domingo, 27 de marzo de 2016

El arte de quedarse solo: Pascua florida



 Sábado, 19 de marzo
UNA VIEJA HISTORIA

No nos habíamos visto desde hacía no sé cuántos años y nunca habíamos sido demasiado amigos. Yo ni recordaba su nombre, pero él en cuanto me divisó a lo lejos se acercó sonriente, la mano tendida y mi nombre en los labios. Debo reconocer que me alegró encontrar una cara conocida, aunque vagamente, aquel atardecer melancólico en que comenzaban a hacerme mella los largos días de soledad.
            El viaje lo había planeado con mi pareja de entonces, pero las cosas comenzaron a no ir bien y preferimos tomarnos unas vacaciones cada uno por su cuenta. El remedio no dio demasiado buen resultado, pero esa es otra historia. Juan, por fin recordé su nombre, al saber que estaba solo me invitó aquella misma noche a cenar en su casa. "Ninguna molestia", respondió ante mis intentos de rechazo. "Mi mujer estará encantada de conocerte; le he hablado tanto de ti que ya eres como de la familia".
            ¿Le había hablado tanto de mí? Pero si apenas nos conocíamos… A su mujer, en cambio, la había conocido yo demasiado bien. Vivían, y eso fue lo primero que me sorprendió, en una villa casi palaciega de las orillas del Brenta.
            "No te van mal las cosas, por lo que parece", dije cuando el coche comenzó a acercarse. "No me puedo quejar".
            A Marisa los años la habían tratado con benevolencia. Parecía exactamente la misma que cuando asistíamos juntos a las clases de Gustavo Bueno en el convento de San Vicente junto a la estatua pensativa de Feijoo. A ella le entusiasmaba el filósofo marxista (entonces lo era, o eso creíamos nosotros); a mí, bastante menos.
            "¡Cuánto tiempo!", dijo por todo recibimiento. En seguida encontró una excusa para dejarnos solos. Me pareció que no le había hecho demasiada gracia aquella visita inesperada. Y encima, tras la cena, en la que apenas me habló ni me miró (su marido llevó todo el gasto de la conversación), no tuve más remedio que quedarme a dormir allí. Se había hecho tarde, mi amigo Juan había bebido un poco y se empeñaron en que no pidiera un taxi.
            "Por la mañana tengo que estar en la oficina temprano, te llevo si no te importa madrugar. La casa es grande. Ni molestarás ni te molestaremos".
            La casa era grande, ciertamente, y a mí me alojaron en una especie de torreón desde el que se adivinaban, lo sabría en cuanto amaneciera, unas vistas espléndidas. Estaba a punto de dormirme cuando sentí pasos en la escalera de madera. Pensé que era mi amigo, que había olvidado decirme algo, aunque había estado charlando por los codos hasta el último momento. Pero era su mujer, Marisa, con la que tantos apuntes había intercambiado a lo largo de la carrera.
            Sin decirme nada, se quitó la bata, lo único que llevaba, y se metió conmigo bajo las sábanas. Intenté rechazarla.
            "¿Qué haces? Nos puede oír tu marido".
            "Me manda él", replicó.
            No tardé en darme cuenta de que hacía lo que hacía sin demasiado entusiasmo. No nos entretuvimos mucho. Luego ella se fue, con el gesto adusto, como quien ha cumplido una obligación. Yo quedé bastante desconcertado.
            A la mañana siguiente, mi amigo me llevó en su coche hasta el Piazzale Roma; trabajaba en las oficinas de no sé qué naviera. Quedamos en vernos, pero no le llamé ni me llamó. Con Marisa, después de ser tan amigos, había acabado mal, ya ni recuerdo bien por qué.  O no quiero recordarlo, hay cosas de las que uno no se siente demasiado orgulloso y prefiere no hablar de ellas por mucho tiempo que haya pasado.
            Regresé a España y no pensé más en ello hasta que me llegaron por correo electrónico unas imágenes en las que yo aparecía en actitud poco elegante en aquella villa del Brenta junto a mi antigua compañera de estudios. No pedían dinero a cambio. Me sentí un poco avergonzado al verme: no era la mía precisamente una bella figura.
            En alguna de las tomas, aparecía al fondo, oculto a medias, el marido mirándonos, muy serio. Sentí entonces un poco de miedo retrospectivo. Borré de inmediato el video, que duraba solo unos pocos minutos.  No volvieron a llegar más.     
            Sigo sin entender la razón de todo aquello. Pero no le doy demasiadas vueltas. La vida, al menos la mía, está llena de cosas que no tienen explicación ninguna. Ya me voy acostumbrando.


Domingo, 20 de marzo
ES UN ERROR

Es un error, que yo cometo con cierta frecuencia, considerar a los demás tan inteligentes como uno mismo. A menudo lo son mucho más.

Lunes, 21 de marzo
ESTANDO YO EN LA MI CHOZA

“¿Usted se sabe algún poema de memoria?”, me preguntan de una emisora de radio porque hoy al parecer se celebra el día de la poesía. “Algunos”, respondo. “¿Y se acuerda de cuál fue el primero que aprendió? ¿Podría recitárnoslo?”. “Me acuerdo. Podría”. Y recito: “Estando yo en la mi choza, / pintando la mi cayada, / vide venir siete lobos / por una oscura majada…”
            El romance de la loba parda lo cantaba mi abuela y lo escuchaba yo con la boca abierta, sentado junto al fuego, en aquellas noches de invierno en las que la nieve y el frío eran aún medievales. Como sus palabras.
            Todavía algunas noches sueños con esos siete lobos que se acercan hasta mi casa por una oscura majada. Y ya no hay nadie que pueda espantarlos con su voz



Martes, 22 de marzo
UNA PIADOSA LEYENDA

Los muertos se amontonan. Hace unos días, vuelca un autobús lleno de estudiantes que volvían a unas horas imposibles de pasar un día de juerga, hoy estallan las bombas en el aeropuerto y en una estación del metro de Bruselas. Las condenas, los minutos de silencio, la impotencia de siempre, como cuando hace un año un psicópata estrelló un avión con ciento cincuenta personas a bordo.
            Mi táctica, en estos casos, es la del avestruz. La conmoción inicial, la comprobación de que no le ha tocado la china a nadie que conozca, y luego tratar de no pensar en ello.
            La inconsciencia nos mantiene vivos. ¿Cómo podríamos resistir si no fuéramos capaces de olvidar todo el dolor que está ocurriendo en este mismo momento, todo el dolor que nos acecha?
            No envidio a Dios. Consciente de todo, no puede olvidar nada. Pero él es fuerte, puede resistir cualquier cosa, tiene un corazón más duro que el nuestro. O quizá no. Hay teólogos que afirman que la muerte en la Cruz fue en realidad un suicidio. Y la presunta Resurrección una piadosa leyenda.



Miércoles, 23 de marzo
INCONVENIENTES DE LA EDAD

Noto, con un cierto susto, que los años van acentuando todos mis defectos. O tal vez no. Acaso es solo que antes sabía disimularlos mejor. Cada día me resulta más difícil fingir cualidades tan necesarias para la convivencia –pero de las que yo he andado siempre algo escaso– como la falsa modestia o la cortés hipocresía. Así no hay manera de llegar a nada en la vida.
            Nunca he envidiado el éxito, aunque tampoco me molestaría tenerlo. Nunca me ha preocupado que triunfen gentes que valen menos que yo. Lo que me fastidia un poco, si he de ser sincero, es que además de tener más éxito tengan más talento. Eso ya me parece demasiado.
            Si la vida estuviera bien hecha –me repito a menudo–, todos los escritores mejores que yo deberían vivir a muchos kilómetros de distancia, a ser posible en otro país; ser de más edad o, preferiblemente, estar ya muertos, como Borges y Pessoa.
            Pero la vida es lo que es. Y yo tengo que acostumbrarme a que los escritores mejores que yo sean cada vez más jóvenes y no solo vivan cerca sino que a veces hasta asistan a mi misma tertulia.


Jueves, 24 de marzo
LA REVISTA EL BOLLO

“Próximo a ser un centenario, creo que ha llegado la hora de despedirme de las páginas de la revista El Bollo. Nací en Avilés el 23 de abril de 1916…”
            Hojeo como cada año la revista de las fiestas avilesinas, de un grosor enciclopédico, y lo primero que me encuentro son las páginas en las que José Ramón Ovies, a punto de cumplir cien años, cuenta su vida. Termina indicando que le parece ha llegado el momento de retirarse con su familia “siendo mi mayor contento poder dejarles un palacete de indianos, sin ir a América, diseñado por Bustelo, lleno de recuerdos y cientos de libros, todo ello fruto de un trabajo inteligente y entregado”.
            Quién pudiera, allá por el 2050, cuando Benjamín Lebrato vuelva a pedirme una colaboración, escribir algo así. Pero me temo que yo no dejaré ningún palacete ni nada que valga la pena. Quizá por eso he tomado la precaución de no tener descendencia. 
            Luego aparecen los profesores del Instituto Carreño Miranda, a mediados de los sesenta (cuando yo estudiaba en él), posando para la eternidad en un mural de José María Pérez-Lozao. Reconozco de inmediato a Sara Suárez Solís, que fue mi profesora de Lengua y Literatura. Más de una vez he referido la historia de aquel dictado (“¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade?”) que se me quedó en la memoria para siempre  y que, veinte o treinta años después, descubrí que era un poema de Li Po traducido por Marcela de Juan.
            Lo local y lo universal, las eruditas indagaciones y las evocaciones personales del tiempo perdido, los buenos y menos buenos poemas, todo tiene igual encanto –hay una excepción, la abominable página 93– en este colorista y entrañable mamotreto que nos recuerda cada año que “la primavera se viene / la primavera se va / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Salvo a las páginas de El Bollo en una amarillenta fotografía gracias a los desvelos de algún erudito local.



Viernes, 25 de marzo
UNA HISTORIA INOLVIDABLE

Siempre me ha sorprendido lo rápido que somos capaces de olvidar una historia inolvidable.
            Dejar de amar es quitarse un peso de encima.
            Las historias demasiado verosímiles nunca son verdaderas.


5 comentarios:

  1. Memorable, en ese instituto creo que me examiné yo de ingreso en 1959, viniendo del colegio de las dominicas de Navia. Han pasado algunos años desde entonces, pero si uno lo recuerda es que funciona la memoria, o sea, que el cerebro aún no esta´oxidado del todo.

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  2. Triste país esta España en la que la vileza no obsta para que se cope una poltrona en las altas Academias. Miserable y triste país este en donde la barbarie ideológica, la maldad, el desprecio chulesco por el humilde repta babeante de la boca de quienes debieran ser referentes del bien escribir y lo son del peor pensar. Si vuelve a ganar la partida de estos bárbaros (no todos los bárbaros caben en el PP) me exilio de este pocilgal.

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  3. Escribes: "Noto, con un cierto susto, que los años van acentuando todos mis defectos. O tal vez no." Yo, que te conozco desde hace años, te confirmo que tus defectos son cada vez mayores. Y cada verz más visibles La edad sólo mejora a los santos. Y tú lo eres todo menos un santo.

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  4. No sé si "la edad sólo mejora a los santos" o más bien, como creo, se puede mejorar con los años sin que haya religión por medio. Yo conozco a JLGM hace más de veinte años, y a los ADT de este mundo desde hace mucho más tiempo todavía. A los segundos me consta que no los mejora la edad, y se comprende. JLGM me parece ahora más sabio y ponderado de lo mucho que ya lo era entonces.

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