domingo, 3 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Érase una vez


Viernes, 25 de diciembre
MI REGALO DE NAVIDAD

Entre los pequeños placeres que acostumbro a coleccionar, el madrugador paseo del día de Navidad es uno de mis preferidos. La cena familiar de Nochebuena siempre acaba para mí con un postre de melancolía. Las ausencias, que se borran en el día a día, se hacen allí muy presentes. Siempre hay un momento para mirar atrás y también hacia el vértigo de un futuro –los niños se hacen adultos, envejecen– ya sin nosotros.
            En la habitación del hotel, otra de mis rutinas, solo con mis fantasmas, tardo en dormirme. Pero en cuanto amanece todos hacen la maleta y se van con su insidiosa música a otra parte.
            El parque de Ferrera, a esta hora temprana, es para mí solo. Saludo a viejos conocidos, mudas criaturas vegetales por las que también pasa el tiempo, que las viste y las desviste, aunque no parecen pasar los años. Como a ellos, a mí tampoco me importa el frío matinal. Pero hoy se ha trocado en tibieza veraniega.
            Dejo el parque por la puerta de Galiana. Camino bajo los arcos, bajo los mismo arcos en que cada mañana de hace más de medio siglo iba hacia el Instituto. Avilés, sin apenas gente, como un escenario antes de que empiece el espectáculo.
            Este tranquilo paseo es mi regalo preferido de Navidad. Un año más estoy vivo y a gusto con la vida. Silban las balas a mi alrededor y hay al menos una para cada uno. Pero. de momento, a mí no me ha rozado ninguna. Y en la mañana de Navidad, o esa es la impresión que yo tengo, se declara una tregua. Y yo la aprovecho y paseo solo, pero tan bien acompañado, por rincones familiares que siempre se alegran de verme.


Sábado, 26 de diciembre
PARA UN AUTORRETRATO

Soy de los que siempre caen de pie. Hasta que llegue el día en que finalmente caiga de bruces y no acierte a levantarme.
            Me gusta el éxito, por supuesto, pero no tanto como para tener que hacer algún esfuerzo para conseguirlo.
            La felicidad de estar enamorado, la de no estarlo. No sé bien cuál de las dos prefiero.
            Los amigos que dejan de serlo, ¿lo fueron alguna vez?
            La verdad suele ser una maleducada; en eso nos parecemos..
            Algunos confunden la maledicencia con la impertinencia; no son lo mismo: la primera da la cara, la segunda gusta de esconderse en el anonimato (por eso prolifera tanto en Internet)-
            Para que quede más claro, casi siempre me callo lo que de verdad quiero decir.
            El futuro tiene los días contados, pero el pasado no se acaba nunca..
            Qué extraña sería una vida en la que no ocurriera nada extraño.


Domingo, 27 de diciembre
THE WALK

La escena final de El desafío. El equilibrista Philippe Petit, encaramado junto a la antorcha de la estatua de la Libertad, desde donde cuenta su hazaña, nos muestra orgulloso el pase que le han dado para subir cuantas veces quiera a la terraza de las Torres Gemelas.
            ––Todos los pases tienen una fecha de caducidad. En el mío esa fecha está tachada y en su lugar  han escrito “Para siempre".
            Las Torres brillan con el sol del crepúsculo sobre el perfil de Manhattan. Poco a poco, la pantalla se va cerrando en negro y al final solo quedan ellas con un resplandor en el centro que nos trae a la memoria otro infausto resplandor.
            Subí por primera vez a una de las Torres en 1990; las sobrevolé luego en helicóptero; volví a subir cada visita anual, la última a finales de agosto de 2001. Después de su destrucción, a todo el mundo le dio por arremeter contra ellas e incluso contra todos los rascacielos, esas construcciones inhumanas.
            A ratos parecía que los terroristas, si hubieran avisado antes para que se desalojaran, casi nos habrían hecho un favor. Y a nadie se le ocurrió luego reconstruirlas. En el combate entre civilización y barbarie (no hablemos de las represalias posteriores: muchos inocentes se añadieron a los miles de las Torres), triunfó la barbarie, cambiando para siempre el perfil de la ciudad.
            A mi me gustaba esa pareja de gigantes iguales y el hijo que tenían en Madrid, la torre Picasso. El cine me permite esta tarde viajar en el tiempo, entrar de nuevo en el inmenso hall, contemplar Nueva York desde lo alto, la gran fuente en el centro de la plaza, entre las Torres: Voy reconociendo los distintos rascacielos, el puente de Brooklyn y el de Manhattan, el Promenade, donde tanta veces paseé con mi amigo Hilario.
            Espero ver, al otro lado, el Hudson y el Jardín de Invierno. Pero nunca se asoman hacia ese lado el equilibrista y sus amigos. Yo recuerdo de la última visita la sombra de las Torres sobre los edificios del World Financial Center, como una premonición del inminente desplome.
            Cómo envidio a Philippe por haber hecho ese paseo, que la pantalla y el arte minuciosamente feliz de Robert Zemeckis nos permiten disfrutar casi en tiempo real. En 1974 yo tenía la misma edad que el equilibrista y las Torres aún no estaban terminadas. No vivieron más de un cuarto de siglo, "antes de tiempo y casi en flor cortadas", para decirlo con el verso de Garcilaso..
            ¿Cómo serían hoy tantas ciudades europeas si no hubieran sido reconstruidos sus edificios después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial? Solo las Torres se dejaron desaparecer para siempre. Aún no he subido al rascacielos que por fin las sustituye, después de infinitas disputas. No será lo mismo. Pero las Torres siguen existiendo en la memoria y ahora también en la magia prodigiosa del cine.


Lunes, 28 de diciembre
UN SOMBRERO DE COPA

Probablemente lo que me ha ocurrido tiene una explicación lógica, como todo en este mundo, pero yo no acabo de encontrársela. Volvía a casa después de pasar una noche con los amigos. Habíamos ido de un bar a otro, nos habíamos divertido bastante, pero yo no estaba en absoluto borracho. Apenas si había bebido. Debían ser las cuatro o las cinco de la mañana. Todavía faltaba bastante para que amaneciera. Una noche clara, sin una nube, con una gran luna llena que parecía rodar sobre los tejados de Vetusta. Me quedé quieto un momento, mirándola. A la memoria me vinieron versos de Borges y de Virgilio, como siempre ocurre en estos casos, y cuando volví de mi ensimismamiento allí estaba él, inmóvil, mirándome. Tendría menos de treinta años, pero vestía con una elegancia de otro tiempo, como de mago o bailarín, un poco a lo Fred Astaire. Incluso llevaba sombrero de copa. Se lo quitó y me saludó sonriente. Entonces me pareció más joven, un estudiante en una función colegial.
            ––¿No me reconoces? Somos viejos amigos...
            Miré alrededor, temí que formara parte de un grupo y me estuvieran gastando una broma. Serio de pronto, me hizo un gesto para que le siguiera. Y yo le seguí sin pensar, sin hacer más preguntas, como si estuviera hipnotizado. Ni siquiera me di cuenta, hasta que estuvimos frente al portal, de que el camino que seguíamos era el de mi casa. Abrió con su llave, entramos juntos en el ascensor. Salí yo el primero. Sujetando la puerta, me volví para dejarle pasar. Pero allí no había nadie. El ascensor estaba vacío. O casi. En el suelo relucía el sombrero de copa. Me incliné, extrañado, para recogerlo. Al ponerme en pie, le vi en la puerta abierta del piso, invitándome a pasar.
            ––¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo tienes la llave de mi casa?
            Sonreía sin decir nada y de pronto yo también sonreí. Me había reconocido.


Martes, 29 de diciembre
ELOGIO DE LA VANIDAD

“Investigación de mi adentramiento en la edad”  titula Carlos Bousoño uno de sus poemas. A esa investigación me dedico yo también con cierta frecuencia. Y últimamente he descubierto que los años me van haciendo más vanidoso. Nunca lo he sido demasiado, aunque siempre he tratado de parecerlo. Al vanidoso le importa la opinión de los demás; a mí siempre me ha importado más mi propia opinión.
            Me gusta mucho una frase del Quijote: “Yo sé quién soy”. Yo siempre he sabido quién era, cuáles eran mis limitaciones. Creo que soy el único escritor, o casi, que no necesita del éxito para seguir escribiendo. Lo poco o mucho que he hecho lo habría hecho lo mismo aunque hubiera tenido menos eco del que ha tenido o aunque no hubiera tenido resonancia ninguna. Como quien cumple una misión (una misión que no le ha encargado nadie, por cierto).
            Estas cosas procuro no decirlas porque me hacen todavía más antipático de lo que ya soy por naturaleza. Hasta ahora disimulaba mi orgullo con la falsa vanidad. Pero los años, algo bueno tenían que tener, me están haciendo más humano. Ahora me gustan los elogios como a todo el mundo, aunque se deban solo a la mera cortesía. Antes solo valoraba los bien informados, inteligentes y merecidos, cosa que rara vez ocurría, si es que ocurría alguna vez. Ya los agradezco todos. Aún no he llegado al punto de mendigarlos, como tantos queridos colegas, adulando a este o aquel crítico, o de elogiar yo a cualquier poetastro para que me los devuelva redoblados, pero todo se andará.

       
Miércoles, 30 de diciembre
TIEMPO DE RECUENTOS

Todos los periódicos se dedican a hacer balances. Yo hago el mío propio. Cosas de las que aún no me he cansado: de vivir solo, de enamorarme, de ver el cine en el cine, de la poesía joven, de ir a pie a todas partes, de no comulgar con ruedas de molino, de decir lo que pienso, de escribir lo que sueño, de ser puntual, de ser más amigo de la verdad que de mis amigos y más amigo de mis amigos que de la verdad, de la tertulia de los viernes, de Nueva York, de mí mismo.


Jueves, 31 de diciembre
TELÓN

Érase una vez... Y los ojos del niño se abren expectantes, seguros del prodigio que sigue a esas palabras. Yo las sigo escuchando cuando se descorre el telón de cada nuevo año, de cada nuevo día, seguro de que nunca la realidad dejará de asombrarme y fascinarme.




6 comentarios:

  1. Tenemos que volver a pasear por el Promenade. Manhattan nos espera. ¿Recuerdas aquella foto, casi profética, que apareció en Reloj de arena, que hiciste desde las Torres en la que se veían sus sombras? Qué jóvenes estáis los tres; Tú, Almuzara y Marcos Tramón.

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    1. Estoy deseándolo. A ver si organizo pronto un viaje pare recuperar gratas rutinas y descubrir lugares nuevos.

      JLGM

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  2. Feliz Vanidad (con algún retraso).

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  3. Otilio Falcones Benavente5 de enero de 2016, 9:48

    Felices, Cer. A laborar y a darnos cosas guapas.

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    1. Veo ahora este apunte, un tanto misterioso. Por si se refiere a mi humilde persona, mil gracias: se hará, como siempre, lo que se pueda.

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  4. Tienes razón, José Luis. Y en mi opinión, no reconstruir las torres fue un gesto de humildad. ¡Que no nos venza el miedo!

    Miranda Taibo

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