domingo, 28 de febrero de 2016

El arte de quedarse solo: La edad y otros cuentos


Sábado, 20 de febrero
SOY UN ADICTO

“Eres fatigosamente adicto al entusiasmo, pero no te preocupes que eso se cura con los años”.
            A ver si es verdad. Ya voy teniendo algunos, pero la adicción continúa.


Domingo, 21 de febrero
UNA VIEJA HISTORIA

Llegué muy cansado y me acosté de inmediato. El viaje había durado más de veinticuatro horas, la mitad de ellas tirado en un aeropuerto. Dormí de un tirón, cosa rara en mí, y al despertar, ya muy avanzado el día (la luz entraba a raudales por la cristalera), no sabía bien dónde estaba. ¿Nápoles? Sí, desde luego, pero no parecía el hotel de costumbre. Llamaron a la puerta y antes de que yo pudiera decir nada entró una camarera con una gran bandeja de desayuno. Me saludó sonriente y lo dejó sobre una mesita. Un desayuno para dos, me di cuenta de inmediato. Cuando quise advertirla de su equivocación, ya había desaparecido. Oí entonces el agua correr en el cuarto de baño. No estaba solo, pero yo recordabAhaber viajado solo, haber hecho solo los trámites en la recepción del hotel, ya casi de madrugada. Me asusté un poco, no tanto por la inesperada compañía, sino por mi mala memoria. Es cierto que más de una vez se me ha venido encima la soledad del cuarto de hotel y he procurado ponerle banal y venal remedio. Pero nunca me había ocurrido, como ahora, despertarme con la mente en blanco. No acostumbro a beber. Miré la hora en el teléfono, eran cerca de las once de la mañana y de pronto me fijé en el día: era viernes y yo recordaba haber salido de Asturias el martes. ¿Qué había ocurrido en esos dos días? ¿Qué había pasado entre el momento en que me había dormido de golpe, cansado del viaje, y el despertar de esta mañana, dos días después? No tuve que pasar mucho tiempo en estas perplejidades. Se abrió la puerta del baño y apareció una desconocida. Me saludó sonriente, sin extrañeza ninguna, me dio un apresurado beso y luego de inmediato comenzó a servirse una taza de café y a mordisquear un croissant. "Tengo un hambre atroz esta mañana --dijo--, creo que voy a empezar contigo el desayuno". Sonreí al reconocer la cita del poema de Luis Alberto de Cuenca y dije: "Más bien lo estás empezando sin mí". Pasé un momento al baño, me aseé rápidamente y me senté junto a ella. También yo tenía hambre. "Me vas a perdonar, pero no recuerdo tu nombre", "No te lo he dicho. Tampoco yo sé el tuyo, cariño, es parte del juego". "¿Del juego?" Yo no sabía qué juego podía ser aquel, pero tampoco me importaba demasiado. Parecía divertido y con eso era suficiente. Yo estaba todavía en pijama; ella, aunque completamente vestida, casi desnuda. Yo bebía pausadamente mi taza de café mientras ella devoraba todo lo que encontraba a su alcance. "Parece que vas a terminar el desayuno devorándome efectivamente a mí", dije. Y ella: "Siempre me levanto con hambre, pero por suerte soy de las que no engordan". Miró su reloj: "Huy, qué tardísimo". Se levantó de un salto, cogió el bolso que estaba sobre una silla y desapareció. Oí el ruido del ascensor mientras terminaba mi café. Luego me bañé sin prisa, estuve como media hora en la bañera, y cuando salí a la calle pude comprobar que el hotel era el de costumbre, que ante mí estaba el Castel dell’Ovo y la difuminada silueta de Capri sobre un mar color de vino, como en los versos de Homero. Debería ser miércoles, pero era viernes, me había echado a dormir solo, pero despertaba en buena compañía. No sabía cómo explicarme aquello. Seguro que el fallo de la memoria no presagiaba nada bueno. Me encogí de hombros. ¿Y qué? Sonríe cuando la vida te sonría y no hagas demasiadas preguntas. Esa era entonces toda mi filosofía. Y lo sigue siendo.


Lunes, 22 de febrero
VIVIR DE LA POESÍA

Escucho a Manuel Vilas: “Cuando los poetas dicen que no se puede vivir de la poesía, afirmación que se repite como una gracia, no son conscientes de que esa idea puede acabar confirmando el hecho de que la poesía no tiene ningún interés en este mundo. Yo luché por intentar vivir de la poesía, no porque no supiera ganarme la vida de otra forma, sino porque quise que la poesía tuviera sentido en este mundo. Fracasé en eso. Pero es también el fracaso de toda una cultura literaria y de todo un país. No se trata de dinero, se trata de la dignidad de la poesía bajo el capitalismo. Se trata de tomarse la poesía en serio. No tomarse la poesía en serio me parece una aberración moral propia del subdesarrollo. ¿Por qué los poetas no podían vivir de la poesía si a ella entregaban su vida? La razón es simple: éramos unos muertos de hambre, éramos unos mendigos. Si no se podía vivir de la poesía, no era porque la poesía fuera algo sagrado (hasta los curas y el Papa tienen un sueldo), sino porque no le importaba a nadie”. Y termina con un grito de guerra: “Poetas miserables de la tierra, alzaos en armas. Mirad a ver si os dan dos dólares por un verso”.
            Cuántas sonoras tonterías. De la poesía, como de la música, de la pintura o de la fontanería, se puede vivir si hay suficientes clientes dispuestos a pagar por tus servicios o si el Estado (o cualquier otra institución o incluso un mecenas particular) deciden subvencionarte. Los fontaneros no necesitan subvención, para los poetas todas las subvenciones son pocas. Y es que cualquiera puede ser poeta, ni siquiera necesita aprender métrica para ello, pero no cualquiera puede ser fontanero.
            Raro oficio la poesía, ciertamente. Si uno pone un bar y no entran clientes, cierra y se dedica a otra cosa o se va al paro, pero no conozco a ningún poeta que haya abandonado la poesía porque los derechos de autor de su último libro apenas si le permiten pagar un mes de alquiler. Sería perfecto que los poetas exigieran poder vivir de la poesía y, si no lo consiguen, dejaran de escribir versos. Si a pesar de todo siguen escribiendo, como hace Manuel Vilas, que no se quejen.



Martes, 23 de febrero
UN ESCRITOR SIN ÉXITO

“¡Cuánto has escrito!”, me dice un amigo tras consultar el catálogo de la biblioteca del Fontán. ¿Demasiado? Solo si alguien tuviera la obligación de leerme.
            Un escritor de éxito es el que ha escrito poco, pero sobre él se ha escrito mucho. A mí me pasa exactamente lo contrario. Pero no me quejo.  Prefiero escribir sobre los demás a que los demás escriban sobre mí. De mis poemas, ya hablarán cuando yo esté muerto. Y ni no hablan, tampoco importa demasiado: no me voy a enterar.



Miércoles, 24 de febrero
ADULANDO A LOS JÓVENES

Mientras presentamos Anáfora en la librería Santa Teresa, que ya se está convirtiendo en una grata costumbre, recuerdo “Contra JLGM”, un epigrama que escribí hace tiempo: “Adulando a los jóvenes, / ¿tratas de seducir / a la posteridad?”
            Como siempre que escribo contra mí mismo, me invento un defecto del que carezco y así oculto mejor los que sí tengo. Para el arte de la adulación estoy escasamente dotado, aunque mentiría si dijera que me molesta en exceso recibirla. Yo no adulo a los jóvenes, más bien les doy pataditas para que se mantengan alerta.
            Carezco del arte de la adulación y de otro igualmente necesario para prosperar en la vida, la falsa modestia, pero no por completo de autocrítica. Me doy cuenta de que tiendo a no dejar hablar a nadie, de que pretendo decir siempre la última palabra, de que no sé disimular el hecho tan molesto de que la razón esté casi siempre de mi parte.
            “Soy un canalla y no me arrepiento de serlo” leo en el cartel promocional de la última novela de Julia Navarro. Aprovecho para hacerme una foto. De sobra sé que no lo soy. Ya me gustaría. Así mi biografía resultaría más divertida.

Jueves, 25 de febrero
COSAS DE LA EDAD

¿No hay libro que no hable de mí? Parece que no. Abro Las tareas de casa y otros ensayos, de Natalia Ginzburg, y leo: "Ahora nos estamos convirtiendo en lo que nunca habíamos deseado ser, en viejos".
            ¿Me estoy convirtiendo o me he convertido ya? Me hacen descuento, no sé yo bien por qué, en el cine, en los museos, en el tren.
            Continúo con Natalia Ginzburg: "La vejez se aburre y es aburrida, el aburrimiento genera aburrimiento, propaga aburrimiento a su alrededor del mismo modo que el calamar propaga su tinta".
            Bueno, yo para aburrirme no he necesitado esperar a ser viejo. Siempre he hecho todo lo que tenía que hacer demasiado pronto y luego siempre me sobraba tiempo. No es que no dejara para mañana lo que debería hacer hoy, sino que a menudo la tarea de hoy ya la había hecho ayer y no me quedaba más remedio que aburrirme. O inventar otra ocupación. Me he pasado la vida inventándome obligaciones. De las que me libraba apresurada y chapuceramente tan pronto como era posible.
            Siempre he envidiado a los poetas que se pasan días, semanas o meses con un poema. A mí ninguno me ha ocupado más de una hora. A veces trato de hacer las cosas más lentamente, pero para necesito el doble de esfuerzo y no suelen quedarme ni la mitad de bien.
            Desde niño no he tenido más remedio que convivir con el aburrimiento. Me aburro un poco cada día, por lo menos veinte minutos o quizá media hora. A la vejez todavía sigo viéndola como algo lejano. Me repito varias veces al día la edad que tengo, pero no acabo de creérmela. Algún día los años serán una carga, todavía son un regalo, el mejor regalo de cumpleaños.
            Con la vejez --continúa Natalia Ginzburg– perdemos la capacidad tanto de sorprendernos como de sorprender a los demás". Yo he sido siempre tan rutinario y previsible que no creo que nunca haya sorprendido a nadie, pero la capacidad de sorprenderme ni la he perdido ni creo que la pierda jamás. ¿Cómo no voy a sorprenderme si ya tengo amigos más o menos de mi edad, o eso me parece a mí, que tienen abuelos de mi misma edad?


Viernes, 26 de febrero
UNA MODESTA PROPOSICIÓN

¿El presidente de gobierno en funciones, mientras las cosas se aclaran, no podría ser Felipe de Borbón en lugar de Mariano Rajoy?


9 comentarios:

  1. "y me senté junto a ella."

    ¿Ella?

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  2. "cualquiera puede ser poeta, ni siquiera necesita aprender métrica para ello, pero no cualquiera puede ser fontanero".

    Cualquiera puede ser versificador, querrá usted decir. O prosista que corta sus líneas en trozos y los dispone verticalmente. No es poeta quien quiere sino quien puede. Relea usted lo que escribía Rimbaud a los 16 años o Claudio Rodríguez entre los 17 y los 19 y podrá comprobar que ser poeta es un don que se recibe, un don muy raro que recibe muy poca gente.

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  3. Dices que "como siempre que escribo contra mí mismo, me invento un defecto del que carezco y así oculto mejor los que sí tengo." Yo creo que si alguien tuviera la paciencia de compilar todo lo que has escrito sobre ti mismo, se podría ver que hay pocos escritores españoles actuales tan falsos como tú.

    Te confundiste de oficio: para ser poeta de verdad hay que ser profundamente sincero consigo mismo. Tú deberías haber sido espía.

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  4. "Siempre he envidiado a los poetas que se pasan días, semanas o meses con un poema. A mí ninguno me ha ocupado más de una hora."

    Ya se nota, ya.

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  5. ¿Es mismo perro con distintos collares, pertinaz Tomé? Gracias, en cualquier caso, por no cansarte de leerme.

    JLGM

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  6. Alguien que no es Tomás Burguillos28 de febrero de 2016, 16:20

    Al parecer, eso de atacar a gente importante la semana pasada trae consecuencias en ésta.

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  7. Es su día (hoy no sé), Matín lo hubiese dado todo por ser más alto y más guapo. Así son las cosas de sencillas. Muchas veces.

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  8. Ay, Martín, ya quisiera yo ser pertinaz, Tomé o no Tomé. Pero Dios no concedió esa calidad. Y así ando...

    (Por cierto, ¿a nadie se le ha ocurrido la idea de que podría haber por aquí mujeres disfrazadas de hombres?)

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  9. Ay, Tomasa, Tomasa, que te gusta más Pedro que Pablo aunque sean los dos del 29 de junio.

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