sábado, 19 de noviembre de 2022

En la retaguardia: Esto es lo que hay

 

 

Sábado, 12 de noviembre
UN DICTADO

La asociación de antiguos alumnos del Instituto Carreño Miranda me concedió este año uno de sus premios. Al principio, me pareció un engorroso compromiso. Me desagrada cambiar de rutina, darme cuenta de que la edad no afecta solo a los otros —qué vieja es la gente de mi edad—, sino también a mí.

            Pero todo, en este hermoso sábado soleado, resultó mejor de lo que esperaba. Me alegró conocer a Celestino Varela, el gerente de la ópera de Oviedo, el culpable de que yo no haya renovado mi abono a la ópera. Es un tipo simpático, que fue primero deportista y luego cantante, que repitió algún curso, según confesó en sus palabras de agradecimiento, sin que eso le impidiera ser un triunfador. Todos tenemos algunos defectillos y el suyo es una vieja idea de la modernidad. Para evitar que la ópera se vea como una cosa viejuna, busca escandalizar en cada montaje: épater le bourgeois, como en tiempos de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. ¿Un Don Giovanni con violaciones en escena? Perfecto. ¿Una Agripina convertida en mesonera en Las Vegas? Maravilloso. A quien no le gusten estas cosas, que cierre los ojos y se limite a escuchar las voces y la música. No le dije nada, por supuesto. ¿Quién soy yo para ponerle peros a un experto? Además, gracias a él, el coro de la ópera, dirigido por Pablo Moras, nos hizo tres espléndidos regalos, muy acordes con el nombre del palacete de Galiana —el manchón verde del parque de Ferrera asomándose al ventanal— en que nos encontrábamos, Santa Cecilia.

            Se premiaba también a antiguos profesores y ya se sabe que los profesores son profesores hasta el final. Uno de ellos, Manuel Rodríguez, hizo con buen humor un elogio de las matemáticas, que estaban en todo, hasta en la poesía, como afirmó dirigiéndose a mí. Y yo recordé a Ortega: “La poesía es el álgebra superior de las metáforas”.

            Todo discurrió apaciblemente, rodeado de buenos amigos, hasta la sorpresa final. Junto al galardón minimalista, obra de Ramón Rodríguez, nos entregaron varios libros y el expediente académico. Pero no era el expediente completo, solo el del examen de ingreso al instituto y ahí, en una misma hoja, estaban el dictado y las cuentas que había que hacer. Comienzo a leer el dictado, con mi escritura de entonces, mejor que la de ahora y al momento reconozco el texto: “Se entraba en la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por el centro de ella, al extender a los lados los brazos, podía tocar ambos muros”. Es Cernuda, uno de los capítulos de Ocnos, el “El magnolio”. Cernuda aún vivía por entonces. Tras la primera e incompleta de Oxford, Ocnos solo se había publicado en 1949 en una rara edición de Ínsula. ¿A quién se le ocurriría utilizar un texto del raro poeta exiliado para examinar a los niños que querían comenzar el bachillerato? Sin duda, a mi admirada Sara Suárez Solís que unos cursos después utilizó en un dictado un texto que se me quedaría para siempre en la memoria y que muchos años después, como he contado tantas veces, supe que eran versos de Li Po traducidos por Marcela de Juan. Los recité al agradecer este premio: “¿Cuánto podrá durar para nosotros / el disfrute del oro, la posesión del jade”.

            Sonrío a leer la instancia que tuve que rellenar para poder examinarme (un sello indica “familia numerosa, primera categoría”). En ella el niño de diez años que entonces yo era, “con el mayor respeto”, expone “que creyéndose en posesión de los conocimientos necesarios y demás requisitos que se exigen para iniciar los estudios de Enseñanza Media, a V. I. suplica: que, previos los trámites y pagos de derechos correspondientes, se sirva concederle le sea expedido el Libro de Calificación Escolar, a fin de efectuar las pruebas correspondientes en el Instituto de su digna dirección”.

            Eran otros tiempos ciertamente. Lo que yo no sabía es que ahí estaba Cernuda para darme la bienvenida a un mundo mejor.

Domingo, 13 de noviembre
MEMORIAS BÚLGARAS

Vasil, la película de Avelina Prat tan elogiada por Isabel Coixet, me trae a la memoria mis días búlgaros. La película es poca cosa, apenas una anécdota, pero llena de encanto. Y como está financiada por Bulgaria aprovecha para darnos algunas informaciones sobre el país, entre ellas la historia de Vasil Levski, el héroe nacional al que ahorcaron los turcos y cuyo monumento, en el mismo lugar en que fue ahocado, veía yo desde la ventana de mi primer hotel en Sofía. Un país puede enamorarnos como una persona y eso me ocurrió a mí con Bulgaria. Mientras veía Vasil (al parecer inspirada en una anécdota real: un día el padre de la directora, un viudo egoísta y solitario, le dijo que tenía alojado en su casa a un emigrante desconocido), me acordé de Rada Panchovska y de su marido Iván. Me alojaron en su casa, me llevaron más de una vez en su destartalado coche a Plovdiv. Iván, como el Vasil de la película, parecía saber hacerlo todo, hablaba muy bien media docena de lenguas y bien bastantes más. Cierro un momento los ojos, mientras suena la música que acompaña a los títulos de crédito, y vuelvo a verme junto a la estatua de Pushkin, en el parque que rodea a la iglesia rusa, un otoño de hace años o de hace siglos, esperando a quien nunca vendría. La vida siempre está en otra parte. 

Lunes, 14 de noviembre
AZORÍN APLAUDE

Me gusta tener razón, para qué nos vamos a engañar, en eso soy como todo el mundo. Hace unos días publiqué una reseña sobre Madrid 1945, el libro de Andrés Trapiello, y a la vuelta de bastantes merecidos elogios le reprochaba, entre otras cosas, que considerara a Manuel Azaña responsable de la quema de conventos en mayo de 1931 y supusiera además que no le importaba que ardieran vivos todos los que no son republicanos. Abelardo Linares salió inmediatamente en su defensa, la de Trapiello, por supuesto, no la de Azaña, que era la víctima, y me reprochó que yo olvidara que el jefe de gobierno entonces era Azaña, y no Alcalá-Zamora, que no sería presidente de la República hasta diciembre. Me conminaron ambos  a corregir mi afirmación. Yo me reí un poco de lo bien informados que estaban estos especialistas.

Hoy me encuentro con un artículo de Azorín, publicado en Crisol el 12 de mayo de 1931, en el que describe los hechos y los considera muy comprensibles, dada la pasividad del gobierno republicano con los monárquicos: “Presencié parte de los sucesos que se desarrollaron en la tarde del domingo en la calle de Alcalá. Una inmensa muchedumbre llenaba la calle; en el centro de la compacta masa humana, los caballos de la Guardia Civil; adosada la trasera al postigo abierto de una ancha puerta cerrada, un automóvil celular. Y a un lado de la calle, enfrente de la puerta, guardada por la fuerza, el esqueleto negruzco, tiznado, de un automóvil; en el aire, una de las ruedas, de la que se desprende una rojiza llama; la goma de la rueda va quemándose poco a poco y en el ambiente templado y transparente de esta limpia tarde madrileña, se levanta una espesa y negra columna de humo. De pronto, se produce en la muchedumbre un movimiento vivísimo de dispersión; los guardias han desenvainado los sables, que brillan a los rayos del sol poniente; la multitud se rehace al momento; suenan estrepitosos silbidos. Los caballos de los guardias maniobran con dificultad; hay un instante de indecisión. Los sables vuelven a ser envainados, y resuena en toda la calle una clamorosa ovación”. Y concluye: “Atento, vigilante, el pueblo ha visto ya la flaqueza de los hombres que se hallan al frente del Gobierno y ha manifestado cuál es su pensamiento. ¿Será necesario que las advertencias de las masas sean más enérgicas, más violentas? El momento es decisivo para España y para la República”.

            Por supuesto, Azorín se cuidó mucho de rescatar este artículo en ninguno de sus libros. Antes había alentado contra los riesgos del sentimentalismo: “Pues no hemos visto, estos mismos días, cómo elementos de izquierda se enternecían ante las lágrimas de una señora que se va al destierro llena de riquezas y fastuosamente?”

            Luego Azorín, que entonces defendía también a los comunistas, se pondría al servicio de Juan March. Pero esa es otra historia. Me gustan los periódicos viejos porque ellos reflejan la realidad de cada momento tal como se vio en cada momento.  

Martes, 15 de noviembre
LAS COSAS COMO FUERON

“Azaña no sería en mayo de 1931 presidente del Gobierno me replica Abelardo Linares—-, pero de lo que no hay duda es de que era la figura central en el gobierno. A Alcalá Zamora le hacían poco caso y Miguel Maura no pintaba nada”.

            Yo le recuerdo la actitud de Maura y Azaña el 14 de abril, tal como la contó Josep Pla. Ese día, Azaña estaba en el domicilio de Maura esperando el desarrollo de los acontecimientos. Maura llama a todas partes, a Palacio y a la casa de Marañón donde negociaban Romanones y Alcalá-Zamora. No obtuvo una respuesta clara. Se cansó de esperar: “Ha llegado la hora de echarse a la calle. Vámonos, Azaña”. Subieron a un taxi y Maura dijo: “A Gobernación”. Azaña lo miró asustado. A medida que el coche se acercaba al centro de Madrid su temor iba creciendo: “¡Maura, es usted un insensato! Nos acribillarán a balazos. Esto es una locura”. Llegaron a la Puerta del Sol, ocupada por una multitud que en cuanto le reconoció aplaudió a Maura. Bajaron del coche y llegaron a la puerta del ministerio. Apareció entonces un oficial de la Guardia Civil. “¿Qué desean los señores?”, preguntó. “¡Somos el Gobierno Provisional de la República!”, contestó Maura. El oficial dio un grito y la guardia formó. Maura avanzó con gallardía, mientras Azaña, muy pálido, se secaba la frente sudada.

            Y Abelardo quiere que creamos que, solo unos días después, Azaña, ministro de la Guerra, impide al de Gobernación que detenga la quema de conventos. “Amos, anda”, que diría un castizo. Falta de sensibilidad para los cambiantes matices de la historia se llama esa figura.

Miércoles, 16 de noviembre
POR QUÉ SOY TAN ANTIPÁTICO

“¡No dejas hablar a nadie!”, se queja siempre algún contertulio en la animada reunión virtual de los miércoles, ya una tradición. No es exactamente eso, pero reconozco que algo de razón tiene el que protesta. No puedo evitar la tentación de interrumpir al que se pone a hablar y a hablar repitiendo el catecismo de izquierda o de derechas o, peor aún, sin ser capaz de expresar con algo de claridad la más mínima idea.

Jueves, 17 de noviembre
DE OTRA MANERA
 

Si todo el mundo pensara como yo, yo pensaría de otra manera.

Viernes, 18 de noviembre
DÍAS FELICES

Entreno a la memoria para que guarde solo los días felices y se olvide lo más pronto posible de todo lo demás.


6 comentarios:

  1. En una encuesta propuesta a sus lectores con ocasión del cambio de milenio, The Times eligió a los ingleses más importantes de los últimos 1000 años. El primer lugar lo ocupó William Shakespeare, ese "reinventor alquimista de teorías a menudo fantasiosas". Y no porque no hubiese gente que salvase vidas; piense usted, por ejemplo, en Fleming. El problema es que usted sólo ve una pequeña parte de la realidad; y desde ella, es obvio que quienes mejor cuidan de nuestra salud son los científicos o profesionales sanitarios que se dedican a ello. Pero en la vida hay muchas otras cosas que usted no ve; y un mundo en el que todos tuvieran acceso a la mejor sanidad e investigación sanitaria posibles, pero se limitasen a eso, a sobrevivir en las mejores condiciones físicas, sería un mundo realmente muy pobre. Y no porque eso no sea importante, claro que lo es, sino porque ni de lejos es lo único que importa.

    ResponderEliminar
  2. Yo supongo que, igual que yo mismo, que no soy británico, sé perfectamente sin necesidad de que usted me lo explique (gracias) quién era Florence Nightingale, a un británico de cultura media le ocurrirá igual. Respecto a Shakespeare, desde la escuela se enseñan (y se representan, en el caso de las teatrales) sus obras. Por lo demás, si la persona elegida hubiera sido Florence Nightingale (o Fleming, ya que yo lo citaba antes), usted no se hubiera preguntado hasta qué punto los conocían. No se empeñe en defender sus limitaciones; es no sólo inútil, sino contraproducente.

    ResponderEliminar
  3. Jose, no tomes demasiado en serio a Joaquín. A veces es mejor pasar.

    ResponderEliminar
  4. Estimado Joaquín, ser un buen profesional en ciertos ámbitos sanitarios --saber poner inyecciones o hacer un vendaje, por ejemplo-- no implica saber mucho de medicina o de ciencia. En tu caso, más bien parece todo lo contrario. Recuerda el dicho popular: "la gripe, medicándose, dura una semana y si no tomas ningún medicamento dura siete días". Sí, amigo, los virus estacionales llegan y se van y hasta la próxima; afectan a unos y a otros no, son sobre todo dañinos en las personas más débiles... En fin, no me hagas repetir obviedades, estimado "sanitario". Y prohibir entrar en una cafetería, aunque esté vacía y aunque sea solo para ir al baño (pero no en su supermercado lleno de gente) a menos que tengas el pasaporte vacunacional, pretendiendo así combatir un virus, es una majadería que descalifica intelectualmente para siempre al que se atreva a sostenerla en público, por muy buen trabajo --no lo niego-- que haga en una UCI o donde sea.

    ResponderEliminar
  5. Tal vez algún día se sepan los casos en que esa "vacuna" ocasionó un mal peor que el virus. Otra cosa, no sé si es cierto que Feijoo propuso en Galicia poner una multa soberana a los no vacunados. Yo estoy entre los no vacunados, pero no deseo a nadie ningún mal por haber hecho lo contrario. Fue y es de mal gusto que te hayan deseado que vayas a la UCI.

    ResponderEliminar
  6. cizañero que rima con pelotillero que rima con piquero, señor comedor de ajos

    ResponderEliminar