domingo, 7 de septiembre de 2014

Nadie lo diría: Volver


Lunes, 1 de septiembre
UN HELADO EN LA PLAZA

Nunca encuentro placer en la primera vez. Alerta, en tensión, atento a no equivocarme, no me queda tiempo para el disfrute. Detesto, por eso, probar cosas nuevas. Ante la novedad me siento inerme, desnudo, vulnerable. Seguro que ya hay un bonito nombre clínico para lo que a mí me pasa. Pero ahora no me apetece buscarlo.
            Salgo del hotel, sin detenerme en deshacer la maleta, y dejo que los pasos me lleven por un camino que conocen bien. El Palacio Labia y la iglesia del campo de San Geremia parecen perder peso y consistencia con la luz del crepúsculo, desvanecerse en la luz rosa. En el ponte delle Guglie me detengo un rato para admirar el espectáculo: el sol se pone al fondo del canal haciendo alarde de todo lo que ha aprendido con los mejores maestros, Tiepolo y Tintoretto. Sigo luego por calles llenas de gente y puestos multicolores hasta una placita en la que sé que nunca hay nadie, la de la Maddalena, con su masónica iglesia redonda y el pozo habitual en el centro. Con los ojos cerrados podría continuar e ir describiendo lo que me sale al paso: Santa Sofía, oculta entre las fachadas de las casas y enfrente, tras el Canal Grande, el mercado de Rialto; el campo dei Santi Apostoli, siempre con niños subidos al brocal del pozo; calles estrechas, llenas de gente, como pasillos del metro en horas punta, y luego el campo de San Bartolomeo, con la estatua de Goldoni… Cuando llego a la Piazza ya es de noche. Tocan las orquestas de los cafés ante las mesas vacías de las terrazas; solo algunos curiosos escuchan de pie. A la memoria me viene el hundimiento del Titanic. Yo me siento al fondo, en el suelo, apoyado contra una de las columnas de las Procuraterie Vecchie. Antes he comprado un helado, como siempre hago. Lo paladeo lentamente observado por la atenta luna. Hace veinte años vine a esta ciudad por primera vez; al llegar, aturdido por el cambio y el retraso de los aviones, dejándome llevar por las calles llenas de gente, hice el mismo recorrido que he hecho hoy, que he hecho todas las otras veces que he vuelto. Cuando regreso al hotel, ya avanzada la noche, la ciudad es otra, más secreta.
            En la Plaza de San Marcos, a solas con mis pensamientos, trato de encontrar razones para este amor mío por la rutina. Y las encuentro de inmediato porque buscarlas es otra rutina más.
            Me gusta la rutina por lo que tiene de hazaña, de conquista personal. La vida es cambio, desconcierto, arenas movedizas. Ningún día es igual a otro. En ningún lugar nos dejan detenernos. El tiempo, como el guardián de un campo de prisioneros, nos lleva a empujones hacia el precipicio.
            Yo levanto el refugio de mis rutinas como Robinson una cabaña en la isla desierta para protegerse de las alimañas y las inclemencias del tiempo.
            Entre esas rutinas está la de volver, al menos una vez al año, a Venecia, a Nueva York y a Aldeanueva del Camino, donde nací, donde más extraño me siento.  


 Martes, 2 de septiembre
IL GIOVANE FAVOLOSO

Ayer se estrenó en la Mostra, con gran éxito, la película de Mario Martone Il giovane favoloso, que cuenta la vida de Leopardi. Hoy se proyecta en el cinema Rossini y, después de leer lo que cuenta de ella Curzio Maltese en La Repubblica, estaba deseando verla. No me ha defraudado. Bernardo Bertolucci, al salir de una proyección privada, dijo: “Ecco, così si filma la poesía”. Y tenía toda la razón. La película se centra en dos momentos de la vida de Leopardi: la infancia y la adolescencia en Recanati, la etapa final en Nápoles. Y seduce desde la primera imagen. La relación con el padre, la relación (o la ausencia de relación) con las mujeres, la dependencia casi homoerótica de Antonio Ranieri están pintadas con mano maestra. Como el infierno de un Nápoles devastado por el cólera o la visita al prostíbulo. Y a ello se añaden los poemas, tan perfectamente encajados en la trama, tan bien dichos por Elio Germano. Suenan en el silencio de la sala, en un maravilloso silencio conmovido, los versos de “L’Infinito” (“Sempre caro mi fu quest’ermo colle / e questa siepe, che da tanta parte / dell’ultimo orizzonte il guardo esclude”) y uno los escucha como si fuera la primera vez, como recién salidos de la pluma de Leopardi, un hombre demasiado grande para una sociedad demasiado pequeña.
            Mario Martone no solo ha acertado a filmar, como nadie lo había hecho antes, la poesía, sino también un autorretrato de la Italia mejor.
            Se encienden las luces y noto que tengo los ojos húmedos. Lágrimas de gratitud y de felicidad.


Miércoles, 3 de septiembre
EN EL CEMENTERIO JUDÍO

No había estado nunca en esta parte del Lido, el viejo barrio de S. Nicolò, con sus fortalezas que defienden la entrada de la laguna, su tranquilidad pueblerina y su Antico Cimitero Ebraico. Camino solo entre las desgastadas lápidas, pisando las hojas secas de un otoño anticipado, y pienso en lo fácil que es para los descendientes de las víctimas convertirse en verdugos y para los hijos, parientes, vecinos, o simplemente gente que pasaba por allí, de los verdugos, o de los terroristas, convertirse en víctimas. Pero yo no confundo a un gobierno criminal, el de Hamás, el de Netanyahu, con un pueblo, el palestino, el israelí. Recuerdo aquella vez que, en una sala alternativa de Nueva York, asistí a una representación de El mercader de Venecia en la que un Shylock vagamente caracterizado como Arafat recitó el famoso monólogo: “¿No tiene ojos el palestino? ¿No tiene manos, órganos, miembros, sentidos, emociones, pasiones? ¿No se alimenta de la misma comida, no le hieren las mismas armas, no se expone a las mismas enfermedades, no se cura con los mismos remedios, no se calienta con el mismo verano y se enfría con el mismo invierno que el judío? Si nos hacéis un corte, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Y si nos hacéis un agravio, ¿no habremos de vengarnos? Si somos iguales a vosotros en lo demás, también en eso hemos de parecernos. Si un palestino agravia a un judío, ¿ qué muestra este, mansedumbre o venganza? Si un judío agravia a un palestino, ¿cuál tendría que ser la respuesta? La misma venganza que de los judíos ha aprendido”.
            A mí me pareció algo mecánica aquella adaptación. Pero la sorpresa vino al final cuando el amigo que me acompañaba me presentó al actor que hacía de un Shylock transformado en palestino: era judío, como el autor de la versión, como la mayoría de los otros actores.
            “Pero tú, ¿de qué lado estás?”, me han preguntado más de una vez este verano del exterminio en Gaza mientras todo el mundo civilizado procura mirar para otra parte. “Yo estoy del lado de las víctimas, sean judías o palestinas, y en contra de los verdugos, sean palestinos o judíos”


Jueves, 4 de septiembre
UNA CITA

Había quedado con una amiga en el campo de S. Luca. Salí del hotel, junto a la iglesia dei Scalzi, veinte minutos antes, tiempo más que suficiente ya que suelo caminar con buen ritmo, pero no calculé que aquellas horas eran las de máxima afluencia, que apenas se podía dar un paso por las estrechas calles y que, en algunos puentes, incluso se producían atascos. No importaba mucho que llegara un poco más tarde, mi amiga Marina Gasparini no se iba a enfadar por ello, pero yo, entre mis infinitas manías, tengo también la de la puntualidad. Me angustia no llegar a una cita dos o tres minutos antes de la hora prevista. Me salvó un veneciano cabreado. Porque hay venecianos que viven en permanente estado de cabreo contra quienes sostienen la ciudad, esto es, contra los turistas; sin ellos, este lugar tan fascinante, pero tan incómodo para el día a día y tan costoso de mantener, hace años que se habría venido abajo, que sería otra deshabitada y ruinosa Torcello. Mi salvador veneciano llevaba una pesada cartera y sin duda llegaba tarde al trabajo. Con cara de pocos amigos, comenzó a abrirse paso a empujones. Yo me coloqué detrás y en pocos minutos llegué a campo abierto, esto es, a S. Bartolomeo, muy concurrido, pero sin apreturas, y luego a S. Luca. Respiré aliviado. Era exactamente la hora prevista.
            Pero para mí Venecia no es una ciudad de aglomeraciones, sino todo lo contrario. A menudo basta torcer una esquina para encontrarse solo. En ningún lugar he estado más solo; en ningún lugar, mejor acompañado: por el rumor del agua en los escalones de mármol, por las infinitas historias que resuenan en cualquier rincón abierto al agua como en una caracola.


Viernes, 5 de septiembre
ENIGMAS CON JARDÍN

Una de mis actividades favoritas: localizar exteriores. En las calles arboladas y tranquilas entre el barrio de S. Nicolò y el viale de Santa María Elisabetta, siempre tan animado, encuentro muchas villas ajardinadas. Entre tantas de arquitectura fantasiosa, escojo la más sencilla y, detenido ante la verja del jardín, me entretengo en inventar una historia de amor y muerte, como todas las historias, que podría transcurrir en ella. Yo soy el narrador, no el protagonista, y en las primeras escenas paseo por el Lido y me detengo ante la puerta de entrada a un jardín… Compruebo de pronto que está abierta; la empujo; avanzo por el descuidado jardín; me fijo en un cartel que indica que está en venta. Mejor, pienso, así puedo curiosear un poco. De pronto, una sensación extraña. Alzo los ojos: desde una de las ventanas, alguien me observa, me hace señas impacientes, me indica que suba.



Sábado, 6 de septiembre
TENTAZIONI

Mientras trato de recuperar otras rutinas (soy un hombre de infinitas rutinas, pero ninguna repetida), paso al cuaderno del diario las notas que fui apuntando en papeles sueltos.
            Viajar solos es la mejor manera de escuchar las voces de la ciudad, las conversaciones de los otros. Una hora tarda el renqueante vaporetto desde el Lido hasta la Ferrovía. Va lleno de gente, pero yo he entrado el primero y me he sentado en el mejor lugar. Junto a mí, una pareja de españoles, muy jóvenes ambos; él señala con entusiasmo infantil todo lo que le llama la atención, ella responde displicente y aburrida; en medio del Gran Canal, saca su teléfono, no para hacer fotos, como todo el mundo, sino para ver los mensajes y teclear alguna cosa: él, al pasar junto al puente de Rialto, le indica un cartel en el que se lee “Stop mafia Venezia è sacra” y ella ni se molesta en levantar la vista. Me dan ganas de decirle al chico: “Déjala en el hotel o apárcala en cualquier parte y vámonos juntos a descubrir la ciudad”.
            Me despiertan las campanas de la iglesia dei Descalzi, la ventana de mi habitación, una celda monacal, da al jardín, que antes fue claustro. En el antiguo refectorio, que aún conserva el púlpito desde el que se leía durante las comidas, una lápida recuerda que Pio X, patriarca de Venezia, un día de 1906 compartió con los carmelitas descalzos la “umile mensa”. En torno, el continuo barullo de la estación y de la calle Lista de Spagna; aquí, cercado por altos muros sin apenas ventanas, un silencio que no parece de este mundo, pero que está en el centro del mundo.
            Buen nombre para un café: Tentazioni. Enfrente, la librería de una cadena que, como dice su lema, es la más extendida, “la più vicina a te”. No puedo resistir esa tentación y, antes del café, entro a echar una ojeada. La gran novedad parece un libro de Andrea Camilleri. ¿Otro Montalvano? Lo hojeo con displicencia. Donne se titula y cada breve capítulo lleva el nombre de una mujer: “Angelica”, “Antigona”, “Beatrice”… El libro, nos dice el autor en la nota final, es un catálogo de las mujeres de la historia, o de la historia de la literatura, o de la propia historia, que por una razón u otra han permanecido en su memoria. Y yo en seguida me doy cuenta de que el esquema es el mismo que el de la serie que he ido publicando este verano, día tras día, un personal catálogo de lugares propicios a la felicidad. Tampoco yo, como él, podría “giurare que siano realmente accadutti” los sucesos de mi vida que en esas páginas, o en tantas otras páginas autobiográficas, cuento: “podría ocurrir que sean inventadas o soñadas y luego, con el paso del tiempo, las haya creído verdaderas”.
            Pero yo no necesito mucho tiempo para confundir la realidad con el sueño, para convertir el sueño en realidad. Sé muy bien dónde se encuentra el sendero que lleva de uno a otra. Y lo recorro con frecuencia en uno y otro sentido.





13 comentarios:

  1. La vida es una infinita rutina... que nunca se repite. Bienvenido a ésta; ya la echábamos de menos.

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  2. Así qué tus diarios cumplen la mayoría de edad, qué bien que puedas celebrarlo en Venecia y que para ti ya sea una hermosa rutina. Para otros que aún no hemos tenido la suerte de ir, será una esperada novedad algún día.
    Aquí estamos en Aldeanueva, tu otro lugar, fiesteando un poco. Saludos

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    1. Vaya donde vaya, Aldeanueva va conmigo, amiga Ana. Y me imagino que también contigo.

      JLGM

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  3. Ahí-ahí, vi Aldeanueva en otros muchos sitios que yo no esperaba, es grato ver que los paisajes quedan en tu retina y aparecen cuando menos lo piensas

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  4. Todo libro importante debe leerse dos veces, lo uno, porque la segunda vez se perciben mejor las cosas en su totalidad, y no se comprende bien el comienzo si no se conoce el fin, y lo otro, porque a la segunda lectura se lleva otra disposición de ánimo que a la primera, lo que modifica la impresión, como cuando se mira bajo nueva luz un objeto anteriormente contemplado.
    Lo anterior lo dijo Shopenhauer y bien pudiera hacerse extensivo a la contemplación de una obra de arte, de un paisaje, de una ciudad...
    Además está el laboratorio de la memoria, que transforma, selecciona, magnifica... A menudo la segunda mirada se lleva consigo cierta dosis de desencanto... Ay, aquellas mitificadas películas de la adolescencia, que vistas ahora dan cuenta fehaciente de cuánto hemos cambiado, cuánto hemos perdido...
    Muy bonita la foto del canal, esa del cielo festoneado de carmines, amarillos, violetas y grises, con el contrapunto del fanal verde de la farmacia: un convincente diálogo de complementarios (a ver si resulta que Kurtz sabe más de arte de lo que suponía...; o será casualidad).
    Y hablando de cementerios judíos, veía servidor hace unos días el de Praga: doce mil lápidas disputando por la escasa tierra del ghetto. Las había enhiestas al lado de otras en ángulos cerrados, que arrancaban todas de un mismo punto, como rosas de pétalos de piedra, como las geológicas "rosas del desierto"... Antes había visto las maletas de cartón de los deportados al campo de Terezin, primera etapa entes de los de exterminio de Auschwitz, Birkenau... Sobrecogedores los nombres escritos con pincel en las tapas de las maletas: entonces creerían que era importante asegurarse de que los objetos personales no se extraviaran hasta el regreso a casa...
    Cuando visité la sinagoga de Pinkas reparé en lo bien que daba en los muros cierta minúscula caligrafía (roja, negra, blanca del muro blanco), que los texturaba y los armonizaba. Pero eran los nombres de los más de setenta mil judíos asesinados por los nazis: la belleza se esfumó y dejó paso a la desazón.
    Me colocaron un solideo de cartón y, al pasar por un espacio acristalado, me vi reflejado y pensé que bien pudiera pasar por uno de aquellos hebreos del Holocausto. Al salir saludé a la joven celadora (era bonita y de rasgos inequívocamente judíos..., dado el lugar) con un "shalom" que se vio que agradecía. Paradojas de la vida: la semanas anteriores había yo despotricado con indignación por la masacre de palestinos a manos (las que accionan los artilugios mortíferos) de los israelíes. Pero siempre he sabido distinguir entre lo que es ser un israelí y un judío: por mí atraería a su Sefarad a todos los sefarditas dispersos por el mundo. Aunque me temo que, por la Crisis, poco podríamos ofrecer a estas gentes que guardan un conmovedor y nostálgico amor por la patria perdida. Algunos seguro que iban a aterrizar por Aldeanueva, con la consiguiente dinamización del mercado inmobiliario local. Seguro que iban a acondicionar a sus expensas la estación abandonada y le iban a dar un uso razonable...
    Y nada más, Kurtz; que hayas pasado un buen verano; ya falta menos para disfrutar del curso lectivo y de la vida civilizada.

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  5. Hola F, desconozco tu identidad, pero debes conocer Aldeanueva y me gusta esa repoblación de la estación y las olivas, ya casi demográficamente saturadas.
    Hoy ya es fin de fiestas 2014, aquí se llama "Día del Pardo"

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  6. Hola, Ana María; en realidad conozco poco Aldeanueva, mucho más Hervás. Siendo más (mucho) joven, hice camping, por varios años, en uno de Puerto de Béjar, en la orilla derecha de la nacional 630, según se viene de Béjar. Era una antigua residencia de verano de un colegio religioso (eso entendí), con su piscina algo descuidada y un destartalado edificio de servicios, y que regentaba una familia de jóvenes encantadores. Esas eran las carencias; pero el clima uno de los mejores que he conocido, la arboleda frondosa y la compañía divertida y enrollada. Lo pasé muy bien, francamente.
    Desde el lugar de acampada hacíamos incursiones-excursiones por toda la comarca y por buena parte del norte de la provincia de Cáceres. Subíamos el puerto de Honduras y descendíamos al valle del Jerte; a veces tomábamos un café debajo de los enormes aleros de Cabezuela del Valle y volvíamos a remontar hasta el Piornal, para otra vez descender a Garganta la Olla -cuyos tejados vistos desde lo alto eran un puro gozo visual- o a Cuacos, o...
    Y así descubrí Hervás y su judería, y su encantador museo Pérez Comendador-Leroux, y su industria peletera (tengo chupas y carteras de esa procedencia), y sus castañares y la consiguiente industria cestera, y sus magros de porcino... Años después, abandonado el campismo, optamos por los hoteles de Hervás o Béjar (nunca muchos dias, casi siempre al regreso de Al-Ándalus...). En fin, que conozco muy bien tu terruño, Ana María.
    Casualmente, uno de aquellos años, estábamos en La Garganta (el pueblito cercano a Puerto de Béjar) aprovechando que en Asturias (desde donde te escribo) era su fiesta autonómica. Y como resulta que en Extremadura celebran la suya (¿vuestra?) el mismo día, pues que estaba el pueblo en fiestas, con las calles que desembocaban en la plaza del pueblo trabadas con tablones (era día de toros), la gente endomingada y..., y en esto que sale la multitud de la iglesia mayor y que comienzan los bailes regionales con los hombres y mujeres (algunos en edad provecta) luciendo el traje regional, y que unas mujeres -jarra de vino en una mano y un acordeón de vasos de plástico en la otra- comienzan a convidar a la concurrencia mientras otras hacían lo propio con bandejas de confites caseros (¿perrunillas?). Y al llegar a nosotros que nos ofrecen, generosas, aquellas muestras de hospitalidad conmovedora. Les dijimos que no eramos del pueblo (era evidente) y que no tenían por qué tener aquella consideración con nosotros... La buena mujer sonrió de oreja a oreja y dijo que precisamente por eso le importaba más que aceptásemos la invitación. Y bebimos y comimos en animada compaña con los amables lugareños: el pueblo llano es lo mejor que tiene este desquiciante país, Ana María.
    De pasada, comenté con uno de los vecinos que era llamativo el gran número de automóviles con la O de Asturias en la matrícula. Me aclaró que muchos hombres del pueblo, años atrás, habían ido a trabajar a la siderúrgica de Avilés y que allí residían y que allí habían formado una familia.
    A veces -medio e broma medio en serio- le digo a Martín que parece que quiero más a su tierra que él mismo.
    Ha sido un placer hablar contigo, Ana María Reviriego.

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    1. Hola F, quise responderte el otro día, pero no sé si los modos (tablet) o los medios (ADSL), no me lo permitieron, hice tres intentos y el blog me sacaba de la página.

      Me alegró mucho leer que la gente es muy feliz viniendo por estas tierras en verano, la verdad es que tenemos un triángulo devalles, privilegiado, hermoso y variado.
      La Garganta y Candelario son dos pueblos preciosos, la Garganta tiene efectivamente esa fiesta de toros que hacen con tablones en la propia plaza del pueblo; son pueblos, a pesar de estar por aquí, norteños, pueblos de nieve, extremeño-asturianos. Parece que ha dado muy buenos resultados en esa simbiosis asturimeña, aquí en Aldeanueva se fueron muchas familias para allá y vienen en verano a disfrutar aquí.

      Si alguna vez venís a ver el pueblo de G. Martín aquí estoy para servir de Cicerone. Un saludo.

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    2. Hola, Ana María; sí que existe esa simbiosis, sin duda debido a la trashumancia recíproca. De hecho, el pueblo de Candelario fue fundado por pastores asturianos... Una cosa que me llamó la atención cuando bajaba por primera vez el puerto camino de Baños de Montemayor, fue ver cómo los pequeños prados de la vertiente sur se deslindaban de modo muy parecido a en Asturias. También que, en medio de ellos, se veían "varas de hierba", que así las llamamos, que son esos apilamientos ahusados de heno que se disponen alrededor de un palo central y que suelen rematarse con un bote o puchero, para evitar que el agua se filtre en el interior de la "vara". Al parecer, vuestro castúo tiene muchas palabras de origen asturiano.
      Como cosa tangencial te diré que tengo mucho aprecio por una vieja edición que poseo de las "Castellanas" y las "Extremeñas", de Gabriel y Galán. Así que algo sabré del castuo, ¿no?
      Un saludo cordial, Ana.

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  7. Hermosa evocación, amigo Kurtz. A mí también me gusta mucho toda esa región extremeño-salmantina. De Aldeanueva veo que no hablas.

    JLGM

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  8. Habré estado, José Luis, una o dos veces en Aldeanueva (del Camino), y eso fue en tiempos de los primeros merodeos por la zona, cuando descubrí el pueblo fantasma de Granadilla, tomé el sol el las playas lacustres del Gabriel y Galán y comprobé cómo en Casares renegaban de su condición de hurdanos, pues una moza a quien requerí información negó que aquello fueran las Hurdes..., pese a que, poco más allá, topé, con la lápida que conmemoraba que en aquel caserón había pernoctado S.M. Alfonso XIII en su visita a las Hurdes.
    En Pino Franqueado,en un ameno ribazo, nos regalamos con un baño en la piscina natural del río de los Ángeles.
    Por entonces ignoraba servidor que un aplicado (y notable) poeta llamado JLGM se afanaba en regalarnos el cacumen..., y, claro su lugar de nacencia pasó sin pena ni gloria bajo la suela de mis sandalias de peregrino descreído. Pero te prometo, buen Kurtz, que en la próxima salida mía, Balata abajo, pese a que la autopista margina tu pueblo, he de salir de ella y visitar tus lares..., que me da la impresión que tienes in mente más que antes.
    Salud, amigo.

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  9. Suprímase, por favor, lo de "politiqueando".

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  10. Pues ya me contarás qué te parece Aldeanueva. Mi casa está junto a la carretera. Seguro que has pasado delante de ella.

    JLGM

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