Domingo, 4 de diciembre
EL CONFUSO PRESENTE
“En otras épocas, los cambios de opinión literaria se verificaban en lapsos de tiempo de larga duración, con la lentitud majestuosa de todo crecimiento histórico”, escribe Galdós en su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua. En el presente de 1897 todo es confusión y aceleración: “Hemos llegado a unos tiempos en que la opinión estética cambia con tan caprichosa prontitud que, si un autor deja transcurrir dos o tres años entre el imaginar y el imprimir su obra, resulta envejecida en el momento en que ve la luz”.
Qué clara nos resultan hoy aquellos cambiantes y confusos años; una palabra nos basta para clavarlos, como el alfiler a la mariposa, en el cementerio de la historia literaria: modernismo. El presente tiene siempre más en común con cualquier otro tiempo cuando fue presente que con el pasado en que pronto se convertirá.
El mundo está ahora en una encrucijada, la mayor parte de las certezas se han venido abajo. Yo estoy igualmente en una encrucijada: a cualquier lado que mire encuentro el camino lleno de trampas. Vendrán tiempos mejores, me digo. Y sé que es verdad. Que saldremos de esta. Que el mundo es hoy mejor, no sé si que en 1997, pero sí que en 1897, y que dentro de cien años será mejor que ahora, aunque no faltará quien añore este momento. Pero, por muy bien que me vayan las cosas, dentro de diez, de veinte años, no estaré, si estoy, mejor que en este momento.
Cómo disfrutaría de estos días si pudiera volver a ellos cuando tenga setenta, ochenta años. Qué no daría por volver a ellos. Cierro los ojos y mágicamente estoy en ellos. Trato así de disfrutarlos como si no fueran el confuso, acelerado, angustioso presente, sino un pasado añorado y milagrosamente recuperado.
Lunes, 5 de diciembre
POR QUÉ NO TENGO AMIGOS
Soy un excelente fiscal, pero un pésimo abogado defensor. Me basta abrir un libro para tropezar con sus puntos más débiles. Y en nada encuentro más placer que en subrayarlos públicamente, sobre todo si se trata de un autor de éxito o de un buen amigo. Por eso tengo tan pocos amigos escritores.
He intentado corregirme, pero he fracasado siempre. Ya he dejado de intentarlo. Reedita, corregido y aumentado, mi admirado amigo X (callaré su nombre) Las armas y las letras y todo el mundo lo recibe con entusiastas ditirambos, mientras que yo solo me fijo en los lunares que permanecen intactos desde la primera edición, como que Azaña perdió la guerra por escribir un diario o asistir a no sé qué concierto, o que el mejor libro sobre la guerra civil son las memorias de Clara Campoamor, publicadas pocos meses después de comenzada… En fin, minucias, unas docenas de caprichosos, desenfadados y desenfocados juicios de valor. Y luego encima me ofendo porque el autor se ofenda y responda dolido, como si yo hubiera traicionado la amistad. Doy la impresión de ser un crítico que no acepta la menor crítica, que lo único que espero del autor es que agradezca las observaciones y corrija la edición siguiente.
Una actitud poco inteligente la mía, ya lo sé. Pierdo amigos valiosos por no ser capaz de disimular mi pensamiento cuando hablo en público (en privado lo disimulo bastante bien).
Dije que era un excelente fiscal y un pésimo abogado defensor. No estaba enteramente en lo cierto. Soy también un excelente abogado defensor de mí mismo. No es que yo sea un mal amigo, es que me gusta cumplir con mi obligación profesional.
Como crítico podré equivocarme, pero nunca engaño.
Nunca engaño a los lectores, pero a mí mismo me engaño todo lo que puedo.
Martes, 6 de diciembre
NUNCA HEMOS VIVIDO JUNTOS
Qué extraña sensación pasear esta tarde lluviosa, pero de agradable temperatura, por la bulliciosa avenida, llegarse hasta la pista de hielo sobre la que se refleja esbelto y dorado Prometeo.
Siempre he detestado el compulsivo consumismo de estas fechas. Pero a esta ciudad se lo perdono todo. Llegué por primera vez hace más de veinte años, nos hemos encontrado luego muchas veces, pero nunca hemos vivido juntos. Solo me ha mostrado su mejor rostro, su fascinación inagotable. Todos mis amores han sido así: imaginería y ensueño, apenas unos sorbos de realidad.
“Las ciudades pequeñas hacen las mentes pequeñas”, pienso mientras camino por la Quinta Avenida. Y yo me quedé en mi provinciano rincón sin atreverme a dar el paso cuando aún estaba a tiempo. También preferí quedarme con mi confortable soledad, cerrar los ojos a la tentación de cualquier compartido paraíso. Debería haber sido más valiente, pienso con frecuencia. Y me arrepiento de mi cobardía.
Pero por poco tiempo. Ya he dicho que soy un excelente abogado defensor de mí mismo.
Si hubiera vivido en Nueva York, ahora odiaría Nueva York. Mejor este amor que nunca defrauda. Que está hecho, como todas las cosas que valen la pena, de la misma materia que los sueños.
Miércoles, 7 de diciembre
LEHMAN COLLEGE
La frecuentación, aunque sea en visitas tan fugaces como las mías, acaba provocando una excesiva familiaridad. Voy en el metro hasta Lehman College, donde un catedrático amigo me ha invitado a hablar sobre Misericordia de Galdós, y el cansancio del cambio de horario y de haber andado todo la mañana de un lado para otro hace que, en cuanto encuentro un asiento, apoyo la cabeza contra la pared y me quedo placidamente dormido. Sin mi poco de siesta, soy incapaz de hablar de cualquier cosa.
Despierto, poco antes de llegar a mi estación, completamente recuperado. Soy tan nervioso, quiero hacer tantas cosas al mismo tiempo, y hacerlas todas corriendo, que en seguida me agoto. Pero recargo las pilas con la misma facilidad. Antes de la clase, un breve paseo por el campus, melancólico en este lluvioso atardecer de otoño, con mi sabio anfitrión, José Muñoz Millanes. Los edificios neogóticos, de los años treinta y cuarenta, alternan con algunas modestas pero elegantes muestras del movimiento moderno.
En este college del Bronx la mayoría de los alumnos son afroamericanos e hispanos. ¿Qué les dirá a estos jóvenes, y no tan jóvenes, la historia de Benigna, la criada madrileña que tiene que convertirse en mendiga para poder seguir cuidando a su manirrota señora? ¿Qué tienen que ver los barrios bajos madrileños de finales del XIX con estos laboriosos y babilónicos suburbios neoyorquinos donde tantos se afanan en cumplir sus sueños?
Galdós parece que está hablando de una cosa, pero en realidad habla de otra. Nos refieren el argumento de Misericordia y qué poco nos apetece releer ese minucioso retablo de la pobretería española. Pero escuchamos las primeras frases y pronto no podemos dejar de seguir leyendo.
Qué sabio este narrador que parece tan campechano y convencional, y que enseguida se vuelve invisible para dejarnos frente a los personajes, tan reales y, sin embargo, solo un símbolo de lo que en realidad le interesa hablar.
El transparente Galdós está lleno de secretos. También este lugar, de nombre tan mitificado por el cine, y sin embargo tan cotidiano y familiar en esta tarde en que ante atentos alumnos finjo estar hablando de Galdós cuando en realidad estoy hablando, como siempre hago, de mí mismo.
Jueves, 8 de diciembre
CICATRICES
En el 2001, poco antes de la catástrofe, estuve en esta ciudad; también pocos meses después, cuando los improvisados monumentos funerarios –nombres, flores, sonrientes fotos de recientes fantasmas— llenaban cualquier lugar cercano a las Torres.
Diez años después ha cambiado el mundo, pero esa cicatriz parece que no va a cerrase nunca. Las víctimas han sido vengadas, han traído más víctimas, pero la cicatriz sigue ahí. Había visto a los políticos inaugurando un monumento conmemorativo y creía que la reconstrucción había terminado. Pero no, ahí continúan las grúas y los socavones y la piscina conmemorativa (a la que no se puede acceder fácilmente) parece otro socavón más. Lo contemplo todo desde la cristalera del Jardín de Invierno (al otro lado está el Hudson, hermoso como nunca en esta soleada tarde de otoño) y no sé qué pensar. ¿Habría sido mejor reconstruir las Torres tal como estaban y no darles a los fanáticos criminales la satisfacción de haber cambiado para siempre el perfil de esta ciudad? ¿Habría sido mejor que, como en los mejores tiempos, cuando en un años se construyó el Empire, el espíritu emprendedor de los neoyorquinos hubiera sido capaz de poner de acuerdo todos los intereses y las ambiciones que se cruzan en este lugar y hoy ya tuviéramos una rutilante plaza del siglo XXI sin más recuerdo de la tragedia que los nombres de las víctimas escritos en un muro? No sé qué sería mejor.
En la catedral anglicana de Saint Thomas, mientras escucho el Mesías, pienso en aquellos muertos de septiembre, no menos propios que otros muertos propios, en los que también pienso. Los ojos se me llenan de lágrimas porque ellos no están aquí y el mundo sigue siendo hermoso, tan hermoso como está música que acaricia, exalta y consuela.
Hay cicatrices que no desaparecen nunca, como nunca parece que desaparecerán las huellas de la gran catástrofe del World Trade Center. Pero desaparecerán. Y todo volverán a ser prisas y oficinas y rutilantes centros comerciales. “Ando sobre rastrojos de difuntos”, decía Miguel Hernández. Ya lo sé, pero para seguir viviendo necesito no pensar demasiado en ello.
En Strand, quizá la más fascinante librería del mundo, compré, poco antes del concierto un libro de 1916 que recoge los versos de los jóvenes poetas de entonces que pasaron por Princeton. ¿Qué sería de ellos pienso mientras hojeo el elegante volumen? Antes de dormirme, tratando de no pensar en lo que no puedo dejar de pensar, escucho una canción de uno de ellos, Harrington Green: “We talked of many things today…” Y me entretengo en ponerla en español:.”Hemos hablado de muchas cosas hoy, / pero yo no recuerdo nada de lo que nos dijimos, / no sé si grandes temas o solo niñerías. / Qué atento estuve, sin embargo, / a todo lo que callábamos / y solo nuestros ojos se decían”.
Duermo sin correr las cortinas de la habitación, dejando que los miles de ventanas de este rincón de la ciudad con la que he soñado tantas veces se asomen a mirarme. También la luna, tan inmensa y sonrosada que no sé si es la luna o un anuncio de la luna.
esto último es muy juanramoniano. Debe ser impactante, desde luego, tal y como lo plasmas.
ResponderEliminarEsa tu "ironía", ese tu "me elogio y me río de mí mismo" y "soy mi mejor abogado", no son otra cosa que una capa que recubre el gusano que eres. En el fondo, eres eso: ese ser chiquitito de la foto, calvito, con la camisa de rayas metida en los calzoncillos y el cinturón bien apretado arriba del ombligo, y esas gafas del típico niño idiota acomplejado que, después de las típicas frustraciones, se acabó convirtiendo en la triste figura de un crítico fosilizado. Aunque por un instante te rías de estas palabras, sé que llegarán hasta ese ser diminuto que habita en ti, protegido por la apariencia de un crítico feroz, y sé que no disfrutarás tanto como yo el anonimato de este mensaje.
ResponderEliminarQué bien me conoce este gentil anónimo. Hasta ha acertado en lo de la camisa y etc. Me alegra el día. Ya se sabe que si no molestas a nadie es que no eres nadie. Y yo cada vez molesto menos. Afortunadamente aún queda gente generosa que entretiene su insomnio esforzándose en alimentar la egolatría y la insaciable vanidad ajena.
ResponderEliminarJLGM
Martín, ante ataques como "ese", depongo la curva cimitarra y te digo: hermano.
ResponderEliminarPara alimentar su egolatría y su insaciable vanidad, pero sin esfuerzo alguno, le confieso que suelo leer su blog semanalmente. Encuentro interesante sus andanzas y su maestría para ponerlas por escrito. También me sorprende y me conmueve su “striptis” literario. Claro que como este anónimo, cobarde y jactancioso, a veces le encuentro un tanto vanidoso. Y sin embargo admiro lo que escribe y cómo lo hace. Tiene usted buena paciencia aguantando insultos y contestando con fina ironía, admirable. Lo de “gusano” del anónimo confieso que me ha impresionado. ¡Cuánta mala baba destila el muy felón!
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Sí, Anónimo, sí... Anda, tómate la pastilla. Muy bien, con un poco de agüita. Así... Ahora duerme.
ResponderEliminarUps, mañana volverás a ser tú, qué putada...
JLP
Es una suerte encontrarse con tan buenos defensores. Muchas gracias. Y para no molestar a Carlos F. Massé procuraré hacer lo que todo el mundo: disimular mi vanidad en lugar de reírme de ella.
ResponderEliminarJLGM
[Lamento haber leído las estupideces del segundo mensaje e intentaré no perder más tiempo con ellas. Bah.]
ResponderEliminarUsted es púdico con lo que le interesa, como todos, y suele ser muy reservado con su condición de profesor. Pero, por favor, haga un esfuerzo y responda un poco a sus propias preguntas sobre los oyentes del Bronx. ¿Cómo reaccionaron con Misericordia? ¿Hubo diálogo? ¿Se habló, no sé, de pobreza antigua y moderna? ¿Le sorprendieron?
Una todavía poco formada crítica: este medio, a diferencia del periódico, no se presta mucho a menciones de autores equis con sus títulos completos, ya que Google está a un clic de distancia. Cuando menos, esa pretendida discreción provoca extrañeza: si alguien no cita deliberadamente en Internet, no enlaza, que es distinto, por razones como no subir el número de visitas a una página o no difundir direcciones de gentes horribles. Aunque entiendo que lo suyo no es un diario de navegación, sino un diario. (Una vez dicho esto, no busqué quién es equis, porque tampoco me importa demasiado para entender su discurso.)
Por lo demás, una entrada estupenda.
Lo de poner X cuando estoy hablando de mi amigo Andrés Trapiello no pasa de una broma. Es lo que él suele hacer en sus diarios y yo le he criticado muchas veces. No pretendía ocultar ningún nombre. Algo imposible en este caso, ciertamente: basta averiguar quién es el autor de "Las armas y las letras" (un libro muy recomendable, por otra parte, y del que ahora acaba de salir la edición de bolsillo).
ResponderEliminarLos alummnos del Bronx eran ya profesores de secundaria que hacían un máster. Procedían de casi todos los países de latinoamerica e hicieron preguntas muy inteligentes. Lo mejor de dar clases, al menos en mi caso, es el diálogo con los alumnos. "Enseñar es mi manera de aprender", ha escrito Enrique Baltanás. Y yo estoy de acuerdo.
JLGM
Señor Don JLGM: me sorprende que semana tras semana se le acuse o tilde de vanidoso. Bueno, todos lo somos de un modo u otro. De no ser así ya nos habríamos suicidado. En cuanto a los anónimos que se dedican a insultar, creo que mejor es ignorarlos, o mejor aún, no publicar sus comentarios. Atentamente, reciba mis saludos desde Madrid. An old friend.
ResponderEliminarMe molesta mucho lo de la camisa a rayas porque esa camisa a rayas fue comprada en una tienda de la Avenida Park de Nueva York (doy fe de ello) que no tiene nada que ver con "Cortefiel" que es donde, sin duda, el nasty anónimo compra su ropa.
ResponderEliminarOtra cita, completando la de Baltanás: Schönberg empieza su "Tratado de Armonía" con las siguientes palabras: "Este libro lo he aprendido de mis alumnos". Y es muy posible que no fuera sólo una manera de hablar; sus alumnos se llamaron Alban Berg o Anton Webern.
ResponderEliminar¿Sabes cuál es el problema que tengo con tu blog? (del que me confieso lectora asidua)Que nunca sé cuando hablas en serio y cuando te estás cachondeando del personal.
ResponderEliminarPor ejemplo, no entiendo por qué no evitas criticar los libros de tus amigos, para bien o para mal, y te ahorras problemas.¡Anda que no hay lanzamientos editoriales con los que podrás satisfacer esa vocación frustrada tuya de fiscal! Y sin embargo me da la impresión de que, lejos de dolerte como dices, todos esos "enfrentamientos" con amistades y conocidos más bien lo que te dan es vidilla!
Me hace mucha gracia esa obsesión que tienes con los anónimos, me parece entrañable, como de "padre modernuqui que se abre un blog pero no termina de pillarle el truco a esto de Internet". La grandeza de la red está precisamente en la libertad que da el anonimato! Además, si tú y yo no nos conocemos, ¿qué más puede darte que firme con mi nombre o con un nick?...
Andrea
(que no sea por falta de buena voluntad :) )
Ese juego con la ambigüedad que a menudo utiliza JLGM supongo que es uno más de los “placeres” que se brinda.
ResponderEliminarEl anonimato para ofender, insultar o humillar no lo entiendo como libertad. Pese a su buena voluntad no acabo de pillarle el truco, Andrea.
(contribuyendo a dar vidilla al blog)
La libertad que da el anonimato, estimada Andrea, ya fue utilizada en todos los tiempos por la peor gente, la más cobarde y resentida, sin necesidad de que se inventara internet.
ResponderEliminarY sí, a mí me gusta decir en broma lo que pienso muy en serio y con mucha seriedad lo que solo es una broma. Confío siempre en la inteligencia de los lectores (y en su paciencia, porque a veces me gusta tomarles un poco el pelo).
Y por otra parte hay que ver la de elogios que me valido ese anónimo. Algún mal pensado podría pensar que lo he escrito incluso yo...
Y no lo he escrito, pero mentiría si dijera que me molestan demasiado esas "formas amargas del elogio", como llamaba Cernuda a ciertos presuntos insultos.
JLGM
Me parece que me he explicado mal... no me estaba refiriendo al caso concreto del "anónimo nº2" (que se está convirtiendo en toda una celebrity del blog) sino más bien a reflexiones como las que expones en la entrada de la semana pasada.
ResponderEliminarPor supuesto que el insulto y la crueldad gratuita son aborrecibles, pero lo son tanto si son anónimos como si vienen firmados con nombre y apellidos. Y a la hora de opinar en un blog de internet, no entiendo la importancia que pueda tener el nombre, cuando este no está aportando ninguna información "real" ya que (en la mayoría de los casos) ni el autor conoce a sus lectores, ni los lectores al autor o entre ellos.
Andrea
La libertad que da el anonimato, estimado Kurtz, sería utilizada en todos los tiempos por la peor gente, la más cobarde y resentida..., pero quien suscribe, anónimo sin complejos, no piensa que desmerece un ápice en dignidad, capacidades o limpieza de intenciones si se compara con usted. Con la particularidad de que un servidor es perfectamente coherente y lógico si mantiene el anonimato y participa en el blog de su titularidad. Sin embargo, a usted no le queda otro remedio que identificarse, porque no tendría sentido que lo que nos viene de su parte fuese de persona desconocida: no puede sustraerse a que sepamos que es usted quien escribe.
ResponderEliminarOtra diferencia estriba en que -por lo general- quienes aquí concurrimos lo hacemos por mero divertimento, por expansión del carácter; algunos lo harán por aprender algo -los menos, a la vista de los enroques que se aprecian con frecuencia-.
Sin embargo, usted halla utilidad crematística en lo que hace: gracias a este blog, puede promocionar sus creaciones literarias (nada que objetar) y eventual venta de ellas; consigue que se hable de usted (más que si no existiese, desde luego), lo que no es desdeñable en un escritor. Y queda (estoy seguro que eso es lo que menos le estimula) las pelillas que -dicen- reporta la gestión de un blog, dado que tiene como espacio virtual un periódico electrónico..., que procura ser lo más leído posible, para dar satisfacción a los anunciantes, que viene a ser lo único que les preocupa. Y, claro, ha de remunerar a los que le llenan las páginas con su trabajo intelectual...
Me parece legítimo todo; estoy dispuesto a aceptar sin reservas -si él lo afirma- que no cobra una chapa por su colaboración, o que entrega los emolumentos a una ONG. Cae de su peso, pues, que a JLGM le interesa publicitarse, que se vea bien claro que es él quien escribe, para así atraerse la atención de quienes lo estiman en su prestigio. Otros -esos sí con intenciones perversas- para zaherirle, probablemente envidiosos de semejante dechado de perfecciones.
Concluyendo: nosotros, anónimos sin remisión, lo somos porque -diga lo que diga Kurtz- no perdemos nada con ello; y porque podemos.
JLGM, da sus señas de identidad..., porque no le queda otro remedio. Y eso no tiene mérito.
PS.- Habría que ver si nuestro hombre no manda también sus anónimos, de cuando en vez.
"No pretendía ocultar ningún nombre. Algo imposible..."
ResponderEliminarSí. Por eso quería entender la razón de esa equis. Resultaba tan incongruente...
"Es lo que él suele hacer en sus diarios y yo le he criticado muchas veces."
Sin haber leído esos diarios de Trapiello, que a lo mejor me permitían intuir por qué lo hace, en principio me parece muy bien que usted lo critique. Bastante malas son las afectaciones para que encima se queden antiguas.
Gracias por la respuesta.
¿Qué tiene de malo Cortefiel?
ResponderEliminarEstimada Andrea, dar el nombre es hacerse responsable de lo que se dice, esto es, aceptar las consecuencias, una denuncia por calumnias, por ejemplo. A quien dice algo con su nombre se le pueden pedir pruebas y queda desacreditado si no las aporta. El anonimato puede valer para decir ciertas cosas, pero no para otras. ¿Es lo mismo un juicio de valor si lo dice un experto que si lo dice alguien que pasaba por allí y que no tiene ni idea del tema? Cuando uno quiere decir algo y que sea tenido en cuenta, debe firmar. Las opiniones si no están muy razonadas y fundamentadas son como los cheques: es la firma lo que les da valor. No sé si me he aclarado.
ResponderEliminarY el anónimo es particularmente desagradable (puede rozar una figura delictiva: el acoso) cuando quien lo escribe indica que te conoce personalmente y que tal día, en tal conferencia, estuvo sentado detrás de tí y que tal otro día ibas vestido de verde; eso siempre se siente como una amenaza.
O sea, que el anónimo y el pseudónimo están bien siempre que no se traspasen ciertos límites, se mantenga la cortesía, y no se entre en descalificaciones personales.
JLGM
Hombre, buen Martín, a ver si ahora resulta que los que condescendemos con ir a una de tus charlas y osamos decirlo aquí, somo unos delincuentes acosadores (espero que no estimes que sexuales). Qué pusilánime me resultas, buen vate...
ResponderEliminarComo soy buen tipo, te voy a quitar presión y proclamo que no voy a volver a cruzar letra contigo en este blog.
A tus saraos, tampoco pienso ir. Me has decepcionado, buen Martín.
Salud.