NO DISCUTO
“Cada día estás más insoportable”, me dice una amiga. “Pronto no va a haber quien te aguante”. La verdad es que siempre me ha gustado discutir, soy un polemista nato, pero cada vez encuentro menos gente con quien me guste discutir. Qué pérdida de tiempo. Es como jugar al ajedrez con alguien que no respeta las reglas o que hace continuamente trampas sin ser consciente de que las hace.
“Te crees más listo que nadie”, sigue mi amiga Elena. “Piensas que eres el único que se informa antes de hablar de un tema, el único que respeta las reglas de la lógica, el único que no generaliza abusivamente…”
Acepto la reprimenda porque cada vez me gusta menos discutir, sobre todo si no hay público ante el que pueda tratar de lucirme. Pero la verdad, debo reconocerlo, es que me creo más listo que bastante gente, que procuro informarme antes de hablar de cualquier asunto, respetar las reglas de la lógica, no generalizar abusivamente. Y cada vez me cuesta más no decir “eso es una tontería” cuando escucho decir una tontería.
“Dios nos dio el pensamiento como prueba. / Dichoso el que no sabe que lo lleva”, escribió Unamuno y yo debo de hacer un esfuerzo para no aplicárselos a mi amiga mientras la escucho disparatar sobre esto y aquello.
A mí me gusta discutir como a otros les gusta jugar al fútbol o al tenis. Igual que ellos ponen todo su empeño en ganar, yo pongo todo mi empeño en tener razón. Pero si no la tengo, no pasa nada. Le doy la mano a mi contrincante y me alegro de haber aprendido algo nuevo o de haberme librado de un error.

Pero no discuto de cualquier cosa, por supuesto. No se me ocurriría entrar en polémicas sobre si es mejor votar a este partido o a aquel otro. Ahora lo que si me atrevería a defender ante cualquiera es a qué partido conviene afiliarse si uno es vocacionalmente corrupto, alguien con tendencia a los negocios lucrativos que bordean la legalidad y a menudo se salen de ella. A mí, si fuera de esos, ni se me ocurriría afiliarme al partido socialista. Ahí, a las primeras de cambio, se desentienden de ti y te dejan a los pies de los caballos, como al bueno de Riopedre, ese exconsejero del Gobierno de Asturias que a la vejez se ha convertido en el involuntario protagonista de una novela de Franz Kafka. Primero se le detiene, se le humilla, se le encarcela y luego, sin prisa ninguna, se busca algún delito concreto de qué acusarle. Qué diferencia con el Partido Popular. Ahí sí que se defienden los derechos humanos de los corruptos, presuntos o no. Ahí se les mima y se les ama, se les jalea y se les piropea, se lanzan los perros contra jueces y fiscales, se les pone bajo el amparo de Federico Trillo, que en materia judicial se las sabe todas, y que sería capaz de salvar de la horca a Jack el Destripador.
Yo no digo que haya más corrupción en un partido que en otro. Solo digo que si yo fuera político y no fuera capaz de resistirme a ciertas tentaciones procuraría afiliarme al partido que mejor me iba a tratar, al que me iba a dejar en mi cargo hasta que no hubiera condena firme y ya se encargarían ellos de que no llegara nunca.
Domingo, 20 de febrero
NO OPINO
Habla Francisco Laína, el hombre que ejerció de presidente en funciones durante las horas de ocupación del Congreso de los Diputados: “Le entregué a Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de información policiales. Antes se lo había pasado al ministro de Interior, Juan José Rosón, pero cuando lo leyó me dijo que era muy duro y que por qué no lo despachaba yo directamente con Adolfo. En el informe, de dos folios, se indicaba que el Rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez en sus conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente”.
Si eso es verdad, y no tenemos por qué dudarlo, queda claro que en el golpe que nos tuvo en vilo hace treinta años hubo, como en el asesinato de Villamediana según la décima atribuida a Góngora, “un impulso soberano”. Y que el rey, podrá ser todo lo campechano y simpático que se quiera, pero parece claro (con informes policiales de por medio) que su comportamiento, al contrario de lo que dicen los aduladores, no ha sido siempre “impecablemente constitucional”. Pero yo del rey –por elemental sentido de esa prudencia de la que él parecía carecer allá por 1980 y 1981— no opino. Me limito a dejar constancia, para cuando cambien las circunstancias, de que no fui (como tampoco en el caso de la limitación de derechos a una parte de la población vasca con argucias que ni siquiera se esfuerzan por aparecer legales) de los que comulgaron con patrioteras ruedas de molino.

Lunes, 21 de febrero
EL AMANTE INFIEL
¿Estoy enamorado de mí mismo? Me temo que sí, y para siempre, pero por mucho que me esfuerce soy incapaz de mantenerme fiel a ese único amor verdadero.
Martes, 22 de febrero
VUELTA AL MUNDO
En mi habitual gruta del tesoro, la librería de Valdés, me encuentro con un Portfolio of Photografs preparado, según indica la portada, “bajo la supervisión del destacado conferenciante y viajero John L. Stoddard”. Está impreso en Chicago, no se indica en qué fecha, pero todo parece apuntar a que fue en torno a 1900: Cuba ya no es española, no se ve un automóvil por las calles y junto al puente de Brooklyn todavía no aparece el de Manhattan, construido en 1903. Aún la fotografía no se había hecho popular y un volumen así, como subraya el prólogo, resultaba un tesoro inagotable.
Mientras tomo un café, doy una fascinante vuelta al mundo de hace un siglo. Me detengo especialmente, soy así de rutinario, en los lugares que conozco: la Piazza dell’ Acqua Verde, en Génova, donde, tras la estatua de Colón, todavía no aparece un hotel que conozco bien; Nápoles visto desde San Martino, con el humo del Vesubio haciendo su particular signo de interrogación; Marina Grande, donde Capri deja que el mar le moje los pies; los bulevares de París, “la ciudad del presente”, se nos dice, como Roma (veo el Capitolio con estatuas que ya no están) es la ciudad del pasado… Las fotos de selvas y montañas, de cataratas y desfiladeros me interesan menos. Prefiero la obra del hombre que la obra de Dios. Dicho de otra manera, me interesa más lo que Dios hace a través del hombre que lo que hace directamente: “donde no hay artificio todo lo corrompe la naturaleza”.
Un café, un libro, un tiempo solo para mí y el mundo entero al alcance de mis manos y mis sueños. Soy un hombre afortunado.
Miércoles, 23 de febrero
TREINTA AÑOS DESPUÉS
Como a todo el mundo, también a mí me preguntaron dónde estaba una tarde como la de hoy hace treinta años. Leo mi respuesta, en la edición avilesina del mismo periódico que leía entonces, mientras tomo un café tras pasar por la biblioteca “Bances Candamo” y salir de ella con algún nuevo libro: “Acababa de salir de la biblioteca Bances Candamo y estaba hojeando los libros en una cafetería…”
Caigo de pronto en la cuenta de que a las seis y media del 23 de febrero del 2011 estoy haciendo, y casi en el mismo lugar, exactamente lo que hacía a esa hora el 23 de febrero de 1981. Sospecho que mi fama de rutinario la tengo bien ganada.
Jueves, 24 de febrero
UNA CANCIÓN
«Ma noi siamo come l’erba dei prati / che sente sobre sé passare il vento ...» ¿Dónde escuché yo esa canción que en esta tarde triste vuelve una y otra vez a mi memoria? Y de pronto lo recuerdo, lo recuerdo muy bien. Habíamos pasado el día juntos, un interminable día de verano, con mucha luz y con una brisa fresca que aliviaba el calor. A las once de la noche partía un tren, a las once y cuarenta, otro. Iban en direcciones opuestas. Habíamos llegado con tiempo a la estación. Nos sentamos en la cafetería y de pronto, tras el día eufórico, lleno de iglesias y palacios, y aquel rincón en el jardín di Boboli, lejos de todas las miradas, cayó sobre nosotros todo el cansancio y toda la melancolía del mundo. De sobra sabíamos, desde el principio, que no había antes ni habría después, y ninguno tenía intención de lamentarlo. Los dos teníamos otra vida en otro lugar y estábamos contentos con ella y la gracia de aquella aventura (que surgió al azar, tras tropezarnos en dos o tres lugares con la guía en la mano: “Parece que llevamos el mismo itinerario, podríamos seguir juntos") estaba precisamente en su alacridad sin compromisos.
“Me habría gustado que este día no terminara nunca”, dije yo, sabiendo que era mejor no decirlo, que era mejor no decir nada. “Te habría gustado que no terminara nunca precisamente porque termina. Has conocido mi mejor cara, tengo otras”, respondiste. “Es mejor así, ya lo sé, pero eso no quita para que ahora me sienta la persona más desdichada del mundo después de haber sido la más afortunada”. “Me da la impresión de que esta película ya la he visto yo más de una vez”, respondiste intentando tomar a broma mi tristeza, que era también la tuya. “La vida a veces se parece a las malas películas tópicas y sentimentales”, traté de bromear yo. Y entonces en un transistor que alguien tenía en una mesa cercana (todavía era el tiempo en que la gente utilizaba transistores) sonó aquella canción, que nunca he vuelto a escuchar, de la que solo recuerdo dos versos: « Ma noi siamo come l’erba dei prati / che sente sobre sé passare il vento ...».
Viernes, 25 de febrero
TODAVÍA
Sí, somos como la hierba de los prados que siente sobre sí pasar el viento… El viento que a ti te llevó a París y luego a Nueva York, y a mí a Roma y luego a Oviedo. Ese viento que sopla todavía y me aleja cada vez más de mí mismo sin moverme siquiera del sitio.
Estuve a punto de perder mi tren, que era el primero que partía. De sobra sé que no habría sido más feliz si hubiera sido menos prudente y lo hubiera perdido. De sobra lo sé. Pero ahora, en esta tarde triste, me vuelve a la memoria una canción que habla de la hierba de los prados y te veo diciéndome adiós sonriente en el andén. Sonriente, sin una lágrima, pero algo me dice que si tu tren hubiera sido el primero en partir lo habrías perdido. Y otra habría sido mi vida. No sé si mejor o peor, sé que distinta. Y hoy no hay nadie a quien no envidie solo por no ser yo.