domingo, 18 de abril de 2010

Línea roja: Historias con historia

Sábado, 10 de abril
MALAS NOTICIAS

“Es mi deber informar, tras haber realizado una extensa averiguación histórica y comparada sobre el tema, que el genio desconocido no existe ni ha existido nunca”, declara rotundamente Javier Gomá en Babelia. “Si no todos los creadores de éxito popular son precisamente geniales, los genios acaban siempre disfrutando de una amplia recepción entre sus contemporáneos. Los bienes escasos resultan muy demandados, y no hay bien más escaso que el de la genialidad. El éxito solo llega póstumamente a quienes viven poco, como los poetas románticos. Un genio que viva setenta u ochenta años es siempre testigo de su propio éxito. Si un creador llega a esa avanzada edad y no ha merecido aún la atención de sus contemporáneos, hay una posibilidad altísima de que no la consiga nunca. O dicho con otras palabras, debe perder toda esperanza de una celebridad póstuma”.
Bueno, todavía me quedan diez años antes de perder toda esperanza.


Domingo, 11 de abril
MAL DE ALTURA

Se analizarán las cajas negras, se reunirán una y otra vez los expertos, se formularán contradictorias hipótesis, pero la solución de la catástrofe aérea polaca, está a la vista desde las primeras noticias periodísticas, como en “La carta robada”, el cuento de Poe. Copio dos párrafos de una noticia de agencia. El primero informa del inexplicable comportamiento del piloto: “Los servicios terrestres bielorrusos fueron los primeros en advertir al ‘número uno’ de la Aviación de Polonia de que las condiciones meteorológicas hacían imposible el aterrizaje en Smolensk. Más tarde se lo repitieron los servicios terrestres rusos, la última vez a 50 kilómetros del aeródromo militar. Cuando el avión se encontraba a 1,5 kilómetros y el control terrestre detectó su ‘peligroso descenso’, ‘el jefe de vuelos que pasara al vuelo horizontal y dirigiera el avión a un aeropuerto de reserva’, explicó a la televisión rusa el general Alexandr Alioshin, subjefe del Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas Rusas. ‘La tripulación continuó el descenso, que lamentablemente terminó trágicamente’, puntualizó”. El segundo nos ofrece la única explicación posible para ese terco comportamiento tan poco profesional: “Hace dos años, cuando el avión presidencial se dirigía a la capital de Georgia, Tiflis, en plena invasión militar rusa y en medio de unas condiciones meteorológicas adversas, el piloto del ‘Air Force One’ polaco sí hizo caso a las advertencias de la torre de control y llevó su avión al aeropuerto de reserva, por lo que fue despedido por el presidente Kaczynski”. Fue algo más que despedido, el presidente le dedicó este comentario: “Los pilotos polacos tienen que ser más valientes”. Me temo que dentro de poco alguien se atreverá a decir lo que ahora todos piensan: “Y el presiente de un país algo menos imprudente”.


Lunes, 12 de abril
HISTORIA DEL INFINITO

Casimiro de Silva puso su nombre en este libro un día de 1918. Me gustaría saber quién fue ese hombre, cuántas vueltas dio este libro hasta llegar a mis manos. Se titula El arroyo y lo firma Eliseo Reclus, aquel geógrafo que no faltaba nunca en las bibliotecas populares de antes de la guerra. Lo compré ayer en el Fontán, hoy comienzo a leerlo y desde las primeras líneas vuelvo a ser el niño que abre los ojos desmesurados ante la gozosa variedad del mundo: “La historia de un arroyo, hasta la del más pequeño que nace y se pierde entre el musgo, es la historia del infinito. Sus gotas centelleantes han atravesado el granito, la roca calcárea y la arcilla; han sido nieve sobre la cumbre del frío monte, molécula de vapor en la nube, blanca espuma en las erizadas olas. El sol las ha hecho resplandecer con hermosos reflejos; la luz de la luna las ha irisado apenas perceptiblemente; el rayo las ha convertido en hidrógeno y oxígeno y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en forma de lluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atmósfera y el espacio y todas las formas cósmicas, han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y la posición de la imperceptible gota; a su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que dan vueltas por los cielos, y su órbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sin reposo”.



Martes, 13 de abril
ROSTRO HUMANO

“En 1944, mi madre y yo volvimos a Moscú”, cuenta Evgueni Evtushenko en su Autobiografía precoz. “Y entonces por primera vez en mi vida, tuve ocasión de ver a nuestros enemigos. Si no me equivoco, había veinticinco mil prisioneros alemanes que debían atravesar en una sola columna las calles de la capital. Todas las aceras estaban llenas de gente, rodeada por los soldados y la milicia. Esa muchedumbre estaba integrada por mujeres. Mujeres rusas, con las manos deformadas por las duras labores, con hombros sobre los cuales reposaba el peso esencial de la guerra. Probablemente, a cada una de ellas los alemanes les habían quitado a su padre, a su hermano, a su marido o a sus hijos. Miraban con odio hacia el sitio en que se esperaba la columna de prisioneros. Finalmente la columna apareció. A la cabeza marchaban los generales, tensas sus poderosas mandíbulas. Las comisuras de los labios estaban apretadas, despectivas. Así querían afirmar su superioridad aristocrática sobre la plebe que los había vencido. A su paso las manos obreras de las mujeres rusas se cerraban coléricas. ‘Apestan a agua de colonia. ¡Cerdo!’, gritó alguien entre la multitud. Los milicianos tuvieron que esforzarse para evitar que las mujeres rompieran las barreras. Después llegaron los soldados alemanes, magros, sucios, sin afeitar, la cabeza cubierta con vendas ensangrentadas, apoyándose sobre muletas o sobre los hombros de sus camaradas. Llevaban la cabeza baja. Entonces en la calle se hizo el silencio. No se oía más que el lento roce de los zapatos y de las muletas. Y vi a una mujerona con sus gruesas botas rusas poner la mano sobre la espalda de un miliciano. ‘Déjame pasar’. Y el miliciano, como obedeciendo a una orden, le abrió paso. La mujer se aproximó a la columna y sacó de su blusa un pedazo de pan negro, cuidadosamente envuelto en un pañuelo. Se lo tendió a un prisionero agotado, que apenas se sostenía sobre sus piernas. E instantáneamente otras mujeres siguieron su ejemplo y comenzaron a lanzar pan, cigarrillos, a los soldados alemanes vencidos. Ya no era enemigos. Eran seres humanos”.


Evtushenko escribe su autobiografía en 1963, cuando tenía treinta años, Stalin había muerto y algunos creían que era todavía posible en la Unión Soviética un comunismo de rostro humano. ¿Qué habrá sido de él? A mí todavía me conmueve aquella anécdota de su infancia, probablemente falsa. Soy de los que siguen creyendo no solo en un comunismo de rostro humano, sino también en algo todavía más difícil: en un capitalismo de rostro humano.


Miércoles, 14 de abril
MANIFESTACIONES

El azar ha querido que en este día para mí siempre hermosamente republicano, todos los periódicos hablen del hombre que quiso cerrar de una vez y para siempre los horrores de la guerra civil: Baltasar Garzón. Yo, al contrario que mi amiga Inés Illán, me he manifestado muy pocas veces. Desde la llegada de la democracia, casi se pueden contar con los dedos de una mano: tras el golpe de febrero, cuando secuestraron a Miguel Ángel Blanco, tratando de impedir su asesinato, cuando la guerra de Irak… Ahora también saldría a la calle para defender el derecho de un juez a no considerar prescrito el delito de genocidio sin que por eso se le acuse de prevaricación. Me temo que su acusador, por mucho que se sepa la letra de los códigos, tiene ya ganado un buen lugar en la historia universal de la infamia.
No solo me manifestaría a favor de Garzón, sino que también haría algo más. Convertir el movimiento a favor del juez que supo decir “basta” en un movimiento a favor de su candidatura para presidente de la República.
En las aburridas horas de avión, me entretengo en imaginar las portadas de los periódicos al día siguiente de su proclamación como presidente de la tercera república española. La portada que más me divierte es la de La Razón. La de La Gaceta de los Negocios no quiero ni imaginármela. Los que niegan en cuanto pueden la libertad de expresión siempre hacen buen uso de ella.



Jueves, 15 de abril
VIEJAS COSTUMBRES, NUEVOS ASOMBROS

No todos los días duran lo mismo. El de ayer, por ejemplo, duró exactamente treinta horas. Tuve tiempo de todo: de hacer la revolución, de librar a mi país de la última costra sanguinolenta del franquismo (soñemos, alma, soñemos) y de pasearme luego, en una apacible noche de primavera, por una de esas ciudades que me quieren bien.
Me gusta comprobar que sigue idéntica a sí misma, que los cambios no la cambian. Times Square continúa con su aire de bulliciosa verbena, con su encanto a la vez cosmopolita y palurdo. Ahora la han peatonalizado parcialmente y es muy agradable sentarse a charlar en medio del apacible barullo, como se sienta uno las noches de verano a la puerta de casa. Miro a lo alto y dudo, como Juan Ramón Jiménez, si ese blanco rostro que se asoma a lo alto para disfrutar de la verbena es realmente la luna o solo un anuncio de la luna.
Pero si el día de ayer fue largo, el de hoy no cabe en un día. Desde primera mañana fue alternando las viejas costumbres con los nuevos asombros. No me gusta hacer planes. Dejo que el azar me guíe y sé que estoy en buenas manos.
Hoy me ha llevado a la gran logia masónica de la Calle 23 y a la catedral anglicana de la Quinta Avenida. La verdad es que mis sentimientos hacia la masonería son un tanto ambiguos: admiro su lucha por la libertad, no puede tomarme en serio rituales, tenidas y espadines. Cuando entré en Santo Tomás, comenzaba el oficio religioso. Era conmovedor el sonido del órgano y las voces que entonaban salmos en aquel ambiente hermosa y falsamente gótico. ¿Por qué un ateo como yo se sentía más conmovido y arropado en la iglesia cristiana que en el templo masónico? No sé, supongo que tiene que ver con las primeras y mágicas impresiones de la infancia.
¿Hay un momento en que la vida deja de ser novedad y aventura, en el que solo nos conmueve el recuerdo? En Times Square, además de los espacios peatonales, había otra novedad: una mágica escalera roja hacia ninguna parte en la que la gente se sentaba a contemplar el espectáculo y a ser parte del espectáculo. Y a mí me recordó la escalera del Duomo, en Perugia, y Broadway se convirtió de pronto en el Corso Vanucci. Y me senté como entonces, como tantas veces, a esperar a quien no venía. Quizá me espera en otra parte, quizá todavía me esté esperando.

3 comentarios:

  1. Pero estos diarios son muy buenos. Yo los conocí por otro blog y los he leído muchas veces. Y luego he visto que está enlazado en todas partes. ¿Por qué casi nadie comenta? ¿Es que no se puede? ¿Es que usted no quiere?
    Bueno, me respongo a mí misma intentándolo.
    Misterios de una red incomprensible.
    Y gracias por colgarlos.

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  2. Querido Martín, esa línea roja que en apenas dos meses atravesarás tiene que hacerte más fuerte, seguro. Te ha de hacer aún más fuerte y consecuente. Seguir atrincherado en tu "burbuja", como suelen decirte esos que viven en un oficio más lucrativo pero a la vez más degradante. Pues qué mal podrán traerte las cosas de este mundo que vengan, ese lindero del desierto que comienza a poca distancia... Qué cosa que no sepas ya...

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  3. María M(iranda) Taibo23 de marzo de 2017, 21:23

    En el ABC dominical de hace un par de semanas hablaron de la masonería y decían que no admiten ateos. He ahí el porqué de que te sintieras más acogido en una iglesia de New York. Los otros requisitos eran tener la nevera llena (para montar fiestas, pensé yo) y ser persona decente.

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