domingo, 17 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Pero el mañana es mío


Viernes, 8 de enero
DE MONTEVIDEO A PALERMO

En una librería de la calle Vittorio Emanuele –su lema: “milioni di parole usate e nuove”–, encuentro un libro que parecía que me estaba esperando: las obras completas de José Enrique Rodó. Recordaba que en El camino de Paros hablaba de un viaje a Italia y me apetecía releerlo. Lo que no sabía es que precisamente en esta ciudad había escrito sus últimas páginas. Ni conocía los detalles de su muerte.
            Viajar a Europa fue desde siempre uno de sus sueños. En 1916, la revista argentina Caras y Caretas le ofrece una corresponsalía europea lujosamente pagada. La despedida resulta apoteósica: manifestaciones, discursos, banquetes. Incluso después de haber levado anclas el buque inglés que le llevaría hasta Lisboa, un grupo de amigos decidió subir a un pequeño barco y acompañar al trasatlántico hasta que saliera a mar abierto. Durante hora y media navegaron a su lado mientras Rodó les saludaba desde la borda.
            A la triunfante despedida le siguió el final más triste del mundo. A Palermo llegó enfermo el 3 de abril de 1917. Se alojó en este mismo Hotel des Palmes y aquí pasó un mes sin hablar con nadie, sin que nadie supiese quién era.
            “Salía del hotel todos los días envuelto en un chaqué raído que había perdido su color primitivo y que mostraba un forro descosido en los faldones, casi siempre con un paraguas bajo el brazo y con un evidente aspecto de completo abandono en su persona; la barba crecida, lleno de manchas, cubierto de polvo, que jamás sacudía, y metido en unos botines que jamás hizo limpiar”, cuenta una crónica de Julián Nogueira. Descuidaba su higiene: “No ordenó un solo baño” escribe el cronista. Más de una vez pensaron pedirle que se fuera. Tenía cuarenta y cinco años, pero aparentaba setenta. “En el hotel le tenían por un misántropo, por hombre raro y pudiente, quizá por un avaro que por equivocación hubiera caído en el primer hotel de Palermo”.
            El día 29 llamó a la camarera, dijo que estaba  mal y pidió un médico. “Se retorcía en la cama presa de grandes dolores y quejándose a gritos”. Murió en el hospital, poco después, sin que nadie supiera quién era y dejando preocupados a los dueños del hotel por quién iba a pagar la factura. .
            Cuando la noticia llegó a Montevideo, de inmediato la ciudad se paralizó en señal de duelo. ¿Qué pasó por la cabeza de José Enrique Rodó aquel último mes en Palermo? ¿En qué momento tomó la decisión de dejarse morir?
            Leo el prólogo de Emir Rodríguez Monegal a sus obras completas, del que tomo estas noticias, en el amplio hall modernista del Grand Hotel et Des Palmes, junto a la fuente y el busto de Wagner, en el mismo lugar en que Rodó pasaba largas horas ensimismado ante un vaso de agua.
            No hay señales de deterioro mental en el último artículo que escribió, dedicado a Palermo, y que no tuvo tiempo de enviar al periódico: “El centro de la animación urbana y mercantil es la ochavaba Plaza Vigliena, o de los Cuatro Canti, que se forma en el cruce de la Via Víctor Manuel con la de Maqueda. Cuatro palacios de mármol, recuerdos aún intactos de la dominación española, delinean el contorno de la plaza”. Habla luego de un Palermo que ya no existe con sus carros historiados y sus tipos pintorescos como el acquainolo, el frutero de Monreale o el gatturu, “cuyo oficio consiste en adquirir, de puerta en puerta, los gatos que estorban en las casas para revenderlos, ya vivos, ya trocados en piel”.
            El inverosímil azar ha hecho que mi habitación esté entre la 224, en la que se suicidó el escritor francés Raymond Roussell, y la 215 en la que se dejó morir José Enrique Rodó. Me aterra de pronto pensar que tengo, como él, un artículo sin terminar que he de enviar hoy mismo al periódico. Cuando intento hacerlo, no funciona Internet. Por un momento, temo que a mí también me alcance alguna vieja maldición. Y recuerdo que Pascal dijo que todas nuestras desgracias proceden de no saber quedarnos en casa.


Sábado, 9 de enero
JOE PETROSINO Y DON VITO

Mientras busco el palazzo Mirto, en piazza Marina, me detengo un momento junto a las verjas de los giardini Garibaldi. Otro hombre se detuvo por última vez en este mismo lugar. En una placa conmemorativa, leo: “In questo luogo el 12 marzo1909 alle ore 20.45, per proditoria mano mafiosa, tacque la vita di Joe Petrosino, lieutenant della polizia di New YorK”.
            No hay rincón de esta ciudad que no cuente una historia, que no sea punto de partida para una película de la serie negra. Joe Petrosino nació cerca de aquí, emigró de niño a Nueva York, donde fue limpiabotas y barrendero antes de conseguir ingresar en la policía. Pronto destacó en ella. Eran los tiempos de “la mano negra”, en realidad la mafia italiana que comenzaba exitosamente a hacer las Américas. Joe Petrosino pronto se convirtió en uno de los primeros policías que se encargaron de luchar contra el crimen organizado. Tuvo muchos éxitos, sabía a quiénes se enfrentaba. Le gustaba disfrazarse, infiltrarse, tenía una abundante red de delatores. Le gustaba también la publicidad y esa fue su perdición. Sus éxitos eran abundantemente jaleados por los periódicos. Pero resultaba difícil probar los crímenes de los mafiosos que él detenía –los testigos cambiaban de opinión o desaparecían– y pronto quedaban en libertad. Se le ocurrió una brillante estratagema para limpiar las calles. Muchos de aquellos delincuentes tenían antecedentes en su país y eso permitía expulsarle por haberlo ocultado al entrar en Estados Unidos. Joe Petrosino, con una larga lista de sospechosos, se ofreció para venir a Sicilia y descubrir si habían sido o no condenados aquí. Fue muy feliz durante el viaje. Había salido como un paria de su tierra y volvía como un héroe. No pudo evitar la tentación de permitir que filtraran la noticia al New York Herald. Nada más llegar al hotel, un confidente le dio cita para aquella misma noche, a las nueve menos cuarto, en piazza Marina. Impaciente, llegó un cuarto de hora antes. Cerca había una parada del tranvía. Varios viajeros le vieron paseando a grandes zancadas por aquel lugar. A las nueve menos veinte, un hombre que cenaba con otros ilustres sicilianos pidió disculpas para levantarse un momento de la mesa. Salió a la calle y en la carroza del anfitrión, una de las autoridades de la isla, se acercó hasta piazza Marina, detuvo un momento el carruaje, bajó, le disparó dos tiros a Petrosino, volvió a la cena y siguió tranquilamente la conversación mientras llegaban los postres. Ese hombre era don Vito, Vito Cascio Ferro, que había jugado de niño con Joe Petrosino, había emigrado a Estados Unidos y había vuelto a la isla para convertirse en el dueño de vidas y haciendas. Nada se movía sin su consentimiento. Más de sesenta veces estuvo procesado y de todas salió absuelto. Lograron condenarle, durante el fascismo, en un juicio amañado. Su larga historia está en todas las historias de la mafia. Era un sabio. En su celda quiso que figurara un proverbio antiguo: “Prisión, enfermedad, necesidad, / revelan el verdadero corazón del hombre”.


Domingo, 10 de enero
OTRA CITA

Rodó y  Petrosino tenían cita, sin ellos saberlo, con una desconocida en Palermo. Yo también tuve una cita a ciegas en el Orto Botánico. Al contrario que ellos, viví para contarlo. Pero hay cosas que no cuenta un caballero.


Martes, 12 de enero
NO HABLO DEL TEMA

“¿Cómo llevas el asuntillo ese de la infanta tú que eres tan monárquico?”, me pregunta un amigo antes siquiera de saludarme.
            “No me apetece hablar del tema. Es como si juzgaran a varios miembros de la banda de Al Capone, o de una de sus bandas, y a él le dejaran fuera, a pesar de que Diego Torres enseña las pruebas incluso por televisión. Estoy abochornado como español, pero no me atrevo a decir nada públicamente. Temo que todo el tinglado se nos venta abajo si alguien se decide, por fin, a hacer justicia”.
            “No te preocupes que no se hará justicia, que para eso están la Fiscalía y la Abogacía del Estado. Tú, como buen monárquico, tampoco quieres que se haga”.
            “¡Yo no soy monárquico! Nada me gustaría más, lo he dicho muchas veces, que el que Felipe del Borbón fuera presidente de la República. Nos evitaríamos ahora muchos problemas. El más grave que acabe creándose una causa general, al menos en la opinión pública, como la de la familia Pujol”.
            “O sea que tú estás indignado contra Al Capone, pero apoyas a su hijo. Y lo que te preocupa no es que se haga o no justicia sino que las consecuencias de hacerlo puedan afectar al actual jefe del Estado”.
            “Los hijos no escogen a sus padres ni son responsables de sus acciones”.


Miércoles, 13 de enero
EMPIEZA EL ESPECTÁCULO

El primer acto de la nueva legislatura ha resultado el más entretenido de todos. Ahora a esperar que no nos defraude el resto de la función. A mí me ha gustado sobre todo el simbolismo, entre bíblico y virgiliano, de la madre amamantando a su hijo.


Jueves, 14 de enero
AQUELLA ESPAÑA

Después de haber tenido la clase política y el jefe del Estado que hemos tenido, ser español a veces parece más un baldón que un orgullo. Menos mal que en esos años negros yo no era de los que decían que la Constitución dejaba al rey al margen del código penal, no solo en sus actividades públicas (que debían ser refrendadas por el gobierno), sino también en sus múltiples negocios privados.
            “Nápoles, la española” titula Rodó uno de los capítulos de El camino de Paros. A mí me gusta, deambulando por Palermo, encontrar continuas huellas de la presencia española. Y me emociona leer el epitafio a un soldado español: “Guarda este mármol las famosas cenizas / de aquel héroe invencible / Dionisio de Guzmán / caballero del hábito de Santiago / Falleció el 24 de junio de 1654 / militó 44 años continuos en guerra viva / en las provincias de Italia, estados de Flandes /  reinos de España y armadas marítimas. / Comenzó de soldado y subió a fuerza de sus méritos / todos los grados de la milicia / Ganó a su rey 31 fortalezas / socorrió 18 plazas, peleó y venció 62 veces / Fue terror de los adversarios / ejemplo de los amigos / asombro de los ejércitos / envidia de las naciones / Constante en los trabajos / intrépido en los peligros / templado en las costumbres / modesto en las felicidades / la antigua Castilla le dio noble oriente/ la sociedad cristiana dichosa vida / su proceder heroicas obras / Nació para honra de su patria / vivió para servir a su rey / y habiendo muerto para sí / quedará inmortal / en la memoria de los siglos futuros”..


5 comentarios:

  1. Hay una escena en "El Gran Gatsby" que parece inspirada en la muerte de Petrosino, si bien en este caso es un comensal el que sale a la calle a encontrarse con cuatro tiros tras decir a sus compañeros: "Guardadme el postre".

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  2. Tenemos casi gobierno de izquierdas con posibles y aquí ni una voz que clame en el oasis. Ni los acendrados poetas de la izquierda, ni los zoilos contumaces, ni los mortíferos caínes de la diestra, ni los tenderos ni los calafates.
    Dios mío, Dio mío, que solos se quedan los muertos.
    Y después del epitafio, ahíto el cuerpo de absenta y calimocho..., imploro por plumas de oca de altos vuelos que canten la proeza de los siglos: la izquierda otrora diluida en taifas y estafetas, se dio -por fin- el paulino costalazo. Y aunque genere el consabido rechazo de quienes nos quisieran viviendo tal que gochos, de esta o de ninguna: ya estamos prevenidos.

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  3. ¿Usted cree que Dios existe y, en caso de que así fuera, que es justo? ¿Cómo se le ocurre demostrar la existencia de Dios?

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  4. Ni se me ha pasado por la cabeza tal demostración. Qué mal me explico, según parece.

    JLGM

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  5. Sólo existe un libro suyo que me apetece leer. No demuestra la existencia de Dios, pero indica donde esconde sus demonios. Dulces sueños.

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