mucho más importante que él y que iba a ser mucho más leído y traducido, no se lo hubiera creído.

      En cuanto a la celebrida de Rimbaud, Proust, Joyce y Schopenhauer, creo que confundes reputación y celebridad. La celebridad se mide por el número de ediciones publicadas y de libros vendidos. Rimbaud fue considerado un gran poeta rápidamente (gracias a Verlaine) en un círculo de poetas franceses muy pequeño, y luego gracias a Claudel y los surrealistas, pero célebre lo fue mucho más tarde, después de la Segunda guerr
      mundial (la primera edición seria de su obra, la de la Pleiade, data de 1946). Igual que Proust, que se murió sin saber que un día sería considerado, internacionalmente, como el novelista más importante del siglo XX (el mito de Proust data también de la postguerra - hasta entonces había críticos que osaban considerarlo ilegible). Proust, como Rimbaud, comenzó a ser realmente leído por mucha gente gracias al libro de bolsillo, creado en los años 50.

      Joyce fue un mito rápidamente entre un grupo de gente muy pequeño. Pero célebre, leído e incontestable lo fue mucho más tarde (si hubiera sido célebre en vida no hubiera tenido los problemas de dinero que siempre tuvo).

      Es, pues, la famosa posteridad la que ha mitificado a Rimbaud, Proust y Joyce, no su época.

      En cuanto a Schopenhauer, baste decir que de su obra fundamental, "El mundo como voluntad y representación", las dos primeras ediciones (de 1819 y 1846) fueron fracasos rotundos y la tercera (de 1859) se vendió bien a causa de la publicidad que le procuró la muerte de su autor (en 1860). Su celebridad (muy relativa y sobre todo entre escritores y artistas, mucho más que entre filósofos)
      comienza tras su muerte, gracias a la celebridad de Wagner sobre todo (y más tarde de Tolstoi, Freud o Thomas Mann).

      Recordemos que Schopenhauer tuvo muchos problemas para publicar (en 1851) sus extraordinarios "Parerga y Paralipomena", que ninún editor quería publicar, dado que era un autor que apenas se vendía. Y cuando lo consiguió fue con una tirada de 750 ejemplares. Si eso es celebridad, que baje Dios y lo vea...

      (Por cierto, supongo que conozcas uno de los "capítulos" más célebres del Parerga: "El arte de tener siempre razón").

      Eliminar
    5. Empeño inútil desterrar tópicos. Copio de la contraportada de libro "Conversaciones con Arthur Shopenhauer", publicado por Acantilado: "Su obra de madurez, Parerga y paralipómena, hizo crecer de tal manera su popularidad que muchos apasionados lectores acudían a visitarle a su casa de Fráncfort para oírle".
      No sigo con ejemplos y contra ejemplos. El que quiera entender que entienda. El arte nuevo siempre suele ser minoritario, la popularidad tarda en llegar. Si el autor vive lo suficiente acaba siendo un clásico en vida; si muere joven, desde luego que no. Pero quienes le glorifican, gente de su edad pero más longeva, sigue siguen siendo sus contemporáneos. Y luego unos pocos continúan creciendo con el tiempo. Nadie rescata, siglos después, a un gran autor ignorado: son solo nombres para eruditoa. Otra cosa es que un autor pase por ec eclipses, como fue el caso de Góngora. Góngora, Quevedo y Lope fueron los grandes poetas de su tiempo y nadie lo ignoraba, aunque tuvieran sus detractores.
      Otros piensan lo contrario, muy bien, allá ellos. Y ojalá tengan razón y el don nadie de hoy sea la gran figura de dentro de cien años. Es hipótesis que me conviene. En cualquier caso, no estaremos allí para comprobarlo.

      JLGM

      Eliminar
    6. Dices que tras la publicación de "Parerga y paralipómena", "muchos apasionados lectores acudían a visitarle". Sí, un puñado de lectores. Porque tal éxito de público tuvo ese libro que la primera edición no se había agotado 9 años después de su publicación, a la muerte de Schopenhauer (que había preparado una nueva edición con modificaciones). La segunda edición del "Parerga" se publicó en 1873-1874, lo cual significa que los 750 ejemplares de la primera tardaron 22 años en agotarse. Una vez más, no hay que confundir reputación dentro de un grupo de aficionados y celebridad y éxito de público.

      Y eso por no hablar del caso de Nietzsche, mucho más claro aún. Él, ni siquiera encontró editor. Todos los libros que publicó se los tuvo que pagar él mismo.

      Es evidente, pues, que el valor de una obra no lo deciden los contemporáneos de su autor, sino la posteridad, que pone las cosas en su sitio, a veces siglos más tarde, como en el caso de Gracián, por ejemplo (que sigue sin apreciarse, para mí, a su justo valor). Que los contemporáneos suelen ensalzar lo nulo y despreciar lo grande es una realidad corroborada por la lectura de la prensa de una época. Yo tengo un libro que contiene todos los artículos y alusiones de la prensa publicados sobre Baudelaire durante su vida; los únicos elogios que pueden leerse en él son los de sus amigos; el resto son ataques y desprecio. Y recordemos que para el mayor crítico del siglo XIX francés, Sainte-Beuve, (cuyos libros de críticas están llenos de grandes elogios a escritores hoy totalmente desconocidos), Baudelaire no fue más que un pobre diablo (hay que leer las palabras terribles que Proust dice sobre el tema en su "Contre Sainte-Beuve").

      Y eso por no hablar de otros artes, como la música y la pintura (que un Vermeer o un Bruckner hayan tenido que esperar el siglo XX para ser apreciados como debieran, muestra hasta qué punto los contemporáneos y algunas generaciones más puedenn estar ciegos y sordos). Incluso Bach, el mayor artista que ha existido, en su época era mucho más conocido como organista y experto en órganos que como gran compositor. La prueba: por lo menos una de sus Pasiones se ha perdido (y docenas de cantatas).

      Eliminar
    7. El hombre es el único animal que tropieza cien veces con la misma piedra (aunque con distinto pseudónimo). Esta es la última vez. El valor de un escritor, que es de lo que hablamos, no se mide por el número de ejemplares vendidos, que en cualquier caso siempre serán menos si se trata de un filósofo que si se trata de un novelista.
      Segundo, he citado un libro, "Conversaciones con Arthur Schopenhauer", preparado por Luis Fernando Moreno Claros, que mi comentarista debería leer antes de seguir hablando. Schopenhauer se convirtió en una celebridad europea y de eso queda constancia en las revistas y en las memorias de la época.Y disfrutó de su éxito, independientemente de que ganara mucho o poco con los derechos de autor.
      Tercero, el éxito de Nietzsche comenzó en vida del filósofo, aunque él no se enterara debido a su enfermedad mental. Lo administró su hermana.
      Concluyo: el éxito no es inmediato, todas las memorias está llenas de las dificultades del principio, pero si el artista no muere joven (como le ocurríó a muchos románticos) puede disfrutar del reconocimiento de sus contemporáneos. Eso es lo habitual. Lo contrario son contadas excepciones.
      Lo de Bach: hombre, es que entonces no había más que música en vivo, no existía la posibilidad de grabar y solo solía interpretarse la música contemporánea; no es extraño que mucha se perdiera. La regla es que los grandes compositores fueran reconocidos ya como grandes en su tiempo (aunque no, claro, desde el comienzo de su carrera); esa regla tiene, como todas, sus excepciones.
      Corto y cambio. No volveré sobre este asunto. Que ADT siga pensando lo que quiera.

      JLGM

      Eliminar
    8. "El valor de un escritor, que es de lo que hablamos, no se mide por el número de ejemplares vendidos."

      El valor, no, el reconocimiento de sus contemporáneos, sí. Y cuando un gran autor es reconocido como tal por sus contemporáneos, se vende muy bien (V.Hugo). Y cuando un gran autor no es reconocido como tal por sus contemporáneoss, se vende muy mal (Holderlin, Stendhal, Schopenhauer, Nietzsche, Melville, etc, etc).

      "Schopenhauer se convirtió en una celebridad europea".

      Por eso los 750 ejemplares de la primera ediciónn de su "Parerga" tardaron 22 años en venderse. Y por eso la primera traducción (muy parcial) al inglés data de 1899 (48 años después de su publicación) y al francés (parcial también) de 1903 (52 años después su publicación).

      "el éxito de Nietzsche comenzó en vida del filósofo"

      El reconocimiento general de Nietzsche como gran pensador comenzó en los años 20 del siglo XX. "Así habló Zaratustra" fue un fracaso editorial total. En "Ecce homo" el propio Nietzsche dice que su Zaratustra tardará mucho tiempo en encontrar lectores capaces de comprenderlo.

      En cuanto a la música, recordemos que ni siquiera Beethoven fue considerado como un gran compositor incontestable durante su vida. Las críticas de su Novena sinfonía fueron demoledoras. Y sus últimas sonatas para piano y sus últimos cuartetos fueron consideradas como las obras de un tipo medio loco e imposibles de interpretar. Y no hablemos ya de los problemas que tuvo Berlioz (y que cuenta en sus muy interesantes memorias) o Schubert (quien nunca oyó ninguna de sus sinfonías y jamás tuvo dinero para comprarse un piano, ni siquiera de octava mano).

      Una vez más, el valor de un autor no lo deciden casi nunca sus contemporáneos sino la posteridad. Lo cual significa que la historia de la literatura española en el siglo XX dentro de 200 años será muy diferente de la que hoy conocemos. Y la casi totalidad de los autores que más suenan hoy en la prensa serán totalmente desconocidos dentro de 2 siglos, época en la que se leerá a escritores que hoy nadie
      lee (por las razones que sean).

      Eliminar
    9. Como dije antes, no replico. No hace falta. Al curioso lector (que no al anónimo pertinaz) le basta leer mis comentarios anteriores.

      JLGM

      Eliminar
  8. Remigio Bode Castresana (trovero)17 de mayo de 2016, 15:56

    Mira a quién le dejas las llaves de la casa.
    Entró y subió las persianas del salón. Un momento después, la mucama curioseaba en los cajones del sinfonier y sacaba un fajo de cartas atadas con bramante rosa. Deshizo la lazada y, torpe, se le desprendieron hasta suelo en un planear de oropéndola mojada. Husmeó en el bargueño del despacho y le echó un vistazo a la ropa interior en el cajón del armario de abebay Luego, en la cocina, abrió el frigo y volvió al salón con la botella de blanco de Rueda en el sobaco. Encendió el televisor y de un manotazo apartó los libros que le estorbaban para sentarse en el diván. Terelu estaba más gorda que nunca. Le pegó unos tientos al caldo y fue entonces cuando reparó en el reguero de hormigas que iban de la cocina al recibidor. Decidió que iba a llamar al dueño de la casa para preguntarle si le daba la venia para bajar a la tienda y comprar un frasco de insecticida. Le dio otro quite a la botella. Buscó en la consola la libreta de direcciones. Le costaba trabajo porque no llevaba puestas las gafas de cerca y estaba un poco penumbroso. Marcó el número y del otro lado contestó una voz de contralto. Quedó claro en seguida que se trataba de una equivocación y colgó. La vieja desistió de llamar otra vez.
    Le pegó un trago profundo y entregado a la botella. Tomó el cubo, la fregona y el escobón y salió de la casa sin molestarse en cerrar con llave.
    Dos horas después llegaba el inquilino. Vio el desastre disperso sobre la tarima... Y entonces sonó el teléfono de sobremesa: "Sé que has sido tú quien me ha llamado, porque el número ha quedado registrado. Y no has tenido el coraje de decirme unas palabras... Después de treinta y nueve años te acuerdas de mí... ¿Qué te ha pasado, amor? ¿Qué ha cruzado por tu cabeza para que me llames ahora, después de tantos años de silencio y de garúa?
    Colgó sin contestar y se puso a hacer un haiku.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. F, el rollo que no cesa, para decirlo a la manera de Miguel Hernández.

      JLGM

      Eliminar
  9. Buen F. (si se compara-ra)18 de mayo de 2016, 9:04

    Sí, pero hay rollos y rollos. Y este cilindro tipográfico es mejor que alguno de los que, señores prosapiosos que frecuentan la realeza, son capaces de escribir. Ehte..., ¿ne es sierto?, para decirlo a la manera del divino Ciego.

    ResponderEliminar