viernes, 12 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: Mental y municipal

 

Domingo, 7 de septiembre
SALUD

Últimamente, ando un poco preocupado con los problemas de salud mental. No de la mía, sino de quienes me rodean. Los chiflados, como antes se decía, las personas psicológicamente inestables, como decimos ahora con mayor delicadeza, parecen tener una cierta predilección por mí. Quizá me reconocen como uno de los suyos.

            Salgo del cine, recuperada esa buena costumbre, y al encender el teléfono me encuentro con un mensaje en Messenger. Lo firma un señor que no conozco, pero que afirma conocerme bastante bien, y que me lanza una larga diatriba por haber aireado con poca elegancia (“don Ricardo Labra no haría eso”, afirma) mis problemas con el Ayuntamiento de Oviedo. Lo más bonito que me llama es psicópata y parece saber, como Marañón de Tiberio, la razón última de todas mis anomalías.

Lo borré de inmediato y bloqueé al remitente, como suelo hacer en estos casos, por lo general sin leer más que las primeras líneas. Evito así la tentación de replicar, aunque sea con ironía, porque da un poco de grima entrar en relación con esos odiadores que eligen para verter su infundada envidia y su resentimiento sobre quien les parece que brilla.

            Odiadores de esa clase tengo pocos, afortunadamente. Señal de que brillo poco. Me preocupan más los amigos que de pronto, sin saber por qué, actúan como los peores enemigos. O las admiradoras que son como la pesadilla de Stephen King en Misery. Alguna me ha tocado en suerte, aunque hasta la fecha siempre he logrado escapar a tiempo.

            Qué evidentes resultan los problemas de salud mental de los demás, por pequeños que sean; qué invisibles, por enormes que resulten, los propios.

Lunes, 8 de septiembre
EL CASO NISMAN

Como Auguste Dupín en “El misterio de Marie Rôget”, yo también resolví un crimen, y ocurrido en otro continente, solo con la lectura de la información que proporcionaban los periódicos. Fue en 2015. El fiscal Alberto Nisman apareció muerto en el baño de su apartamento, en el piso 13 de un edificio de Puerto Madero. Estaba solo y la puerta cerrada: hubo que llamar a su madre y a un cerrajero para poder entrar. La pistola con la que se había pegado un tiro se la había prestado su secretario el día antes. Era un fiscal especial, nombrado por el gobierno con un sueldo muy generoso para investigar un atentado antisemita ocurrido en 1994, el de la Asociación Mutual Israelita Argentina.

Poco antes de que lo encontraran muerto, había acusado a la presidenta de la nación de colaborar con Irán para encubrir a los autores; al día siguiente, iba a presentar su denuncia en el Congreso. Bastó eso, para que los medios antigubernamentales descartaran el suicidio y hablaran de asesinato, un asesinato en un cuarto cerrado, como los de las novelas de la colección “El séptimo círculo”, dirigida por Borges y Bioy Casares. Una hipótesis que choca contra todas las evidencias, pero que aún sigue siendo alentada por cierto sector de la justicia argentina, más interesada en hacer política que en hacer justicia, y que es creída por medio país con la misma fe con que otros creen en los platillos volantes.

Entre los libros que traje de Buenos Aires, encuentro una página del diario Clarín del pasado 28 de agosto. Dice así el titular: “Nisman: a diez años del crimen imputan a la exfiscal Fein”. El subtítulo aclara: “Es por contaminar la escena del hecho. También fue imputado el juez de De Campos. Así, la investigación vuelve sobre los primeros magistrados”.

Hay muchos más imputados, todos, salvo uno, por contribuir a borrar las huellas en el escenario del crimen. Sergio Berni, entonces secretario de Seguridad, uno de los primeros en llegar al departamento, “tenía las zapatillas con barro”; además, “la sangre de la pistola utilizada para matar a Nisman se limpió con papel higiénico, con gente sentada en la cama de Nisman y otra en el sillón del living”.

Parece que en aquellos primeros momentos el departamento se convirtió en una romería. Pero no hay ni una sola hipótesis creíble de cómo se cometió aquel sofisticado crimen (¿cómo sabían los asesinos dónde guardaba Nisman la pistola que le había entregado su secretario?). Por otra parte, la muerte de Nisman en nada beneficiaba a la presidenta: si quería acallar la acusación, la muerte del fiscal no hizo más que multiplicar su efecto, y si quería eliminar pruebas, resulta que los ineficaces asesinos no se llevaron ni un papel.

Aquella acusación de complicidad con Irán era un disparate y Nisman podía más bien estar avergonzado de haberse lanzado de cabeza a una piscina sin agua. Su vida personal, por otra parte, era un desastre: desde la complicada relación que mantenía con su secretario hasta los ingresos que le llegaban de origen desconocido.

 Lo que parecía un suicidio era en realidad lo que parecía: un suicidio. Yo lo dije, está escrito y publicado, a las pocas fechas, varios jueces lo corroboraron, pero nunca faltan otros que vuelven a reabrir la investigación para tratar de darle un golpe mortal al kirchnerismo. Que parece que sigue gozando de buena salud, a juzgar por las elecciones de ayer en la provincia de Buenos Aires. 

Martes, 9 de septiembre
BRAVO

¡Las vueltas que da la historia! Parece que Hitler anda muy preocupado porque están a punto de arrebatarle el puesto que ocupa en la historia universal de la infamia. Un tal Netanyahu, imitador suyo en eso de aplicar la solución final y llevarla hasta el final, se ha empeñado en superarle. Y seguro que lo consigue, con la ayuda de Estados Unidos, la Unión Europea y, sobre todo, Alemania.

            ¡Qué papel el de Alemania! En el siglo XX, organizó el Holocausto; en el siglo XXI, contribuye decisivamente al genocidio en Gaza. Para hacerse perdonar un crimen imperdonable, se involucra en otro no menos imperdonable.

            Menos mal que nos queda Pedro Sánchez. Leo hoy sus declaraciones y sigo avergonzándome de ser ciudadano de una Unión Europea salpicada de sangre inocente, pero me siento orgulloso del gobierno de mi país.

            (Y qué triste comprobar que Netanyahu y los suyos están empeñados en convertir el ominoso calificativo de “antisemita” en un timbre de gloria.)

Miércoles, 10 de septiembre
EL MAL PASTOR

Los vecinos de mi barrio son de ochenta nacionalidades distintas, según leí el otro día en un reportaje periodístico. Yo estoy orgulloso de ello. Me recuerda al Brooklyn del que habla Paul Auster en Smoke. Pero parece que no todo el mundo lo está. Esta mañana, mientras esperaba para recoger a los niños a la salida del Novo Mier, oigo a una señora decir: “Lo malo de este colegio es que hay demasiados marroquíes”. A su lado y al mío, se encontraba una madre con pañuelo en la cabeza que seguramente también lo oyó. Me dieron ganas de pedirle disculpas.

Lo curioso es que a esa abuela odiadora la conozco de vista y algún domingo, mientras cruzo por la plaza de Santullano, la he visto salir de misa. Me dieron ganas de decirle que menos hacer caso al arzobispo y más tener en cuenta el evangelio. Yo, que de niño fui monaguillo allá en Aldeanueva del Camino, todavía recuerdo una frase del catecismo de entonces: “Todos somos hijos de Dios”. Una frase que me extrañó, por cierto. Yo creía que estaba mal escrita y que lo que había que decir era “semos”, que es lo que yo decía.

Jueves, 11 de septiembre
CHAPUZA

---Pero ¿qué te ha pasado con el ayuntamiento?, me pregunta un amigo neoyorquino.

            ---Te cuento. Me llamó una asesora del concejal de Cultura para decirme que iban a poner una placa en el lugar en que nació Ángel González con motivo del centenario. Yo le hablé de que cuidaran la redacción y el diseño porque las dedicadas a Gamoneda y García Nieto eran bastante deplorables y no dejaban en muy buen lugar a la ciudad. Me pidió que le enviara un borrador del texto y se lo envié, ya maquetado. Pedí expresamente ver las pruebas, Pregunté por el lugar en que iban a colocar la placa. Me sorprendí. Está muy alejado del centro de la ciudad y en la fecha del nacimiento del poeta no estaba urbanizado. Además, recuerdo que el propio Ángel González me señaló otro lugar, al comienzo de la Avenida de Galicia. “Está documentado, ya he pedido permiso a la comunidad de vecinos”, “Por favor, ¿podrías indicarme en qué os basáis?”. No me enviaron nada, salvo una invitación al acto de inauguración. Me temía lo peor. Y lo que vi fue peor de lo esperado. Te leo el comienzo de la placa: “Ayuntamiento de Oviedo / en el centenario de su nacimiento, / 6 de septiembre de 2025 / aquí nació el poeta / Ángel González (1925-2008) / hijo predilecto de Oviedo”. Y luego, en letra más pequeña y entre comillas: “palabra sobre palabra / nos dejó un mundo mejor”. La inauguración consistió en posar los asistentes para una foto y luego hacer vacuas declaraciones. Yo me escabullí sin decir nada. Algo bueno había en aquel disparate. Como habían puesto la infausta placa en el lugar equivocado, no tendrían más remedio que cambiarla.

Viernes, 12 de septiembre
BIENVENIDOS

Me aterra la buena suerte. Nunca juego a la lotería por temor a ganar. No soporto tener más éxito del que merezco. Solo estoy a gusto con un poco menos. Creo haberlo conseguido, pero no estoy seguro. Por eso los detractores, salvo que padezcan alguna agresiva psicopatía, son siempre bienvenidos.


 

 

 

  

 

sábado, 6 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: De no vivir donde vivo

 

 

Lunes, 1 de septiembre
EN CASA

Recupero mi sitio en Noor, mi primera cafetería de la mañana, y no puedo dejar de hacer un recuento de los cafés que he frecuentado en Buenos Aires,

Fueron muchos para tan pocos días, pero solo cito aquí aquellos que hice míos, en los que me encontré en casa: La Farola de Santa Fe, donde leí tranquilamente La Nación y Clarín del domingo mientras esperaba a que abrieran la librería Ateneo Grand Splendid; la confitería Ideal, tan escenográfica, tan belle époque, donde aún se puede tomar un té como los de antes acompañado de variedad de petit gateaux (biscoti de chocolate, alfajor, macaron, cookie, mini budín, laminado de pistacho, palmerita, medialuna de manteca, pan de chocolate) y variedad de sandwiches (crudo, gruyere y rúcula, miga de jamón y queso, brioche de salmón ahumado, vegetales asados); La Biela, con Borges dictándole a Bioy Casares en una de las mesas de la entrada; el Florida Garden, tan cerca de Maipú; el café Madison, en las Galerías Pacífico, bajo los frescos de la cúpula y en torno al rumor de la fuente; el Pertutti en la plaza de Mayo esquina Bolívar, donde hacíamos tertulia aquel tiempo remoto en que un grupo de amigos nos alojamos en el City Hotel, o el café de la Paz, en Corrientes, a donde yo iba cada tarde con los libros recién comprados la primera vez que estuve en mi primera estancia solitaria.

El café de la Paz ya no existe, pero sigue en mi memoria. Tras comprar la Historia de Sarmiento, de Leopoldo Lugones (escrito “con una ideología liberal que no es la que ahora profeso”, nos dice en la nota preliminar), entré en una cercana cafetería para comenzar la lectura, según costumbre, Tienda de Café, con franquicias distribuidas por toda la ciudad. Me sentí tan a gusto, que al salir le pregunté a la camarera: “¿No tendría otro nombre antes esta cafetería?”, “Era el café de la Paz”, me respondió. En mi memoria, lo seguía siendo. 

Martes, 2 de septiembre
EN EL PARQUE LEZAMA

Puse a volar un poema recién escrito (son las maravillas de este tiempo nuestro: internet parece inventada por un poeta) y al poco, desde Alta Gracia, me lo comenta Pablo Anadón, un querido amigo cuyas dichas y desdichas sigo casi en vivo y en directo.

Lo escribí de un tirón en el parque Lezama y él me copia otro de Fernández Moreno: “He ido a ver el parque de Lezama / en el atardecer de un día cualquiera, / y me he encontrado otro diferente / al que por tantos años conociera”.

Yo no recordaba ese poema, aunque sí el comienzo de Sobre héroes y tumbas, en el que un solitario Martín espera la llegada de Alejandra junto a la estatua de Ceres y el templete clásico.

            El parque Lezama ya no es lo que era. Cuando yo me acerqué a verlo y recordar otros tiempos, parecía haber sido tomado por los desheredados de la ciudad. Junto a la estatua de Pedro de Mendoza se estaba formando una manifestación de cartoneros, de quienes viven de rebuscar entre la basura. Cumplen una importante función social, ayudan al reciclaje. Pero el precio del cartón se ha reducido en un setenta por ciento. Antes con esa ocupación podía malvivir una familia, ahora no puede ni malvivir. Ha bajado el precio porque el nuevo gobierno ha liberado la importación.

El dilatado microcentro de Buenos Aires es una isla de prosperidad en medio de un mar de miseria. A menudo recuerdo una viñeta de Quino. Pasean Mafalda y Susanita Milei y la primera se sorprende de los muchos pobres que encuentra a su paso. “Habría que hacer algo por remediarlo”, dice. Y la segunda responde. “Bastaría con esconderlos”. Es lo que se ha hecho.

            Al dejar el parque, en la esquina de Brasil con Defensa, me encuentro con un poema cantarín de María Elena Walsh en el que se responde a la pregunta de cómo es Buenos Aires: “Es un chico que piensa en inglés / una vieja nostalgia gallega. / Es el tiempo tirado en cafés / y su memoria en la plaza Dorrego. / Es un pájaro y un vendedor / que rezongan con fe provinciana. / Y también morirse de amor / un otoño en el parque Lezama”.  

Miércoles, 3 de septiembre
PADRE E HIJO

El ejemplar de Historia de Sarmiento que compré en la librería Lucas, de la calle Corrientes, lleva la firma de Leopoldo Lugones, pero no la del poeta, sino la de su hijo, que se llamaba igual y que podía haber figurado, con todos los honores, en la borgiana Historia universal de la infamia: aparte de corruptor de menores y otras menudencias, fue un policía muy eficaz en la represión de la oposición política y al que se atribuyen importantes aportes en el arte de la tortura, como la invención de la picana eléctrica.

Tuvo también parte importante en los hechos que llevaron al suicidio a su padre. En 1926, ya cumplidos los cincuenta años, Leopoldo Lugones se enamoró de una jovencita que se había dirigido a él para que le proporcionara un ejemplar de uno de sus primeros libros de poemas, difícil de conseguir, y sobre el que le habían encargado un trabajo en la clase de literatura. Fue un amor instantáneo y forzosamente clandestino --el poeta estaba casado-- que duró hasta su muerte, en 1938, y más allá.

Pero los encuentros secretos tuvieron que interrumpirse cuando se enteró el hijo, que llegó a intervenir las comunicaciones telefónicas de su padre y amenazó con internarle en una clínica psiquiátrica si seguía con esa historia y quizá con algo peor a la impúdica jovencita.

Un día de febrero tomó Lugones el tren en Constitución y luego, en Tigre, un barco hasta llegar a una de las islas del delta con un pequeño hotel. Pidió una habitación fresca, era verano, que le subieran una botella de whisky y que le avisaran a la hora de la cena. No bajó a cenar. El cianuro le libró de las garras del hijo.

            Mientras yo navegaba hace unos días por los canales que se entrecruzan entre los ríos que acompaña al inmenso Paraná, trataba de localizar la isla en que se suicidó el poeta y otra en la que, por las mismas fechas, Guillermo de Torre escribía sus “Soliloquios de un isleño”, unas reflexiones sobre la guerra civil española, entonces todavía en curso, que quedaron inéditas hasta que las rescató Pablo Rojas: “La sensación de paz es perfecta. Nada se mueve y todo está en su sitio. El paisaje en torno alcanza un equilibrio, conjuga una armonía de la que mi espíritu desazonado quisiera contagiarse”.

            Quizá Guillermo de Torre se contagió de ese equilibrio y de esa armonía; Lugones, no. O no quiso contagiarse: parece que llevaba ya escritas sus cartas de despedida, aunque en el tren le vieron leer atentamente un libro, tal vez no quería dejarlo sin terminar.

            En la orilla del río Luján, un insólito edificio acerca su columnata hasta el borde mismo del agua: el club Tigre, ahora museo, que completaba el hotel Tigre, ya desaparecido, donde Darío escribió algunas de sus eróticas ensoñaciones: “Amo más que la Grecia de los griegos / la Grecia de la Francia, porque en Francia / al eco de las risas y los juegos / su más dulce licor Venus escancia”.

 Leopoldo Lugones escogió un hermoso lugar para morir. El otro Leopoldo Lugones, el que había tratado al padre con la misma impasible crueldad que a los opositores políticos, también acabaría suicidándose.

Jueves, 4 de septiembre
NADA ES LO QUE ERA

Reaparece en la tertulia Abelardo Linares con su apocalíptico discurso sobre la decadencia de la cultura contemporánea. Ya nada es lo que era, y especialmente las revistas literarias, los suplementos culturales, las librerías, repite infatigable.

Todo cambia, nada permanece, pertinaz Abelardo. Pero para quien creció en un mundo sin libros, o sin los suficientes, las librerías de Buenos Aires siguen siendo una imagen del paraíso mejor que cualquier biblioteca.

“Ya todo está colonizado por Random House y Planeta”, dice Abelardo. Pero Ateneo Grand Splendid, en el local de un antiguo teatro, no solo es una de las más hermosas librerías del mundo, sino que no se puede pasear por ella sin encontrar maravillas (aunque yo prefiero otra librería Ateneo, la que está en la calle Florida frente a las antiguas galerías Mitre, menos espectacular, pero no menos hermosa y con más historia). Y junto a ellas, una constelación, de viejo y de nuevo, en las que nunca falta el título que buscábamos sin saberlo.

Hay a quien le angustian los muchos libros que ni en varias vidas podría leer. A mí, querer leerlo todo me parece tan absurdo como querer comer cuanto de apetitoso hay en un buen supermercado.

            El pasaje Mitre ya no existe, pero en Florida se encuentra otro que me ha fascinado desde mucho antes de pisarlo por primera vez: el pasaje Güemes, que al personaje de Cortázar le servía para unir Buenes Ares con París.

            Si envejecer es sentirse ajeno al mundo, lamentar que nada sea ya como antes, yo aún no me comenzado a envejecer: me fascina el presente y no hay ningún ayer que añore en exceso.

            De no vivir donde vivo, me gustaría vivir en Buenos Aires.




 

sábado, 30 de agosto de 2025

Café con libros: Monstruo de su laberinto

 

.---¿Y qué tal te ha ido por Buenos Aires? ¿Supongo que celebrarías adecuadamente el 24 de agosto, aniversario del nacimiento de Borges y de Víctor Botas?

---A Víctor Botas se le conmemoró aquí en Oviedo mejor que a Borges allá en Buenos Aires. En las galerías Pacífico, que es mi centro comercial favorito, mis Salesas porteñas, hay un Centro Cultural Borges, pero en él no hay más recuerdo del escritor que el nombre. En la librería Ateneo Gran Splendid sí que le dedicaron un rincón en uno de los escaparates. Me temo que eso fue todo. Pero nosotros sí que lo celebramos a lo grande. Tuvimos tertulia en el Florida Garden, uno de los cafés que frecuentaba. Yo llevé varios libros. El más sorprendente, Todo Borges, que no son sus obras completas, sino un mágico mosaico con fotos, cartas, recortes periodísticos, curiosidades variopintas. También poemas, claro. Hay fotos de verdad sorprendentes, como la del primer beso entre Borges y su mujer, Elsa Astete. Y otras de Borges llorando en el entierro de su madre. El libro apareció a comienzos de 1977 y celebra los 77 años del escritor. Se le ve incluso rodeado de amigos junto a un pastel con ese número. A mí me hicieron gracia las referencias a María Kodama. En un libro que llevé como entretenimiento para las horas de avión, Secreto y pasión de la literatura, de Juan Cruz, reproduce este lo que ella afirmó muy irritada: “Dicen que fui su secretaria, nunca lo fui...”. Y estaba dispuesta a llevar a los tribunales a quien afirmara otra cosa. Pero en este libro aparecen tres fotos suyas acompañando al escritor y en todas se refieren a ella como “la secretaria de Borges”. Seguro que entonces no se sentía ofendida.

            ---¿También encontraste en Buenos Aires esta primera edición de El canto errante? Yo he leído el libro en la Austral, no me parece uno de sus mejores libros.

---No soy yo un fetichista de las primeras ediciones, ni mucho menos. Prefiero, si puedo escoger, las mejores ediciones. Tenía por casa, no le había dado mucha importancia, El canto errante de Rubén Darío. Salvo dos o tres poemas, no me pareció que tuviera demasiado interés, uno de tantos libros de aluvión, con poemas viejos y nuevos, como tantos otros suyos. Pero al releerlo en la primera edición he encontrado muchas sorpresas, comenzando por el prólogo, que recoge unos artículos publicados en El Imparcial. Está lleno de alusiones polémicas que en su momento se me escaparon. Ahora sé que la cita de Ortega, con quien polemiza, está tomada de su artículo “Poesía nueva, poesía vieja”, que comenta la antología de Emilio Carrere La corte de los poetas y que es una feroz diatriba contra el modernismo. Se publicó también en El Imparcial el 13 de agosto de 1906.

            ---¡Vaya memoria!

            ---Lo acabo de releer en el primer tomo de sus obras completas. En El canto errante está la oda a Mitre, que comienza con una cita de Whitman: “¡Oh capitán, mi capitán!”. Y está el poema a Antonio Machado, que yo me sé de memoria desde que lo leí por primera vez al comienzo de sus poesías completas. Cuando lo escribió, antes de 1907, todavía Antonio Machado no era Antonio Machado. Eso explica que se refiera a él como cantor de “las maravillas de la vida / y del amor y del placer”, lo que no deja de ser un disparate. También está aquella epístola de la señora de Leopoldo Lugones, con sus coloquiales y pareados alejandrinos, que creó todo un género, una de cuyas últimas y más divertidas muestras es la carta de Trisca a un gato romano, Leone. Apareció en Reloj de Arena y habla de la tertulia y de la calle Oscura y de Xuan y Silvia.

---Las cenizas de Trisca, la famosa Trisca, las esparcimos en un jardín de Venecia --recuerda Almuzara.

---Esta Oda a Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez, también está escrita en pareados alejandrinos. Unos pocos tienen gracia, pero varios miles supongo que serán intragables.

---Ese libro, junto con el de Borges, me estaba esperando en una pequeña librería de viejo de la calle Suipacha, al lado mismo del apartamento en que nos alojamos por gentileza del poeta Roberto Silva y de María de la Vega, su mujer, que es pintora. Estaba en el piso quince y era un regalo cotidiano ver amanecer Buenos Aries cada día. A una ventana se asomaba el Obelisco y a otra la cúpula verde del congreso y el dantesco –en el buen sentido de la palabra-- palacio Barolo. El libro de Mujica Láinez ya lo había yo leído en una edición de bolsillo, pero este ejemplar es de la primera edición de 1943 con ilustraciones de Héctor Basaldúa. Las partes históricas son más bien aburridas, pero el último canto, “Hoy”, está lleno de encanto, con su galería de tipos de la época: “Ciudad que en la Avenida de Mayo se hispaniza / con teatros infestados de majas y baturros / y el olor del glorioso chocolate con churros”. Todavía en la Avenida de Mayo quedan ecos españoles. En el bar Iberia, hay una algo naif alegoría del catorce de abril y una gran bandera republicana. Fue lugar de tertulia de los exiliados, pero lo que queda de entonces es que está especializado en la tortilla de patatas. A Mujica Láinez le gustaba más otro Buenos Aires, el que “se disfraza de Londres y de París a veces” o el que “en la Costanera / proyecta su telón de mar y de quimera”.

---Volviendo al libro de Rubén Darío, encuentro un poema que no recordaba y que me parece espléndido. Se titula “Interrogaciones”. Os leo la primera estrofa: “Abeja, ¿qué sabes tú, / toda de miel y oro antiguo? / ¿Qué sabes, abeja helénica? / Sé de Píndaro”. Y la última: “Águila que eres la historia, / ¿dónde vas a hacer tu nido? ¿A los picos de la gloria? / A los montes del olvido”.

---¿Sigue siendo Buenos Aires la ciudad fascinante y fastuosa que está en la memoria de nuestros abuelos?

---Sigue siendo una ciudad única y una antología de ciudades. Cuando uno vuelve de Colonia o Montevideo en barco, el perfil es el de Manhattan. Y hay rincones de Madrid, de París o de Londres, incluso de Avilés. Ramón Gómez de la Serna entrevió a Avilés en algunas calles de Lisboa; yo lo he visto en un rincón de Buenos Ares que luego no fui capaz de volver a encontrar. Uno ve siempre en los lugares en que está a gusto, algo de lo que ama. Con deciros que en las calles de Colonia, tan tranquilas y como de otro mundo, encontré un eco de las calles de Aldeanueva. En Colonia estaba precisamente, en un local de la calle Flores, frente al parque, cuando me llegó un mensaje que me enlutó el día. Era de Elena Bello, la Maya de los poemas de su hermano Xuan, que ha estado muy presente, casi un contertulio más, en estos paseos por Buenos Aires. La última vez que estuvimos allí fue uno de nuestros acompañantes. Buscaba a su pariente Vitorio, que había sido compañero de Luis Cernuda en una universidad inglesa, y había intervenido en la edición argentina de uno de sus libros. Yo creía que todo era otra fantasía suya. Qué sorpresa la mía cuando me encontré con cartas del mítico tío en el epistolario de Cernuda publicado por la Residencia de Estudiantes. Pero la vida no es un cuento de hadas. O sí, pero de los verdaderos, no de los edulcorados para la infancia. Es como los cuentos tradicionales, llenos de sorpresas y de imprevisto espanto. Me contó Maya en su mensaje que había sido amenazada por uno de los contertulios de la primera hora, completamente desquiciado, muy violento, y que la aconsejaron que lo denunciara a la policía. Tímido, buen lector, excelente poeta, un mago perverso le ha convertido en todo lo contrario. Hay muertos que no mueren nunca, que siguen para siempre a nuestro lado haciéndonos compañía, como Víctor Botas, que a los ochenta años conserva toda su coña marinera, y Xuan Bello, inagotable Sherezade, mientras que otros...

---¡Pobre! No tiene culpa. Es la enfermedad. Antes se hablaba de posesión demoníaca.

---Pero al demonio unos se esfuerzan por cerrarlo el paso y otros hacen todo lo posible por allanarle el camino. Pero hablemos de otra cosa. Por ejemplo, que en este Todo Borges caótico e inagotable se publica la esquela de la madre de Borges y en ella aparece junto a los familiares esa Fani a la que, en cuanto se hizo con el botín, María Kodama echó del apartamento de Maipú que había habitado siempre y la puso en la calle sin abonarle, no ya una gratificación, sino ni siquiera los sueldos atrasados.

---Yo no puedo dejar de pensar en nuestro querido amigo, monstruo de su laberinto.

---¡Qué poco nos protegen los libros de las embestidas de la vida! Borges, Botas y Xuan ya están a salvo de ellas. Consuela y aterra pensar que algún día lo estaremos todos.


 

 

jueves, 21 de agosto de 2025

Café con libros: Enseñanzas de la edad

 

---Ese libro que comentamos aquí hace unas semanas, Martín, La fabricación de un crimen, que narra la desaparición Hugo Alberto Wallace en 2005 y toda la historia de la conversión de esa desaparición voluntaria en un falso caso de secuestro seguido de asesinato y descuartizamiento, lo reseña esta semana Leonardo Padura en El País. Coincide contigo en lo increíble que resulta. Juez tras juez dando por válidas pruebas amañadas y confesiones obtenidas bajo tortura, el presidente de un país dando el Premio Nacional de los Derechos Humanos a la psicópata que lo orquestó todo…

            ---La principal arma de los verdugos es disfrazarse de víctimas. ¿Quién no iba a simpatizar con una madre que buscaba justicia para los asesinos de su hijo (un hijo, por cierto, que seguía telefoneando desde el más allá)? Yo no quise entrar en ciertos detalles, como que el único periodista que quiso escuchar a alguno de los falsos culpables encarcelados, fue un refugiado español que trabajaba como taxista y que no era propiamente un periodista, sino que tenía un blog llamado Cárcel de mujeres. Fue el primer hilo para ir desvelando el misterio, aunque pocos lo leyeron y menos le hicieron caso. Los abogados de Isabel Miranda Wallace, la presunta madre coraje, lograron más tarde incluso hacerlo desaparecer.

            ---¿Y por qué no lo mencionaste?

            ---Porque ese refugiado español estaba relacionado con ETA, y ese es un tema que todavía no se puede tratar en España con objetividad, aún es un arma política que cierta derecha, a la que tan útil le fue, se niega a abandonar.

            ---O Padura o tú, por cierto, estáis en un error. Él dice que el presidente de México que entregó el premio a la madre que hizo negocios y carrera política con la desaparición de su hijo fue Enrique Peña Nieto y tú que Felipe Calderón.

            ---Un lapsus, pero es fácil comprobar que suyo y no mío. Basta mirar en el teléfono las fechas de la presidencia de Peña Nieto, posteriores a la de la entrega del premio.

            ---Hablando de cadáveres, un cadáver intelectual es el que nos traes aquí. ¿Quién lee hoy a Eugenio d’Ors, tan cargado de honores durante el franquismo? ¡Y qué edición tan horrenda traes de La bien plantada, con su portada como de novela rosa!

            ---Es una edición de 1954, aparecida poco antes de que muriera d’Ors. El prólogo es quizá lo último que escribió. La compré por dos euros en mi librería favorita, donde por ese precio estaba también una primera edición de La isla y los demonios, de Carmen Laforet. Pero esa no la compré. No me apetece ahora releerla. Y libro que no has de leer déjalo correr. A Eugenio d’Ors vuelvo con cierta frecuencia. Este volumen incluye también Oceanografía del tedio y Gualda, la de las mil voces. La primera habla de la siesta y me ha devuelto a las de los veranos de mi infancia, que eran obligatorias y para mí una pesadilla. No se podía salir de casa y había que intentar dormir. El reposo de d’Ors es por prescripción médica. El resultado es una azoriniana maravilla. Gualda es otra cosa. Es la novela del incesto, un padre de cuarenta y cinco años y una hija de dieciocho como ejemplo de la pareja perfecta. Un incesto decente, por supuesto, hasta que ocurre lo que ocurre.

            ---Tú deliras, Martín. A nadie le he oído hablar de eso.

            ---Porque de d’Ors no se habla y menos se le lee. En principio, padre e hija son solo los mejores amigos, la compañía perfecta. Todo lo hacen juntos, no pueden vivir ni un minuto separados (solo a la hora de dormir, pero lo hacen en dos alcobas con un tabique medianero tan estrecho que permite a cada uno escuchar la respiración del otro). Y como la pareja ideal para Eugenio d’Ors, el hombre trabaja y la mujer es su eficaz secretaria.

            ---¡Qué retorcido eres! Seguro que no hay nada de erótico en esa relación.

            ---Explícito, no, pero no hace falta ser Freud (a quien se menciona, por cierto, lo que no debía ser muy frecuente en la España de 1915) ni un malpensado vecino de Gualba para alzar las cejas. No conoce a la hija, se nos dice, quien no ha escuchado como el padre, “acercándole el oído al pecho, en los instantes de fatiga dulce o de bienaventuranza perfecta, su respiración, quien no haga como él, que alguna vez, inquieta la mirada, llégase a la niña, le toma delicadamente la pulpa de la oreja y mira a contraluz”. La continuación no puede ser más poética, La sangre de la joven –recordemos que tiene dieciocho años—“se transparenta allí en rosa pálido, y este color y esta claridad de un rinconcillo de ella parecen justificar el nombre que se ha dado. Hacen pensar en una pechina nacarada; encendida, sin embargo, como la pechina de una vela, si miráis aquella concha a través de sus bordes, finamente estirados”.

            ---¡Vaya con d’Ors, al que yo me imaginaba siempre entre arcángeles vestidos de aceituna!

            ---“Falángeles y arcángeles en lucha contra el hombre”, que diría Blas de Otero.

            ---Una obra maestra esta Gualba, la de las mil voces. Sigue la casta relación entre padre e hija, el perfecto amor platónico, sobre el que en vano se ceba la calumnia, hasta que un día ocurre “una cosa abominable”: “La lámpara de petróleo resbaló de la mano de él. De lo alto donde la mano la sostenía, cayó hasta el pecho de la muchacha, que ya cerraba los ojos. La esencia diabólica se vertió, se esparció, fue de pronto un torrente de llama. Y la muchacha fue toda por él vestida, en las ropas, en los cabellos, en las mismas carnes. Y ella estuvo en tierra, que se retorcía en la lira del fuego. Y él se precipitó a estrechar las llamas, con los brazos abiertos, con todo el cuerpo, con la carne, con las manos…”. Esperaríamos la ida al hospital, las quemaduras de primer o segundo grado, incluso la muerte de la muchacha. Pero no: solo el rostro nublado de uno y otro al día siguiente, el fin de la perfecta relación. Esa llama que los abrasó a los dos era, menos la llama de amor viva de San Juan, que el incontenible ardor de la consumación de un deseo largamente reprimido. No dejó llagas en el cuerpo, pero sí en el alma.

            ---Intenso y sibilino d’Ors. Pasemos a La belleza de la lectura de un tal José Antonio Cordón, si te parece.

            ---Es un catedrático de Bibliografía. Se trata de la última entrega de una colección dirigida por Gustavo Martín Garzo. Todos los títulos comienzan con “La belleza de…”, lo que da lugar a sintagmas un tanto chocantes, como La belleza de los muertos o La belleza de llevar un niño en brazos. Quizá habría sido más adecuado titular “Elogio de…”. Hay algunas maravillas y esforzados encargos en las casi treinta entregas aparecidas hasta la fecha. José Antonio Cordón, en la primera parte, no hace más que literatura, en el peor sentido de la palabra: “Todo libro es un reclamo sordo, un aliento mineral que roza las secretas fibras del instinto”. Vaguedades que parecen decir algo y no dicen nada, borrosa caligrafía lírica. Se salva en la segunda mitad, la más extensa, con recreaciones de significativos pasajes de la historia del libro y de su propia relación con la lectura. En La Flecha, el huerto de Fray Luis, lee un libro de Villena. Repite el apellido sin dar nunca el nombre. Pero no se trata de Luis Antonio, sino de Fernando, un poeta granadino, del que yo fui amigo epistolar y del que luego me distancié, como acostumbro. Es un poeta de métrica tradicional. La obra suya que lee se titula Los siete libros del Mediterráneo. Fernando de Villena, allá por los años ochenta, estaba en el bando contrario que Benítez Reyes o García Montero o yo mismo. Me gustaría terminar con un abrazo de Vergara el guerracivilismo poético, pero aún no he encontrado nada suyo que me convenza.

            ---Estarás estos días muy alarmado por los fuegos que cercan tu Aldeanueva del Camino.

            ---Desde luego. Una amiga me envía cada mañana imágenes del rojo cielo humeante sobre las montañas de alrededor. Estuve allí hace poco presentando un libro y lo pasé muy bien yendo a pie hasta la provincia de Salamanca, cuyos montes son los que se ven desde el balcón de la casa de mi infancia. Ahora estoy leyendo Lusitania en el horizonte, de Juan Rebollo, un joven historiador que trabaja como gestor cultural en el ayuntamiento y como guía turístico, aunque está en contra del turismo que convierte los lugares en parques temáticos. Su libro propone un nuevo iberismo. Quiere revitalizar la Raya desde los Arribes del Duero hasta el curso bajo del Guadiana: “Una franja territorial que fue corazón de la Lusitania, pero que lleva más de ocho siglos en las márgenes de países distintos”. De niño tenía yo la impresión de haber nacido en el exilio, lejos de los libros y de todo lo que me interesaba; ahora me doy cuenta de que Aldeanueva está a mitad de camino entre Madrid y Lisboa, entre Avilés y Sevilla, exactamente en el centro del mundo.




 

viernes, 15 de agosto de 2025

Café con libros: Los vivos y los muertos


 

---El Diccionario de las artes de Félix de Azúa, Literatura y fantasma de Javier Marías… ¡Vaya novedades que nos traes hoy, amigo Martín!

            ---Azúa está aquí porque de vez en cuando me gusta hacer limpieza general de prejuicios. Ya sabes que le valoro poco o nada. Sus artículos políticos me parecían, cuando los leía, ahora no lo hago porque publica en lugares que no frecuento, de lo más bajo en que puede caer un intelectual.

            ---Pues sus ideas no son muy distintas de las de tu admirado Trapiello.

            ---A Trapiello no le admiro por sus ideas. ¿Se deberá mi poco aprecio por Azúa a las discrepancias ideológicas? Eso me preocupa, ya sabes que estoy obsesionado con la imparcialidad. Me puse a releer este Diccionario de las artes, tan elogiado en su momento. Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuera una pretenciosa tontería. Baste un ejemplo. Así comienza “Verdad”, una de las entradas: “¿Por qué deberíamos aceptar la descomunal importancia que han adquirido las artes? ¿Por qué conceder ni un segundo de nuestro tiempo a un escrito que aparece en líneas partidas y con los finales terminados en ‘aba’ o en ‘ona’? ¿Por qué razón ha de tener algún interés la pintura de una vaca, cuando la sola presencia de una vaca en la vida misma ya es difícil de soportar? ¿Qué hacemos sentados en torturante silencio, escuchando a unos individuos que rascan tripas de buey o soplan por tubos de madera? ¿Qué sentido puede tener esa actividad inútil, caprichosa, superflua, carísima e injustificable?”.

¡Menuda empanada mental la del bueno de Azúa! ¿Han adquirido una descomunal importancia las artes? ¿No querrá referirse al descomunal precio que han adquirido ciertas obras de arte? En este caso, la respuesta es fácil: porque alguien está dispuesto a pagarlo. Desde luego, escribir en líneas partidas y con rima no ha adquirido ninguna “descomunal importancia”. Y la pintura de una vaca, así en general, no ha tenido nunca ni tiene interés especial.

            ---Dice esas cosas solo para provocar, es el Dalí de los novísimos. De sobra sabe él que quienes se sientan a escuchar música en silencio lo hacen porque les gusta la música y disfrutan escuchándola.

            ---Es posible. Pero es que Azúa sale a media docena de tonterías por página. Te leo otra: “Nada en este mundo puede justificar que alguien se dedique a pintar acuarelas en lugar de trabajar como todos sus semejantes”. ¿Desde cuándo es incompatible pintar acuarelas con ser notario, tendero o profesor? Claro que, si se venden adecuadamente, puede convertirse en una profesión. ¿Por qué hemos de buscar una justificación metafísica a pintar acuarelas y no a escribir un Diccionario de las artes o ser catedrático de Estética? En lo de no soportar las vacas ni en pintura, ya ni entro. Son rasgos de su peculiar humor. Su filosofía de la historia no es menos disparatada que su filosofía del arte: “El caso es que, una vez limpia la vida social de dioses y divinidades, la tarea de los modernos ha concluido. A partir de la segunda carnicería mundial, se advierte un progresivo y creciente aburrimiento entre los occidentales, acompañado por una acumulación de riquezas y poder técnico totalmente delirantes, dedicados casi por completo a procurar entretenimiento a una muchedumbre sumida en el tedio. En medio siglo, los estados sin dios se han convertido en amos absolutos del planeta, pero no saben muy bien qué hacer consigo mismos. El aburrimiento y las distracciones han servido también para distribuir por el planeta varias toneladas de bombas atómicas, algunas de las cuales están en manos de gente bien curiosa”. Según él, las bombas atómicas “han pasado a ser parte del departamento de electrodomésticos de los almacenes mejor surtidos”. Pretendido humor negro, sin duda. Pero Noel Clarasó lo hacía mejor.

            ---O sea que tu opinión sobre Félix de Azúa no se debe a su fobia a los nacionalismos y a Ada Colau.

            ---No, se debe a que lo he leído. Prometo no reincidir. O sí. A lo mejor en otra ocasión tengo más suerte.

            ---Estos Tres libros de tiempos ultraístas, de Francisco Luis Bernárdez, seguro que le gustan mucho a tu amigo Abelardo.

            ---Son sus tres primeros libros de poesía, publicados en 1922 y en 1923, que él no quiso reeditar ni antologar, pero que tienen una gracia ingenua y un aire del tiempo del que carece su poesía posterior, muy academicista y algo acartonada. Varias veces intenté entrar en su Antología poética, editada en la Austral, y siempre tropecé en alguna lira o me di en la cabeza con algún soneto. De este poeta argentino, pero de origen gallego (y en Galicia pasó parte de su adolescencia), lo que mejor recuerdo es el epitafio que le dedicó Borges en La cifra: “¿Qué habrá sido de aquellos dos muchachos / que hacia mil novecientos veintitantos / buscaban con ingenua fe platónica / por las largas aceras de la noche / del Sur o en la guitarra de Paredes / o en fábulas de esquina y de cuchillo / o en el alba, que no ha tocado nadie, / la secreta ciudad de Buenos Aires?”

            ---¡Siempre Borges!

            ---¡Que le vamos a hacer! Hay escritores señalados por el dedo de la gracia y otros que enseguida se apolillan. “Hermano en los metales de Quevedo / y en el amor del numeroso hexámetro, / descubridor (todos entonces lo éramos) / de ese antiguo instrumento, la metáfora”, le dice Borges. Y yo sonrío ante estos versos primeros que emulan a las greguerías (“Pace margaritas / un camino angosto”) y me aburro con los que emulan los metales de Quevedo.

            ---Cambiando de tema, ¿estás preparando la publicación de los libros inéditos de Xuan Bello? El que dedicó a los árboles, y que fue anticipando en el periódico, creo que es uno de los mejores suyos.

            ---De eso se encarga Martín López-Vega, por decisión de Sonia. Le insinué que tenía mucho trabajo y vive lejos y que yo le podía ayudar, pero él me dijo que no me preocupara, que la obra de Xuan quedaba en buenas manos, que en octubre se pondrían con ella.

            ---Pues hablemos de otra cosa. ¿Qué pinta aquí un libro de tu detestado Javier Marías?

            ---Detestaba sus artículos de El País, que no podía dejar de leer, y sus novelones últimos, tan aclamados, pero hubo una época en que me interesó mucho. Como este es tiempo de fantasmas, encontré de pronto, entre papeles viejos, una postal suya que había olvidado por completo. Lleva la fecha del 14 de enero de 1994 y dice así: “Querido José Luis García Martín: Solo ahora me llega, a través de Siruela, la reseña que escribiste hace ya dos meses sobre mi libro Literatura y fantasma, y no quiero dejar de agradecértela. Sobre todo, por las de cal. No puedo dejar de lamentar que detestes a Benet y que coincidas con Umbral y otros escritores cursis y municipales en calificar mi ‘pasado’ de benetiano (no es así exactamente desde mi punto de vista, aunque, claro está, este poco cuenta). Tampoco me alegra descubrir que, en contra de lo dicho en alguna carta, consideras que no he logrado escapar enteramente al tedio en mis recientes novelas. Comprendo que no se puede tener todo. En cambio, me alegra que apruebes mis piezas más recónditas y otra vez te agradezco la atención a los detalles. Te completo algún dato sobre la posibilidad de invención o no de ‘Fantasmas leídos’: el nombre de Molly Morgan Muir es una mezcla del más conocido Muir y de ‘Polly Morgan’, cuento de Coppard incluido en Cuentos únicos. Así como Halifax, Leslie, O’Donnell y Hopkins escribieron sobre fantasmas reales, el único Lord Rymer que conozco es un personaje de Todas las almas. En cuanto a los libreros de ‘El mal imaginativo’, ya me habría gustado encontrármelos. En cambio, en esta postal tienes la prueba de la existencia de la Machen Society, prefigurada en la Machen Company de Todas las almas antes de que aquella existiese. Me cuentan que has sacado un diario insolente, procuraré buscarlo. Una vez más te agradezco la atención y el aprecio. Saludos. Javier Marías. P. S.-- Acabo de terminar una nueva novela, espero que no desdeñable”.

Lo que más me ha interesado de Javier Marías son sus piezas menores, salvo dos novelas, Todas las almas y Corazón tan blanco. La que anunciaba en su carta era Batalla en la mañana piensa en mí, que reseñé con poco entusiasmo y ahí acabaron nuestras relaciones. Luego vinieron los artículos semanales de El País, cada vez más convertidos en diatribas contra el mundo contemporáneo, en el que no se encontraba muy a gusto. Yo creo que a partir de los cincuenta años se convirtió en un viejo cascarrabias. Los primeros capítulos de Literatura y fantasma son artículos del suplemento dominical en que colaboraba anteriormente, el de los diarios del grupo Vocento. Ahí ensaya esa mezcla de erudición, autobiografía y ficción que le caracteriza. En la postal, señala que “El mal imaginativo” es un cuento. “Fantasmas leídos” comienza como un artículo sobre casas con fantasmas y termina con un relato, que luego se titularía “No más amores” (incluido en Cuando fui mortal) y más tarde, cambiando los personajes ingleses por mexicanos, “Serán nostalgia” (se incluye en la segunda edición de Mientras ellas duermen). En la nota aclaratoria, él, tan preciso, comete un error: dice que es de 1995, cuando el libro en que aparece por primera vez es de 1993.

            ---¡Cuánta minucia! Te estás volviendo tan tedioso como el propio Marías.

            ---Solo es tedioso en esas novelas que no se acaban nunca y en las que, si un personaje tira algo a la basura, nos describe lo que hay en el cubo de basura. Uno de los artículos de Literatura y fantasma nos cuenta la historia de Wilfrid Ewart, un escritor inglés que parece inventado. Luego la amplía en Negra espalda del tiempo, entreverada con el relato de la última vez que vio a algunos seres queridos. Ese libro, tan lleno de precisiones y casualidades y de cruces entre realidad y ficción, es de los suyos el más suyo y el que yo prefiero. Me temo que más de una vez me he referido despectivamente a Marías por sus opiniones sobre esto y lo otro, o sus tontas manías, como detestar el ordenador y seguir utilizando una máquina de escribir “porque le gustaba corregir en papel”, sin haber caído en la cuenta de que existían las impresoras. Me alegra que esta postal, surgida de no sé dónde, nos haya reconciliado.

            ---Creo que tú te llevas mejor con los fantasmas que con las personas reales.

---Comienzo a no distinguir entre unos y otras. Hay quien no muere nunca, quien sigue vivo a nuestro lado para siempre, y quien está muerto, aunque siga entre los vivos haciendo (y haciéndose) daño. Creo en los fantasmas gentiles y en los retorcidos zombis, por experiencia propia.




           

 

           

viernes, 8 de agosto de 2025

Café con libros: Un falso secuestro y un fantasma verdadero

 

---Por razones que no vienen al caso, soy muy sensible a las historias de falso culpable. He tenido pesadillas después de leer La fabricación de un crimen, de Ricardo Raphael. Hasta que comencé a leerlo no había oído hablar del caso Wallace, muy famoso en México, y no solo: la protagonista fue portada en las más importantes revistas europeas y hasta en El País Semanal la consideraron una de las heroínas de nuestro tiempo.

            ---¿Es uno de esos true crime o historias basadas en hechos reales que ahora están tan de moda?

            ---Sí. No es una novela, sino una crónica de hechos delictivos, protagonizados por gente muy respetable (jueces, abogados, políticos) que aún continúan. Los acusados falsamente en 2005, si no han muerto, aún siguen en la cárcel, veinte años después, con su condena pendiente de revisión.

            ---Ya sabes lo que se dice de México: si tienes un problema y llamas a la policía entonces tienes dos problemas.

            ---Este libro demuestra que esa afirmación se queda corta. ¡Qué retrato nos deja del país! Parece inverosímil ficción lo que se nos cuenta, pero un código QR nos lleva a informaciones periodísticas sobre el caso que no dejan lugar a dudas de la verdad de los hechos.

            ---¿Y qué hechos fueron esos? Parece que practicas el suspense con nosotros.

            ---Por cierto, hay una noticia que no aparece en el libro, terminado de redactar sin duda antes: en marzo de este año murió Isabel Miranda de Wallace, la protagonista, una mujer que quiso tomarse la justicia por su mano, o mejor, que puso a su servicio la justicia, y fue tratando de exterminar, uno a uno, a los secuestradores de su hijo.

            ---Hizo bien.

            ---Eso pensó la buena sociedad mexicana. Contó con el apoyo firme de Felipe Calderón, el presidente de entonces, quien en 2010 le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos. Os leo algunos fragmentos de su discurso: “Ante la pérdida de su hijo, por la cobarde acción de un grupo de secuestradores, ella emprendió una verdadera cruzada para identificar, para localizar y para llevar a la justicia a los culpables de este terrible suceso. Doña Isabel convirtió una amarga experiencia personal en una poderosa fuente de inspiración. No solo para evitar que la muerte de su hijo quedara impune, sino también para contribuir a la construcción de un México más seguro”.

            ---Una madre coraje.

            ---Solo que no hubo tal secuestro, que fue una desaparición voluntaria, que la madre participó en ella (el hijo al parecer estaba amenazado por los narcotraficantes con los que había colaborado), que fue señalando uno a uno a los presuntos secuestradores, que logró que los detuvieran a todos, que no hubo más pruebas que las confesiones obtenidas bajo tortura, que se desdeñaron todas las evidencias en contra de esas confesiones, que se amenazó a los familiares de los detenidos para que no se retractaran, que la justiciera se convirtió en un personaje popular en el que incluso se pensó para hacerla candidata a la Presidencia de la República.

            ---Voy a leer el libro. No creo que sea tal como tú lo cuentas.

            ---Es peor. Si yo fuera mexicano, me avergonzaría. No parece que los periodistas que jalearon a esa psicópata, ni los jueces, fiscales, políticos que la apoyaron hayan pedido disculpas.

            ---Es que el ideal de mucha buena gente, en México, en España, en Estados Unidos, es El Salvador Nayib Bukele. Preferible equivocarse encarcelando a cien inocentes que dejar a un culpable libre.

            ---Isabel Miranda de Wallace se dedicaba al negocio de la publicidad. Tienen mucha importancia en el libro los llamados “espectaculares”, unos gigantescos cartelones de anuncio que se colocaban sobre un poste en las calles y plazas más frecuentadas. El libro, por cierto, está lleno de términos mexicanos que no se han cambiado, según suele ser habitual, en la edición española. Al secuestro, por ejemplo, se le llama “plagio”. Creo que está bien que, de vez en cuando, se nos saque, de nuestra zona de confort idiomático y seamos conscientes de que hay más de una manera no solo de hablar, sino también de escribir el español.

            ---Podemos pasar a otra cosa, si te parece. Veo que tienes aquí Los poemas de Juan de Leceta de Gabriel Celaya. ¿No crees que ese heterónimo suyo tiene algo que ver con el Alberto Caeiro pessoano?

            ---No se me había ocurrido. Pero antes deja que lea la cita de Quevedo que encabeza el libro Ricardo Raphael: “Donde hay poca justicia es peligroso tener razón”. A Celaya le vi solo una vez, en 1968. Leía sus poemas en Avilés presentado por Ángela Figuera. Dijo una frase que se me quedó grabada: su mérito, si alguno tenía, era haberle quitado los coturnos a la poesía, haberle puesto los zapatos o las zapatillas que usamos todos. Cuando García Montero habló luego de “la musa con vaqueros” me recordó a esa frase. Uno de los tres libros que reúnen en este volumen de la colección Colliure se titula Tranquilamente hablando. Hubo un tiempo en que los poetas del cincuenta le tuvieron como maestro, por eso se publicó en la colección Colliure. Luego, cuando la poesía social cayó en descrédito, le trataron como a un apestado. Valente se burló cruelmente de él y de su mujer, Amparo Gascón, en un poema. Ángel González fue el único que siguió defendiéndole hasta el final. De él tomó el tono conversacional. “No quisiera hacer versos, / quisiera solamente contar lo que me pasa”.

            ---No sé si a mí me interesa mucho que alguien me cuente lo que le pasa. ¿Han resistido, por cierto, estos poemas el paso del tiempo? ¿Los podemos leer como poesía viva y no como un episodio de la historia de la literatura?

            ---Con algo de buena voluntad, desde luego.

            ---Con mucha buena voluntad, Martín. Ese libro es una de las rarezas bibliográficas que encuentras a muy bajo precio en la librería de viejo que tienes al lado de casa, seguro. Y este otro, Diario del zalapastrán, uno de esos que te envían los autores y que hojeas desganado y no sueles traer a la tertulia. Bueno, ya veo por qué te ha caído en gracia, por la dedicatoria. Te llama “estimado señor García”, con lo que el autor, Christian Sanz Gómez, demuestra conocerte poco, pero lo que añade sin duda te ha gustado: “más allá de triviales discrepancias de opinión, uno no puede dejar de ponderar la fuerza de su mente y su seguridad de razonamiento”.

            ---Las dedicatorias son una de las formas de la cortesía. Recuerda aquel aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”. Y sin embargo…

            ---¿Vale la pena este Diario del zalapastrán

            ---Vale la pena. Es el libro de un Montaigne gallego, lleno de citas, disparates y sabiduría. Y humano dolor. Pero te decía que yo no creo en las citas, pero una me ha salvado en estos malos días. El corazón tiene razones que la razón no comprende, sobre todo si es tan racional como la mía. De día, puedo contar anécdotas divertidas sobre Xuan y alegrarme de que le hayan hecho “santo súbito”, de que en un instante pase a convertirse en el Cervantes o la Rosalía de Castro de la literatura asturiana, pero en las noches de insomnio me atormenta el no haber sido capaz de ayudarle la última vez que vino a verme. Quizá hubiera bastado con darle un abrazo. Pero yo me escondo en la armadura de sal de la ironía para que nadie se me acerque demasiado. Temo al dolor ajeno que no soy capaz de remediar. Tengo que cerrar los ojos a Gaza, no ver ni oír las noticias, para poder seguir viviendo. Anoche soñé que pasaba Xuan por casa. “Tengo que contarte algo. ¿Puedo fumar?, “Por supuesto”. Y le dejé solo en el salón mientras yo iba a la cocina a prepararle un café. Sobre la mesa, tenía un montón de libros suyos que había recopilado estos días. “¡Cuánto he escrito!”. “Me faltan algunos que no encuentro”. No sé qué me contó, no recuerdo –o no quiero recordar-- esa parte del sueño, pero sí que esta mañana, se me ocurrió hojear La vida perdida y me sorprendió la extensa dedicatoria. Está en asturiano, os la leo en castellano: “Amigo, Martín: en 1983 (hace una enormidad de años) fui por primera vez a la tertulia Óliver. No recuerdo quién me llevó ni cómo llegué. Allí estaban Víctor Botas, Carlos Espina, Luis Salas… Sin embargo, de aquella tarde que la nostalgia hace inolvidable, solo recuerdo una voz. Yo llevaba unos poemas que pronto circularon de mano en mano. Tú, con voz muy clara, preguntaste: ¿De quién son estos versos? De entonces hasta ahora, creo que nunca escribí nada sin sentir esa voz, la tuya, y creo que gracias a eso no son tan malos los poemas que escribo. Por eso, y por tantas tardes, esta vida perdida te debe tanto que una dedicatoria normal no podría expresar ni el agradecimiento ni la amistad de Xuan Bello”. De sobra sé, que esa dedicatoria debió escribirse hace años, cuando se publicó la recopilación de su poesía, aunque resulte raro que yo no la recordara. Pero no puedo dejar de pensar que Xuan, compadecido de mis insomnios y mi sentimiento de culpa, se tomó la molestia de dejar por un momento el otro mundo para acercarse a este y regalarme sanadoras palabras. Sé que solo son una generosa hipérbole, Xuan, pero cómo te las agradezco.